Vida perra

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¡Perra vida! o ¡qué vida más perra!, son exclamaciones que todavía se utilizan como sinónimo de una mala vida, llena de incomodidades y dificultades, o como lamento de la propia existencia, por parte de personas que sufren mucho. Pero son expresiones que han quedado obsoletas, porque los perros ya no viven tan mal.

Los centros comerciales habilitan secciones dedicadas en exclusiva a su alimentación y a la venta de todo tipo de accesorios y complementos para su salud y belleza. Hay hasta tiendas de repostería artesanal especializadas en dulces para perros; también clínicas caninas y peluquerías; parques exclusivos, tiendas, restaurantes, hoteles y medios de transporte ‘dog friendly’. He visto en San Fermines que les han hecho trajes para que también participen de la fiesta, y siempre les puedes comprar ropa en Lucas & Lola donde, además de sus modelos exclusivos, encontrarás las mejores marcas del mercado canino… Si las cosas no cambian, pronto habrá más establecimientos de este tipo que escuelas.

Con el titular “Más perros que niños en Gipuzkoa”, El Diario Vasco informa el 10 de julio, que “a día de hoy, en Gipuzkoa, se contabilizan 105.677 canes censados –según la estadística del REGIA, el Registro General de Identificación de Animales de la Comunidad Autónoma del País Vasco– frente a los 97.691 menores de 14 años, según datos del INE de 2022”. Y añade, “los datos no son al cien por cien completos puesto que no todos los dueños registran a su perro con microchip –como es obligatorio­–“.

¿Somos unos aventajados en esto de cambiar perros por niños? ¿es exclusivo este sorpasso? Pues no. Según el último censo de animales de ANFAAC y Veterindustria, a nivel de Estado, los datos confirman que se trata de algo más general. En España hay 9.313.098 perros registrados y, según el Instituto Nacional de Estadística, 6.672.087 niños menores de 14 años. En realidad, la diferencia es mayor porque no todos los perros están registrados y porque a este dato habría que añadir los 168.000 sin hogar, que constan en el último estudio de la Fundación Affinity ‘Él nunca lo haría 2022’. El abandono afecta al 2,6% de los perros en España. Sin embargo, el de niños que proporciona el INE es inamovible. Así que, efectivamente, la vuelta de la tortilla es compartida, y no tenemos en cuenta en esta entrada a los 5.858.649 gatos, incluidos en el censo citado.

Siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre. Hoy lo es también de la mujer. Y, en ambos casos, la relación va mucho más allá de la amistad. El perro como animal de compañía, ha devenido en compañero de piso, pareja de hecho, miembro de la familia y hasta el hijo que no se puede o quiere tener. También se adoptan y, en caso de divorcio de los dueños, el Código Civil contempla la custodia compartida, con la obligación de pagar una manutención para sus gastos.

Como confirman la consultora GFK y AEDPAC, cada vez más, nuestros jóvenes recurren a perros y gatos para completar su existencia, lo que ha hecho que en la revista Forbes se pregunten por qué los Millennials están “sustituyendo las mascotas por los bebés” (¡por Dios! qué nombre más horrible para unos animales).

Si existiera alguna teoría creíble sobre la gran sustitución, ésta sería sin duda la de los niños por los perros. ¿Por qué? Hay quien habla de “declive civilizatorio”, otros de “egoísmo”. Así, el filósofo Santiago Alba Rico, reconociendo esta tendencia a tener menos hijos, que se está produciendo en casi todo Occidente, y que parece correlativa a tener más perros (y gatos), suele comentar en sus ensayos, medio en broma medio en serio, que “uno de los síntomas de declive civilizatorio es que suele venir acompañado de una mayor preocupación por el bienestar animal. Sucedió en el Imperio Romano y parece que se está produciendo en la actualidad”.

Por su parte, el papa Francisco ha llamado “egoístas” a las parejas que no quieren tener hijos, pero que tienen perros o gatos en su lugar: “Hoy vemos una forma de egoísmo. Vemos que algunos no quieren tener hijos. A veces uno, y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugar”, mostrando así su preocupación por lo que ha denominado “invierno demográfico”, la “dramática caída de la natalidad”.

El fin de la vida perra, es consecuencia de esa mayor preocupación por el bienestar animal que, en parte, está relacionada con la preferencia de muchos de nuestros jóvenes por tener un perro o un gato, en lugar de traer un hijo a este mundo. Si esto nos sume en un declive civilizatorio, si tiene o no razón el papa Francisco, lo dejo al criterio del lector. Lo que sí tengo claro, es que habremos de tener en consideración esta circunstancia, cuando analicemos las causas del descenso demográfico, uno de los grandes problemas de la humanidad.

Generales 23-J con circunscripción única

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Este es un ejercicio interesante a tener en cuenta por aquellos españoles que son poco amigos de la diversidad, de las autonomías, de la descentralización, y prefieren volver a la España «una, grande y libre».

