Gilda… salada, verde y un poco picante

Tiempo de lectura: 3 minutos

Hemos comido en el Illarra. Una vez sentados a la mesa, nos han obsequiado con un aperitivo presentado como una evolución de la Gilda, “el típico pintxo donostiarra”, y me he acordado de un vídeo promocional de Bilbao que me pasó un amigo, en el que el cicerone bilbaino hacía un recorrido por la ciudad con una invitada y le llevaba a un bar para que catara una Gilda, “el típico pintxo de Bilbao”, decía. ¡Por Dios!

He indagado un poco sobre el asunto, y he visto que no es una excepción. Por esos pagos, la Gilda también es considerada como un “clásico de Bilbao” y “emblema del ‘botxo’”. Hasta se ha incluido en el Diccionario de palabras de Bilbao. “Gilda: Es quizá el pintxo bilbaíno más fácil de preparar. Este pintxo fue inventado hace muchas décadas para ayudar a los txikiteros con sus rondas por el Casco Viejo, y evitar que los efectos del alcohol pudiesen perjudicarles”.

¿Quién tiene razón? ¿Es el típico pintxo donostiarra, o de Bilbao? Esta, y no otra, es la verdadera historia de la Gilda.

Para conocer su verdadero origen, tenemos que remontarnos a la década de los cuarenta del siglo pasado. En 1942, Blas Vallés, un vinatero y bodeguero navarro de Olite, decide trasladarse a Donostia con su hermano Antxon, para dar aire a su negocio. Alquila un local en la calle Isabel la Católica –hoy Reyes Católicos–, en el mismo lugar donde se encuentra el bar en la actualidad, y abre un despacho de venta de vino, que él mismo produce y trae desde Olite en barricas.

En poco tiempo, el local se iba animando y en 1946 obtuvo la licencia de taberna, a la vez que seguía vendiendo vino a granel. Se empezó a hacer popular el porrón y para acompañar al vino, Blas Vallés sacaba unas veces guindillas, otras aceitunas e incluso otras, anchoas. Como muchos de los aperitivos y recetas, la Gilda fue descubierta por casualidad. Las anchoas, las aceitunas y las guindillas o piparras estaban en la barra, sólo hacía falta un palillo y alguien a quien se le ocurriera insertar todo junto para llevárselo a la boca.

Y fue Joaquín Aramburu, uno de los clientes, conocido en el barrio como Txepetxa, quien tuvo la feliz idea. Empezó a combinar la guindilla con la aceituna y la anchoa y las ensartaba en un palillo para acompañar a su vino. Gustó tanto a los amigos y tabernícolas de Casa Vallés, que pronto se hizo popular. Había nacido un nuevo bocado, un nuevo pintxo, a espaldas del Buen Pastor. Solo faltaba ponerle un nombre al ingenio del bueno de Txepetxa.

Por aquel entonces, Rita Hayworth, que arrasaba en la pantalla grande, llegaba a Donosti para asistir al Festival Internacional de Cine y el revuelo que levantó en la ciudad la diva de Hollywood fue de órdago. En 1946, la pelirroja había estrenado Gilda, el personaje que le convirtió en mito erótico para toda una generación. La cinta, que llegó a los cines de Madrid en diciembre de 1947 y luego se exhibió en Donosti, fue considerada “gravemente peligrosa” por la Conferencia Episcopal española, una involuntaria campaña de marketing que la convirtió en la película que todo el mundo quería ver. El erotismo contenido de aquel destape de guante mientras cantaba Put the blame on Mame le había marcado, para siempre.

Los parroquianos de Casa Vallés, pronto repararon en que la combinación de sabores y colores de la banderilla de Txepetxa se identificaba con la imagen que proyectaba la pelirroja del cine de la que hablaba todo el mundo aquellos días. También era salada, verde y un poco picante. Habían encontrado el nombre para su pintxo. Desde entonces, y para siempre, sería Gilda.

Sorprendidas, las invitadas del cicerone bilbaino se preguntarán, ¿pero entonces, las gildas no son de Bilbao? Pues no. En el botxo también se hacen paellas… y sushi, y a ningún botxero se le ocurre decir que son platos típicos de Bilbao.

Anatomía simbólica del billete de un dólar

Tiempo de lectura: 4 minutos

Cuando has hecho el ejercicio de familiarizarte con la iconografía masónica y tienes delante de tus ojos un billete de un dólar estadounidense, no puede dejar de llamarte la atención la proliferación de símbolos que pudieran tener un sustrato común con la moderna masonería.

El término masón proviene del francés “maçon”, “propiamente albañil” según la RAE, y nos remite a la hermandad de constructores de catedrales medievales, cuyos ritos dieron origen a esa sociedad secreta, o discreta, que ha utilizado a lo largo de su historia, como medio de comunicación de sus ideas, un complejo repertorio de símbolos y alegorías, algunos de los cuales se pueden ver en las dos caras del Gran Sello de los Estados Unidos de América, representadas en el reverso del billete verde.

