Entre misándricas y misóginos

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¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?… Nunca sabremos si Mae West se sintió satisfecha o decepcionada después de aquel encuentro. ¿Era paquete?, ¿era una pistola? Lo que sí sabemos es que Mae era una mujer con una personalidad arrolladora; una mujer fuerte, empoderada se diría hoy, que tomaba sus propias decisiones y que hizo feminismo de su feminidad.

Veinteañeros en la década de 1920, eran conscientes de que el mundo tal y como lo conocían se estaba acabando, lo que significaba que otro iba a ocupar su lugar y que sería necesario entenderlo. En una época de eclosión feminista, los jóvenes de la llamada “generación perdida” creían en un futuro mejor, en la igualdad; eran de un optimismo desenfrenado, a diferencia de los veinteañeros de hoy, la “generación Z”, atravesados por un pesimismo existencial.

La última encuesta de 40dB para EL PAÍS y la SER, Radiografía intergeneracional de la desigualdad de género, publicada el Día Internacional de la Mujer, muestra la enorme distancia que separa a mujeres y hombres de 18 a 26 años, la generación Z, en torno a la igualdad. Ellos son, entre todas las generaciones, los más machistas, y ellas, las más feministas.

Probablemente hoy, la veinteañera Mae West pensaría que el muchacho de la pistola, o lo que fuera, era un repugnante machista de esos que van por la vida marcando paquete. El del bulto, quizás, que Mae era una feminista empoderada de esas con las que no se puede ir ni a la vuelta de la esquina.

Algo estamos haciendo muy mal. Sabemos que la polarización es el vicio de nuestro tiempo, pero tiene que haber una explicación a este desaguisado. Se ha escrito que en los locos años veinte de la “generación perdida” España progresaba “a marchas forzadas”, ¿no nos estará pasando algo similar?

Y la cosa no queda aquí. Una de las exponentes del feminismo actual, Pauline Harmange, que ha creado escuela, escribía en verano de 2020 un ensayo con el contundente título de “Hombres, los odio” (Editorial Paidós). Un éxito de ventas que pone sobre la mesa una propuesta polémica: ¿Toca tirar de misandria –aversión a los varones (RAE)– contra la misoginia –aversión a las mujeres (RAE)– del sistema patriarcal?

Ella misma se respondía a continuación: “La misandria es una forma de defenderse frente a esa misoginia permanente, una forma de protegerse de ella y de sus ataques diarios”. Desde el otro extremo, se ha llegado a acuñar el término ‘feminazi’ para señalar a feministas como ella, a quienes se acusa de odiar a los hombres.

Si los jóvenes son el futuro, hoy volvemos a ver fantasmas en el horizonte.

Veleta

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Mujer y fútbol

Veleta, en el centro de la alineación del Vélez Club de Fútbol

Esta es la pequeña historia de una mujer que se hizo grande sin pretenderlo. Solo porque osó echarle el coraje necesario para colarse en un mundo de hombres.

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Arte de sobra

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Alineación del equipo que pugna por ganar el Mundial de la Historia del Arte.

En pie, de izquierda a derecha: Diego Velázquez (cap.), Miguel de Cervantes, Joan Miró, García Lorca, Paco de Lucía y Francisco de Goya; agachados: Luis Buñuel, Pablo Picasso, Salvador Dalí, El Greco y Antonio Gaudí.

Quizá sea más polémica que las de Luis Enrique, pero es un comienzo. El seleccionador y autor es Gradimir Smudja, pintor y dibujante serbio.

Yo habría introducido a Eduardo Chillida como portero.

Kintsugi

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Las rupturas son dolorosas; del tipo que sean: amorosas, sociales o políticas.

“Cuando una cuerda se rompe se puede volver a unir, pero siempre quedará un nudo”, se suele decir. A algunos nos parece más importante la tensión de la cuerda que el nudo, pero hay quien no puede dejar de fijar su atención en el punto en el que se quebró.

Leyendo Fractura, la novela de Andrés Neuman, he encontrado una metáfora que puede ayudarnos a ver las rupturas desde otro punto de vista. “Todas las cosas rotas (…) tienen algo en común. Una grieta las une a su pasado”, dice el narrador.

