No está el horno para bollos en Afganistán. Mucho menos para las mujeres, o para muchas de ellas. Hoy es la interpretación talibán de la Sharía la que les trae por la calle de la amargura, pero hasta cuando el viento llegó a soplar del lado contrario les tocó ser protagonistas.
Esta mañana he leído una breve reseña publicada en la prensa de hace más de un siglo sobre el impulso modernizador o “europeizador” del emir de Afganistán de aquel tiempo, que me ha llamado la atención, siendo éste un tema de máxima actualidad, en la que se dice lo siguiente:
El Afghanistan quiere europerizarse poco á poco, y empieza su emir por divorciarse de casi todas sus mujeres.
Sólo son cuatro las favorecidas, á quienes el emir conserva en su palacio.
A las que repudia las tiene, sin embargo, algunas consideraciones, pues les permite que se vuelvan á casar á su antojo, y aún se compromete á pasar una pensión á todas aquellas que no logren encontrar marido.
El emir quiere hacer ley de su capricho y ha publicado una proclama ordenando que todos los súbditos del Afghanistan sigan su ejemplo y conserven únicamente cuatro mujeres, divorciándose de las demás.
Los que no se avengan á esto sufrirán los más severos castigos.
El redactor de La Voz de Guipúzcoa finaliza su crónica, aquel 12 de marzo de 1903, haciendo un comentario que hoy no pasaría la censura:
Hay que estar preparados para la importación de “afghanistanesas” que se avecina; porque, en vista de esas disposiciones del Emir, deben quedar una porción de ellas en estado de merecer, y á falta de colocación en el Afganistan, se repartirán por el resto del planeta.
Por lo que parece, de una u otra mera, ya sean tiempos fundamentalistas o de modernización, las mujeres en Afganistán siempre están en el candelero.