¡Qué pasó!… perdió Kamala

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Tras la victoria de Donald Trump, o la derrota de Kamala Harris, todos los analistas se centran en el comportamiento del voto latino, de cómo han votado mujeres y hombres, blancos y negros, jóvenes y mayores, o cómo influye en el voto el nivel de estudios de los votantes, para encontrar respuestas al resultado de las elecciones.

No he leído ni oído nada sobre la abstención, sobre los estadounidenses que han decidido quedarse en casa, y cómo ha afectado ello a cada uno de los candidatos.

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Lo que nos hacen creer que nos pasa

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Cuando la mala baba nos hunde en la miseria política; cuando las manipulaciones, mentiras y bulos, son el pan de cada día; cuando la discordia se hace rampante y el griterío resulta ensordecedor, “bajar el tono”, efectivamente, es importante, pero no suficiente. Debemos preguntarnos qué nos está pasando y buscar respuestas.

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Entre misándricas y misóginos

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¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?… Nunca sabremos si Mae West se sintió satisfecha o decepcionada después de aquel encuentro. ¿Era paquete?, ¿era una pistola? Lo que sí sabemos es que Mae era una mujer con una personalidad arrolladora; una mujer fuerte, empoderada se diría hoy, que tomaba sus propias decisiones y que hizo feminismo de su feminidad.

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Veleta

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Mujer y fútbol

Veleta, en el centro de la alineación del Vélez Club de Fútbol

Esta es la pequeña historia de una mujer que se hizo grande sin pretenderlo. Solo porque osó echarle el coraje necesario para colarse en un mundo de hombres.

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Arte de sobra

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Alineación del equipo que pugna por ganar el Mundial de la Historia del Arte.

En pie, de izquierda a derecha: Diego Velázquez (cap.), Miguel de Cervantes, Joan Miró, García Lorca, Paco de Lucía y Francisco de Goya; agachados: Luis Buñuel, Pablo Picasso, Salvador Dalí, El Greco y Antonio Gaudí.

Quizá sea más polémica que las de Luis Enrique, pero es un comienzo. El seleccionador y autor es Gradimir Smudja, pintor y dibujante serbio.

Yo habría introducido a Eduardo Chillida como portero.

Rimas de la España rota

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Ocurrió hace muchos años, aunque en circunstancias políticas que algún parecido guardan con las actuales. Presidía el Gobierno de España Joaquín Chapaprieta, un antiguo liberal que había pasado, tras la caída de la Monarquía, a la Derecha Liberal Republicana y que había sucedido a Alejandro Lerroux en septiembre de 1935, cuando estallaron varios escándalos de corrupción. Sin mayoría en la que sostenerse, dependiendo de los votos de la CEDA, con los líderes socialistas y nacionalistas catalanes en la cárcel condenados por la revolución de octubre de 1934, su Gobierno estaba destinado a desaparecer sin pena ni gloria.

Santos Juliá nos recuerda que en aquel contexto se multiplicaron los mítines de precampaña. En el frontón Urumea de Donosti, el 10 de noviembre de 1935, José Calvo Sotelo, ante la crecida exigencia del nacionalismo vasco de dotar a Euskadi de su estatuto de autonomía, ya plebiscitado pero todavía no aprobado por las Cortes, pronunció una de esas frases para la historia: “No he dado la mano a ningún diputado nacionalista porque veo en ellos la tendencia a la desmembración de España, y, entre una España rota por el separatismo y una España roja, me quedo con esta última porque el solar quedará intacto”.

El 5 de diciembre, Calvo Sotelo volvió a repetirla en el Congreso de los Diputados. A mí, afirmó, “nada de eso me importa si en definitiva había de subsistir la Patria, mientras que en una España rota, la Patria quedaría para siempre muerta”. Luego las tropas franquistas le dieron la vuelta al aforismo enarbolando la enseña “Antes rota que roja”. Y vaya si la rompieron. Tantos años después, la España rota se ha convertido en España se rompe.