A continuación, Neuman explica la técnica japonesa del kintsugi: “Cuando una cerámica se rompe, los artesanos insertan polvo de oro en cada grieta, subrayando la parte por donde se quebró. Las fracturas y su reparación quedan expuestas en vez de ocultas, y pasan a ocupar un lugar central en la historia del objeto. Poner de manifiesto esa memoria lo ennoblece. Aquello que ha sufrido daños y sobrevivido puede considerarse entonces más valioso, más bello”.

El kintsugi es la metáfora que nos permite hablar del trauma que supone la quiebra, en este caso de un objeto, pero que también puede predicarse de un sujeto o de una sociedad; de las posibilidades de su reparación; y de la cicatriz, como cura y memoria indeleble de la misma fractura que la provoca. En definitiva, de la belleza que reside en la restauración.

No apreciamos la belleza en la cicatriz, la escondemos como estigma en vez de celebrarla como testimonio de una herida curada, nos dice Edurne Portela. Desechamos lo roto o lo imperfecto y no nos damos cuenta de que, tal vez, en el proceso de reparación es donde podemos encontrar la forma de mejorarnos.

En esa cerámica atravesada por el oro que sutura, podemos descubrir una nueva armonía que hace a la composición más valiosa, diferente e irrepetible.

Gilda… salada, verde y un poco picante

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Hemos comido en el Illarra. Una vez sentados a la mesa, nos han obsequiado con un aperitivo presentado como una evolución de la Gilda, “el típico pintxo donostiarra”, y me he acordado de un vídeo promocional de Bilbao que me pasó un amigo, en el que el cicerone bilbaino hacía un recorrido por la ciudad con una invitada y le llevaba a un bar para que catara una Gilda, “el típico pintxo de Bilbao”, decía. ¡Por Dios!

He indagado un poco sobre el asunto, y he visto que no es una excepción. Por esos pagos, la Gilda también es considerada como un “clásico de Bilbao” y “emblema del ‘botxo’”. Hasta se ha incluido en el Diccionario de palabras de Bilbao. “Gilda: Es quizá el pintxo bilbaíno más fácil de preparar. Este pintxo fue inventado hace muchas décadas para ayudar a los txikiteros con sus rondas por el Casco Viejo, y evitar que los efectos del alcohol pudiesen perjudicarles”.

¿Quién tiene razón? ¿Es el típico pintxo donostiarra, o de Bilbao? Esta, y no otra, es la verdadera historia de la Gilda.

Para conocer su verdadero origen, tenemos que remontarnos a la década de los cuarenta del siglo pasado. En 1942, Blas Vallés, un vinatero y bodeguero navarro de Olite, decide trasladarse a Donostia con su hermano Antxon, para dar aire a su negocio. Alquila un local en la calle Isabel la Católica –hoy Reyes Católicos–, en el mismo lugar donde se encuentra el bar en la actualidad, y abre un despacho de venta de vino, que él mismo produce y trae desde Olite en barricas.

En poco tiempo, el local se iba animando y en 1946 obtuvo la licencia de taberna, a la vez que seguía vendiendo vino a granel. Se empezó a hacer popular el porrón y para acompañar al vino, Blas Vallés sacaba unas veces guindillas, otras aceitunas e incluso otras, anchoas. Como muchos de los aperitivos y recetas, la Gilda fue descubierta por casualidad. Las anchoas, las aceitunas y las guindillas o piparras estaban en la barra, sólo hacía falta un palillo y alguien a quien se le ocurriera insertar todo junto para llevárselo a la boca.

Y fue Joaquín Aramburu, uno de los clientes, conocido en el barrio como Txepetxa, quien tuvo la feliz idea. Empezó a combinar la guindilla con la aceituna y la anchoa y las ensartaba en un palillo para acompañar a su vino. Gustó tanto a los amigos y tabernícolas de Casa Vallés, que pronto se hizo popular. Había nacido un nuevo bocado, un nuevo pintxo, a espaldas del Buen Pastor. Solo faltaba ponerle un nombre al ingenio del bueno de Txepetxa.