Así quedaría el Congreso de los Diputados si los escaños se asignaran en una circunscripción única de nivel estatal.

La porra de Txema

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Si algo ha quedado claro tras las elecciones generales del 23-J, es el fracaso de las encuestas, en algunos casos estrepitoso. De los 112 sondeos publicados que han visto mis ojos, 70 han sobreestimado la fortaleza del PP (62,5%) y 111 han subestimado la del PSOE (99,1%). No han acertado ni en los sondeos realizados “a pie de urna” durante la jornada electoral.

Se podrán argüir muchas razones para este descalabro y de todo habrá, sin duda, pero a mí me llama la atención que el error en la predicción depende mucho del medio que publica la encuesta, más aún, de su tendencia política. Así vemos, por ejemplo, que el último día permitido para publicar sondeos, seis días antes de la jornada electoral, los periódicos de la derecha hacen los siguientes pronósticos para el PP: ABC-Vocento, 152 escaños; La Razón, 153-156; El Mundo, 145-150; Ok Diario, 152; y El Debate, 150-152, entre 12 y 20 escaños más de los 136 conseguidos. Por supuesto, todos daban mayoría absoluta (176 o más) al bloque de la derecha: ABC-Vocento, 180; La Razón, 179-184; El Mundo, 171-179; Ok Diario, 181; El Español, 180; o El Debate, 181-185, cuando la suma PP+Vox se ha quedado en 169.

Sin embargo, la publicada por los medios progresistas se acerca mucho más a la realidad: El País, daba 135 para el PP (uno menos de los conseguidos); eldiario.es, 130-138; La Sexta, 134-140; en ambos casos, dentro de la horquilla. Lo mismo para el bloque de la derecha que, o no llega a la mayoría absoluta o sólo en el valor más alto de su previsión.

Para la izquierda, solo los medios progresistas llegan a pronosticar los 153 escaños conseguidos por PSOE+Sumar: eldiario.es y La Sexta, en los valores más altos de sus horquillas: 153 (clavándolo) el primero, y 150 el segundo. El País les daba 146. Los medios de la derecha se quedan muy por debajo, algunos muy lejos.

El sondeo del Institut Opinòmetre para el diario catalán Ara, que incluye en sus horquillas todos los resultados obtenidos en las urnas, con la única excepción de Vox por solo tres escaños, ha demostrado que se puede hacer mucho mejor.

Si el CIS ha acreditado un sesgo izquierdista, queda claro que gran parte de la prensa española tiene un sesgo derechista. De todas formas, hay que reconocer que la macroencuesta difundida el 5 de julio, en vísperas del inicio de la campaña electoral, la única que traduce los porcentajes a escaños, es una de las más precisas, al dar la victoria al PP con una horquilla entre 122 y 140 escaños (obtenidos 136) y al PSOE entre 115 y 135 (obtenidos 122). Para el tándem PP-Vox el pronóstico preveía entre 143 y 169 (y han conseguido 169).

Todo esto no hace sino abundar en la sospecha de manipulación de las encuestas, con la intención de crear un estado de opinión favorable a los intereses de los medios citados, ejerciendo, más que nunca, de ‘cuarto poder’. Lo que ha denunciado el líder de Vox, afirmando que “la campaña electoral la han dirigido las encuestadoras y que ha habido una gigantesca manipulación de las encuestas”, para beneficiar al PP en perjuicio de Vox, ha asegurado Abascal. En realidad, para beneficiar al PP en perjuicio de cualquier otra opción

No es de extrañar que el periodismo sea la segunda profesión peor valorada en España, justo detrás de la de juez. Según el último informe de Reuters Digital News, los medios de comunicación españoles tienen la credibilidad más baja de Europa.

Al final, tenía razón Txema, un buen amigo, cuando después de enviarme su pronóstico me dijo: olvídate de los demás sondeos, el mío es el bueno. Se ha quedado a dos escaños de los 153 conseguidos por PSOE+Sumar, y a tres de los 169 del tándem PP+Vox, clavando los 136 del PP. ¡Ah!, y como buen conocedor de la realidad navarra, dando uno a UPN, lo que no vaticinaba ninguna de las encuestas publicadas por las empresas demoscópicas.

Las 112 encuestas

God shave the king

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En el medioevo, antes de la invención de la imprenta y los oficios que de ella surgieron, como el de corrector, que se hizo un alífero espacio entre el impresor y el editor, las erratas eran atribuidas no al autor –toda autoría estaba inspirada por Dios, por descontado infalible–, y menos aún al amanuense, mero instrumento divino, sino a Tutivillus, un demonio que trabajaba en nombre de Belfegor, Lucifer o Satanás para introducir errores en el trabajo de los escribas.