La derecha española, salvo minoritarias excepciones, apoyó la dictadura de Franco, como antes sostuvo la de Primo de Rivera y, entre medias, combatió a la II República, conviene recordarlo. Después de cuarenta años de dictadura, tras la implosión de UCD, siguiendo a Fraga y a los “siete magníficos” ministros de Franco, se agrupó en torno a Alianza Popular. Pero Fraga tenía un techo, y para llegar al poder había que cambiar de marca, de líder y de planteamiento.

Así, Don Manuel alumbra las siglas PP del Partido Popular para refundar Alianza Popular y designa a su nuevo líder, José María Aznar, para alcanzar el poder en 1996, con su España se rompe, convertido en un clásico, en un mantra para la derecha española. Hasta que llegó José Montilla, president de la Generalitat, para espetarle a Aznar que el PP prefería una España rota que gobernada por los socialistas. Otra vez la España rota antes que roja.

En el caldo de cultivo del España se rompe, creado por los populares, surgió Vox para rentabilizar la hipérbole en clave abiertamente uniformizadora, recentralizadora, involucionista e incapaz de integrar en su visión del Estado el país real. Federico Jiménez Losantos lo saludó como un paso más en esa carrera: “España, ni rota, ni roja”.

Y por si a alguien le quedara alguna duda sobre la amenaza de rotura de España, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, especialista en sacar de quicio lo indesquiciable, ha afirmado recientemente que “el peligro real e inminente es que España deje de existir”. O sea, que no quedarían ni los pedazos.

Aunque España lleva rompiéndose desde la noche de los tiempos, si Calvo Sotelo pudiera verla hoy, tanto tiempo después, probablemente se sorprendería. Sin embargo, sus herederos persisten en la estrategia, aún más vieja, del miedo, cargando de plomo sus alas.

Desde el Mirador de los Poetas, en la sierra de Guadarrama, tan cerca y tan lejos del Madrid estridente que se pierde entre tanto ruido, no se ven grietas, ni cicatrices, porque es un lugar donde las rimas asonantes de la España rota se las lleva el viento.

Kintsugi

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Las rupturas son dolorosas; del tipo que sean: amorosas, sociales o políticas.

“Cuando una cuerda se rompe se puede volver a unir, pero siempre quedará un nudo”, se suele decir. A algunos nos parece más importante la tensión de la cuerda que el nudo, pero hay quien no puede dejar de fijar su atención en el punto en el que se quebró.

Leyendo Fractura, la novela de Andrés Neuman, he encontrado una metáfora que puede ayudarnos a ver las rupturas desde otro punto de vista. “Todas las cosas rotas (…) tienen algo en común. Una grieta las une a su pasado”, dice el narrador.

A continuación, Neuman explica la técnica japonesa del kintsugi: “Cuando una cerámica se rompe, los artesanos insertan polvo de oro en cada grieta, subrayando la parte por donde se quebró. Las fracturas y su reparación quedan expuestas en vez de ocultas, y pasan a ocupar un lugar central en la historia del objeto. Poner de manifiesto esa memoria lo ennoblece. Aquello que ha sufrido daños y sobrevivido puede considerarse entonces más valioso, más bello”.

El kintsugi es la metáfora que nos permite hablar del trauma que supone la quiebra, en este caso de un objeto, pero que también puede predicarse de un sujeto o de una sociedad; de las posibilidades de su reparación; y de la cicatriz, como cura y memoria indeleble de la misma fractura que la provoca. En definitiva, de la belleza que reside en la restauración.

No apreciamos la belleza en la cicatriz, la escondemos como estigma en vez de celebrarla como testimonio de una herida curada, nos dice Edurne Portela. Desechamos lo roto o lo imperfecto y no nos damos cuenta de que, tal vez, en el proceso de reparación es donde podemos encontrar la forma de mejorarnos.

En esa cerámica atravesada por el oro que sutura, podemos descubrir una nueva armonía que hace a la composición más valiosa, diferente e irrepetible.

Haz algo, Isaías

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Netanyahu entre tinieblas

Teme al hombre de un solo libro (hominem unius libri timeo), recomendó Santo Tomás de Aquino un día de los muchos que se levantó inspirado.