La tradición afirma que la antigua masonería se inició en Egipto, entre los maestros y arquitectos que dirigían la construcción de las grandes pirámides. Para los masones, la pirámide es el símbolo de la construcción, la obra del hombre que lo acerca a Dios. Proclaman la existencia de un principio creador, al que rinden culto, con el nombre de Gran Arquitecto del Universo (GADU), en su misión redentora de terminar una obra inacabada, perfectamente visualizada en la pirámide truncada representada en la parte izquierda del billete.

Es sabido que el triángulo, o letra Delta mayúscula, es la forma preferida por la masonería, uno de sus símbolos más característicos. Sobre la pirámide hay dibujado un Delta luminoso, en cuyo interior está representado el Ojo que todo lo ve, una fuerza divina superior que observa a los hombres desde un plano supraterrenal, simbolizando la omnisciencia de Dios, por lo que también es llamado Ojo de la Providencia, recordando el Ojo de Horus de la mitología egipcia.

El lenguaje numérico es otro de los recursos empleados en la confección del billete verde. Destaca, sobre todo, la utilización del número 13. En contra de la mala fama que tiene entre nosotros, para la masonería es un número benéfico que está asociado a la Transformación, necesaria para convertir a simples mortales en iluminados.

El trece es el máximo grado de conocimiento y sabiduría espiritual alcanzable por los maestres en el rito de York, un sistema de grados construido en el siglo XVII en las colonias británicas que más tarde se constituirían en los Estados Unidos de América, y que todavía sigue siendo allí el predominante.

La estrella de cinco puntas o pentalfa, es la representación geométrica del cinco, guía en el camino de la perfección. También conocida como Estrella Llameante o Flamígera, es el símbolo, por excelencia, del arquetipo divino del hombre y puede representar al Gran Arquitecto del Universo.

El águila, por otra parte, es poder; luz vencedora de las potencias oscuras y figura emblemática muy frecuente en los grados de la masonería, conocidos como filosóficos o altos grados.

En la otra cara del Sello, en la parte derecha del billete, vemos un águila con las alas abiertas, que sostiene 13 flechas en su garra izquierda y una rama de olivo en su garra derecha con 13 hojas y 13 aceitunas. Le cubre el pecho un escudo con 13 barras y sobre su cabeza hay una gloria con 13 estrellas de cinco puntas.

En su pico, el águila lleva un pergamino con el lema E pluribus unum (“De muchos, uno”) que tiene 13 letras. 13 escalones tiene, también, la pirámide truncada de la parte izquierda y otras 13 letras la inscripción Annuit Coeptis sobre el Ojo que todo lo ve, traducida por el Departamento de Estado de los EEUU como “Él (Dios) ha favorecido nuestras acciones.”

Las 32 plumas del ala izquierda, las 33 de la derecha y las 9 de la cola, coinciden con los grados de distintos ritos de la masonería, como el escocés y el nacional mexicano.

Con estos mimbres, no es de extrañar que haya quienes sostengan que el billete estadounidense de un dólar es todo un tratado sobre masonería. Otros van más lejos y alimentan las teorías de la conspiración, incluso hay quienes lo relacionan con los illuminati por la leyenda “Novus ordo seclorum (“Nuevo orden de los siglos”), uno de los lemas más conocidos del grupo masón, colocado bajo la pirámide, para levantar un Nuevo orden mundial.

Sin embargo, la versión oficial del Gobierno de los Estados Unidos asegura que en ese billete no hay nada de esotérico o conspiranoico. La pirámide representa la fortaleza de su propio país y está inacabada porque la labor de construir y crear una nación jamás acaba. Recuerda que cuando Benjamin Franklin, Thomas Jefferson y John Adams se reunieron para diseñar el sello del billete, pidieron que se incluyera un ojo, como símbolo de la divina providencia.

El águila simboliza, también, esa fortaleza, y las fechas y la rama de olivo son atributos de guerra y paz. Algo así como una alegoría que hace referencia a la máxima latina Si vis pacem, para bellum. Aunque el águila tiene su cabeza vuelta hacia la rama de olivo, como muestra de su preferencia por la paz.

Y el dichoso número 13, omnipresente en el billete, solo hace referencia a las 13 colonias británicas que declararon su independencia en 1776 y fundaron los Estados Unidos.

Por lo tanto, la interpretación que se hace sobre la intervención masónica en la confección del billete verde no tendría ningún fundamento. Todo obedecería a un cúmulo de casualidades o de coincidencias.

Aun así, lo realmente cierto es que rima bastante.

El pito

Tiempo de lectura: 3 minutos

Era yo un hombrecito de unos siete años, cuando en uno de los días de Navidad mis hermanos mayores y los amigos de mi padre me llenaron los bolsillos de piezas de cobre, entre las cuales, lo recuerdo como si lo estuviese viendo, mostraba orgulloso su carita risueña un aristocrático escudo.