El profesor Joaquín Yarza Luaces lo ha visto en una tabla de c. 1485 que se conserva en el Monasterio de las Huelgas, de Burgos, atribuida a Diego de la Cruz, en la que aparecen dos diablos sobre el manto protector de la Virgen de la Misericordia, uno de los cuales lleva un hatillo de libros a la espalda. Así que, exculpados de antemano, no cabía falta ni pecado entre los escribas. Si una palabra desaparecía o en su lugar brotaba otra, era cosa de Tutivillus.

Muchos escritores han podido comprobar, con fenomenales gazapos, que aún subsiste la rémora medieval de aquel diablillo. Pero, aunque Tutivillus es travieso e indómito, a veces, cuando parece que quiere arruinar, mejora. Esto le ocurrió a Ramón J. Sender, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX, cuando, espoleado por los apremios, escribió en solo veintitrés días su novela Mr. Witt en el Cantón (1936). La premura hizo que “docenas de trompetas” tocaran en el puerto de Cartagena un hilarante God shave the King, extraña versión del himno británico.

En el prólogo a la segunda edición, en 1968, Sender asegura que el libro se publica exactamente igual que en la primera, pero advierte al lector que hay una mínima diferencia; tan mínima que consiste en una letra menos. La letra suprimida es una hache. Sin embargo, esa insignificancia, que el autor califica de conspicua, tiene, efectivamente, su enjundia, por lo que considera necesaria una explicación. “Cuando escribí la novela yo no sabía una palabra de inglés, y al referirme al himno nacional británico –que tocaba a bordo de un barco la banda de Infantería de Marina– dije que el himno era God save the king (Dios salve al rey). Pero lo escribí mal. Puse una hache entre la s y la a, y así el fonema resultaba shave. En su conjunto la frase decía algo muy diferente y sin duda gracioso: Dios afeite al rey. La cosa parecía humorística. Cuando hacía la traducción inglesa el distinguido humanista sir Peter Chalmers Mitchell, profesor de Oxford, que había sido preceptor del rey en su infancia, me escribió diciendo que encontró el error muy divertido. No pocos bienes de la providencia les han sido deseados a los reyes y a los emperadores, pero nunca que Dios los afeite, lo que es una impertinencia inocente, infantil y metafísicamente absurda”.

Carlos III de Inglaterra, por fin va a ser coronado. Pero, antes que rey, fue príncipe de Gales durante 64 años y, esperando, esperando, le creció la barba. Probablemente, un día leyó la primera edición de Mr. Witt en el Cantón y decidió ponerlas a remojar, no fuera que, llegado el momento, Dios apareciera en Buckingham Palace o en Clarence House con la navaja de afeitar. Y colorín colorado, desde entonces luce un perfecto rasurado.

Color carne

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Cuando en el lejano Oeste, indios y vaqueros se vieron las caras, un vaquero era para un indio un rostro pálido, y para el rostro pálido, un indio era un piel roja. Más tarde, llegaron a aquella tierra los hombres de color, llamados así por los blancos, para evitar las connotaciones negativas del negro. Después lo hicieron los amarillos y la paleta de colores se fue extendiendo. En las iglesias empezaron a preguntarse “de qué color sería la piel de Dios”.

Con un lápiz de color rosa claro en su mano derecha, Angélica Dass (Río de Janeiro, 1979) recuerda que, con solo siete años, su profesora le mostró, por primera vez, “un lápiz de color carne”. “Yo estaba hecha de carne y ese no era mi color, mi piel era marrón. Aunque la gente decía que yo era negra”. Desde luego, el color rosa claro no era el color de su carne y su cabeza empezó a hacerse un lío.

Nacida en “una familia muy colorida”, siempre había vivido la diversidad cromática con naturalidad. “Mi padre era el hijo de una niñera, de una sirvienta, de quien heredó un intenso color chocolate. Fue adoptado por aquellos que yo conozco como mis abuelos. La matriarca, mi abuela, tiene la piel de porcelana y el pelo de algodón. Mi abuelo era algo entre yogur de vainilla y fresa, como mi tío y mi primo. Mi madre es hija de una indígena brasileña que tiene un tono entre avellana y miel. Ella tenía otras dos hijas, una como un cacahuete, y la otra un poco más beige, como una tortita. Así que, creciendo en esta familia, el color nunca fue importante para mí”. Pero fuera de casa, era otra cosa.

Pronto tomó conciencia de que el color de la piel, la cultura o la nacionalidad, eran elementos capaces de levantar muros entre las personas. Para colmo –sigue–, “años después, me casé con un español que se sonroja con mucha facilidad, de esos que cuando están cinco minutos al sol se ponen rojos como una gamba. Empecé a preguntarme: ¿de qué color va a ser tu hijo? Obviamente, no era importante para mí, pero parecía que era muy importante para los demás. Así que pensé en utilizar mi oficio, que era la fotografía, para encontrar una respuesta. Las primeras fotos fueron mías y de mi marido. Pensé que el color iba estar entre esos dos. Después, seguí haciendo fotos a mi familia, como investigando mi propio origen, y comprobé que había muchos rosas, pero que también formaban parte de lo que era mi vida”.