Por eso, entre otras cosas, debemos temer a Netanyahu, porque es uno de esos hombres de un solo libro. Con la arrogancia que le caracteriza, ha planteado la guerra de Israel contra Hamas como una forma de hacer realidad la profecía de Isaías: “Nosotros somos el pueblo de la luz y ellos son el pueblo de la oscuridad, y la luz triunfará sobre las tinieblas”. Y se ha quedado tan pancho.

Evidentemente, el primer ministro de Israel asocia el pueblo de la luz con el pueblo judío y el de la oscuridad con el pueblo palestino.

Al parecer, la línea política de Netanyahu la marca un señor del siglo VIII antes de Cristo, que, por cierto, también es profeta para el Islam.

Pero es más temible, si cabe, porque de ese único libro selecciona solo la parte que le interesa. Porque Isaías también dijo (5.20): “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!”.

La humanidad se debate entre tinieblas con Netanyahu al frente, y para que Íñigo Domínguez no sea una voz que clama en el desierto, como también dijo el profeta (Isaías 40:3), yo me sumo a su ruego cuando implora: “profeta Isaías, allá donde estés, haz algo, a ver si a ti te hacen caso”.

«El pueblo judío es un pueblo asqueroso»

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Que nadie se lance patas arriba, presto a condenarme a los infiernos. La frase está entrecomillada y su autor fue Zeev Jabotinsky (1880-1940), el líder del llamado “sionismo revisionista”. A mí nunca se me hubiera ocurrido decirlo. La sentencia terminaba así: “…, sus vecinos lo odian, y tienen razón”*. Lo realmente curioso, es que no son palabras de un antisemita sino de un sionista, es decir de un partidario del movimiento político judío que pretendía en sus orígenes la formación del Estado de Israel y, después de la proclamación de éste en 1948, de su apoyo y defensa.

En cierto sentido, toda cita constituye una mutilación del contexto del que se ha extraído, pero, por descontado, la frase recogida no deforma la opinión del autor. En todo caso, se trata de una expresión que no se contradice con su fe en una nueva forma de vivir la judeidad.

Al decir de Iñaki Iriarte, autor de un trabajo muy interesante sobre el asunto, se trataría de un sionismo que, supuestamente, habría partido de una interiorización del antisemitismo europeo, un rechazo a los judíos de carne y hueso que aspiraría a una nueva judeidad basada en la pureza y la exclusión.

El tono coincidente de algunos sionistas y antisemitas en sus caracterizaciones sobre el ser de los judíos constituye mucho más que una suerte de anecdótico “síndrome de Estocolmo”. Sionistas anteriores, coetáneos y posteriores expresaron opiniones sobre el estado moral de los judíos, por lo que la definición de Jabotinsky no es una excepción casual.

Theodor Herzl (1860-1904), exponente de mayor importancia entre los padres del sionismo, deja caer a menudo que los judíos carecen de honor y que, por ello, tienden a ser vanidosos. Los sufrimientos, añade, “nos hicieron odiosos y cambiaron nuestro carácter, que en otros tiempos había sido orgulloso y noble”. “De nuevo, la gente dirá que estoy proporcionando munición a los antisemitas. ¿Por qué? ¿Solo porque estoy admitiendo la verdad?”. Herzl trataba de conseguir que las autoridades turcas permitieran la inmigración de judíos europeos a Palestina como paso previo a la creación de un Estado judío en la zona, Estado que funcionaría como “un puesto avanzado de la civilización contra la barbarie”.

Otros como Moses Hess (1812-1875), Leo Pinsker (1821-1891) o Max Nordau (1849-1923) ofrecen significativas muestras de una retórica autocrítica. Para este último, los judíos habían caído en una terrible miseria moral, muy relacionada con su concepto de “degeneración”: “… la miseria [de los judíos] es moral. Toma la forma de daño perpetuo a la autoestima y al honor”. En su opinión, los años de marginación habían generalizado un “psicología del gueto”, que se manifestaba en la abundancia de personajes débiles y mezquinos.