Por aquel entonces, Rita Hayworth, que arrasaba en la pantalla grande, llegaba a Donosti para asistir al Festival Internacional de Cine y el revuelo que levantó en la ciudad la diva de Hollywood fue de órdago. En 1946, la pelirroja había estrenado Gilda, el personaje que le convirtió en mito erótico para toda una generación. La cinta, que llegó a los cines de Madrid en diciembre de 1947 y luego se exhibió en Donosti, fue considerada “gravemente peligrosa” por la Conferencia Episcopal española, una involuntaria campaña de marketing que la convirtió en la película que todo el mundo quería ver. El erotismo contenido de aquel destape de guante mientras cantaba Put the blame on Mame le había marcado, para siempre.

Los parroquianos de Casa Vallés, pronto repararon en que la combinación de sabores y colores de la banderilla de Txepetxa se identificaba con la imagen que proyectaba la pelirroja del cine de la que hablaba todo el mundo aquellos días. También era salada, verde y un poco picante. Habían encontrado el nombre para su pintxo. Desde entonces, y para siempre, sería Gilda.

Sorprendidas, las invitadas del cicerone bilbaino se preguntarán, ¿pero entonces, las gildas no son de Bilbao? Pues no. En el botxo también se hacen paellas… y sushi, y a ningún botxero se le ocurre decir que son platos típicos de Bilbao.

Anatomía simbólica del billete de un dólar

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Cuando has hecho el ejercicio de familiarizarte con la iconografía masónica y tienes delante de tus ojos un billete de un dólar estadounidense, no puede dejar de llamarte la atención la proliferación de símbolos que pudieran tener un sustrato común con la moderna masonería.

El término masón proviene del francés “maçon”, “propiamente albañil” según la RAE, y nos remite a la hermandad de constructores de catedrales medievales, cuyos ritos dieron origen a esa sociedad secreta, o discreta, que ha utilizado a lo largo de su historia, como medio de comunicación de sus ideas, un complejo repertorio de símbolos y alegorías, algunos de los cuales se pueden ver en las dos caras del Gran Sello de los Estados Unidos de América, representadas en el reverso del billete verde.

La tradición afirma que la antigua masonería se inició en Egipto, entre los maestros y arquitectos que dirigían la construcción de las grandes pirámides. Para los masones, la pirámide es el símbolo de la construcción, la obra del hombre que lo acerca a Dios. Proclaman la existencia de un principio creador, al que rinden culto, con el nombre de Gran Arquitecto del Universo (GADU), en su misión redentora de terminar una obra inacabada, perfectamente visualizada en la pirámide truncada representada en la parte izquierda del billete.

Es sabido que el triángulo, o letra Delta mayúscula, es la forma preferida por la masonería, uno de sus símbolos más característicos. Sobre la pirámide hay dibujado un Delta luminoso, en cuyo interior está representado el Ojo que todo lo ve, una fuerza divina superior que observa a los hombres desde un plano supraterrenal, simbolizando la omnisciencia de Dios, por lo que también es llamado Ojo de la Providencia, recordando el Ojo de Horus de la mitología egipcia.

El lenguaje numérico es otro de los recursos empleados en la confección del billete verde. Destaca, sobre todo, la utilización del número 13. En contra de la mala fama que tiene entre nosotros, para la masonería es un número benéfico que está asociado a la Transformación, necesaria para convertir a simples mortales en iluminados.

El trece es el máximo grado de conocimiento y sabiduría espiritual alcanzable por los maestres en el rito de York, un sistema de grados construido en el siglo XVII en las colonias británicas que más tarde se constituirían en los Estados Unidos de América, y que todavía sigue siendo allí el predominante.

La estrella de cinco puntas o pentalfa, es la representación geométrica del cinco, guía en el camino de la perfección. También conocida como Estrella Llameante o Flamígera, es el símbolo, por excelencia, del arquetipo divino del hombre y puede representar al Gran Arquitecto del Universo.