Con la presteza que se pueden ustedes imaginar, encaminé mis pasos a una tienda de juguetes; pero apenas había salido de mi casa cuando topé con un muchacho, compañero de colegio, que llevaba en la mano un silbato. Enamorado del juguete, le ofrecí y entregué todo mi dinero con el mayor placer, a cambio del sonoro instrumento.

De vuelta a mi casa no hacía más que silbar y silbar, muy satisfecho de mi compra, atolondrando a toda la familia. Mis hermanos, y sobre todo mis hermanas, cuando se enteraron de lo que me había costado aquella maquinaria de hacer ruido, me reprendieron con dureza, echándome en cara, siempre a grito herido, que lo había pagado diez veces más de lo que valía, y enumerando al mismo tiempo, sin duda con la mejor intención, los mil y un juguetes que habría podido adquirir con el resto del dinero si hubiera sido menos cándido.

Tanto insistieron en reírse de mi tontería, que acabé por llorar de vergüenza y despecho, proporcionándome las reflexiones que tuve que hacerme mucha más pena que satisfacción me había producido el dichoso pito; y tan grabado quedó en mi memoria el recuerdo de lo sucedido, que no ha dejado todavía de prestarme grandes servicios en la vida, porque desde entonces, tantas veces como me han dado tentaciones de comprar alguna cosa que no me hacía verdadera falta, siempre me he dicho: No vaya a ser que demos demasiado por el pito, y he guardado el dinero.

Después, al frecuentar la sociedad, observando el incesante anhelar de hombres y mujeres, sus vanos caprichos, sus angustias y decepciones… he podido sacar la triste experiencia de que son muchos los que pagan su pito demasiado caro.

Tal fulano, ambicionando los favores de la corte, perdía en las antesalas la tranquilidad de su vida, su virtud y hasta su albedrío, por obtener una ridícula distinción… Cuantas veces me ha hecho pensar: ¡Este hombre paga demasiado caro su pito!

Cuando me ha sido dado observar a otro, ambicioso de popularidad, y que por obtenerla dedicaba todo su tiempo a los asuntos públicos, abandonando los suyos propios y acarreándose su ruina y la de su familia, mucho, pensaba, mucho paga este por su pito.

Ante el espectáculo del avaro, que rehusaba las comodidades de la vida, privándose de todo, hasta de ser útil a su prójimo, y renunciando a las ternuras y consuelos del hogar por la posesión de un puñado de oro… ¡Pobre hombre, he dicho, cuan caro te cuesta tu pito!

Al advertir la desgraciada condición del que, por entregarse ciego al placer, sacrificaba toda perfección de su inteligencia y todo progreso de su vida a los deleites de los sentidos, destruyendo su salud… Al contemplar la desolada hermosura de la joven loca de vanidad, que, por alcanzar brillante posición, ricos vestidos y lujosos trenes, se había casado con un hombre adusto y brutal que continuamente la maltrataba… ¡Lástima, he reflexionado siempre; lástima que todos estos hayan pagado tan caro su pito!

*****

Aquel hombrecito, que invirtió todo su dinero en un pito, era Benjamin Franklin, ya de mayor, uno de los Padres fundadores de los Estados Unidos; y este relato, una anécdota que le marcó para los restos.

”Las lecciones de la vida –concluía– me han hecho llegar a la convicción de que no es difícil obtener mayor utilidad de la misma que cuidando de no pagar demasiado caros nuestros pitos, porque tengo la evidencia de que la mayor parte de las desgracias humanas reconocen, por fundamento casi exclusivo, el haber echado en olvido esta precaución”.

Las mesas de Putin

Tiempo de lectura: 2 minutos

El presidente chino, Xi Jinping, está en Moscú y ha sido recibido por Putin en el Kremlin.

Atención a la mesa que les separa, o les une. Casi no da para el centro de flores.

Nada que ver con la que utilizó para recibir al presidente francés Emmanuel Macron, al alemán Olaf Scholz y al secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

Parecen mesas no friendly.

Sin embargo, la cercanía se hizo más evidente cuando recibió a Marine Le Pen y a Valentina Tereshkova.

Y por si hubiera alguna duda sobre el carácter amistoso de la mesa de Xi y la ansiada cercanía del dirigente ruso, es la misma que reunió a Putin con Aleksandr Lukashenko, Bashar al-Ássad, Jair Bolsonaro, Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel.

¡Ay, si las mesas hablaran!

Sabía que ibas a venir

Tiempo de lectura: < 1 minutos

Hoy comparto, para el disfrute, y dedico a todos mis amigos, este conmovedor relato corto, cortísimo, pero de tanta enjundia.

*****

Había terminado la guerra. La patrulla se batía en retirada.

Un soldado pide permiso a su capitán para volver al campo de batalla y rescatar a un amigo caído.

El capitán le niega el permiso

– Es inútil que vayas… Está muerto.

