La canción favorita de Paul McCartney

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Era 6 de julio de 1957, un sábado caluroso y húmedo. En Woolton, un suburbio del sur de Liverpool, se celebraba la fiesta parroquial anual en la iglesia de St. Peter. Cuando Paul llegó, sobre el escenario, John cantaba Come go with me, al frente de los Quarrymen. ¡Es genial!, pensó, impresionado por su magnetismo y su liderazgo. A pesar de sus rudimentarias habilidades con la guitarra y su tendencia a improvisar cuando olvidaba la letra, era capaz de mantener al público expectante con su encanto. Después del concierto, fue Paul quien impresionó a John. Ivan Vaughan, amigo de John y compañero de clase de Paul en el Liverpool Institute, hizo las presentaciones. Paul cogió la guitarra que llevaba a la espalda y cantó algunos temas de Eddie Cochran, Gene Vincent y Little Richard. John quedó impactado por el talento natural de Paul para interpretar aquellas canciones. Unas semanas después, Paul era invitado a formar parte del grupo. Allí empezó todo. John Lennon, tenía 16 años, y Paul McCartney, 15.

Pronto descubrieron que dos personalidades tan distintas como las suyas podían ser complementarias. Empezaron a componer y producían canciones como churros. Las anotaban en un cuaderno de Paul, todas con una rimbombante rúbrica que rezaba “otro original de John Lennon y Paul McCartney”. Como sostiene Mark Herstgaard, autor del libro ‘A day in the life’, lo primero que les diferenció de las tendencias de la época fue su voluntad de conformar, desde el principio, una sociedad de autores. Cada vez que encaraban la creación de un nuevo tema, uno de ellos hacía la propuesta principal sobre la que empezar a trabajar, pero al final todas las canciones llevaban la firma Lennon-McCartney. “Desde los primeros días que pasaron juntos, John y Paul fueron rivales, además de amigos; competidores, además de socios; críticos, además de compañeros del alma”, sostiene Herstgaard.

Efectivamente, como ha dicho McCartney, “nos complementábamos el uno al otro, éramos un poco yin y yang. Cada uno puso de su parte y salió algo extraordinario”. Pero las diferencias de carácter y temperamento estaban ahí. En una entrevista para la revista Playboy en 1980, Lennon declaró: “Uno podría decir que él [McCartney] proveía luminosidad y optimismo, mientras que yo siempre iba a la tristeza, la discordia o a un costado más bien depresivo. Durante un tiempo, pensaba que no escribía melodías, que Paul lo hacía y que yo sólo escribía rock n’ roll directo y a gritos”. Al Paul positivo y realista a menudo se le oponía, a veces de forma feroz, el John sarcástico e idealista.

Canción a canción, éxito tras éxito, la competencia fue haciéndose más patente. Dan Richter, que fue asistente personal de John Lennon y Yoko Ono, ha abundado en detalles sobre esa rivalidad que fue surgiendo entre los dos músicos, en una nueva entrevista para The Telegraph. Según Richter, Lennon recelaba del talento compositivo de McCartney: “Le molestaba que Paul pudiera escribir esas dulces melodías como Yesterday y Hey Jude. Él no podía hacer eso. Era demasiado duro, o demasiado inteligente”.

Como todo el mundo sabe, las tensiones fueron en aumento y, al final, hicieron que todo saltara por los aires. Pero, después de la tempestad siempre viene la calma y a la hora de hacer balance de aquella vorágine creativa, nunca se pueden descartar las sorpresas. De todas las canciones que brotaron de aquella sociedad, Paul se queda con una.

En una larguísima conversación de Rick Rubin con Paul McCartney, que se ha convertido en un documental titulado McCartney 3,2,1, el mítico productor le pregunta:

– ¿Cuál es la canción favorita de Paul McCartney de su etapa en la banda de Liverpool?

Sin despeinarse, le responde:

-Cuando me lo preguntan, estoy tentado de decir que es Yesterday, porque la escribí de una manera muy mágica, pero la que más me gusta es Here, There and Everywhere.

Si la respuesta es sorprendente, más aún el motivo de la elección, que tiene bastante que ver con la intrahistoria de aquella relación tan intensa que hemos comentado.