El águila, por otra parte, es poder; luz vencedora de las potencias oscuras y figura emblemática muy frecuente en los grados de la masonería, conocidos como filosóficos o altos grados.

En la otra cara del Sello, en la parte derecha del billete, vemos un águila con las alas abiertas, que sostiene 13 flechas en su garra izquierda y una rama de olivo en su garra derecha con 13 hojas y 13 aceitunas. Le cubre el pecho un escudo con 13 barras y sobre su cabeza hay una gloria con 13 estrellas de cinco puntas.

En su pico, el águila lleva un pergamino con el lema E pluribus unum (“De muchos, uno”) que tiene 13 letras. 13 escalones tiene, también, la pirámide truncada de la parte izquierda y otras 13 letras la inscripción Annuit Coeptis sobre el Ojo que todo lo ve, traducida por el Departamento de Estado de los EEUU como “Él (Dios) ha favorecido nuestras acciones.”

Las 32 plumas del ala izquierda, las 33 de la derecha y las 9 de la cola, coinciden con los grados de distintos ritos de la masonería, como el escocés y el nacional mexicano.

Con estos mimbres, no es de extrañar que haya quienes sostengan que el billete estadounidense de un dólar es todo un tratado sobre masonería. Otros van más lejos y alimentan las teorías de la conspiración, incluso hay quienes lo relacionan con los illuminati por la leyenda “Novus ordo seclorum (“Nuevo orden de los siglos”), uno de los lemas más conocidos del grupo masón, colocado bajo la pirámide, para levantar un Nuevo orden mundial.

Sin embargo, la versión oficial del Gobierno de los Estados Unidos asegura que en ese billete no hay nada de esotérico o conspiranoico. La pirámide representa la fortaleza de su propio país y está inacabada porque la labor de construir y crear una nación jamás acaba. Recuerda que cuando Benjamin Franklin, Thomas Jefferson y John Adams se reunieron para diseñar el sello del billete, pidieron que se incluyera un ojo, como símbolo de la divina providencia.

El águila simboliza, también, esa fortaleza, y las fechas y la rama de olivo son atributos de guerra y paz. Algo así como una alegoría que hace referencia a la máxima latina Si vis pacem, para bellum. Aunque el águila tiene su cabeza vuelta hacia la rama de olivo, como muestra de su preferencia por la paz.

Y el dichoso número 13, omnipresente en el billete, solo hace referencia a las 13 colonias británicas que declararon su independencia en 1776 y fundaron los Estados Unidos.

Por lo tanto, la interpretación que se hace sobre la intervención masónica en la confección del billete verde no tendría ningún fundamento. Todo obedecería a un cúmulo de casualidades o de coincidencias.

Aun así, lo realmente cierto es que rima bastante.

El pito

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Era yo un hombrecito de unos siete años, cuando en uno de los días de Navidad mis hermanos mayores y los amigos de mi padre me llenaron los bolsillos de piezas de cobre, entre las cuales, lo recuerdo como si lo estuviese viendo, mostraba orgulloso su carita risueña un aristocrático escudo.

Con la presteza que se pueden ustedes imaginar, encaminé mis pasos a una tienda de juguetes; pero apenas había salido de mi casa cuando topé con un muchacho, compañero de colegio, que llevaba en la mano un silbato. Enamorado del juguete, le ofrecí y entregué todo mi dinero con el mayor placer, a cambio del sonoro instrumento.

De vuelta a mi casa no hacía más que silbar y silbar, muy satisfecho de mi compra, atolondrando a toda la familia. Mis hermanos, y sobre todo mis hermanas, cuando se enteraron de lo que me había costado aquella maquinaria de hacer ruido, me reprendieron con dureza, echándome en cara, siempre a grito herido, que lo había pagado diez veces más de lo que valía, y enumerando al mismo tiempo, sin duda con la mejor intención, los mil y un juguetes que habría podido adquirir con el resto del dinero si hubiera sido menos cándido.