A Angélica se le hacía difícil entender cómo aquellas diferencias en el tono de la piel podían convertirse en grandes conceptos y estereotipos erróneos que asocian los colores al viejo concepto de raza, porque –advierte– “siempre he pensado que el mayor tesoro de la especie humana es su diversidad”.

Con esta idea, decidió dar un paso al frente y creó Humanae, un proyecto fotográfico que utiliza el retrato para acercar a personas de todo el planeta. Ha recorrido más de treinta países alrededor del mundo, haciendo cuatro mil retratos de cuatro mil voluntarios, entre los que hay gentes de toda condición y en circunstancias de todo tipo, asegura. “Desde alguien incluido en la lista de Forbes, hasta refugiados que cruzaron el mar Mediterráneo en barco. Estudiantes de escuelas suizas y también de las favelas de Río de Janeiro. En París, en la sede de la UNESCO, o en un albergue. Todo tipo de capacidades, de creencias e identidades de género. Desde un recién nacido a un enfermo terminal, todos juntos construyen Humanae… ofreciendo una representación global de todos los tonos de piel existentes”.

Angélica Dass plasma cada retrato sobre un fondo blanco. Luego selecciona una muestra de once por once píxeles de la cara, a la altura de la nariz, la asocia con un código validado por Pantone, da ese color al fondo del retrato y al retrato el nombre de la paleta de colores. “Mi color carne –explica–, es el 7522C, y cada retrato tiene el suyo. Utilizo esta paleta, porque sé el número del color blanco y el número del color negro y, en este proyecto, que tiene cuatro mil retratos, no he encontrado ningún ser humano que sea blanco o negro.” Además –añade–, “en estas fotos, no sabes quién es pobre, quién es rico, quién es migrante o no, la nacionalidad de nadie, la opción sexual. Lo que sabes, es lo que yo intento enseñar, que primero somos humanos y después viene todo lo demás”.

El proyecto Humanae, aclamado internacionalmente y avalado por instituciones como la ONU y el Foro Económico Mundial, es, en definitiva, una colección de retratos que revelan la belleza diversa de los colores humanos, con la que Angélica Dass desafía la forma en que pensamos sobre el color de la piel y la identidad étnica. Se ha convertido, además, en un referente para miles de escuelas en todo el mundo, porque ese es, también, uno de sus objetivos: posicionar la diversidad como un valor en el proceso educativo.

“Utilizo la fotografía –dice–, como un pretexto para conversar sobre diversidad”. Pretende de esta manera que reflexionemos sobre el color de la piel, para deshacer falsas etiquetas como las de blancos, negros o amarillos, asociadas a la raza, ofreciendo para ello un universo de colores. “Esos retratos –sostiene– hacen que nos repensemos lo que somos como seres humanos”.

En última instancia, Angélica Dass se ha propuesto desactivar cualquier pretensión de clasificar la humanidad en función de la raza. “Si el concepto de raza es una construcción social –concluye–, eso significa que podemos deconstruirlo”. Y parece que no le falta razón, porque las razas no existen, ni biológicamente ni científicamente. Nuestro origen común, pertenece al mismo repertorio genético y las variaciones que podemos constatar no son el resultado de genes diferentes. Si de “razas” se tratara, hay una sola “raza”: la humana, asegura José Marín González, Doctor en Antropología de la Universidad La Sorbonne de París.

Se trata de un proyecto ambicioso de la artista, que lucha contra la discriminación racial y los estereotipos vinculados al color de piel y que apuesta por cambiar mentalidades.

Que tengas suerte Angélica

Las mesas de Putin

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El presidente chino, Xi Jinping, está en Moscú y ha sido recibido por Putin en el Kremlin.

Atención a la mesa que les separa, o les une. Casi no da para el centro de flores.

Nada que ver con la que utilizó para recibir al presidente francés Emmanuel Macron, al alemán Olaf Scholz y al secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

Parecen mesas no friendly.

Sin embargo, la cercanía se hizo más evidente cuando recibió a Marine Le Pen y a Valentina Tereshkova.

Y por si hubiera alguna duda sobre el carácter amistoso de la mesa de Xi y la ansiada cercanía del dirigente ruso, es la misma que reunió a Putin con Aleksandr Lukashenko, Bashar al-Ássad, Jair Bolsonaro, Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel.

¡Ay, si las mesas hablaran!

Al pan, pan; y al vino, vino

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Cada vez que vuelvo a puerto, tengo la impresión de que la gente habla más raro.

