Tras la victoria de Donald Trump, o la derrota de Kamala Harris, todos los analistas se centran en el comportamiento del voto latino, de cómo han votado mujeres y hombres, blancos y negros, jóvenes y mayores, o cómo influye en el voto el nivel de estudios de los votantes, para encontrar respuestas al resultado de las elecciones.
No he leído ni oído nada sobre la abstención, sobre los estadounidenses que han decidido quedarse en casa, y cómo ha afectado ello a cada uno de los candidatos.
Ocurrió hace muchos años, aunque en circunstancias políticas que algún parecido guardan con las actuales. Presidía el Gobierno de España Joaquín Chapaprieta, un antiguo liberal que había pasado, tras la caída de la Monarquía, a la Derecha Liberal Republicana y que había sucedido a Alejandro Lerroux en septiembre de 1935, cuando estallaron varios escándalos de corrupción. Sin mayoría en la que sostenerse, dependiendo de los votos de la CEDA, con los líderes socialistas y nacionalistas catalanes en la cárcel condenados por la revolución de octubre de 1934, su Gobierno estaba destinado a desaparecer sin pena ni gloria.
Santos Juliá nos recuerda que en aquel contexto se multiplicaron los mítines de precampaña. En el frontón Urumea de Donosti, el 10 de noviembre de 1935, José Calvo Sotelo, ante la crecida exigencia del nacionalismo vasco de dotar a Euskadi de su estatuto de autonomía, ya plebiscitado pero todavía no aprobado por las Cortes, pronunció una de esas frases para la historia: “No he dado la mano a ningún diputado nacionalista porque veo en ellos la tendencia a la desmembración de España, y, entre una España rota por el separatismo y una España roja, me quedo con esta última porque el solar quedará intacto”.
Que nadie se lance patas arriba, presto a condenarme a los infiernos. La frase está entrecomillada y su autor fue Zeev Jabotinsky (1880-1940), el líder del llamado “sionismo revisionista”. A mí nunca se me hubiera ocurrido decirlo. La sentencia terminaba así: “…, sus vecinos lo odian, y tienen razón”*. Lo realmente curioso, es que no son palabras de un antisemita sino de un sionista, es decir de un partidario del movimiento político judío que pretendía en sus orígenes la formación del Estado de Israel y, después de la proclamación de éste en 1948, de su apoyo y defensa.
¡Perra vida! o ¡qué vida más perra!, son exclamaciones que todavía se utilizan como sinónimo de una mala vida, llena de incomodidades y dificultades, o como lamento de la propia existencia, por parte de personas que sufren mucho. Pero son expresiones que han quedado obsoletas, porque los perros ya no viven tan mal.
Este es un ejercicio interesante a tener en cuenta por aquellos españoles que son poco amigos de la diversidad, de las autonomías, de la descentralización, y prefieren volver a la España «una, grande y libre».
Si algo ha quedado claro tras las elecciones generales del 23-J, es el fracaso de las encuestas, en algunos casos estrepitoso. De los 112 sondeos publicados que han visto mis ojos, 70 han sobreestimado la fortaleza del PP (62,5%) y 111 han subestimado la del PSOE (99,1%). No han acertado ni en los sondeos realizados “a pie de urna” durante la jornada electoral.
En el medioevo, antes de la invención de la imprenta y los oficios que de ella surgieron, como el de corrector, que se hizo un alífero espacio entre el impresor y el editor, las erratas eran atribuidas no al autor –toda autoría estaba inspirada por Dios, por descontado infalible–, y menos aún al amanuense, mero instrumento divino, sino a Tutivillus, un demonio que trabajaba en nombre de Belfegor, Lucifer o Satanás para introducir errores en el trabajo de los escribas.
El profesor Joaquín Yarza Luaces lo ha visto en una tabla de c. 1485 que se conserva en el Monasterio de las Huelgas, de Burgos, atribuida a Diego de la Cruz, en la que aparecen dos diablos sobre el manto protector de la Virgen de la Misericordia, uno de los cuales lleva un hatillo de libros a la espalda. Así que, exculpados de antemano, no cabía falta ni pecado entre los escribas. Si una palabra desaparecía o en su lugar brotaba otra, era cosa de Tutivillus.
Muchos escritores han podido comprobar, con fenomenales gazapos, que aún subsiste la rémora medieval de aquel diablillo. Pero, aunque Tutivillus es travieso e indómito, a veces, cuando parece que quiere arruinar, mejora. Esto le ocurrió a Ramón J. Sender, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX, cuando, espoleado por los apremios, escribió en solo veintitrés días su novela Mr. Witt en el Cantón (1936). La premura hizo que “docenas de trompetas” tocaran en el puerto de Cartagena un hilarante God shave the King, extraña versión del himno británico.
Cuando en el lejano Oeste, indios y vaqueros se vieron las caras, un vaquero era para un indio un rostro pálido, y para el rostro pálido, un indio era un piel roja. Más tarde, llegaron a aquella tierra los hombres de color, llamados así por los blancos, para evitar las connotaciones negativas del negro. Después lo hicieron los amarillos y la paleta de colores se fue extendiendo. En las iglesias empezaron a preguntarse “de qué color sería la piel de Dios”.
Con un lápiz de color rosa claro en su mano derecha, Angélica Dass (Río de Janeiro, 1979) recuerda que, con solo siete años, su profesora le mostró, por primera vez, “un lápiz de color carne”. “Yo estaba hecha de carne y ese no era mi color, mi piel era marrón. Aunque la gente decía que yo era negra”. Desde luego, el color rosa claro no era el color de su carne y su cabeza empezó a hacerse un lío.
El presidente chino, Xi Jinping, está en Moscú y ha sido recibido por Putin en el Kremlin.
Atención a la mesa que les separa, o les une. Casi no da para el centro de flores.
Nada que ver con la que utilizó para recibir al presidente francés Emmanuel Macron, al alemán Olaf Scholz y al secretario general de la ONU, Antonio Guterres.
Parecen mesas no friendly.
Sin embargo, la cercanía se hizo más evidente cuando recibió a Marine Le Pen y a Valentina Tereshkova.
Y por si hubiera alguna duda sobre el carácter amistoso de la mesa de Xi y la ansiada cercanía del dirigente ruso, es la misma que reunió a Putin con Aleksandr Lukashenko, Bashar al-Ássad, Jair Bolsonaro, Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel.