Recién cumplidos los 79 años, Evángelos Odysseéas Papathanassíou, Vangelis para los amigos, y hasta para los enemigos, ha fallecido en París, la ciudad que le vio nacer como músico de éxito.
Fue allí donde formó, en el convulsionado 68, el grupo Aphrodite’s Child, junto a su primo Demis Roussos (bajo y voz) y el batería Lucas Sideras.
Más conocido por la composición de bandas sonoras para el cine, como Carros de fuego, ganadora del Oscar a la mejor banda sonora en 1981, Blade Runner (1982) y 1492: La conquista del paraíso (1992), hoy le recordamos con el video de su primer single que abre esta entrada: Rain And Tears, una adaptación del Canon en Re Mayor de Pachelbel que hizo con 25 años y que se convirtió en el primer éxito de Aphrodite’s Child y de su larga carrera musical.
Escrito en castellano, este título no dice nada, o casi nada. Sin embargo, en inglés, My baby just cares for me, ya es otra cosa: la canción más emblemática de una de las grandes estrellas del firmamento musical.
Aunque empezó a tocar el piano con tres años, con gran talento, nadie podía imaginar que Eunice Kathleen Waymon llegaría tan lejos. Ni siquiera Muriel Massinovitch, su primera profesora de piano, cuando recurrió a los vecinos de Tryon (Carolina del Norte) para que el don de su virtuosa alumna no acabase en el mismo barrizal que el de otros muchos músicos por el simple hecho de ser negra y pobre.
En realidad, la cadena de solidaridad había comenzado en la casa donde la madre de Eunice servía a finales de los años treinta, cuando la niña tenía solo seis años. Según contó la propia artista en su autobiografía, Víctima de mi hechizo, la señora Miller fue a verle tocar y le dijo a su madre: “Con semejante talento, sería un pecado que no tomase lecciones de piano. Mamá le dijo que no podíamos pagarlas. La señora Miller reflexionó un par de segundos y luego dio una respuesta: me pagaría las clases durante un año”.
Al concluir ese primer año, la señorita Mazzy —como su alumna la llamaba— creó el Fondo Eunice Waymon, con el fin de recaudar el dinero necesario para que la futura estrella pudiera terminar los estudios secundarios y de música. La ciudad respondió con entusiasmo a la llamada de la profesora, pero el Curtis Institute of Music de Filadelfia, uno de los conservatorios más prestigiosos de EEUU, terminó rechazando a la virtuosa Eunice, precisamente por ser negra.
Después del soponcio, comenzó a buscar trabajos que le permitieran seguir recibiendo clases particulares. En el primero de ellos acompañaba al piano a los alumnos de una profesora de canto interpretando temas melódicos y de jazz. Fue allí donde, probablemente, puso por primera vez sus ojos en la partitura de My baby just cares for me, canción incluida en el musical Whoopee!
Por las noches tocaba en garitos nocturnos de Atlantic City, en Nueva Jersey. Cuando terminó su primera noche en el Midtown Bar and Grill, el dueño del local, acodado en la barra, le preguntó de malos modos por qué no había cantado en las siete horas de recital, y ella le respondió: “soy pianista”. “Mañana por la noche serás cantante –le dijo–, si no, te quedarás sin trabajo”.
Tenía 21 años y le atormentaba la reacción que pudiera tener su madre, ministra de la iglesia metodista, si llegara a leer en el cartel del piano bar: “Esta noche, Eunice Waymon”. La imaginaba diciendo: “¿Un bar? ¡Dios mío, tengo al diablo en mi propia familia! Decidió entonces esconderse detrás de un nombre artístico y así nació, en aquel garito, Nina Simone. Nina, porque un chico hispano con el que salía tenía la costumbre de llamarla ‘niña’, y Simone para rendir homenaje a la actriz francesa Simone Signoret, por quien sentía gran admiración
El dueño de Bethlehem Records, Sid Nathan, reparó en su talento y le ofreció su primer contrato discográfico. Sin entusiasmo alguno, Simone grabó en catorce horas algunos temas de jazz y de góspel y añadió varias canciones propias cuyos arreglos escribió casi sobre la marcha. Pero Nathan le pidió que añadiera alguna más animada para cerrar el álbum y eligió su arreglo de My baby just cares for me.
Little Girl Blue fue grabado en 1957 y publicado en 1958. Ni el disco, ni la propia canción, tuvieron una acogida particularmente entusiasta, pero aquello le colocó en el mercado discográfico, hizo despuntar una carrera de intérprete a caballo entre el pop y el jazz y le permitió hacerse un nombre. Nina Simone estaba muy implicada en la lucha contra la segregación racial en su país y llegó a pensar que podía cantar para ayudar a su gente, “y eso pasó a ser el pilar de mi vida. Ya no era el piano, ni la música clásica. Ni siquiera la música popular. Era la música por los derechos civiles”. Convertida en icono del black power abandonó EEUU tras el asesinato de Martin Luther King.
Olvidada por el gran público y al borde de la ruina, en 1987, un anuncio de Chanel Nº 5 acompañaba las imágenes con su versión de My baby just cares for me. Treinta años después de su grabación triunfaba en las listas de ventas. Sorprendida, llamó a su representante, quien comprobó, para disgusto de ambos, que la artista no tenía derecho a un solo céntimo de los enormes royalties que el tema generaba.
Nina Simone recordó cómo acabaron las catorce horas de grabación de aquel día de 1957: “Nathan me dio un papel para que lo firmara, lo que hice sin leerlo (…) Había renunciado a prácticamente todo lo que habían generado mis grabaciones allí. Y eso me había costado más dinero del que podía contar”. Entonces se dijo, tengo que aprovechar esta oportunidad para recorrer el mundo, porque es la última que tengo. Y vaya si lo hizo. Hasta 2002, un año antes de su muerte a los setenta años, no paró de actuar.
My baby just cares for me llegó a su primer disco como una canción de relleno, se convirtió en la más emblemática de su carrera musical, pero los beneficios que generó fueron para otros.
Tal vez resulte políticamente incorrecto, en tiempos de lucha por “el relato”, recordar el vuelo del almirante Carrero Blanco, pero esta entrada solo pretende escarbar en el origen de aquella canción que, al menos en mi tierra, lo celebraba.
La canción es Karrerorena (la de Carrero), también conocida como Yup la la, compuesta tras el atentado, en principio, por el cantautor de Ezterenzubi Eñaut Etxamendi e interpretada por primera vez junto al también bajonavarro Eñaut Larralde, con quien formaba el duo Etxamendi ta Larralde, en un kantaldi en la localidad zuberotarra de Maule.
Pronto adquirió gran popularidad y se cantaba en fiestas y actos de naturaleza abertzale a partir del verano de 1974. Después de cada estrofa, un estribillo repetía:
Jende lasterkatzaile krudela bera die igorri… ¡Yup!, la la
¡Perseguidor cruel, ahora el castigado ha sido él! ¡Yup!, la la
… y la gente lanzaba los jerséis al aire, o la prenda que tuviera más a mano.
Aunque la enciclopedia Auñamendi reconoce a Etxamendi como autor de Karrerorena, se ha llegado a especular sobre la posible autoría de un cantautor eibarrés, incluso que podría tratarse de la adaptación de un vals alemán. Nada de eso.
En 1959, Marty Robbins, un cantante country que nunca llegó a ser muy conocido por estos pagos y que llegó a ser número uno en los suyos, compuso El Paso, su canción más emblemática, una balada de pistoleros que canta al amor por Felina, joven bailarina mexicana de la cantina de Rosa.
Eñaut Etxamendi cambió la letra de El Paso; cambió la historia de un vaquero enamorado que huye tras matar en duelo al cowboy que había osado cortejar a Felina y vuelve al lugar del crimen para poder besar por última vez a su amada, por la del presidente del Gobierno que saltó por los aires.
A quienes habéis oído o cantado la canción, os recomiendo que escuchéis el vídeo que abre esta entrada. No hay ninguna duda.
Gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones, le gustaba decir a un antiguo presidente de esta tierra de conejos. Lampedusa nos regaló un gato pardo, con el que quería cambiarlo todo para que nada cambiara. Y, entre los grises… cómo olvidar a Grisi, sus orejas tiesas, sus largos bigotes blancos y aquella discreta mirada felina. Pero… ¿hubo, alguna vez, un gato azul? y ¿triste? A juzgar por los trabajos del psiquiatra Jeffrey Burgdort, que lleva años estudiando las señales de la felicidad en los animales, puede que triste sí, pero lo de azul tiene su historia.
En Cachoeiro de Itapemirim, un municipio brasileño del estado de Espírito Santo, también hay gatos, siempre los hubo, como en todas partes. Allí nació, en 1941, un niño al que pronto apodaron Zunga. Cuando era un chiquillo… qué alegría… soñaba con ser famoso, tal vez cantante, algún día. Con seis años ya hacía sus pinitos en las emisoras de radio locales. Puso todo su empeño y lo consiguió. Lo que no sabía Roberto Carlos era que un gato le daría tantas alegrías.
Con su sueño cumplido, cuenta en el vídeo que en 1968 ganó el Festival de San Remo con una canción que no estaba entre las favoritas, Canzone per te; y que, sin embargo, cuando volvió en 1972 con una “favoritísima”, perdió. Esta era Un gatto nel blu, compuesta por el napolitano Gaetano ‘Totò’ Savio y el florentino Giancarlo Bigazzi.
Un gatto nel blu guarda le stelle, (Un gato en el azul mira las estrellas) non vuol tornare in casa senza te. (no quiere volver a casa sin ti) Sapessi quaggiù che notte bella, (Si supieras qué bella es la noche aquí abajo) chissà se un gran dolore si cancella. (quién sabe si un gran dolor se puede borrar)
Un gatto nel blu, ecco che tu (Un gato en el azul, y de pronto tú) spunti dal cuore, mio caro amore. (surges del corazón, querido amor mío) Fra poco sarai negli occhi miei, (Dentro de poco estarás en mis ojos) anche sta sera… una lacrima sei. (también esta noche eres una lágrima)
Tras el fracaso sanremesino, Buddy y Mary McCluskey la tradujeron al español y pronto entró en las listas de discos más vendidos como El gato que está triste y azul. Un gatto nel blu, un gato en el cielo, en el azul italiano cuando anochece, pasó a ser un gato en la oscuridad, un gato azul… y triste, por el recuerdo de un amor perdido… cuando era un chiquillo. Así pues, no hay gato encerrado en esta canción, sólo una licencia poética de los traductores y, aunque sigue sin entenderla, desde entonces, un gato azul… y triste habita en la garganta de Roberto Carlos.
El gato que está en nuestro cielo, no va a volver a casa si no estás. No sabes mi amor, qué noche bella, presiento que tú estás en esa estrella.
El gato que está triste y azul, nunca se olvida que fuiste mía. Más sé que sabrá de mi sufrir, porque en mis ojos, una lágrima hay.
Con el azul saturado y colas para entrar, en Reino Unido acaban de reconocer, por ley, que los animales son seres con sentimientos. Aún y todo, habrá quien le busque tres pies al gato, sobre todo si es azul, pero… quién lo dudaba.
Un buen día, Gordon Mathew Thomas Summer, decidió dejar su trabajo de maestro de escuela en Cramlington, pueblo minero al norte de Newcastle, para seguir un camino que le llevaría a convertirse en catedrático del rock. Sting, tocó la gloria con The Police. Pero… otro buen día, decidió continuar por ese camino en solitario.
Y llegó Fragile, uno de los temas incluidos en su segundo álbum de estudio, “…Nothing Like The Sun” (Nada como el sol). Con el sello de alma y compromiso que imprime a sus canciones, Sting compuso Fragile pensando en Benjamin Linder, un ingeniero civil estadounidense abatido por la “contra” nicaragüense, el 28 de abril de 1987, cuando se encontraba trabajando en un proyecto hidroeléctrico para suministrar energía a las zonas deprimidas del norte de Nicaragua; sintiendo cómo la lluvia tropical empapaba su cuerpo.
La lluvia sigue y sigue cayendo, como lágrimas de una estrella, una y otra vez la lluvia nos dirá lo frágiles que somos.
El 11 de septiembre de 2001, Sting preparaba un concierto íntimo ante un público formado por un pequeño grupo de amigos y fans en su casa de la Toscana italiana, que sería transmitido por internet para todo el mundo y se convertiría en su primer álbum en vivo en quince años “… All This Time”. Mientras daba los últimos retoques le llegó la trágica noticia del ataque al World Trade Center de Nueva York.
“Me enteré sobre las tres de la tarde y teníamos que empezar a las nueve. No sabía qué hacer. Para colmo, uno de mis mejores amigos estaba en las malditas Torres Gemelas. Y sentí que había muerto. Reuní a toda la banda y les pregunté cuál era su opinión. Todos me dijeron que lo mejor era hacer el concierto. Y acepté”. Como gesto de respeto a las víctimas, Sting decidió transmitir sólo una canción: Fragile.
Aunque fue escrita en 1987, su mensaje sigue vigente. Más, cuando un virus microscópico es capaz de poner a nuestra civilización contra las cuerdas, dejando en evidencia lo frágiles que somos.
El 23 de septiembre Bruce Springsteen sopló 71 velas, con la fuerza y el talento necesarios para seguir haciéndonos sentir la música y su vigésimo disco de estudio, a punto de ser lanzado a los cuatro vientos.
En noviembre del año pasado el boss volvió a reunir a la legendaria E Street Band en su establo de Colts Neck, en Nueva Jersey, para grabar Letter to You. El hilo conductor que recorre el disco es la muerte, la pérdida de amigos y excompañeros de banda.
“Baby baby baby, i’m coming home” canta Bruce Springsteen en los primeros compases del tema que abre esta entrada, One minute you’re here (next you’re gone). Vuelve a casa, para llevarnos con su guitarra acústica por caminos de hierro, de manera dulce y acompasada, en una metáfora de nuestra efímera existencia:
“El gran tren negro llega vías abajo, haz sonar tu silbato una y otra vez, hace un minuto estabas aquí, al minuto siguiente te has ido”
Letter to You es una carta escrita a corazón abierto. Un diálogo con los amigos y excompañeros que han ido quedando junto a las vías, con sus fantasmas y espíritus, esos que se le aparecen ahora solo en sueños. Él mismo se incluye entre los destinatarios: “Ves venir el último tren –declaraba a ‘Rolling Stone’– y sabes que las últimas estaciones que te quedan están contadas”. Pero también es una carta que desprende un reconfortante aroma a supervivencia, un homenaje al espíritu del rock & roll.
El boss tiene, además, el don de la oportunidad, porque esta reflexión sobre la naturaleza temporal de nuestra existencia nos llega, precisamente, en un momento en el que un desconocido nos espera, agazapado, a la vuelta de la esquina con la guadaña afilada…“hace un minuto estabas aquí, al minuto siguiente te has ido”.
En la casa de las mil guitarras, Springsteen levanta su copa y nos propone un brindis. “Por el rock & roll”, dice, y hace una pausa larga antes de continuar: “o lo que queda de él”, y se ríe.
Quienes disfrutamos con la música de
Peter Gabriel y hemos seguido su trayectoria artística y vital, sabemos que sus
temas no siempre son fáciles de descifrar. Sin embargo, pocos resultan tan
enigmáticos como Mercy Street (calle
Misericordia).
Incluido en su álbum So, de 1986, con un ritmo cadencioso y una base de discretas percusiones, nos lleva a recorrer un mundo oscuro, de playas desoladas antes del naufragio, de calles solitarias de un pueblo fantasma. De uno, del cual sólo la muerte te permite escapar. Pero para entenderlo, antes debemos conocer a Anne, su única habitante.
Sin pretenderlo, Anne Sexton se convirtió en una de las poetisas más influyentes y controvertidas del siglo XX. La menor de tres hermanos de una familia adinerada de Massachusetts, mujer de penetrantes ojos claros y una belleza que incluso le permitió trabajar como modelo, parecía destinada a disfrutar de una vida plena y feliz.
Sin embargo, desde su infancia vivió atormentada por la sombra de las enfermedades mentales, con severos episodios de depresión y cuadros psicóticos que le llevaron a ser internada, cuando apenas tenía 26 años de edad, tras intentar suicidarse en varias ocasiones.
Buscando ayuda, fue animada por uno de sus terapeutas, el doctor
Martin Orne, a intentar plasmar por escrito sus delirios. Se apuntó a un taller
de poesía y así encontró una válvula de escape para neutralizar sus
frustraciones, convirtiéndose en una de las principales exponentes de la
llamada poesía confesional, un controvertido género en el que la autora
desnudaba por completo su intimidad.
En 1969, compuso 45 Mercy Street, poema con el que regresaba a su juventud intentando llenar, sin éxito, los traumas de su pasado. Parecía que las cosas le iban bien, ganó incluso el premio Pulitzer, pero su vida personal seguía sumida en el desastre. La tarde del 4 de octubre de 1974, se puso el abrigo de piel que heredó de su madre, tomó un tercer vaso de vodka y cerró las puertas del garaje de su casa. Luego puso en marcha su Cougar rojo y esperó a la muerte. Tenía 45 años y era su quinto intento de suicidio. Esta vez lo consiguió.
Peter Gabriel conoció los trabajos de Anne Sexton cuando ya había
fallecido. Le impresionó, sobre todo, que la poetisa no escribiera para un público,
sino para ella misma, hasta el punto de dejar instrucciones expresas para que
sus últimos poemas no se publicaran antes de su muerte.
Gabriel, que ya había dedicado su
tercer álbum en solitario, casi por completo, a las vicisitudes de los
problemas mentales, quedó prendado por la obra de Sexton. Sin embargo, él mismo
tendría que sentir de cerca el paso de la muerte para crear su propio tema.
En septiembre de 2013, el ex líder de
Genesis contó una de las experiencias más traumáticas que le tocó vivir durante
los muchos vuelos que había realizado en la década de los ochenta.
Irónicamente, este no era de trabajo, sino que pretendía ser de vacaciones.
“La Pan Am –cuenta Gabriel– tenía un
programa de kilómetros premio para viajeros frecuentes. Como yo había superado
los 160 mil kilómetros, canjeé un boleto para ir de Los Ángeles a Río de
Janeiro. Desde luego, la trampa era que uno tenía que viajar en clase
económica”.
“En el camino saludé a Verdine White,
bajista de Earth Wind & Fire, quien viajaba en primera clase. Poco después
del despegue, el capitán nos habló por los altavoces para anunciar que la nave
tenía problemas con su tren de aterrizaje, por lo que tendríamos que volar
sobre el Pacífico para gastar combustible y luego realizar un aterrizaje de
emergencia”.
“Todos a bordo estábamos muy asustados.
Algunos comenzaron a escribir cartas de despedida para sus familias. Incluso yo
escribí algunas palabras. Entonces Verdine vino a verme desde primera clase y,
con una voz muy profunda me dijo: “Reza, hermano”.
“Gracias a Dios, el piloto logró que aterrizáramos a salvo. Al día siguiente tomé otro vuelo hacia Río, donde me encontré con el baterista Djalma Correa. Trabajé algunas ideas con él, que más tarde darían forma a lo que es Mercy Street”, contó el artista.
Peter Gabriel logró sobrevivir y quiso recordar a Anne Sexton, dándole en su canción un final distinto al que la atormentada poetisa merecía:
“Anne y su padre ya están sobre el bote, remontando las aguas, remontando las olas, sobre el mar”
No es
lo mismo extrañar que recordar. Se trata de un sentimiento profundo, que puede
llegar a doler, por alguien que dejó un vacío que el paso del tiempo no consigue
llenar.
Sin
duda lo podemos encontrar en el gran trovador y guitarrista Atahualpa Yupanqui,
“el que viene de lejanas tierras para decir algo”, en lengua quechua, el
criollo y vasco de la tierra argentina.
Nació el
31 de enero de 1908, en el paraje bonaerense de Campo de la Cruz, partido de
Pergamino, en la provincia de Buenos Aires, pero poca gente sabe que ese hombre,
venido de lejanas tierras, se llamaba Héctor Roberto Chavero Harán y que sus orígenes
vascos le “galopaban por la sangre”. “Soy hijo de criollo y vasco, llevo en mi sangre
el silencio del mestizo y la tenacidad del vasco”, decía.
Su
madre, por la que sentía auténtica devoción y a la que siempre mencionaba con
ternura, fue una continua referencia en su vida, resaltando frecuentemente su
origen vasco. Cuenta en su autobiografía, El
canto del viento, que Higinia Carmen Haran “había nacido en Guipúzcoa, en
el País Vasco”. Recalcaba, además, que su apellido paterno era oriundo de la
tierra vasca. “Chavero también es vasco, llegó a escribirse Xabero, con x,
hasta el año 1860, como Ximena, como Xavier. Provenían los Chaveros de Pamplona.
Mi abuelo se llamaba Bernardino, era un vasco que hablaba quechua…”. Incluso daba
explicaciones sobre el significado de su apellido materno “… Aran, en idioma
vasco, significa valle…”
La idea
de pisar la tierra de sus antepasados siempre había estado presente en Don Ata,
como cariñosamente le llamaban. Más adelante dice: “Mi madre
era vasca, siempre quise acercarme al lugar de donde vino mi abuelo Regino, él
era guipuzcoano. Se fue a la pampa a criar ovejas y algunas vacas. Yo siento a
veces, dentro de mí, esa tenacidad vasca, sobre todo frente a ciertas
adversidades…”
Llegó el momento de cantar en Donosti, en el Victoria Eugenia, y en el Buenos Aires de Bilbao y, desde que lo hizo, le gustaba recorrer esta tierra sin darse a conocer. Atahualpa recordaba: “al atravesar el País Vasco, el paisaje me cautivaba; pino, mar y monte, ésa era la patria de mi madre y se apoderaba de mí una profunda emoción; en ese estado de ánimo compuse unos versos que titulé, Madre Vasca”. La música, como explica Don Ata, corresponde a una melodía tradicional, Oinazez (con dolor y pena), recuperada por Aita Donostia.
Qué nombre tendrán las piedras que la vieron caminar a mi madre cuando niña, o pastorcilla, quizás.
El árbol a cuya sombra descansó dónde estará; qué bueno si lo encontrara para rezar o llorar.
He de llegar algún día en tierra vasca a cantar, ¡ay madre! desde muy lejos en mis coplas volverás.
Tu sangre dentro de mis venas como un río crecerá y el viento, que es generoso, tu árbol me señalará.
Qué bueno si lo encontrara para rezar o llorar.
Don Ata, extrañó a su madre hasta el final de sus días. En una carta escrita a su esposa desde París, le decía: “Hoy, 12 de octubre, estoy recordando el adiós de mi madre, doña Higinia, tenaz, contradictoria, desdichada y gran mujer, madre de este marido tuyo que tantas bofetadas del destino ha recibido”.
La última
fue en Nimes, donde la muerte sorprendió al viejo trovador el 23 de mayo de
1992, a los 84 años, tras recibir el aplauso entusiasmado del público. Pero sus
cenizas reposan al pie de un roble, allá en su entrañable paraje cordobés de
Cerro Colorado, como había dispuesto.
Puro
sentimiento que podéis escuchar en el video que abre esta entrada, emocionante
y entrañable, que dedico a todas las madres, a las que “pasaron al silencio” y
a todos los que les extrañamos.
Estos
días nos hemos asomado a la ventana de Antonio Vega para volver a ver a la
chica de ayer, porque ha hecho diez años que dejó este valle de lágrimas.
Aunque
la canción forma parte de la banda sonora de una época, al cabo de cuatro
largas décadas todavía sigue oyéndose. Sus acordes comenzaron a brotar en la
playa de la Malvarrosa una tarde de verano de 1977, cuando Antonio Vega estaba
haciendo la mili en Valencia. Era su primera canción y ni en sueños hubiera
podido imaginar que el paso de los años la convertiría en un himno generacional. Pero… quién era aquella joven de cabellos dorados que
jugaba con las flores de su jardín. Quién era la chica de ayer.
Las
calles mojadas le habían visto crecer, pero no había más pistas y Antonio
falleció sin desvelar su secreto. Así parecía que se iba a quedar para siempre,
pero en 2014 se estrenó Tu voz entre
otras mil, un documental en el que la periodista Paloma Concejero brindaba
un impactante retrato del artista madrileño. Al ver a aquella chica rubia que
aparecía en las imágenes, Jaime Conde, primer batería de Nacha Pop, recordó que
Antonio la conoció en una fiesta, que
solía acudir a los ensayos de la banda, que los componentes del grupo siempre
intuyeron que era ella quien le había inspirado para componer Chica de ayer y, sobre todo, las miradas
que se cruzaban cada vez que la tocaban.
La periodista quería
localizar a la chica de los cabellos dorados, pero nadie recordaba su nombre,
sólo que era rubia y misteriosa. Cuando estaba a punto de desistir, sonó el
teléfono. Una prima suya la había reconocido al ver el documental. Era una
mujer de Bilbao, una diseñadora de moda que vivía en Madrid.
Quedamos en vernos más
adelante –dice Paloma Concejero–, para hablar tranquilamente, pero no llegó a
la cita porque falleció de un infarto. Tenía cincuenta y cuatro años y se
llamaba Maite Echanojauregui.
Cuando se conocieron, Antonio Vega tenía veinte y ella diecisiete. Fue un romance breve pero intenso. Él nunca le quiso decir que le escribió una canción y ella lo sabía pero calló.
Por qué él nunca quiso
desvelar la identidad de quien le inspiró aquella tarde en la Malvarrosa. Por
qué ella puso tanto celo en ocultarlo.