Si Blas de Lezo, al que llamaban “mediohombre” por haber perdido en combate una pierna, un brazo y un ojo, desembarcara con nosotros, hoy no sería un cojo, manco y tuerto, ni siquiera un lisiado, sino un discapacitado, o pluridiscapacitado en el mejor de los casos. Y si pudo llegar a coquetear con la locura, sería una persona con un trastorno mental severo. Ya no hay paralíticos, ni cojos, ni ciegos, ni sordos, todos tienen una discapacidad visual, auditiva, física o motora.

He llegado a oír que un futbolista pequeño es un jugador con el centro de gravedad bajo y a leer que un vago es un estudiante con bajo rendimiento académico. Los presos son internos y los ancianos personas mayores o de la tercera edad.

Hace tiempo que los negros dejaron de serlo para ser “de color”. Ahora, a nadie le chirría el oído oír hablar de afroamericanos; y los moros de la morería, son magrebíes o norteafricanos.

Ya no hay cocineros, todos son restauradores o chefs; ni peluqueros, ni porteros, que ejercen como estilistas y conserjes. Los dentistas son ondontólogos o estomatólogos y los callistas pedicuros. Barrenderos y jardineros opositan como técnicos de limpieza viaria o de parques y jardines. Y las putas… las putas son trabajadoras sexuales.

La gente ya no folla o hace el amor, ahora tienen o practican sexo, como si fuera un deporte. A los pobres les llaman desfavorecidos. Los muertos pierden la vida y hasta mentir es faltar a la verdad.

Y hablando de mentir, en los mentideros económicos flexibilidad equivale a barra libre a la hora de contratar o despedir; reformas a recortes y reajuste laboral o regulación de empleo a despido. La bajada de sueldos se ha presentado como devaluación competitiva de salarios. Y la emigración forzosa de jóvenes en paro, como movilidad exterior; Fátima Báñez dixit. Por no hablar del despido en diferido de Bárcenas tras su actividad extracontable sin carácter finalista, creación sublime de Dolores de Cospedal.

La regularización tributaria especial de Montoro era una amnistía fiscal para los defraudadores. El desabastecimiento producido por una huelga de transporte es una rotura de stock. Inyectar liquidez a la banca es trasvasar dinero público a empresas privadas y cuando la economía entra en recesión… experimenta un crecimiento negativo (contradictio in terminis).

Las separaciones matrimoniales se visten de seda. Cuando anunciaron la suya Jaime de Marichalar y la infanta Elena fue un “cese temporal de convivencia” y una “interrupción de su relación matrimonial” cuando les llegó el turno a Iñaki Urdangarin y Cristina de Borbón.

El cabeza de familia ahora es el sustentador principal. Ya no hay amas de casa sino responsables de las compras habituales del hogar y los minipisos son soluciones habitacionales imaginativas.

Las tendencias políticas son sensibilidades, la geometría variable es el resultado de la debilidad parlamentaria y las perversiones sexuales de los curas aparecen en los documentos oficiales de la Iglesia como contactos inapropiados.

Al negocio derivado del seguimiento informático de nuestros gustos y aficiones le llaman plusvalía del comportamiento y al sistema de espionaje que lo fundamenta, capitalismo de la vigilancia.

Los odiosos daños colaterales refieren siempre a la muerte de civiles inocentes. Las devoluciones de menores a Marruecos son retornos asistidos. La presencia de inmigrantes iraquíes en la frontera entre Polonia y Bielorrusia es una agresión híbrida. Y la guerra de Ucrania, una operación militar especial.

La última es la de los personajes de Dahl. Ya no hay feos, ni calvos, ni locos, y los gordos son enormes. Y por si no fuera suficientemente ridículo llamar a los gatos y a los perros, mascotas, he oído que los de la Guardia Civil son agentes caninos.

¡Ene bada! Nunca tantas palabras dijeron tan poco… o tanto. Si como ha dicho Luis Rojas-Marcos somos lo que hablamos, qué somos. Una sociedad pacata, hipócrita, remilgada y mojigata, tonta de capirote, por no decir otra cosa, que vive una realidad innombrable.

Los eufemismos, decía Orwell, son como la tinta que utiliza el pulpo para ocultarse, palabras que caen sobre los hechos como nieve blanda, difuminan los contornos y sepultan todos los detalles.

Yo me vuelvo a la mar. En mi galeón, hablamos siempre con respeto, por más que la realidad sea dura y, en ocasiones, hasta cruel, pero llamamos al pan, pan, y al vino, vino. No nos engañamos y nos entendemos mucho mejor.

Feijoo en la Edad de la Ignorancia

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Si como ha dejado escrito Luis Rojas-Marcos somos lo que hablamos, desde que Alberto Núñez Feijoo ha empezado a soltarse se le están viendo las costuras… y hasta el plumero.