Desobedeciéndole, el soldado vuelve a por su amigo.

Horas después regresa con él en brazos… ¡Muerto!

Es recibido con una severa reprimenda.

-¡Te lo dije…! Era inútil que fueras.

-No mi capitán –le responde el soldado–. No fue inútil.

-Cuando llegué junto a él, aún estaba vivo. Me miró y me dijo: Sabía que ibas a venir.

Foise pero quedouse

Tiempo de lectura: 3 minutos

Por los senderos del bosque de Ametzagaina, hemos llegado hasta el parque de Castelao, junto al paseo Galizia, en el barrio donostiarra de Intxaurrondo. En el centro se erige el monumento al rianxeiro, retratado en la fotografía que abre esta entrada, uno de los muchos que se levantan en tierra vasca para homenajear a quien fue amigo de los vascos.

Intelectual de primer orden, médico, escritor, ensayista, pintor, caricaturista, pensador, de una relativa y tardía vocación política, Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao, Daniel Castelao para quienes le trataron, fue, sobre todo, un galeguista, con todo lo que ello significa. De sus contemporáneos, es Castelao quien ha calado más profundamente en la castigada conciencia de su país y también en aquella que Sartre llamaba conciencia reflexiva.

Nacido en el ombligo de la ría de Arousa, tuvo siempre claro dónde estaban sus raíces. Pero en su accidentado periplo vital, también fue capaz de extender vigorosas ramas por donde pasó, como se puede ver en este parque, tantos años después de que pudiera volver a la tierra que le vio nacer, aunque fuera con los pies por delante. Lo que el bertsolari Xabier Amuriza ha sabido resumir en estos versos:

Galizan sustraiak,
adarrak Euskadin,
zuhaitz bikainagorik
ez ziteken egin

En Galiza as raíces,
en Euskadi as pólas,
árbore millor
non pode medrar

Castelao visita Euskadi en 1932. El entonces diputado del Partido Galeguista por Pontevedra conoce Gernika, invitado por su compañero en las Cortes Ramón Aldasoro, diputado de Izquierda Republicana. Vuelve un año después, interesado en “conocer todo lo relacionado con lo vasco”, asegura Xosé Estévez en su libro A presenza de Castelao en Euskadi. En esa segunda visita, en la primavera de 1933, regresa a Gernika y firma en la Casa de Juntas. El 2 de abril, invitado por Acción Nacionalista Vasca (ANV) participa en un mitin junto a Luis Urrengoetxea y Julián Arrien, del partido abertzale, y Josep Riera i Puntí, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). La confluencia de gallegos con vascos y catalanes será importante para Castelao el resto de su vida. Durante su exilio en Buenos Aires, tras la Guerra Civil, fue “el principal impulsor de Galeusca” –continúa Xosé Estévez–, “un movimiento de solidaridad y unión” entre las corrientes identitarias de Galicia, Euskadi y Catalunya.

Cuando los socios de la Casa de Galicia en Donostia se propusieron celebrar el 75 aniversario de su fundación, quisieron mostrar su agradecimiento a la ciudad “por la acogida que siempre ha dado a todos los gallegos”. Nadie mejor que Castelao podía encarnar ese espíritu “irmanador”. El 15 de julio de 2006 se inauguró esta escultura erigida en el centro del parque que lleva su nombre, sufragada al 50% por la Xunta de Galicia y la suscripción popular promovida por la Casa de Galicia.

Representa el mapa de Galicia con el hueco dejado por la silueta de la autocaricatura de Castelao, junto al que aparece. La silueta vaciada se encuentra en el suelo, y en la parte posterior de la escultura se ha adosado la representación de un trisquel de Castromao.

Xosé Antonio Vilaboa Barreiro, el autor, dijo: “He pretendido en esta obra, hacer una reflexión… utilizando como base el granito de Pontevedra, y como inspiración, la figura de Alfonso Daniel Castelao. Todos los gallegos, independientemente de su personal ideología política, asumen que se fue, pero se quedó, en la vitalidad de su obra, su filosofía, su muerte en el exilio… y sobre todo en la profunda huella que ha quedado prendida en el pensamiento de los hombres y mujeres que componen el milenario pueblo gallego”. De ahí el título de la obra, colocado a sus pies: Castelao / Foise pero quedouse / Joan zen baino geratu zen / Se fue pero se quedó.

Al pan, pan; y al vino, vino

Tiempo de lectura: 3 minutos

Cada vez que vuelvo a puerto, tengo la impresión de que la gente habla más raro.

Si Blas de Lezo, al que llamaban “mediohombre” por haber perdido en combate una pierna, un brazo y un ojo, desembarcara con nosotros, hoy no sería un cojo, manco y tuerto, ni siquiera un lisiado, sino un discapacitado, o pluridiscapacitado en el mejor de los casos. Y si pudo llegar a coquetear con la locura, sería una persona con un trastorno mental severo. Ya no hay paralíticos, ni cojos, ni ciegos, ni sordos, todos tienen una discapacidad visual, auditiva, física o motora.