Tanto insistieron en reírse de mi tontería, que acabé por llorar de vergüenza y despecho, proporcionándome las reflexiones que tuve que hacerme mucha más pena que satisfacción me había producido el dichoso pito; y tan grabado quedó en mi memoria el recuerdo de lo sucedido, que no ha dejado todavía de prestarme grandes servicios en la vida, porque desde entonces, tantas veces como me han dado tentaciones de comprar alguna cosa que no me hacía verdadera falta, siempre me he dicho: No vaya a ser que demos demasiado por el pito, y he guardado el dinero.

Después, al frecuentar la sociedad, observando el incesante anhelar de hombres y mujeres, sus vanos caprichos, sus angustias y decepciones… he podido sacar la triste experiencia de que son muchos los que pagan su pito demasiado caro.

Tal fulano, ambicionando los favores de la corte, perdía en las antesalas la tranquilidad de su vida, su virtud y hasta su albedrío, por obtener una ridícula distinción… Cuantas veces me ha hecho pensar: ¡Este hombre paga demasiado caro su pito!

Cuando me ha sido dado observar a otro, ambicioso de popularidad, y que por obtenerla dedicaba todo su tiempo a los asuntos públicos, abandonando los suyos propios y acarreándose su ruina y la de su familia, mucho, pensaba, mucho paga este por su pito.

Ante el espectáculo del avaro, que rehusaba las comodidades de la vida, privándose de todo, hasta de ser útil a su prójimo, y renunciando a las ternuras y consuelos del hogar por la posesión de un puñado de oro… ¡Pobre hombre, he dicho, cuan caro te cuesta tu pito!

Al advertir la desgraciada condición del que, por entregarse ciego al placer, sacrificaba toda perfección de su inteligencia y todo progreso de su vida a los deleites de los sentidos, destruyendo su salud… Al contemplar la desolada hermosura de la joven loca de vanidad, que, por alcanzar brillante posición, ricos vestidos y lujosos trenes, se había casado con un hombre adusto y brutal que continuamente la maltrataba… ¡Lástima, he reflexionado siempre; lástima que todos estos hayan pagado tan caro su pito!

*****

Aquel hombrecito, que invirtió todo su dinero en un pito, era Benjamin Franklin, ya de mayor, uno de los Padres fundadores de los Estados Unidos; y este relato, una anécdota que le marcó para los restos.

”Las lecciones de la vida –concluía– me han hecho llegar a la convicción de que no es difícil obtener mayor utilidad de la misma que cuidando de no pagar demasiado caros nuestros pitos, porque tengo la evidencia de que la mayor parte de las desgracias humanas reconocen, por fundamento casi exclusivo, el haber echado en olvido esta precaución”.

Las mesas de Putin

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El presidente chino, Xi Jinping, está en Moscú y ha sido recibido por Putin en el Kremlin.

Atención a la mesa que les separa, o les une. Casi no da para el centro de flores.

Nada que ver con la que utilizó para recibir al presidente francés Emmanuel Macron, al alemán Olaf Scholz y al secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

Parecen mesas no friendly.

Sin embargo, la cercanía se hizo más evidente cuando recibió a Marine Le Pen y a Valentina Tereshkova.

Y por si hubiera alguna duda sobre el carácter amistoso de la mesa de Xi y la ansiada cercanía del dirigente ruso, es la misma que reunió a Putin con Aleksandr Lukashenko, Bashar al-Ássad, Jair Bolsonaro, Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel.

¡Ay, si las mesas hablaran!

Sabía que ibas a venir

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Hoy comparto, para el disfrute, y dedico a todos mis amigos, este conmovedor relato corto, cortísimo, pero de tanta enjundia.

*****

Había terminado la guerra. La patrulla se batía en retirada.

Un soldado pide permiso a su capitán para volver al campo de batalla y rescatar a un amigo caído.

El capitán le niega el permiso

– Es inútil que vayas… Está muerto.

Desobedeciéndole, el soldado vuelve a por su amigo.

Horas después regresa con él en brazos… ¡Muerto!

Es recibido con una severa reprimenda.

-¡Te lo dije…! Era inútil que fueras.