Llegó a la presidencia del Partido Popular con la vitola de líder moderado, decidido a hacer prevalecer la verdad sobre la mentira y cada vez que se le ha presentado la ocasión se ha esforzado en dejarlo claro. Así nos ha regalado los oídos con perlas como estas:

“Aunque la moderación no está de moda, estoy convencido que la moda del futuro es la moderación. Y aunque la moderación a veces puede ser aburrida, es mucho más aburrida la falta de moderación” (4-10-2022)

“Las cosas que duran mucho tiempo son las cosas que merecen la verdad. La verdad y la mentira es aquello en lo que merece la pena dedicar una vida. ¿Para qué? –y lo aclara–. Para que la verdad venza a la mentira y no la mentira venza a la verdad” (10-06-2022)

Quienes creían que Rajoy y sus laberintos dialécticos eran insuperables se equivocaban.

Por si no había quedado claro, en la clausura de la II Mesa de Debate “Los Valores Constitucionales en la España del siglo XXI”, Feijoo ha vuelto a insistir:

“Cuando la mentira se instala y vence a la verdad, automáticamente la decadencia abrirá un periodo lamentable de nuestra historia. Pero estoy convencido que el pueblo español siempre siempre, cuando se pone en peligro la verdad, siempre siempre, abandona la mentira y se mete en los caminos de la verdad, que, en este caso, en el ámbito político, la verdad tiene un texto: la Constitución española de 1978” (28-11-2022). Qué ironía.

Hace unas semanas patinó Feijóo al comparar la situación política española con aquella distopía totalitaria que escribió Orwell “allá por el año 84”. En su discurso, en el Foro Global Youth Leadership, en el Palacio de la Magdalena, en Santander, amén de la comparación, confundió el título de la novela con la fecha de creación:

“La mentira o la posverdad nos esclaviza. Y, de hecho, podemos situar el nacimiento de la posverdad en aquella distopía escrita por Orwell, allá por el año 84, que, como saben, describe un régimen totalitario, con todo eso, con toda su crudeza. Si vamos a la obra de Orwell acreditamos lo que es un régimen totalitario”.

Aunque solo han pasado ocho meses desde que fue proclamado presidente, allá por el 2 de abril, el collar empieza a pesar. Claro que, quien se postula para sucederle al frente del partido, tiene ya varios, para alternar. Una de sus últimas perlas nos la ofreció al recibir, el 13 de septiembre del año pasado, el premio La llama de la libertad, del Instituto Bruno Leoni de Milán. Ayuso, que ejerce de madrileña allá donde va, dijo, sin pestañear:

“Madrid es una región única en el mundo. Créanme, está llena de madrileños” (sic).
Literalmente. Quienes le escuchaban quedaron estupefactos. ¡Qué nivel!

En plena Edad de la Ignorancia, cualquier ignorante podría hacerlo mejor. ¿Cómo es posible? ¿Qué está pasando? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Vargas Llosa, el que recomienda a los ciudadanos “votar bien”, ha comparado a Ayuso con Ronald Reagan: “Cuando habla –ha dicho–, tiene un instinto que me recuerda al presidente de EEUU”. Y me da la impresión de que por ahí van los tiros, porque Reagan ha pasado a la historia como el presidente más ignorante de EEUU, al menos hasta su mandato.

En un trabajo reciente, titulado precisamente Profiles in Ignorance: How America’s Politicians Got Dumb and Dumber (2022) (Perfiles en la Ignorancia: Cómo los políticos estadounidenses se volvieron tontos y más tontos), el colaborador de The New Yorker Andy Borowitz ha estudiado el asunto en las dependencias del Faro de Occidente, estableciendo tres fases en el progreso hacia la imbecilidad en la vida pública de Estados Unidos.

En la primera, que llama del ridículo, los políticos ignorantes hacen todo lo posible por fingir que son inteligentes, aunque se les pudiera ver la parte de atrás de la cabeza al mirarles a los ojos. La ignorancia desata el ridículo y los políticos y sus asesores se esfuerzan por disimularla. Empieza con la llegada a la presidencia de Ronald Reagan quien, según el autor, marca el triunfo de la estupidez en la vida pública de Estados Unidos. Un compañero suyo de California que le conocía bien dijo: “Podrías caminar a través de los pensamientos más profundos de Ronald Reagan y no mojarte los tobillos”.

A la vuelta de una gira por Centro y Sur América un reportero preguntó al presidente si la gira le había hecho cambiar su punto de vista sobre América Latina y Reagan le contestó: “Aprendí mucho… Te sorprenderías. Cada país es distinto”. De sus collares de perlas destaca la afirmación de que los árboles mataban a las personas con la contaminación: “Córtame antes de que vuelva a matar”, rezaban los letreros de algunos árboles en los campus durante la campaña presidencial de 1980.