He llegado a oír que un futbolista pequeño es un jugador con el centro de gravedad bajo y a leer que un vago es un estudiante con bajo rendimiento académico. Los presos son internos y los ancianos personas mayores o de la tercera edad.

Hace tiempo que los negros dejaron de serlo para ser “de color”. Ahora, a nadie le chirría el oído oír hablar de afroamericanos; y los moros de la morería, son magrebíes o norteafricanos.

Ya no hay cocineros, todos son restauradores o chefs; ni peluqueros, ni porteros, que ejercen como estilistas y conserjes. Los dentistas son ondontólogos o estomatólogos y los callistas pedicuros. Barrenderos y jardineros opositan como técnicos de limpieza viaria o de parques y jardines. Y las putas… las putas son trabajadoras sexuales.

La gente ya no folla o hace el amor, ahora tienen o practican sexo, como si fuera un deporte. A los pobres les llaman desfavorecidos. Los muertos pierden la vida y hasta mentir es faltar a la verdad.

Y hablando de mentir, en los mentideros económicos flexibilidad equivale a barra libre a la hora de contratar o despedir; reformas a recortes y reajuste laboral o regulación de empleo a despido. La bajada de sueldos se ha presentado como devaluación competitiva de salarios. Y la emigración forzosa de jóvenes en paro, como movilidad exterior; Fátima Báñez dixit. Por no hablar del despido en diferido de Bárcenas tras su actividad extracontable sin carácter finalista, creación sublime de Dolores de Cospedal.

La regularización tributaria especial de Montoro era una amnistía fiscal para los defraudadores. El desabastecimiento producido por una huelga de transporte es una rotura de stock. Inyectar liquidez a la banca es trasvasar dinero público a empresas privadas y cuando la economía entra en recesión… experimenta un crecimiento negativo (contradictio in terminis).

Las separaciones matrimoniales se visten de seda. Cuando anunciaron la suya Jaime de Marichalar y la infanta Elena fue un “cese temporal de convivencia” y una “interrupción de su relación matrimonial” cuando les llegó el turno a Iñaki Urdangarin y Cristina de Borbón.

El cabeza de familia ahora es el sustentador principal. Ya no hay amas de casa sino responsables de las compras habituales del hogar y los minipisos son soluciones habitacionales imaginativas.

Las tendencias políticas son sensibilidades, la geometría variable es el resultado de la debilidad parlamentaria y las perversiones sexuales de los curas aparecen en los documentos oficiales de la Iglesia como contactos inapropiados.

Al negocio derivado del seguimiento informático de nuestros gustos y aficiones le llaman plusvalía del comportamiento y al sistema de espionaje que lo fundamenta, capitalismo de la vigilancia.

Los odiosos daños colaterales refieren siempre a la muerte de civiles inocentes. Las devoluciones de menores a Marruecos son retornos asistidos. La presencia de inmigrantes iraquíes en la frontera entre Polonia y Bielorrusia es una agresión híbrida. Y la guerra de Ucrania, una operación militar especial.

La última es la de los personajes de Dahl. Ya no hay feos, ni calvos, ni locos, y los gordos son enormes. Y por si no fuera suficientemente ridículo llamar a los gatos y a los perros, mascotas, he oído que los de la Guardia Civil son agentes caninos.

¡Ene bada! Nunca tantas palabras dijeron tan poco… o tanto. Si como ha dicho Luis Rojas-Marcos somos lo que hablamos, qué somos. Una sociedad pacata, hipócrita, remilgada y mojigata, tonta de capirote, por no decir otra cosa, que vive una realidad innombrable.

Los eufemismos, decía Orwell, son como la tinta que utiliza el pulpo para ocultarse, palabras que caen sobre los hechos como nieve blanda, difuminan los contornos y sepultan todos los detalles.

Yo me vuelvo a la mar. En mi galeón, hablamos siempre con respeto, por más que la realidad sea dura y, en ocasiones, hasta cruel, pero llamamos al pan, pan, y al vino, vino. No nos engañamos y nos entendemos mucho mejor.

Un loro anarquista

Tiempo de lectura: 4 minutos

El padre Bosco escuchó una risa al lado de su ventana y se asomó con curiosidad, esperando encontrar a un vecino con un tono de voz grave y sonoro. Sorprendido, descubrió que un loro verde y con la frente amarilla se había posado junto a la misma y se carcajeaba con la desinhibición de un viejo marino. Lejos de asustarse, el pájaro le miró a los ojos y ahuecó el plumaje, abriendo el pico para exclamar:

 —Hola, mi amor.

El sacerdote sonrió y se aproximó con cuidado. Alargó la mano lentamente y le acarició el cuello. El pájaro agachó la cabeza y emitió un suave murmullo.