Paul cuenta a Rubin que se había reunido con el resto de la banda para enseñarles la canción que acababa de componer, y que John no llegaba. “No estaba siempre listo, digámoslo así”, dice McCartney con una sonrisa nostálgica. Cuando por fin apareció y escuchó Here, There and Everywhere… “recuerdo que me dijo: oh, esta sí que me gusta… ¿Sabes qué? Eso era suficiente. Viniendo de John, eso era una gran alabanza”.

Que después de tanto tiempo, esas escuetas y discretas palabras de Lennon hayan podido calar tanto en McCartney como para elevar de esa manera el significado y la importancia de una de sus canciones, da cuenta del verdadero vínculo que unía a ambos. Una alianza imperfecta, claro, pero que es posiblemente la más fructífera de la historia del rock.

Recientemente, hemos podido comprobar que la sombra de John Lennon es alargada. Paul ha revelado a BBC2 que todavía piensa en él cuando tiene problemas con alguna canción: “Estoy escribiendo algo y digo: ‘Oh Dios, esto es terriblemente horrible’. Y pienso: ‘¿Qué diría John?’”. El diría: “Sí, tienes razón. Es espantoso. Tienes que cambiarlo”.

Como prólogo al lanzamiento de la reedición del disco de The Beatles ‘Revolver’, se ha publicado el video animado que abre esta entrada, para ilustrar la canción Here, There and Everywhere. Ha sido producido por la compañía Trunk Animation y dirigido por Rok Predin.

Vangelis, in memoriam

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https://youtu.be/YQyxCL1uMlU

Recién cumplidos los 79 años, Evángelos Odysseéas Papathanassíou, Vangelis para los amigos, y hasta para los enemigos, ha fallecido en París, la ciudad que le vio nacer como músico de éxito.

Fue allí donde formó, en el convulsionado 68, el grupo Aphrodite’s Child, junto a su primo Demis Roussos (bajo y voz) y el batería Lucas Sideras.

Más conocido por la composición de bandas sonoras para el cine, como Carros de fuego, ganadora del Oscar a la mejor banda sonora en 1981, Blade Runner (1982) y 1492: La conquista del paraíso (1992), hoy le recordamos con el video de su primer single que abre esta entrada: Rain And Tears, una adaptación del Canon en Re Mayor de Pachelbel que hizo con 25 años y que se convirtió en el primer éxito de Aphrodite’s Child y de su larga carrera musical.

D.E.P.

Mi bebé solo se preocupa por mí

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Escrito en castellano, este título no dice nada, o casi nada. Sin embargo, en inglés, My baby just cares for me, ya es otra cosa: la canción más emblemática de una de las grandes estrellas del firmamento musical.

Aunque empezó a tocar el piano con tres años, con gran talento, nadie podía imaginar que Eunice Kathleen Waymon llegaría tan lejos. Ni siquiera Muriel Massinovitch, su primera profesora de piano, cuando recurrió a los vecinos de Tryon (Carolina del Norte) para que el don de su virtuosa alumna no acabase en el mismo barrizal que el de otros muchos músicos por el simple hecho de ser negra y pobre.

En realidad, la cadena de solidaridad había comenzado en la casa donde la madre de Eunice servía a finales de los años treinta, cuando la niña tenía solo seis años. Según contó la propia artista en su autobiografía, Víctima de mi hechizo, la señora Miller fue a verle tocar y le dijo a su madre: “Con semejante talento, sería un pecado que no tomase lecciones de piano. Mamá le dijo que no podíamos pagarlas. La señora Miller reflexionó un par de segundos y luego dio una respuesta: me pagaría las clases durante un año”.

Al concluir ese primer año, la señorita Mazzy —como su alumna la llamaba— creó el Fondo Eunice Waymon, con el fin de recaudar el dinero necesario para que la futura estrella pudiera terminar los estudios secundarios y de música. La ciudad respondió con entusiasmo a la llamada de la profesora, pero el Curtis Institute of Music de Filadelfia, uno de los conservatorios más prestigiosos de EEUU, terminó rechazando a la virtuosa Eunice, precisamente por ser negra.

Después del soponcio, comenzó a buscar trabajos que le permitieran seguir recibiendo clases particulares. En el primero de ellos acompañaba al piano a los alumnos de una profesora de canto interpretando temas melódicos y de jazz. Fue allí donde, probablemente, puso por primera vez sus ojos en la partitura de My baby just cares for me, canción incluida en el musical Whoopee!