La segunda fase de degeneración intelectual es la de la aceptación. Los políticos ya no tienen que fingir que son inteligentes. La ignorancia deja de ser un obstáculo en una carrera política y se acepta con toda naturalidad, con indulgencia, como una prueba de campechanía. Es la de George Bush hijo, el del trío de las Azores con Blair y Aznar, quien convirtió su ignorancia en un mérito para atraer a muchas personas a las que la pobreza y la injusticia les habían privado de las ventajas de la educación.

“Cada vez más, nuestras importaciones provienen del extranjero” señaló, dando pruebas de que sabía manejar la economía. En vísperas de la invasión de Irak, quedó muy intrigado cuando unos asesores intentaban explicarle la diferencia entre suníes y chiíes: “Yo pensaba que en ese país eran musulmanes”, les dijo.

La presidencia de Donald Trump nos sitúa en la tercera fase, la de la celebración, en la que la ignorancia ya no se disimula, se muestra sin pudor, sin complejos, como se dice por aquí. Ahora es un mérito, una señal de orgullo, un desafío contra los enterados, contra los tediosos y avinagrados expertos. Trump, que se calificó a sí mismo como “el supergenio de todos los tiempos”, recomendó tomar desinfectante para curar el covid. Nada más ser elegido, desconcertado por el número de dirigentes extranjeros que le llamaban para felicitarle, llegó a confesar: “No tenía idea de que hubiera tantos países en el mundo”. En otro momento de gloria llegó a asegurar que el papel de la aviación había sido decisivo en la Guerra de Independencia americana.

En esta fase, la ignorancia pasa a la ofensiva y se convierte en una negación descarada de la realidad, en un despliegue de fantasías delirantes dice Antonio Muñoz Molina, que provocarían la risa si no fuera porque nos llevan directamente hacia el precipicio. Marjorie Taylor Green, diputada por Georgia desde 2020, afirma no solo que la elección de Joe Biden fue fraudulenta, como muchos de sus compañeros de partido, sino también que los terribles incendios de estos últimos años en California no tienen que ver con el cambio climático, ya que están causados por rayos láser lanzados desde el espacio exterior y financiados por los judíos.

¡Ene bada!

En fin. Dos cosas quedan claras. Que, en la Edad de la Ignorancia, cualquiera puede ser presidente… o candidato; y, por si a alguien le quedaba alguna duda, que la luz mortecina del Faro de Occidente no es una buena guía para evitar el naufragio.

Confusión

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En un curso sobre estrategias de marketing, hace unos cuantos años, el profesor insistía en que los mensajes debían ser claros y precisos, que no debían admitir interpretaciones, para ser comprendidos correctamente y evitar frustraciones.

Para reforzar la idea, la ilustró con el famoso chiste de Eugenio que decía: “Nativa enseña el búlgaro. Nano, llamé… y resulta que era un idioma!” El frustrado amigo del Nano, a pesar de la brevedad del anuncio, de la concisión, había entendido otra cosa.

Después de la reacción inevitable de los asistentes, el profesor siguió a lo suyo. Lo que debíamos evitar, siempre, era el lenguaje artificioso y, por supuesto, nunca liarnos con tecnicismos.

Stephen Hawking no nos había acompañado en aquel curso y claro, le pasó lo que le pasó cuando en plena campaña electoral se pronunció en contra del candidato republicano Donald Trump. Hawking, acostumbrado a enfrentarse a materias y asuntos tan enigmáticos como los agujeros negros, señaló que aquel misterio político superaba su capacidad de comprensión, y añadió: “Trump es un demagogo, que apela al más bajo común denominador posible”.

Las declaraciones de Hawking, considerado una de las autoridades intelectuales más relevantes del mundo, generaron todo tipo de reacciones. Los seguidores de Trump lo hicieron con animadversión hacia el científico, pero no tanto porque estuviera en contra del millonario convertido en político, sino porque se sintieron frustrados al no lograr entender algunas de las palabras que utilizó el físico. Como cuenta Andy Borowitz, poco después de que la noticia irrumpiera en los medios, Google registró un aumento en el número de búsquedas de las palabras “demagogo” y “denominador”, que habían sido utilizadas por Hawking, según el equipo de campaña de Trump, con “el fin de confundir” al electorado.

Queriendo aclarar cualquier tipo de confusión y enviar un mensaje inteligible para disuadir a los fanáticos, Hawking replicó con un simple: “Trump, malo. Hombre, muy malo”.

Tonto el que lo lea

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Algunos decían que no tenía un pelo de tonto, otros que parecía tonto de remate. Había incluso quien, cariñosamente, le llamaba campanas por ser tan tontín. Al final, acertaron los primeros. Durante y después de su reinado, hizo de su capa un sayo. Sin embargo, cuando atracaba con el Bribón en el muelle de Sanxenxo, los tontos de remate aplaudían a rabiar.