—¿Tienes nombre? —preguntó sin esperar una respuesta.
—Hola —contestó el loro—. Soy Cipriano.

El sacerdote se rio y puso la mano a la altura de sus patas, pensando que tal vez se posaría en ella y así fue. Su amigo Julián contemplaba la escena con una sonrisa en los labios.

—¿Ha tenido pájaros? —le preguntó el sacerdote.
—Sí, tuve dos periquitos, pero se murieron a las pocas semanas de fallecer mi mujer. No quise coger más, pues rehuía los recuerdos dolorosos. Rosa los cuidaba con mucho afecto. Siempre se preocupaba de que no les faltara agua ni comida. A veces los dejaba sueltos y se posaban en su hombro. Ahora pienso que es un error huir de los recuerdos.
—Recordar es una forma de revivir a los que se fueron, ¿verdad? —dijo el sacerdote.
—Exacto. Usted siempre lo dice de una forma más bonita.
—Tengo entendido que viven muchos años.
—Cincuenta. A veces más.
—Entonces me sobrevivirá.
—¿Quién sabe? De buena gana le prometería cuidarlo cuando usted falte, pero yo soy bastante más viejo. De todas formas, no es el momento de pensar esas cosas. Ahora disfrútelo. Cipriano es simpático y pacífico. Será un buen amigo. ¿Cree que los loros van al cielo?
—Yo no le cerraría las puertas y Dios tampoco creo que lo haga.

El padre Bosco no tardó en descubrir que Cipriano sabía decir muchas cosas, algunas sumamente inapropiadas como «A las barricadas» o «Ni Dios, ni amo». Cuando se enteró Julián, lo celebró con sonoras carcajadas.

—Este es de los míos. Debía pertenecer a un anarquista. Si es así, no puedo creer que lo haya abandonado. Los anarquistas son personas con conciencia.
—Quizás pensó que merecía ser libre —sugirió el sacerdote—. A veces se hacen cosas malas movidos por convicciones aparentemente nobles.
—Espero que el obispo… ¿Cómo se llama?
—Don Aniceto.
—Espero que don Aniceto tarde tiempo en visitarle. Si escucha a Cipriano, se desmayará.

Un buen día, el obispo se animó a pasar por el pueblo, pues le pillaba de camino y quería comprobar con sus propios ojos si la parroquia continuaba siendo un desastre. El padre Bosco sintió que su vieja úlcera se abría de nuevo cuando recibió la llamada de don Aniceto comunicándole su visita.

—Solo estaré unas horas. Viajo en coche con un sacerdote joven. No podré asistir a la eucaristía, pero podremos hablar un rato.

Don Aniceto se mostró conciliador y cuando conoció a Cipriano esbozó una sonrisa.

—Me encantan los pájaros. Tengo dos canarios. Eso sí, llamar a un loro Cipriano, que es el nombre de algunos santos, no me parece apropiado.
—Yo no escogí el nombre —se excusó el padre Bosco, encogiendo los hombros.
—Hola —chilló el loro, agitando las alas—. Soy Cipriano.

Durante unos minutos, repitió su nombre con su poderosa voz, que se escuchaba en la calle, provocando las risas de los vecinos. El obispo intentó hacerle callar susurrando unas palabras afectuosas.

—No hace falta que chilles. Ya te hemos oído.

El loro se calló e inclinó la cabeza, observando a don Aniceto. Parecía estar examinándole para averiguar qué había en el interior de su cabeza. De repente, se estiró y chilló:

—Ni Dios, ni amo.

El obispo retrocedió con gesto de ira y horror.

—¿Quién le ha enseñado esto? —preguntó.
—Ni idea —contestó el padre Bosco—. Imagino que su dueño anterior.

Don Aniceto contuvo su enfado y levantando el índice, se dirigió al loro:

—Eres muy bonito. No deberías decir esas cosas.

Cipriano aprovechó su cercanía para darle un fuerte picotazo en el dedo. El obispo soltó una exclamación de dolor y se alejó, tambaleándose. Sus pies tropezaron con un brasero y a punto estuvo de caerse. El loro lanzó una de sus risas y empezó a repetir:

—Ni Dios, ni amo. Ni Dios, ni amo.

El obispo no pudo contenerse y se dirigió airadamente al loro:

—Hereje. Masón. Cierra el pico de una vez.

El loro se calló y permaneció en silencio unos instantes, como si hubiera entendido las palabras de don Aniceto. Después, sin apenas moverse, abrió el pico y chilló:

—Arderéis como en el 36.

Demudado, el obispo gritó:

—Excomulgado. Deberías ser excomulgado.
—Por favor, señor obispo, tranquilícese —suplicó el padre Bosco—. Solo es un pájaro. Repite lo que ha escuchado.
—Espero que se deshaga de ese pajarraco —dijo don Aniceto—. Sé que no lo hará. Pensé que habría recapacitado, pero me he equivocado. ¿Sabe cuál es su problema? No quiere madurar. Sigue comportándose como un adolescente y, en el fondo, no desea cambiar. Me marcho. Rezaré por usted.