Por las noches tocaba en garitos nocturnos de Atlantic City, en Nueva Jersey. Cuando terminó su primera noche en el Midtown Bar and Grill, el dueño del local, acodado en la barra, le preguntó de malos modos por qué no había cantado en las siete horas de recital, y ella le respondió: “soy pianista”. “Mañana por la noche serás cantante –le dijo–, si no, te quedarás sin trabajo”.

Tenía 21 años y le atormentaba la reacción que pudiera tener su madre, ministra de la iglesia metodista, si llegara a leer en el cartel del piano bar: “Esta noche, Eunice Waymon”. La imaginaba diciendo: “¿Un bar? ¡Dios mío, tengo al diablo en mi propia familia! Decidió entonces esconderse detrás de un nombre artístico y así nació, en aquel garito, Nina Simone. Nina, porque un chico hispano con el que salía tenía la costumbre de llamarla ‘niña’, y Simone para rendir homenaje a la actriz francesa Simone Signoret, por quien sentía gran admiración

El dueño de Bethlehem Records, Sid Nathan, reparó en su talento y le ofreció su primer contrato discográfico. Sin entusiasmo alguno, Simone grabó en catorce horas algunos temas de jazz y de góspel y añadió varias canciones propias cuyos arreglos escribió casi sobre la marcha. Pero Nathan le pidió que añadiera alguna más animada para cerrar el álbum y eligió su arreglo de My baby just cares for me.

Little Girl Blue fue grabado en 1957 y publicado en 1958. Ni el disco, ni la propia canción, tuvieron una acogida particularmente entusiasta, pero aquello le colocó en el mercado discográfico, hizo despuntar una carrera de intérprete a caballo entre el pop y el jazz y le permitió hacerse un nombre. Nina Simone estaba muy implicada en la lucha contra la segregación racial en su país y llegó a pensar que podía cantar para ayudar a su gente, “y eso pasó a ser el pilar de mi vida. Ya no era el piano, ni la música clásica. Ni siquiera la música popular. Era la música por los derechos civiles”. Convertida en icono del black power abandonó EEUU tras el asesinato de Martin Luther King.

Olvidada por el gran público y al borde de la ruina, en 1987, un anuncio de Chanel Nº 5 acompañaba las imágenes con su versión de My baby just cares for me. Treinta años después de su grabación triunfaba en las listas de ventas. Sorprendida, llamó a su representante, quien comprobó, para disgusto de ambos, que la artista no tenía derecho a un solo céntimo de los enormes royalties que el tema generaba.

Nina Simone recordó cómo acabaron las catorce horas de grabación de aquel día de 1957: “Nathan me dio un papel para que lo firmara, lo que hice sin leerlo (…) Había renunciado a prácticamente todo lo que habían generado mis grabaciones allí. Y eso me había costado más dinero del que podía contar”. Entonces se dijo, tengo que aprovechar esta oportunidad para recorrer el mundo, porque es la última que tengo. Y vaya si lo hizo. Hasta 2002, un año antes de su muerte a los setenta años, no paró de actuar.

My baby just cares for me llegó a su primer disco como una canción de relleno, se convirtió en la más emblemática de su carrera musical, pero los beneficios que generó fueron para otros.

Hay que tener mucho cuidado con lo que se firma.

Y Carrero voló, “yup la laaaa”

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Tal vez resulte políticamente incorrecto, en tiempos de lucha por “el relato”, recordar el vuelo del almirante Carrero Blanco, pero esta entrada solo pretende escarbar en el origen de aquella canción que, al menos en mi tierra, lo celebraba.

La canción es Karrerorena (la de Carrero), también conocida como Yup la la, compuesta tras el atentado, en principio, por el cantautor de Ezterenzubi Eñaut Etxamendi e interpretada por primera vez junto al también bajonavarro Eñaut Larralde, con quien formaba el duo Etxamendi ta Larralde, en un kantaldi en la localidad zuberotarra de Maule.

Pronto adquirió gran popularidad y se cantaba en fiestas y actos de naturaleza abertzale a partir del verano de 1974. Después de cada estrofa, un estribillo repetía:

Jende lasterkatzaile krudela
bera die igorri…
¡Yup!, la la

¡Perseguidor cruel,
ahora el castigado ha sido él!
¡Yup!, la la

… y la gente lanzaba los jerséis al aire, o la prenda que tuviera más a mano.

Aunque la enciclopedia Auñamendi reconoce a Etxamendi como autor de Karrerorena, se ha llegado a especular sobre la posible autoría de un cantautor eibarrés, incluso que podría tratarse de la adaptación de un vals alemán. Nada de eso.

En 1959, Marty Robbins, un cantante country que nunca llegó a ser muy conocido por estos pagos y que llegó a ser número uno en los suyos, compuso El Paso, su canción más emblemática, una balada de pistoleros que canta al amor por Felina, joven bailarina mexicana de la cantina de Rosa.

Eñaut Etxamendi cambió la letra de El Paso; cambió la historia de un vaquero enamorado que huye tras matar en duelo al cowboy que había osado cortejar a Felina y vuelve al lugar del crimen para poder besar por última vez a su amada, por la del presidente del Gobierno que saltó por los aires.

A quienes habéis oído o cantado la canción, os recomiendo que escuchéis el vídeo que abre esta entrada. No hay ninguna duda.

Un gato triste y azul

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https://www.youtube.com/watch?v=SzDAV6xw1MM

Gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones, le gustaba decir a un antiguo presidente de esta tierra de conejos. Lampedusa nos regaló un gato pardo, con el que quería cambiarlo todo para que nada cambiara. Y, entre los grises… cómo olvidar a Grisi, sus orejas tiesas, sus largos bigotes blancos y aquella discreta mirada felina. Pero… ¿hubo, alguna vez, un gato azul? y ¿triste? A juzgar por los trabajos del psiquiatra Jeffrey Burgdort, que lleva años estudiando las señales de la felicidad en los animales, puede que triste sí, pero lo de azul tiene su historia.

En Cachoeiro de Itapemirim, un municipio brasileño del estado de Espírito Santo, también hay gatos, siempre los hubo, como en todas partes. Allí nació, en 1941, un niño al que pronto apodaron Zunga. Cuando era un chiquillo… qué alegría… soñaba con ser famoso, tal vez cantante, algún día. Con seis años ya hacía sus pinitos en las emisoras de radio locales. Puso todo su empeño y lo consiguió. Lo que no sabía Roberto Carlos era que un gato le daría tantas alegrías.

Con su sueño cumplido, cuenta en el vídeo que en 1968 ganó el Festival de San Remo con una canción que no estaba entre las favoritas, Canzone per te; y que, sin embargo, cuando volvió en 1972 con una “favoritísima”, perdió. Esta era Un gatto nel blu, compuesta por el napolitano Gaetano ‘Totò’ Savio y el florentino Giancarlo Bigazzi.

Un gatto nel blu guarda le stelle, (Un gato en el azul mira las estrellas)
non vuol tornare in casa senza te. (no quiere volver a casa sin ti)
Sapessi quaggiù che notte bella, (Si supieras qué bella es la noche aquí abajo)
chissà se un gran dolore si cancella. (quién sabe si un gran dolor se puede borrar)

Un gatto nel blu, ecco che tu (Un gato en el azul, y de pronto tú)
spunti dal cuore, mio caro amore. (surges del corazón, querido amor mío)
Fra poco sarai negli occhi miei, (Dentro de poco estarás en mis ojos)
anche sta sera… una lacrima sei. (también esta noche eres una lágrima)

Tras el fracaso sanremesino, Buddy y Mary McCluskey la tradujeron al español y pronto entró en las listas de discos más vendidos como El gato que está triste y azul. Un gatto nel blu, un gato en el cielo, en el azul italiano cuando anochece, pasó a ser un gato en la oscuridad, un gato azul… y triste, por el recuerdo de un amor perdido… cuando era un chiquillo. Así pues, no hay gato encerrado en esta canción, sólo una licencia poética de los traductores y, aunque sigue sin entenderla, desde entonces, un gato azul… y triste habita en la garganta de Roberto Carlos.

El gato que está en nuestro cielo,
no va a volver a casa si no estás.
No sabes mi amor, qué noche bella,
presiento que tú estás en esa estrella.

El gato que está triste y azul,
nunca se olvida que fuiste mía.
Más sé que sabrá de mi sufrir,
porque en mis ojos, una lágrima hay.

Con el azul saturado y colas para entrar, en Reino Unido acaban de reconocer, por ley, que los animales son seres con sentimientos. Aún y todo, habrá quien le busque tres pies al gato, sobre todo si es azul, pero… quién lo dudaba.

Fragile

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Un buen día, Gordon Mathew Thomas Summer, decidió dejar su trabajo de maestro de escuela en Cramlington, pueblo minero al norte de Newcastle, para seguir un camino que le llevaría a convertirse en catedrático del rock. Sting, tocó la gloria con The Police. Pero… otro buen día, decidió continuar por ese camino en solitario.

Y llegó Fragile, uno de los temas incluidos en su segundo álbum de estudio, “…Nothing Like The Sun” (Nada como el sol). Con el sello de alma y compromiso que imprime a sus canciones, Sting compuso Fragile pensando en Benjamin Linder, un ingeniero civil estadounidense abatido por la “contra” nicaragüense, el 28 de abril de 1987, cuando se encontraba trabajando en un proyecto hidroeléctrico para suministrar energía a las zonas deprimidas del norte de Nicaragua; sintiendo cómo la lluvia tropical empapaba su cuerpo.

La lluvia sigue y sigue cayendo,
como lágrimas de una estrella,
una y otra vez la lluvia nos dirá
lo frágiles que somos.

El 11 de septiembre de 2001, Sting preparaba un concierto íntimo ante un público formado por un pequeño grupo de amigos y fans en su casa de la Toscana italiana, que sería transmitido por internet para todo el mundo y se convertiría en su primer álbum en vivo en quince años “… All This Time”. Mientras daba los últimos retoques le llegó la trágica noticia del ataque al World Trade Center de Nueva York.

“Me enteré sobre las tres de la tarde y teníamos que empezar a las nueve. No sabía qué hacer. Para colmo, uno de mis mejores amigos estaba en las malditas Torres Gemelas. Y sentí que había muerto. Reuní a toda la banda y les pregunté cuál era su opinión. Todos me dijeron que lo mejor era hacer el concierto. Y acepté”. Como gesto de respeto a las víctimas, Sting decidió transmitir sólo una canción: Fragile.

Aunque fue escrita en 1987, su mensaje sigue vigente. Más, cuando un virus microscópico es capaz de poner a nuestra civilización contra las cuerdas, dejando en evidencia lo frágiles que somos.

One minute you’re here (next you’re gone)

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El 23 de septiembre Bruce Springsteen sopló 71 velas, con la fuerza y el talento necesarios para seguir haciéndonos sentir la música y su vigésimo disco de estudio, a punto de ser lanzado a los cuatro vientos.

En noviembre del año pasado el boss volvió a reunir a la legendaria E Street Band en su establo de Colts Neck, en Nueva Jersey, para grabar Letter to You. El hilo conductor que recorre el disco es la muerte, la pérdida de amigos y excompañeros de banda.

“Baby baby baby, i’m coming home” canta Bruce Springsteen en los primeros compases del tema que abre esta entrada, One minute you’re here (next you’re gone). Vuelve a casa, para llevarnos con su guitarra acústica por caminos de hierro, de manera dulce y acompasada, en una metáfora de nuestra efímera existencia:

“El gran tren negro llega vías abajo, haz sonar tu silbato una y otra vez,
hace un minuto estabas aquí, al minuto siguiente te has ido”

Letter to You es una carta escrita a corazón abierto. Un diálogo con los amigos y excompañeros que han ido quedando junto a las vías, con sus fantasmas y espíritus, esos que se le aparecen ahora solo en sueños. Él mismo se incluye entre los destinatarios: “Ves venir el último tren –declaraba a ‘Rolling Stone’– y sabes que las últimas estaciones que te quedan están contadas”. Pero también es una carta que desprende un reconfortante aroma a supervivencia, un homenaje al espíritu del rock & roll.

El boss tiene, además, el don de la oportunidad, porque esta reflexión sobre la naturaleza temporal de nuestra existencia nos llega, precisamente, en un momento en el que un desconocido nos espera, agazapado, a la vuelta de la esquina con la guadaña afilada… “hace un minuto estabas aquí, al minuto siguiente te has ido”.

En la casa de las mil guitarras, Springsteen levanta su copa y nos propone un brindis. “Por el rock & roll”, dice, y hace una pausa larga antes de continuar: “o lo que queda de él”, y se ríe.

Mercy Street

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Quienes disfrutamos con la música de Peter Gabriel y hemos seguido su trayectoria artística y vital, sabemos que sus temas no siempre son fáciles de descifrar. Sin embargo, pocos resultan tan enigmáticos como Mercy Street (calle Misericordia).

Incluido en su álbum So, de 1986, con un ritmo cadencioso y una base de discretas percusiones, nos lleva a recorrer un mundo oscuro, de playas desoladas antes del naufragio, de calles solitarias de un pueblo fantasma. De uno, del cual sólo la muerte te permite escapar. Pero para entenderlo, antes debemos conocer a Anne, su única habitante.

Sin pretenderlo, Anne Sexton se convirtió en una de las poetisas más influyentes y controvertidas del siglo XX. La menor de tres hermanos de una familia adinerada de Massachusetts, mujer de penetrantes ojos claros y una belleza que incluso le permitió trabajar como modelo, parecía destinada a disfrutar de una vida plena y feliz.

Sin embargo, desde su infancia vivió atormentada por la sombra de las enfermedades mentales, con severos episodios de depresión y cuadros psicóticos que le llevaron a ser internada, cuando apenas tenía 26 años de edad, tras intentar suicidarse en varias ocasiones.

Buscando ayuda, fue animada por uno de sus terapeutas, el doctor Martin Orne, a intentar plasmar por escrito sus delirios. Se apuntó a un taller de poesía y así encontró una válvula de escape para neutralizar sus frustraciones, convirtiéndose en una de las principales exponentes de la llamada poesía confesional, un controvertido género en el que la autora desnudaba por completo su intimidad.

En 1969, compuso 45 Mercy Street, poema con el que regresaba a su juventud intentando llenar, sin éxito, los traumas de su pasado. Parecía que las cosas le iban bien, ganó incluso el premio Pulitzer, pero su vida personal seguía sumida en el desastre. La tarde del 4 de octubre de 1974, se puso el abrigo de piel que heredó de su madre, tomó un tercer vaso de vodka y cerró las puertas del garaje de su casa. Luego puso en marcha su Cougar rojo y esperó a la muerte. Tenía 45 años y era su quinto intento de suicidio. Esta vez lo consiguió.

Peter Gabriel conoció los trabajos de Anne Sexton cuando ya había fallecido. Le impresionó, sobre todo, que la poetisa no escribiera para un público, sino para ella misma, hasta el punto de dejar instrucciones expresas para que sus últimos poemas no se publicaran antes de su muerte.

Gabriel, que ya había dedicado su tercer álbum en solitario, casi por completo, a las vicisitudes de los problemas mentales, quedó prendado por la obra de Sexton. Sin embargo, él mismo tendría que sentir de cerca el paso de la muerte para crear su propio tema.

En septiembre de 2013, el ex líder de Genesis contó una de las experiencias más traumáticas que le tocó vivir durante los muchos vuelos que había realizado en la década de los ochenta. Irónicamente, este no era de trabajo, sino que pretendía ser de vacaciones.

“La Pan Am –cuenta Gabriel– tenía un programa de kilómetros premio para viajeros frecuentes. Como yo había superado los 160 mil kilómetros, canjeé un boleto para ir de Los Ángeles a Río de Janeiro. Desde luego, la trampa era que uno tenía que viajar en clase económica”.

“En el camino saludé a Verdine White, bajista de Earth Wind & Fire, quien viajaba en primera clase. Poco después del despegue, el capitán nos habló por los altavoces para anunciar que la nave tenía problemas con su tren de aterrizaje, por lo que tendríamos que volar sobre el Pacífico para gastar combustible y luego realizar un aterrizaje de emergencia”.

“Todos a bordo estábamos muy asustados. Algunos comenzaron a escribir cartas de despedida para sus familias. Incluso yo escribí algunas palabras. Entonces Verdine vino a verme desde primera clase y, con una voz muy profunda me dijo: “Reza, hermano”.

“Gracias a Dios, el piloto logró que aterrizáramos a salvo. Al día siguiente tomé otro vuelo hacia Río, donde me encontré con el baterista Djalma Correa. Trabajé algunas ideas con él, que más tarde darían forma a lo que es Mercy Street”, contó el artista.

Peter Gabriel logró sobrevivir y quiso recordar a Anne Sexton, dándole en su canción un final distinto al que la atormentada poetisa merecía:

“Anne y su padre ya están sobre el bote,
remontando las aguas,
remontando las olas,
sobre el mar”

Madre vasca

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No es lo mismo extrañar que recordar. Se trata de un sentimiento profundo, que puede llegar a doler, por alguien que dejó un vacío que el paso del tiempo no consigue llenar.

Sin duda lo podemos encontrar en el gran trovador y guitarrista Atahualpa Yupanqui, “el que viene de lejanas tierras para decir algo”, en lengua quechua, el criollo y vasco de la tierra argentina.

Nació el 31 de enero de 1908, en el paraje bonaerense de Campo de la Cruz, partido de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires, pero poca gente sabe que ese hombre, venido de lejanas tierras, se llamaba Héctor Roberto Chavero Harán y que sus orígenes vascos le “galopaban por la sangre”. “Soy hijo de criollo y vasco, llevo en mi sangre el silencio del mestizo y la tenacidad del vasco”, decía.

Su madre, por la que sentía auténtica devoción y a la que siempre mencionaba con ternura, fue una continua referencia en su vida, resaltando frecuentemente su origen vasco. Cuenta en su autobiografía, El canto del viento, que Higinia Carmen Haran “había nacido en Guipúzcoa, en el País Vasco”. Recalcaba, además, que su apellido paterno era oriundo de la tierra vasca. “Chavero también es vasco, llegó a escribirse Xabero, con x, hasta el año 1860, como Ximena, como Xavier. Provenían los Chaveros de Pamplona. Mi abuelo se llamaba Bernardino, era un vasco que hablaba quechua…”. Incluso daba explicaciones sobre el significado de su apellido materno “… Aran, en idioma vasco, significa valle…”

La idea de pisar la tierra de sus antepasados siempre había estado presente en Don Ata, como cariñosamente le llamaban. Más adelante dice: “Mi madre era vasca, siempre quise acercarme al lugar de donde vino mi abuelo Regino, él era guipuzcoano. Se fue a la pampa a criar ovejas y algunas vacas. Yo siento a veces, dentro de mí, esa tenacidad vasca, sobre todo frente a ciertas adversidades…”

Llegó el momento de cantar en Donosti, en el Victoria Eugenia, y en el Buenos Aires de Bilbao y, desde que lo hizo, le gustaba recorrer esta tierra sin darse a conocer. Atahualpa recordaba: “al atravesar el País Vasco, el paisaje me cautivaba; pino, mar y monte, ésa era la patria de mi madre y se apoderaba de mí una profunda emoción; en ese estado de ánimo compuse unos versos que titulé, Madre Vasca”. La música, como explica Don Ata, corresponde a una melodía tradicional, Oinazez (con dolor y pena), recuperada por Aita Donostia.

Qué nombre tendrán las piedras
que la vieron caminar
a mi madre cuando niña,
o pastorcilla, quizás.

El árbol a cuya sombra descansó
dónde estará;
qué bueno si lo encontrara
para rezar o llorar.

He de llegar algún día
en tierra vasca a cantar, ¡ay madre!
desde muy lejos
en mis coplas volverás.

Tu sangre dentro de mis venas
como un río crecerá
y el viento, que es generoso,
tu árbol me señalará.

Qué bueno si lo encontrara
para rezar o llorar.

Don Ata, extrañó a su madre hasta el final de sus días. En una carta escrita a su esposa desde París, le decía: “Hoy, 12 de octubre, estoy recordando el adiós de mi madre, doña Higinia, tenaz, contradictoria, desdichada y gran mujer, madre de este marido tuyo que tantas bofetadas del destino ha recibido”.

La última fue en Nimes, donde la muerte sorprendió al viejo trovador el 23 de mayo de 1992, a los 84 años, tras recibir el aplauso entusiasmado del público. Pero sus cenizas reposan al pie de un roble, allá en su entrañable paraje cordobés de Cerro Colorado, como había dispuesto.

Puro sentimiento que podéis escuchar en el video que abre esta entrada, emocionante y entrañable, que dedico a todas las madres, a las que “pasaron al silencio” y a todos los que les extrañamos.