Antes de regresar a su refugio árabe, casi se cruza con el emir de Qatar, régimen autoritario y rico en gas natural, que llegó al foro madrileño con la primera de sus tres esposas, desparramando miles de millones de euros por la alfombra roja. No se recuerda un recibimiento con mayores honores desde la visita de Eva Perón en la España de la posguerra y el hambre. Reñido con los derechos humanos, retorna a su ínsula Barataria con la Llave de Oro de la Villa de Madrid, el Collar de la Orden de Isabel la Católica y las medallas del Congreso de los Diputados y el Senado…. y los tontos de remate aplaudiendo a rabiar.

A todo el mundo, menos al emérito, le ha dado por pedir perdón: por la conquista de América, por el Holocausto y hasta por los horrores de la Santa Inquisición. Tampoco lo pide el director del Banco de España, que no tiene un pelo de tonto, por haber dicho que la subida del SMI generaría más paro, cuando, por primera vez en la historia, España rebasa la cifra de los 20 millones de afiliados a la Seguridad Social, medio millón más que antes de la pandemia, y el paro cae al nivel más bajo desde 2008. Ahora, prefiere hablar del gasto en pensiones y de la inconveniencia de su revalorización con el IPC que del récord de 57.797 millones de euros de beneficio neto de las empresas del Ibex 35… y los tontos de remate siguen aplaudiendo a rabiar.

Cuando los murciélagos desplegaron sus alas negras en el lejano oriente para confinarnos con sus vuelos rasantes, levantando olas de contagios y de muerte, y los científicos trabajaban sin descanso para encontrar remedio al desastre, el presidente de la Universidad Católica de Murcia se descolgó asegurando que había una conspiración mundial en la que participaban Bill Gates y George Soros, como “esclavos y servidores de Satanás”, para implantar “chis” en las vacunas y controlar a la humanidad, y que los culpables del coronavirus eran “las fuerzas oscuras del mal”… y los tontos de remate aplaudían a rabiar.

La Santa patrona de los bares y reina de Ayusolandia, dice que España tiene “dos milenios” de historia –quedándose más cerca de los 3.000 años de Esperanza Aguirre que de los más de 500 de Rajoy–, que los Reyes Católicos consiguieron la “unidad nacional”, que “no todos somos iguales ante la ley”, que “el rey don Juan Carlos no es como usted, ni muchísimo menos”, que la agenda de Cataluña, es la agenda de ETA… en fin, que la libertad es hacer lo que te da la gana. Y lo dice sin despeinarse. Ahora, lidera la campaña de bajada de impuestos que solo beneficia a quienes tienen “posibles”… y los tontos de remate siguen aplaudiendo a rabiar.

Cuando los tambores de guerra nos estallan en las narices, la inflación se dispara y el precio de la electricidad se pierde entre las nubes, sale a la palestra el presidente de Iberdrola, ejecutivo con un salario de 13 millones de euros, para llamar tontos a los consumidores por mantenerse en la tarifa regulada, a la que están acogidos 11 millones de hogares españoles, y no haber pasado al mercado libre.

Otro que tampoco tiene un pelo de tonto y que, para más señas, es premio Nobel de las Letras, nos dice que “hay que votar bien”, y lo hace después de pedir el voto para la hija de Chinochet en el Perú. Y así vemos a mujeres votando a candidatos misóginos, a inmigrantes votando a xenófobos, a homosexuales a homófobos, y a millones de ciudadanos en todo el mundo aplaudiendo a Trumps y Putines, Bolsonaros y Le Penes, Orbanes y Erdoganes, Fujimoris y Dutertes, Melonis y melones o Abascales. Todos votando bien.

Y no sigo cosiendo botones de muestra por no parecer exhaustivo.

Tontos tiene que haber. Siempre los ha habido. Decía Pérez-Reverte que un tonto evidente, lustroso, pata negra, bien cebado, de esos que da gloria verlos, decora el paisaje, sobre todo si, como ocurre a menudo, no tiene conciencia de lo tonto que es. Hoy son legión. Ya es muy difícil distinguir quién es el tonto del pueblo, y lo peor es que se multiplican como conejos, lo que empieza a convertirse en un problema serio, porque los tontos son como las escopetas: las carga el diablo. Juntas a un malvado con mil tontos y tienes en el acto mil y un malvados.

Así que, si alguien ha llegado hasta aquí, a pesar de la advertencia inicial, apuntada en el título, y se ha visto retratado entre los que aplauden a rabiar, sépase que se hace con ese destino, como cantaba Silvio, porque dan vida a los que no tienen un pelo de tontos y porque en sus manos queda gran parte de nuestro presente y de nuestro futuro.

¡¡¡País!!!

¡Ah!, cuando hablo de tontos, incluyo también a las tontas, que haberlas haylas, no se vaya a sentir alguna excluida.