-No mi capitán –le responde el soldado–. No fue inútil.

-Cuando llegué junto a él, aún estaba vivo. Me miró y me dijo: Sabía que ibas a venir.

Foise pero quedouse

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Por los senderos del bosque de Ametzagaina, hemos llegado hasta el parque de Castelao, junto al paseo Galizia, en el barrio donostiarra de Intxaurrondo. En el centro se erige el monumento al rianxeiro, retratado en la fotografía que abre esta entrada, uno de los muchos que se levantan en tierra vasca para homenajear a quien fue amigo de los vascos.

Intelectual de primer orden, médico, escritor, ensayista, pintor, caricaturista, pensador, de una relativa y tardía vocación política, Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao, Daniel Castelao para quienes le trataron, fue, sobre todo, un galeguista, con todo lo que ello significa. De sus contemporáneos, es Castelao quien ha calado más profundamente en la castigada conciencia de su país y también en aquella que Sartre llamaba conciencia reflexiva.

Nacido en el ombligo de la ría de Arousa, tuvo siempre claro dónde estaban sus raíces. Pero en su accidentado periplo vital, también fue capaz de extender vigorosas ramas por donde pasó, como se puede ver en este parque, tantos años después de que pudiera volver a la tierra que le vio nacer, aunque fuera con los pies por delante. Lo que el bertsolari Xabier Amuriza ha sabido resumir en estos versos:

Galizan sustraiak,
adarrak Euskadin,
zuhaitz bikainagorik
ez ziteken egin

En Galiza as raíces,
en Euskadi as pólas,
árbore millor
non pode medrar

Castelao visita Euskadi en 1932. El entonces diputado del Partido Galeguista por Pontevedra conoce Gernika, invitado por su compañero en las Cortes Ramón Aldasoro, diputado de Izquierda Republicana. Vuelve un año después, interesado en “conocer todo lo relacionado con lo vasco”, asegura Xosé Estévez en su libro A presenza de Castelao en Euskadi. En esa segunda visita, en la primavera de 1933, regresa a Gernika y firma en la Casa de Juntas. El 2 de abril, invitado por Acción Nacionalista Vasca (ANV) participa en un mitin junto a Luis Urrengoetxea y Julián Arrien, del partido abertzale, y Josep Riera i Puntí, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). La confluencia de gallegos con vascos y catalanes será importante para Castelao el resto de su vida. Durante su exilio en Buenos Aires, tras la Guerra Civil, fue “el principal impulsor de Galeusca” –continúa Xosé Estévez–, “un movimiento de solidaridad y unión” entre las corrientes identitarias de Galicia, Euskadi y Catalunya.

Cuando los socios de la Casa de Galicia en Donostia se propusieron celebrar el 75 aniversario de su fundación, quisieron mostrar su agradecimiento a la ciudad “por la acogida que siempre ha dado a todos los gallegos”. Nadie mejor que Castelao podía encarnar ese espíritu “irmanador”. El 15 de julio de 2006 se inauguró esta escultura erigida en el centro del parque que lleva su nombre, sufragada al 50% por la Xunta de Galicia y la suscripción popular promovida por la Casa de Galicia.

Representa el mapa de Galicia con el hueco dejado por la silueta de la autocaricatura de Castelao, junto al que aparece. La silueta vaciada se encuentra en el suelo, y en la parte posterior de la escultura se ha adosado la representación de un trisquel de Castromao.

Xosé Antonio Vilaboa Barreiro, el autor, dijo: “He pretendido en esta obra, hacer una reflexión… utilizando como base el granito de Pontevedra, y como inspiración, la figura de Alfonso Daniel Castelao. Todos los gallegos, independientemente de su personal ideología política, asumen que se fue, pero se quedó, en la vitalidad de su obra, su filosofía, su muerte en el exilio… y sobre todo en la profunda huella que ha quedado prendida en el pensamiento de los hombres y mujeres que componen el milenario pueblo gallego”. De ahí el título de la obra, colocado a sus pies: Castelao / Foise pero quedouse / Joan zen baino geratu zen / Se fue pero se quedó.