Bernard Lazare (1865-1903), colaborador de Herzl durante un tiempo, en la carta en donde le comunicaba su abandono de la Organización Sionista Mundial, sentenciaba: “Nuestro pueblo está en el fango más abyecto”. La causa del antisemitismo, según Lazare, estaba en gran medida en el carácter asocial de los judíos.

Aaron David Gordon (1856-1922), ideólogo del sionismo, reprochaba amargamente la manera en que los dos mil años de exilio habían modelado el carácter de los judíos. “Somos un pueblo parasitario. No tenemos raíces en la tierra; no hay tierra bajo nuestros pies. Y somos parásitos no sólo en el sentido económico, sino también en el espíritu, en el pensamiento, en la poesía, en la literatura, y en nuestras virtudes, nuestros ideales, nuestras aspiraciones humanas más elevadas”.

Micha Joseph Berdyczewski (1865-1921), quien en 1902 cambió su apellido por el de Bin-Gurion, es otro de los autores que se refirió con llamativa dureza al estado moral de los judíos. Así, para Bin-Gurion, el liderazgo de los rabinos y la huida de la realidad, disfrazada de espiritualismo, habían convertido a los judíos en un “no-pueblo, una no-nación, unos no-hombres”.

Similar era la postura de Jacob Klatzkin (1882-1948), para quien los judíos eran un pueblo “con una exagerada cantidad de intelectualismo mundano, viviendo una existencia falsa y pervertida por medio de sustitutos de la realidad”. También la de Nachman Syrkin (1868-1924), teórico del sionismo laborista, quien afirmaba que la emigración judía a Palestina permitiría a los europeos librarse de una fuente de problemas.

A juicio de Moses Hirschel (1754-1818), el fanatismo, la intolerancia y el odio de los judíos hacia los gentiles eran la verdadera razón de su miseria. Por su parte, Lob Baruch (1786-1837), que cambia su nombre por el de Ludwig Borne, ofrece otro ejemplo de cómo un liberal filosemita podía, no obstante, expresar en ocasiones opiniones similares a las de los antisemitas, describiendo a los habitantes de los guetos y los asentamientos como vagos y poco escrupulosos con su higiene. La propia suciedad y oscuridad del gueto constituiría a su modo de ver un “símbolo de la cultura espiritual de los judíos”; y Henrich Heine (1797-1856), en una carta a su íntimo amigo Moisés Moser, lo remata escribiendo: “los judíos son aquí asquerosa ralea”.

A lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX algunos de los herederos culturales de esos judíos continuarán con esta actitud de desprecio ilustrado hacia las masas judías, en muchos testimonios que hoy suelen ser considerados una muestra de “auto-odio”.

De este modo, los autores citados, sionistas reconocidos, incorporaron sus críticas acerca del estado de postración y la decadencia moral y material en que había caído el pueblo objeto de sus desvelos, coincidiendo en sus planteamientos con los antisemitas.

El historiador Henrich von Treitschke (1834-1896) llegó a tener clara cuál era la solución: “Solo hay una forma de satisfacer nuestros deseos: la emigración, la creación de un Estado judío”. Pero los antisemitas que apoyaron el proyecto sionista de enviar a los judíos a Palestina lo hicieron con un interés estrictamente táctico y una motivación radicalmente distinta. Lo que querían era librarse de la presencia de judíos; mientras los sionistas buscaban crear un Estado judío que sirviera, precisamente, de refugio ante las violentas explosiones de antisemitismo.

En definitiva, Herzl y otros sionistas podían, ciertamente, “entender el antisemitismo”, convencidos, como estaban, de que la falta de un país y un Estado propio y los siglos encerrados en los guetos habían hecho mella en el carácter de los judíos.

Cabe preguntarse si, conseguida la creación del Estado judío, estos miembros de la Haskalah, la Ilustración judía, hubieran cambiado las opiniones expresadas anteriormente sobre su pueblo. ¿Pensarían, acaso, que el Estado judío funciona como “un puesto avanzado de la civilización contra la barbarie?”.

*La frase proviene de la autobiografía de Jabotinsky, Historia de mi vida.