Esa noche, Julián acudió a cenar a casa del padre Bosco y este le contó lo sucedido.

—¿Qué va hacer, páter? Si quiere, puedo quedarme con el pájaro. A Rosa le habría gustado que lo hiciera.
—No quiero desprenderme de él. Me hace mucha gracia todo lo que hace, incluso su anticlericalismo. Me dedicaré a rezar rosarios a su lado. Quizás memorice algo y olvide esas consignas incendiarias. La próxima vez que venga el obispo tal vez sea capaz de decir cosas como «Dios te salve María».
—Para lograrlo, tendrá que repetírselo muchas veces.
—Sí, claro. ¿Sabe una cosa? El obispo me dijo que no deseaba madurar y pienso que tenía razón.
—No le entiendo. ¿Qué quiere decir?
—No quiero matar al niño que llevo dentro. Me crea problemas, pero le tengo mucho cariño. Se parece al loro. Quizás por eso le he cogido tanto aprecio.

A la memoria de Cipriano y otros camaradas suyos como Ravachol

La chorera de Richarlison

Tiempo de lectura: 5 minutos

No he visto el partido de Brasil, pero sí el gol de chilena de Richarlison a Serbia. Maravilloso, espectacular. Pero, ¿lo ha metido de chorera?, o de chilena. Detrás de esta pregunta hay una curiosa historia que no es del dominio público. Habrá incluso quien ajeno al mundo del fútbol no sepa siquiera qué es una chilena.

Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra dejó escrito el siguiente comentario sobre el asunto: “Ramón Unzaga inventó la jugada en la cancha del puerto chileno de Talcahuano: con el cuerpo en el aire, de espaldas al suelo, las piernas disparaban la pelota hacia atrás, en un repentino vaivén de hojas de tijera”. Así describió lo que es una chilena. Pero no aclaraba lo de chorera y, además, señalaba al inventor de la jugada.

Con catorce años, el deustoarra Ramón Ignacio Unzaga Asla emigró a Chile con sus padres en 1906, buscando una vida mejor. El niño fue matriculado en el colegio de los padres escolapios en Yumbel, y terminados los estudios comenzó a trabajar de contable en unas minas de carbón. Allí jugaba al fútbol con los compañeros hasta que un ojeador se lo llevó a Talcahuano para jugar en el Club Estrella del Mar.

Ese “repentino vaivén de hojas de tijera” con las piernas en el aire que decía Galeano, se pudo ver en el campo, por primera vez, un viernes frío y desapacible. Era 16 de enero de 1914, precisa el investigador Eduardo Bustos Alister, biógrafo del futbolista, y la jugada fue intencionada: “No le salió de casualidad. No se la inventó para resolver un mal pase. Él ensayaba la chilena en los entrenamientos hasta que ese día le salió”.

Al principio, como les ocurre a veces a los audaces, sufrió el escepticismo y la incomprensión. Algunos árbitros, desconcertados, no entendían qué significaba aquella pirueta, posteriormente conocida como chilena. En una ocasión, uno de ellos le pitó falta al hacerla, por considerar que era juego peligroso. El propio Unzaga resumió así al periódico El sur de Concepción (30-12-1918) lo que ocurrió a continuación: “Me vi obligado a observarle al árbitro su error, alegándole que reconocidos jueces no me la habían penado. Siguió después un cambio de palabras que trajo por resultado la orden del señor Beitía para que abandonara la cancha. Me negué a salir y afuera de ella tuve con él un cambio de bofetadas”. Unzaga tenía entonces 26 años y muy mal genio.

“Era un atleta total –dice su biógrafo–. Jugaba al waterpolo y formó parte de la selección nacional. También competía en los 100 metros planos, los 110 metros vallas, en lanzamiento de jabalina y el salto con garrocha”. Quizá fue esa experiencia en el salto con pértiga la que le animó a volar a por un gol.

La jugada ganó cierta repercusión cuando Unzaga, nacionalizado chileno desde los 18 años, fue convocado en 1916 para jugar con la selección en el germen de la futura Copa América, que entonces enfrentaba a Chile, Argentina, Brasil y Uruguay. “Así fue como la chilena se empezó a conocer en el exterior, porque la volvió a hacer en un partido contra Uruguay”. Los encuentros se jugaban en Buenos Aires, por lo que “fueron los argentinos”, según Bustos Alister, los responsables de llamar “chilena” a una cabriola que había inventado un vasco. Cita una declaración jurada ante notario en la que un vecino de Talcahuano, Santiago Risso Opazo, nacido en 1909, declaraba lo siguiente: “Allá por el año 1918, vi al gran jugador chorero Ramón Unzaga hacer una jugada llena de fuerza, equilibrio y sentido estético. Se le apodó chilena”.

Unzaga no le puso nombre a la jugada, se lo pusieron. Al principio no fue chilena, sino chorera, porque así se conocía coloquialmente a los habitantes de Talcahuano. Fue allí, en el campo El Morro, uno de los recintos deportivos más antiguos del país, donde la hizo por primera vez. El estadio lleva hoy su nombre y frente a él se inauguró, el 15 de mayo de 2014, una estatua que le inmortaliza haciendo la famosa pirueta como celebración de su centenario, obra de la escultora María Angélica Echavarri que abre esta entrada.

Quienes le trataron de cerca decían que a veces hablaba raro. Hablaba euskera, claro. Unzaga murió repentinamente de un infarto, a los 31 años, dejando mujer, Rosa, y dos hijos, Ramón y Fresia… Y la chorera o chilena para todos los aficionados al fútbol.

*****

Muerte en el campo

Pero el origen de la célebre jugada no termina con Unzaga. En el estadio José Zorrilla, en Valladolid, hay una placa de bronce que homenajea a un chileno, David Arellano, al que Galeano atribuye no la invención de la pirueta, sino su popularización en 1927.

Dos años antes, Arellano, que era maestro de primaria, había fundado el Colo-Colo siendo aún un veinteañero. Para dar a conocer el club y recaudar algún dinero, organizó una gira internacional. Fue en ese tour, según el autor de El fútbol a sol y sombra, cuando el delantero exhibió la chilena y la hizo famosa: “Los periodistas españoles celebraron el esplendor de la desconocida cabriola y la bautizaron así porque de Chile había venido, como las fresas y la cueca”.

En marzo de 1927, el Colo Colo atracó su barco en el puerto de A Coruña. Jugó contra el Deportivo, el Eiriña de Pontevedra y otro partido en Madrid contra el Atlético antes de llegar a Valladolid para enfrentarse a la Real Unión Deportiva. Los partidos eran a doble vuelta. En la ida, el equipo de Arellano se impuso por un contundente 2 a 6 a los vallisoletanos. En el encuentro de vuelta, El Norte de Castilla da cuenta de cómo el equipo local se había esforzado en la remontada: “Producto de la dureza con que jugaron los locales, tuvo que retirarse lesionado un chileno”. Era Arellano. El jugador, de 26 años, murió unas horas más tarde, a 11.000 kilómetros de casa. Sufría una hernia umbilical y jugaba con un protector especial –“la venda de goma”, la llamaban–. Pero aquel día no la había llevado al campo porque no pensaba jugar, le convencieron en el último minuto para hacerlo. Durante el partido, el defensor vallisoletano David Hornia cayó sobre su estómago y Arellano se retiró, dolorido, al hotel Inglaterra, donde se hospedaba el equipo. Los dolores crecieron y cuando llegó el médico comunicó a sus hermanos Francisco y Guillermo, también jugadores del equipo, que no había nada que hacer. Arellano falleció de una peritonitis y fue enterrado en Valladolid tras un multitudinario sepelio. Dos años más tarde, el cadáver fue exhumado y trasladado a Chile. El Colo-Colo aún lleva un crespón negro sobre el escudo en su honor.

Pablo Milanés, in memoriam

Tiempo de lectura: < 1 minutos

Cuantas veces dijiste que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien. Que esperabas que un día el tiempo se hiciera cargo del fin.

Pues el fin ha llegado. Se acabó ese empeño por tratar de conquistar, con vano afán, ese tiempo perdido que nos deja vencidos, sin poder conocer eso que llaman amor para vivir. Para vivir…

Sentías a raudales, pero no hablabas de uniones eternas y te entregabas como si solo hubiera un día para amar. Te gustaba la canción comprometida. La que hacía pensar.

A todo decías que sí, a nada decías que no, para poder construir la tremenda armonía que pone viejos los corazones. Pero el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos.

Y sí, el fin ha llegado. De madrugada. Has dejado de jugar a hacernos felices. Pero, aunque el llanto es amargo, seguirás abriéndonos el pecho… con siete razones; haciendo que nuestra soledad se sienta acompañada, tantas veces.

Te negaré tres veces antes de que llegue el alba, cantabas. Me fundiré en la noche donde me aguarda la nada. Me perderé en la angustia de buscarme y no encontrarme.

Y seguías cantando…

Pensamiento,
dile a Fragancia que yo la quiero,
que no la puedo olvidar,
que ella vive en mi alma.

Anda y dile así:
dile que pienso en ella,
aunque no piense en mí.


Anda, pensamiento mío,
dile que yo la venero,
dile que por ella muero.

En este momento, no te vamos a pedir que nos bajes una estrella azul; sólo te pedimos que nuestro espacio lo sigas llenando con tu luz.

Esta mañana, miro tu cara y digo en la ventana Pablo, Pablo; eternamente Pablo. Nos costará llenar el breve espacio en que no estás. Descansa en paz, aunque sea lejos de tu mar, de tu palmera; de tu eterna primavera.