¡Perra vida! o ¡qué vida más perra!, son exclamaciones que todavía se utilizan como sinónimo de una mala vida, llena de incomodidades y dificultades, o como lamento de la propia existencia, por parte de personas que sufren mucho. Pero son expresiones que han quedado obsoletas, porque los perros ya no viven tan mal.
Los centros comerciales habilitan secciones dedicadas en exclusiva a su alimentación y a la venta de todo tipo de accesorios y complementos para su salud y belleza. Hay hasta tiendas de repostería artesanal especializadas en dulces para perros; también clínicas caninas y peluquerías; parques exclusivos, tiendas, restaurantes, hoteles y medios de transporte ‘dog friendly’. He visto en San Fermines que les han hecho trajes para que también participen de la fiesta, y siempre les puedes comprar ropa en Lucas & Lola donde, además de sus modelos exclusivos, encontrarás las mejores marcas del mercado canino… Si las cosas no cambian, pronto habrá más establecimientos de este tipo que escuelas.
Con el titular “Más perros que niños en Gipuzkoa”, El Diario Vasco informa el 10 de julio, que “a día de hoy, en Gipuzkoa, se contabilizan 105.677 canes censados –según la estadística del REGIA, el Registro General de Identificación de Animales de la Comunidad Autónoma del País Vasco– frente a los 97.691 menores de 14 años, según datos del INE de 2022”. Y añade, “los datos no son al cien por cien completos puesto que no todos los dueños registran a su perro con microchip –como es obligatorio–“.
¿Somos unos aventajados en esto de cambiar perros por niños? ¿es exclusivo este sorpasso? Pues no. Según el último censo de animales de ANFAAC y Veterindustria, a nivel de Estado, los datos confirman que se trata de algo más general. En España hay 9.313.098 perros registrados y, según el Instituto Nacional de Estadística, 6.672.087 niños menores de 14 años. En realidad, la diferencia es mayor porque no todos los perros están registrados y porque a este dato habría que añadir los 168.000 sin hogar, que constan en el último estudio de la Fundación Affinity ‘Él nunca lo haría 2022’. El abandono afecta al 2,6% de los perros en España. Sin embargo, el de niños que proporciona el INE es inamovible. Así que, efectivamente, la vuelta de la tortilla es compartida, y no tenemos en cuenta en esta entrada a los 5.858.649 gatos, incluidos en el censo citado.
Siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre. Hoy lo es también de la mujer. Y, en ambos casos, la relación va mucho más allá de la amistad. El perro como animal de compañía, ha devenido en compañero de piso, pareja de hecho, miembro de la familia y hasta el hijo que no se puede o quiere tener. También se adoptan y, en caso de divorcio de los dueños, el Código Civil contempla la custodia compartida, con la obligación de pagar una manutención para sus gastos.
Como confirman la consultora GFK y AEDPAC, cada vez más, nuestros jóvenes recurren a perros y gatos para completar su existencia, lo que ha hecho que en la revista Forbes se pregunten por qué los Millennials están “sustituyendo las mascotas por los bebés” (¡por Dios! qué nombre más horrible para unos animales).
Si existiera alguna teoría creíble sobre la gran sustitución, ésta sería sin duda la de los niños por los perros. ¿Por qué? Hay quien habla de “declive civilizatorio”, otros de “egoísmo”. Así, el filósofo Santiago Alba Rico, reconociendo esta tendencia a tener menos hijos, que se está produciendo en casi todo Occidente, y que parece correlativa a tener más perros (y gatos), suele comentar en sus ensayos, medio en broma medio en serio, que “uno de los síntomas de declive civilizatorio es que suele venir acompañado de una mayor preocupación por el bienestar animal. Sucedió en el Imperio Romano y parece que se está produciendo en la actualidad”.
Por su parte, el papa Francisco ha llamado “egoístas” a las parejas que no quieren tener hijos, pero que tienen perros o gatos en su lugar: “Hoy vemos una forma de egoísmo. Vemos que algunos no quieren tener hijos. A veces uno, y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugar”, mostrando así su preocupación por lo que ha denominado “invierno demográfico”, la “dramática caída de la natalidad”.
El fin de la vida perra, es consecuencia de esa mayor preocupación por el bienestar animal que, en parte, está relacionada con la preferencia de muchos de nuestros jóvenes por tener un perro o un gato, en lugar de traer un hijo a este mundo. Si esto nos sume en un declive civilizatorio, si tiene o no razón el papa Francisco, lo dejo al criterio del lector. Lo que sí tengo claro, es que habremos de tener en consideración esta circunstancia, cuando analicemos las causas del descenso demográfico, uno de los grandes problemas de la humanidad.
El tiempo pasa veloz y ligero, como la primavera en flor que diría Machado. Casi no hay espacio para la reflexión. Aun así, convocados a unas nuevas elecciones, en tiempos de crisis de la democracia, la hacen conveniente, sobre todo porque vuelve a aparecer el fantasma de la abstención, de la desafección.
Ríos de tinta siguen brotando del manantial del 68, a pesar de que este año cumple su cincuenta y cinco aniversario. Unos lo evocan para perseverar en la construcción del mito, otros para subirse a la ola desmitificadora, los más para mantener vivo el recuerdo de unos hechos que conmovieron al mundo.
Casi todos lo hacen, con la mirada puesta en el mayo parisino. El de la imaginación al poder y el prohibido prohibir, el de los adoquines del Barrio Latino, las barricadas de los bulevares y el cierre de la Sorbona, en definitiva, la revuelta de unos jóvenes estudiantes que cuestionaban la sociedad burguesa, sus valores y estilo de vida, y que, con un código antiautoritario, llegaron a poner contra las cuerdas al gobierno del general Charles De Gaulle. Pero 1968 fue mucho más complejo que todo eso.
En el exterior del Palacio Miramar de Donosti, unos paneles informativos descubren al visitante parte de la historia del palacio, concebido como Real Casa de Campo por la reina María Cristina, y de la estancia de la familia real disfrutando de sus veraneos frente a La Concha, desde su inauguración en 1893 hasta el fallecimiento de la reina en 1929, casi sin interrupción. La exposición lleva por título ‘Un pequeño gran palacio lleno de historias por contar’.
Entre las fotografías que se muestran, está la que abre esta entrada. Nos ha llamado la atención porque es muy posterior a aquellos veraneos reales y porque, en la misma, se ve al simpar emérito en edad escolar, formando con otros chavales en el exterior del palacio. Nos preguntamos qué hacía en Miramar, quiénes eran sus acompañantes y si no habría detrás de la foto una de esas historias.
Juan Carlos de Borbón y Borbón nació en el exilio, en Roma, el 5 de enero de 1938. Cuando tenía cuatros años, la familia se trasladó a la ciudad suiza de Lausanne, donde fue internado en la prestigiosa escuela Le Rosey. Continuó su educación en el internado de los marianistas de Ville Saint-Jean, de Friburgo, y, cuando se trasladaron a Estoril, en la Escola das Religiosas do Amor de Deus y luego en los Salesianos. Pero, a las puertas de la adolescencia, el pretendiente a la corona de España, Juan de Borbón y Battenberg, estaba preocupado por la educación de su hijo y empezaba a pesarle que en España pudiera ser visto como un príncipe extranjero en el exilio de Estoril.
La historia que hay detrás de esta foto, empezó a escribirse en el verano de 1948, frente a la bahía donostiarra. El muñidor de la operación es Julio Danvila, amigo de Alfonso XIII y miembro del consejo privado de Juan de Borbón que, a su vez, mantiene un estrecho contacto con el generalísimo. Para superar las constantes trifulcas que tensionaban la relación entre el conde de Barcelona y el caudillo, y dar un giro a la causa monárquica, no ve más salida que un acercamiento del pretendiente a Franco y su régimen, para lo que considera beneficioso que el príncipe vaya a estudiar a España. Fruto de su labor de intermediación es el visto bueno de ambos para disponer un encuentro en territorio neutral. Un cara a cara.
Se entrevistan el 25 de agosto de 1948 en el Azor, a cinco millas de la costa donostiarra. Hablaron a solas, en la cabina principal, durante tres horas, mientras el yate navegaba lentamente entre Zarautz y Donosti. Paul Preston sostiene que el verdadero motivo de Franco para acudir al encuentro entre ambos, afloró finalmente cuando expresó su inmenso interés en que el príncipe Juan Carlos, que tenía entonces diez años, terminara sus estudios en España, lo que su padre acabó aceptando a regañadientes, a la espera de que se cumplieran una serie de condiciones.
Dos meses después, el 9 de noviembre, el príncipe llegaba a Madrid en el Lusitania Express. Su destino era Las Jarillas, una finca propiedad de Alfonso de Urquijo situada junto a la carretera de Colmenar Viejo, a diecisiete kilómetros de Madrid, donde, en tan breve espacio de tiempo, se había instalado un particular y restringido colegio ad hoc, con un reducido claustro de solo cuatro profesores y ocho selectos alumnos de la edad del príncipe: Carlos de Borbón-Dos Sicilias, primo carnal de Juan Carlos, Jaime de Carvajal y Urquijo, Alonso Álvarez de Toledo y Urquijo, Agustín Carvajal y Fernández de Córdoba, Fernando Falcó y Fernández de Córdoba, Alfredo Gómez-Torres y Gómez-Trénor, Juan José Macaya Aguinaga y José Luis Leal Maldonado, todos ellos hijos de aristócratas cercanos a Juan de Borbón.
En otoño de 1950, Juan Carlos llegaba a Donosti para continuar sus estudios de bachillerato en el palacio Miramar, esta vez acompañado de su hermano Alfonso. Franco había anulado el decreto por el que la familia real había perdido sus propiedades con la llegada de la República, de manera que en aquel momento era del conde de Barcelona, como herencia de su padre Alfonso XIII. Enviar a los niños a Miramar era como tomar posesión del palacio nuevamente.
En aquella antigua Real Casa de Campo, frente a la bahía de La Concha, se había constituido un nuevo centro educativo ad hoc, en régimen de internado, para que los infantes pudieran cursar sus estudios acompañados por un pequeño grupo de escogidos compañeros extraídos, como en Las Jarillas, de la aristocracia de la sangre y el dinero. ¡Quién iba a decirle a la reina regente que su palacete sería un día el centro educativo de sus bisnietos!
Ya sabemos, por tanto, qué hacía el emérito a sus doce años en Miramar: estudiaba el bachillerato. Pero también nos preguntábamos quienes eran aquellos chavales que formaban con él en el exterior del palacio, a quienes se ve mejor en esta foto, publicada por ABC en 1950.
De izquierda a derecha son: Manuel Zayas Arancibia, Alonso Álvarez de Toledo y Urquijo, José Luis Leal Maldonado, Carlos Benjumea Morenés, Jaime de Carvajal y Urquijo, Juan Güell y Martos, el infante Alfonso de Borbón, Juan Carlos de Borbón, Jaime de Torres y Olazábal, Álvaro Urzáiz y Azlor de Aragón, Luis Alfonso Pérez de Guzmán Careaga, Álvaro Arana Ybarra y Juan Carlos Gaytán de Ayala y Díez de Rivera. No salen en la foto, aunque sí están en la formación de portada, el hermano gemelo de Manuel Zayas, Juan, Alfredo Gómez-Torres y Gómez-Trénor y Juan José Macaya y Aguinaga. Tampoco, porque se incorpora en el curso siguiente, Joaquín Pérez de Herrasti y Narváez.
Estos son sus orígenes y trayectorias.
Manuel Zayas Arancibia Hijo de Luis Fernando Zayas Goyarrola, a quien el historiador Fernández Redondo incluye en la lista de militantes vizcaínos de FE de las JONS. Graduado como ingeniero industrial en 1935, su trayectoria estuvo vinculada a la poderosa burguesía empresarial de la época. Entre otras compañías, participó en Altos Hornos de Vizcaya y fue fundador y director gerente, hasta su fallecimiento en 1972, de Bilbaína de Montajes Metálicos, S.A. Excombatiente, fue también concejal falangista en el Ayuntamiento de Bilbao (1942-1948). Casado con María Teresa Arancibia Yarto, tuvieron ocho hijos. Los dos mayores, nacidos el 4 de mayo de 1941 en Bilbao, eran Manuel y su hermano gemelo Juan, que estaba en el grupo de alumnos, pero no sale en la foto. Eran conocidos entre sus compañeros como los “mellis”. Manuel se incorpora una semana antes que Juan. Con el tiempo, los Zayas van a Estoril a visitar al conde de Barcelona, y Juan organiza en Bilbao las Juventudes Monárquicas. Manuel fue arquitecto, jefe del Servicio de Arquitectura y del de Planificación Urbana de la Diputación de Vizcaya y miembro del Círculo Cultural Vizcaíno. Realizó los Proyectos de Planeamiento a nivel, comarcal, municipal y parcial de Bilbao. Juan, sin embargo, se dedicó a actividades financieras y de seguros. Fue consejero y secretario de la sociedad de valores Bidarte Broker, S.L., desempeñando cargos en diversas empresas.
Alonso Álvarez de Toledo y Urquijo Nacido el 30 de septiembre de 1939 en Llodio. Marqués de Villanueva de Valdueza y vizconde de la Armería. Hijo de Alonso Álvarez de Toledo y Cabeza de Vaca, marqués de Villanueva de Valdueza y vizconde de la Armería, y de María del Pilar Urquijo y Landecho. Nieto de Estanislao de Urquijo y Ussía, marqués de Urquijo, y de María del Pilar de Landecho y Allendesalazar, marquesa de Cábrega y dama de la reina Victoria Eugenia. Alonso de Valdueza –como le llamaban sus compañeros de estudios– fue un referente importante de las finanzas españolas. Acabó la carrera de Ingeniero Agrícola en la Universidad de Madrid y amplió estudios en el Politécnico de California (EEUU), pero orientó su actividad profesional hacia la banca. Fue subdirector de la división internacional para asuntos de Europa, Asia y Oriente Medio, del Banco Urquijo-Unión y director en España del banco británico de negocios Schroders. Conocido terrateniente pacense, es propietario de la inmensa finca Perales, cercana a Mérida, con grandes extensiones de olivares y de viñedos, y una próspera ganadería en Villar del Rey, además de las bodegas que comercializan un vino tinto bautizado con su título nobiliario: Marqués de Valdueza, con el que también tiene en el mercado su aceite de oliva virgen extra. Fue presidente de la Asociación Nacional de ganaderos de Raza Avileña-Negra Ibérica.
José Luis Leal Maldonado Nació en Granada, el 6 de agosto de 1939. Hijo del capitán de navío Luis Leal Leal, compañero y amigo de don Juan durante la época de estudios en la Escuela Naval. Abogado, político, economista y empresario. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y en Ciencias Políticas por la de Ginebra (Suiza). Trabajó en la asesoría jurídica de Manuel Jiménez de Parga y militó en el Frente de Liberación Popular, organización izquierdista conocida como “Felipe”. En París obtuvo una diplomatura en Estadística y un doctorado en Economía en La Sorbona. Fue profesor en la Universidad de Nanterre (1967-1972) y participó en el mayo del 68 parisino, apoyando a sus alumnos. Trabajó para la OCDE en París (1972-1977) y al inicio de la Transición volvió a España. En 1977 fue nombrado director general de Política Económica del Ministerio de Economía; ingresó en la UCD, en marzo de 1978 se hizo cargo de la Secretaría de Estado para Asuntos Económicos y fue Ministro de Economía en el tercer gobierno de Adolfo Suárez. Posteriormente, abandonó la actividad política y, tras recibir la Gran Cruz de Carlos III, trabajó como asesor de la presidencia del Banco Bilbao Vizcaya (1980-1990). Desde 1990 hasta 2006, fue presidente de la Asociación Española de Banca (AEB), la patronal bancaria, y desde 2012 consejero de PRISA. Siempre atento a los intereses franceses en España, fue reconocido por Francia como Comendador de la Legión de Honor y, en marzo de 2004, nombrado Administrador Independiente del grupo francés Carrefour, líder en el sector de distribución en España tras la fusión en 1999 de Pryca y Continente.
Grupo de Juanito. De izquierda a derecha: Álvaro Urzáiz, Juan José Macaya, Juan Carlos de Borbón, Alonso Álvarez de Toledo, Jaime de Carvajal y Urquijo y Alfredo Gómez-Torres.
Carlos Benjumea Morenés Nacido en San Sebastián el 4 de octubre de 1941, era hijo de Pablo Benjumea Lora, Hermano Mayor de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, condecorado con la Gran Cruz del Mérito Civil, y de Concepción Morenés y Medina. Su abuelo materno, Felipe Morenés y García-Alesson, era marqués de Borghetto. Carlos Benjumea fue también maestrante de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, hasta su fallecimiento en 2013. Empresario, fue presidente de Bencar Empresa General de Servicios, S.A. y consejero presidente de La Charnequilla, S.L., dedicada a la explotación y aprovechamiento forestal, agropecuario, cinegético y ganadero de fincas rústicas en Sevilla. Tiene registrados hasta veintidós cargos en diferentes empresas.
Jaime de Carvajal y Urquijo Nacido el 9 de junio de 1939, también en Llodio, el ‘Carva’ –como le llamaban sus compañeros– es marqués de Isasi y primo carnal de su compañero de estudios Alonso Álvarez de Toledo y Urquijo. Hijo de Francisco de Borja de Carvajal y Xifré, conde de Fontanar, conocido como Paco Fontanar, secretario del Comité de Acción Monárquica, organización que coordinaba los distintos grupos monárquicos españoles y servía de nexo de unión con Juan de Borbón, e Isabel de Urquijo y Landecho; y nieto, también, de Estanislao de Urquijo y Ussía, marqués de Urquijo, y de María del Pilar de Landecho y Allendesalazar, marquesa de Cábrega. Obtuvo el Premio Nacional de Bachillerato. Economista, empresario, inversor y filántropo, es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en Economía por la Universidad de Cambridge. Fue presidente del Banco Urquijo y, durante la legislatura constituyente, senador por designación real, siendo además uno de los firmantes de la Constitución española de 1978. Invitado a formar parte de la Comisión Trilateral en 1980, poco después, se incorporó al Club Bilderberg como miembro de su Comité Ejecutivo. Fue también presidente en España de Ford, Ericsson, Asea Brown Boveri (ABB) y Advent International Advisory; del Banco Hispano Industrial, de Plus Ultra, de Parques Reunidos; vicepresidente de Ferrovial, de la Fundación de Estudios Financieros y consejero, entre otros, del Banco Hispano Americano. En 1995 fue el primer presidente y co-fundador del Consejo España-Estados Unidos y en 1988 fundó la compañía de capital riesgo Iberfomento. Es Senior Advisor de Mongan Stanley y participa en los consejos de Telefónica, Repsol, Unión Fenosa, Abengoa, Asland e Indra Sistemas, y de algunas compañías no españolas como SGS Holdings, Kleinwort Benson Group y Dufry. Fue el estudiante mejor dotado del grupo y compañero de habitación de ‘Juanito’ en Miramar.
Juan Güell y Martos Yony para sus compañeros, fue conde de Güell, Grande de España. Hijo de Juan Claudio Güell y Churruca, conde de San Pedro de Ruiseñada, cuyo nombre apocopado –Ruiseñada–, lo identificaría en la vida pública, y marqués de Comillas, quien veló por el futuro de la casa combatiendo en el bando franquista, y de Angustias Martos y Zabálburu, dama de la Orden de Malta. Nieto, por parte de padre, de Juan Antonio Güell y López del Piélago Bacigalupi y Bru, marqués de Comillas, y de Virginia de Churruca y Dotres, dama de la Reina Victoria Eugenia; y por parte de madre, de Alfonso Martos Arizcun, marqués de Iturbieta, gentilhombre de Cámara de S. M., diputado y senador del Reino, y de María Carmen Zabálburu y Mazarredo, dama de la Reina. Familia de la que surgió el mecenazgo de Gaudí y que pasaba largas temporadas en la casona familiar donostiarra Villa Oroimena, ubicada en las inmediaciones del palacio Miramar. Juan Carlos Güell y Churruca fue fundador del Banco Atlántico. Aristócrata y terrateniente, Juan Güell y Martos, tiene registrados hasta 23 cargos en diversas empresas.
Infante don Alfonso de Borbón y Borbón Nacido en Roma el 3 de octubre de 1941. A sus 9 años, era un chaval muy espabilado. Quienes le conocieron dicen que “tenía el desparpajo propio de un muchacho listo”. Tanto, que en la intimidad familiar le llamaban ‘Senequita’.
Infante don Juan Carlos de Borbón y Borbón Nacido en Roma el 5 de enero de 1938. Tenía 12 años cuando llegó a Miramar, pero no era tan espabilado como su hermano Alfonso. En su entorno familiar y entre sus compañeros, era ‘Juanito’ o ‘don Juanito’. Tal es así, que cuando se le empezó a llamar Juan Carlos, alguno exclamó: ¡anda, pero si don Juanito también se llamaba Carlos…! Aurora Gómez Delgado, una de las poquísimas personas que ha puesto por escrito sus experiencias como profesora en tan atípico colegio, relata en sus Memorias que Juanito era un alumno bastante deficiente en matemáticas y algo mejor en humanidades, aunque lo que más le apasionaba era montar a caballo, nadar en la playa de Ondarreta, jugar a hockey sobre patines y al tenis.
Los hermanos, el infante Alfonso y Juan Carlos de Borbón
Jaime de Torres y Olazábal Donostiarra. Hijo de José María de Torres y Angoloti, marqués de Torres de Mendoza, y de Carmen de Olazábal Bordiú, dama de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza. Su tío era secretario de Alfonso XIII. Jaime fue coronel de infantería y maestrante de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza. Empresario, consejero y secretario de Agropecuaria Marteña, S.A., desempeñó diversos cargos ejecutivos en el sector agrícola. Era el compañero de habitación del infante Alfonso. Pared con pared, estaban Alonso Álvarez de Toledo, Álvaro de Urzáiz y José Luis Leal, en la única habitación que tenía tres camas.
Álvaro Urzáiz y Azlor de Aragón Nacido el 14 de junio de 1937 en Pedrola (Zaragoza), era hijo de Mariano de Urzáiz y Silva, conde del Puerto, capitán de navío y académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, y de la donostiarra María del Pilar Azlor de Aragón y Guillamas, duquesa de Villahermosa y de Luna y miembro de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza. Una familia que había desempeñado los principales cargos de la Corte de Alfonso XIII. Álvaro era sobrino de la marquesa de Narros, propietaria del palacio de Narros, en Zarautz, que fue clave en poner en marcha el centro pedagógico de Miramar. Era un poco distinto de los demás, “el más diverso en cuanto a carácter se refiere, el más diferente en temperamento”, según uno de sus compañeros. Muy dotado para la creación artística –tenía grandes cualidades para la pintura–, vivía en otro mundo, en “su” mundo. Su abuelo, el duque de Villahermosa, residía en Villa Luna, en Zarautz. Álvaro fue duque de Villahermosa, marqués de Cábrega, de Cortes, de Narros, con Grandeza de España; conde de Luna, de Guara y del Puerto; vizconde de Muruzábal de Andión y vizconde de Zolina, y un empresario dedicado a gestionar los bienes familiares.
Luis Alfonso Pérez de Guzmán Careaga Nacido el 21 de diciembre de 1940 en Las Arenas, Getxo (Bizkaia). Hijo de Luis Pérez de Guzmán y Sanjuan, marqués de Lede, Grande de España; marqués de Morbecq, maestrante de Sevilla y Caballero de Calatrava, coronel de artillería, gentilhombre de cámara de su majestad el rey Alfonso XIII y académico de la Real Academia de la Historia; y de María Begoña Careaga Basabe, hermana de Pedro Careaga, conde de Cadagua y presidente del Banco de Vizcaya, y de Pilar Careaga, que fue alcaldesa de Bilbao. Luis Alfonso fue marqués de Lede, Grande de España, y Caballero de la Orden de Malta. Su padre era de los “nobles de servicio” en Villa Giralda, residencia de los condes de Barcelona en Estoril. Descendiente de Guzmán el Bueno, fue ahijado de Pilar Careaga.
Álvaro Arana Ybarra Nacido el 1 de junio de 1941 en Bilbao. Hijo de Luis Ignacio de Arana e Ybarra, catedrático de la Escuela Superior de J.L.T. de Bilbao (Ingenieros), y de Sofía de Ybarra y Mac-Mahón, marquesa de Mac-Mahón. Familia de la aristocracia bilbaína. Álvaro fue empresario y ejecutivo con cargos en diversas empresas de servicios, maquinaria para la construcción y minería, de propietarios-administradores de bienes raíces y diseñador de campos de golf.
Juan Carlos Gaytán de Ayala y Díez de Rivera Donostiarra. Hijo de Rafael María Gaytán de Ayala y Londaiz y de María de los Dolores Díez de Rivera y Eleicegui. Familia de la aristocracia donostiarra que tenía sus aposentos en Ategorrieta, en Villa Eguzki Soro, propiedad de la familia Gaytán de Ayala Londaiz desde que la emprendedora abuela Cesárea Garbuño de Arizmendi, viuda de Ramón Londaiz Arrieta, la mandara construir en 1897. El palacete Eguzki Soro, es hoy el Hotel Villa Soro.
No están en la fotografía de ABC, pero sí en el grupo y en la formación de portada:
Alfredo Gómez-Torres y Gómez-Trénor Nacido el 22 de septiembre de 1939 en San Sebastián. Hijo de Alfredo Gómez-Torres Fos Sala, caballero de la Real Hermandad del Santo Cáliz de la Nobleza Valenciana, doctor en derecho y teniente coronel de caballería, y de María Julia Gómez-Trénor Fos, dama de la Real Hermandad del Santo Cáliz de la Nobleza Valenciana. La familia Gómez-Trénor es poseedora de una de las mayores fortunas de España, segundo accionista de Coca-Cola Iberian Partners, la embotelladora de la marca de refrescos en España y Portugal. Alfredo falleció el 16 de julio de 2008, en un accidente de tráfico en Évora. Se doctoró como ingeniero agrónomo por la Universidad de Madrid y, más tarde, se graduó en Economía Agrícola en la Universidad Davis, de California (EEUU). Al regresar a España realizó varios cursos de dirección PADE (Programa de Alta Dirección de Empresas) en el IESE. Empresario, terrateniente y ganadero, fue a lo largo de su vida administrador solidario de las empresas Agriculturas Diversas, Simotoga Nueva, Andares de la Dehesa, Ganadería Especial, Agropecuaria Vallefrío Nueva, Bodegas Dehesa de Luna, Provma y Gestora de Rentas e Inversiones Extremeñas en Portugal; presidente, consejero delegado solidario y consejero de Explotaciones Agrícolas Pegofruta; consejero de Peña Umbría y Doslante; apoderado de Dehesa Serrana, representante de Inmobiliaria Bisbe, Cerrado del Río y Lusobega, y secretario de Monte Colorado, todas ellas sociedades limitadas, y presidente del consejo de administración de Marina de Poniente, S.A., entre otras. Asimismo, se dedicó a administrar empresas privadas y familiares, relacionadas con la agricultura y la ganadería: vinos, cítricos, arroz, aceite de oliva virgen extra y jamón ibérico de bellota con D.O. Dehesa de Extremadura. Los Gómez-Trénor son un puntal de la oligarquía valenciana y estuvieron muy vinculados al falangismo levantino de los años treinta del siglo pasado.
Juan José Macaya y Aguinaga Juanjo, como le llamaban sus compañeros, nació en 1939 en el seno de una conocida familia catalana. Hijo de Juan Antonio Macaya i Salvadó-Prim, barón de Benasque, y de María Josefa de Aguinaga y Díaz de la Isla; sobrino de Julio Danvila, artífice del encuentro en el Azor entre Franco y Juan de Borbón, que le llevó a compartir estudios con los infantes; y bisnieto de Román Macaya Gibert, acaudalado empresario que había hecho fortuna con el algodón en América, que se codeaba con Alfonso XIII y que mandó construir el Palau Macaya. Su tío abuelo, Alfons Macaya i Sanmartí, fue el impulsor del primer torneo de fútbol en España, la Copa Macaya, el primer trofeo que ganó el Barça en su historia, en 1902. Se licenció en Ciencias Económicas por la Universidad de Madrid e hizo un Master de Business Administration por la de Harvard. Cuando se casó en 1963 con la aristócrata María de la Purificación Sartorius Acuña, fueron padrinos del enlace los padres de su amigo Juanito, los condes de Barcelona. Dedicó su vida profesional al mundo de la empresa, conectado con el grupo bancario Urquijo-Unión. Fue presidente ejecutivo de Fibrotubo, consejero delegado de Redland Ibérica, Tejas de Cemento y de otras empresas del grupo. Como economista y asesor financiero, fue consejero del Banco Alcalá y de Sistemas AF y consejero-director general de Investbank, entidad bancaria que después se llamaría Banco Ibercorp, un entramado financiero de sociedades que permitieron entre 1985 y 1993 actividades bursátiles especulativas que generaban importantes plusvalías y que llevó a muchas personalidades ante los tribunales de justicia e, incluso, a la cárcel, como es el caso de Manuel de la Concha o del mismísimo gobernador del Banco de España, Mariano Rubio. Tras suspender pagos, Ibercorp sería comprado por Caja Cantabria por el simbólico precio de una peseta.
En el segundo curso se produjo un cambio y se incorporó al grupo:
Joaquín Pérez de Herrasti y Narváez Nacido el 9 de abril de 1940 en Madrid. Octavo hijo de Antonio Pérez de Herrasti y Orellana, señor de la Casa Solar de Herrasti en Azkoitia, caballero de la Real Maestranza de Granada, marqués de Albayda, Grande de España, marqués de la Conquista, conde de Padul y conde de Antillón, y de María Matilde Narváez y Ulloa, hija de los marqueses de Oquendo y dama de la Real Maestranza de Granada. Joaquín también fue caballero de la Real Maestranza de Granada.
Son dieciséis chavales los que asisten al colegio de Miramar entre 1950 y 1954, distribuidos en dos grupos, uno de la edad de Juanito y el otro de la de Alfonso. En el de los mayores, acompañaban al príncipe varios de sus compañeros en Las Jarillas: Jaime de Carvajal y Urquijo, José Luis Leal Maldonado, Alfredo Gómez-Torres, Alonso Álvarez de Toledo y Juan José Macaya, a quienes se incorpora Álvaro de Urzáiz.
En el de los pequeños, junto al infante Alfonso, estaban los gemelos Manuel y Juan Zayas, Luis Alfonso Pérez de Guzmán y Álvaro Arana, todos ellos bilbainos, Juan Güell, Carlos Benjumea y los donostiarras Jaime de Torres Olazábal y Juan Carlos Gaytán de Ayala. En el segundo curso se incorpora Joaquín Pérez de Herrasti, que probablemente sustituye a Luis Alfonso Pérez de Guzmán.
Grupo del infante Alfonso. De izquierda a derecha: Luis Alfonso Pérez de Guzmán, Juan Güell, Manuel Zayas, Alfonso de Borbón, Jaime de Torres, Juan Zayas, Álvaro Arana, Juan Carlos Gaytán de Ayala y Carlos Benjumea.
La campana sonaba a las siete y media de la mañana. Se levantaban y salían directamente al jardín para formar e izar la bandera, a lo que seguía la misa y el sermón del padre Zulueta en la capilla. Solo después desayunaban y comenzaban las clases de la mañana. Al final de esta, tenían un breve recreo y luego la comida. Las clases se reanudaban a las cuatro de la tarde, hasta otro recreo corto a última hora, seguido por la cena y el tiempo de estudio. Una disciplina estricta que se prolongó durante cuatro largos años, al precio de dos mil pesetas de la época, por cabeza y mes. Dinero que se ingresaba, regularmente, en el Banco Guipuzcoano.
Juanito en Atotxa, con txapela. A su izquierda José Garrido, el director, y su hermano Alfonso. A su derecha, Jaime de Carvajal y Alonso Álvarez de Toledo.
En sus salidas de Miramar, los fines de semana, solían jugar partidos de fútbol contra alumnos del colegio de San Ignacio. Casi todos los domingos bajaban a San Vicente o a Santa María, para oír misa mayor a las doce. También iban al teatro y a los conciertos en el Victoria Eugenia, al cine y a Atotxa, de vez en cuando. Y disfrutaban como niños, de las excursiones que organizaba el padre Zulueta para conocer la tierra vasca. Así desgastaron suelas por Oñati, Bermeo, Zarautz, Gernika, Bilbao, Azkoitia, Bergara, Getaria, Lekeitio y Mondragón.
El grupo de estudiantes al completo, con los dieciséis alumnos.
Pero todo llega a su fin. Concluido el bachillerato de los “mayores” y la reválida de cuarto de los “pequeños”, en junio de 1954 el colegio cierra sus puertas y así termina otra de esas historias por contar que atesora el palacio Miramar.
En el medioevo, antes de la invención de la imprenta y los oficios que de ella surgieron, como el de corrector, que se hizo un alífero espacio entre el impresor y el editor, las erratas eran atribuidas no al autor –toda autoría estaba inspirada por Dios, por descontado infalible–, y menos aún al amanuense, mero instrumento divino, sino a Tutivillus, un demonio que trabajaba en nombre de Belfegor, Lucifer o Satanás para introducir errores en el trabajo de los escribas.
El profesor Joaquín Yarza Luaces lo ha visto en una tabla de c. 1485 que se conserva en el Monasterio de las Huelgas, de Burgos, atribuida a Diego de la Cruz, en la que aparecen dos diablos sobre el manto protector de la Virgen de la Misericordia, uno de los cuales lleva un hatillo de libros a la espalda. Así que, exculpados de antemano, no cabía falta ni pecado entre los escribas. Si una palabra desaparecía o en su lugar brotaba otra, era cosa de Tutivillus.
Muchos escritores han podido comprobar, con fenomenales gazapos, que aún subsiste la rémora medieval de aquel diablillo. Pero, aunque Tutivillus es travieso e indómito, a veces, cuando parece que quiere arruinar, mejora. Esto le ocurrió a Ramón J. Sender, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX, cuando, espoleado por los apremios, escribió en solo veintitrés días su novela Mr. Witt en el Cantón (1936). La premura hizo que “docenas de trompetas” tocaran en el puerto de Cartagena un hilarante God shave the King, extraña versión del himno británico.
En el prólogo a la segunda edición, en 1968, Sender asegura que el libro se publica exactamente igual que en la primera, pero advierte al lector que hay una mínima diferencia; tan mínima que consiste en una letra menos. La letra suprimida es una hache. Sin embargo, esa insignificancia, que el autor califica de conspicua, tiene, efectivamente, su enjundia, por lo que considera necesaria una explicación. “Cuando escribí la novela yo no sabía una palabra de inglés, y al referirme al himno nacional británico –que tocaba a bordo de un barco la banda de Infantería de Marina– dije que el himno era God save the king (Dios salve al rey). Pero lo escribí mal. Puse una hache entre la s y la a, y así el fonema resultaba shave. En su conjunto la frase decía algo muy diferente y sin duda gracioso: Dios afeite al rey. La cosa parecía humorística. Cuando hacía la traducción inglesa el distinguido humanista sir Peter Chalmers Mitchell, profesor de Oxford, que había sido preceptor del rey en su infancia, me escribió diciendo que encontró el error muy divertido. No pocos bienes de la providencia les han sido deseados a los reyes y a los emperadores, pero nunca que Dios los afeite, lo que es una impertinencia inocente, infantil y metafísicamente absurda”.
Carlos III de Inglaterra, por fin va a ser coronado. Pero, antes que rey, fue príncipe de Gales durante 64 años y, esperando, esperando, le creció la barba. Probablemente, un día leyó la primera edición de Mr. Witt en el Cantón y decidió ponerlas a remojar, no fuera que, llegado el momento, Dios apareciera en Buckingham Palace o en Clarence House con la navaja de afeitar. Y colorín colorado, desde entonces luce un perfecto rasurado.
Cuando en el lejano Oeste, indios y vaqueros se vieron las caras, un vaquero era para un indio un rostro pálido, y para el rostro pálido, un indio era un piel roja. Más tarde, llegaron a aquella tierra los hombres de color, llamados así por los blancos, para evitar las connotaciones negativas del negro. Después lo hicieron los amarillos y la paleta de colores se fue extendiendo. En las iglesias empezaron a preguntarse “de qué color sería la piel de Dios”.
Con un lápiz de color rosa claro en su mano derecha, Angélica Dass (Río de Janeiro, 1979) recuerda que, con solo siete años, su profesora le mostró, por primera vez, “un lápiz de color carne”. “Yo estaba hecha de carne y ese no era mi color, mi piel era marrón. Aunque la gente decía que yo era negra”. Desde luego, el color rosa claro no era el color de su carne y su cabeza empezó a hacerse un lío.
Nacida en “una familia muy colorida”, siempre había vivido la diversidad cromática con naturalidad. “Mi padre era el hijo de una niñera, de una sirvienta, de quien heredó un intenso color chocolate. Fue adoptado por aquellos que yo conozco como mis abuelos. La matriarca, mi abuela, tiene la piel de porcelana y el pelo de algodón. Mi abuelo era algo entre yogur de vainilla y fresa, como mi tío y mi primo. Mi madre es hija de una indígena brasileña que tiene un tono entre avellana y miel. Ella tenía otras dos hijas, una como un cacahuete, y la otra un poco más beige, como una tortita. Así que, creciendo en esta familia, el color nunca fue importante para mí”. Pero fuera de casa, era otra cosa.
Pronto tomó conciencia de que el color de la piel, la cultura o la nacionalidad, eran elementos capaces de levantar muros entre las personas. Para colmo –sigue–, “años después, me casé con un español que se sonroja con mucha facilidad, de esos que cuando están cinco minutos al sol se ponen rojos como una gamba. Empecé a preguntarme: ¿de qué color va a ser tu hijo? Obviamente, no era importante para mí, pero parecía que era muy importante para los demás. Así que pensé en utilizar mi oficio, que era la fotografía, para encontrar una respuesta. Las primeras fotos fueron mías y de mi marido. Pensé que el color iba estar entre esos dos. Después, seguí haciendo fotos a mi familia, como investigando mi propio origen, y comprobé que había muchos rosas, pero que también formaban parte de lo que era mi vida”.
A Angélica se le hacía difícil entender cómo aquellas diferencias en el tono de la piel podían convertirse en grandes conceptos y estereotipos erróneos que asocian los colores al viejo concepto de raza, porque –advierte– “siempre he pensado que el mayor tesoro de la especie humana es su diversidad”.
Con esta idea, decidió dar un paso al frente y creó Humanae, un proyecto fotográfico que utiliza el retrato para acercar a personas de todo el planeta. Ha recorrido más de treinta países alrededor del mundo, haciendo cuatro mil retratos de cuatro mil voluntarios, entre los que hay gentes de toda condición y en circunstancias de todo tipo, asegura. “Desde alguien incluido en la lista de Forbes, hasta refugiados que cruzaron el mar Mediterráneo en barco. Estudiantes de escuelas suizas y también de las favelas de Río de Janeiro. En París, en la sede de la UNESCO, o en un albergue. Todo tipo de capacidades, de creencias e identidades de género. Desde un recién nacido a un enfermo terminal, todos juntos construyen Humanae… ofreciendo una representación global de todos los tonos de piel existentes”.
Angélica Dass plasma cada retrato sobre un fondo blanco. Luego selecciona una muestra de once por once píxeles de la cara, a la altura de la nariz, la asocia con un código validado por Pantone, da ese color al fondo del retrato y al retrato el nombre de la paleta de colores. “Mi color carne –explica–, es el 7522C, y cada retrato tiene el suyo. Utilizo esta paleta, porque sé el número del color blanco y el número del color negro y, en este proyecto, que tiene cuatro mil retratos, no he encontrado ningún ser humano que sea blanco o negro.” Además –añade–, “en estas fotos, no sabes quién es pobre, quién es rico, quién es migrante o no, la nacionalidad de nadie, la opción sexual. Lo que sabes, es lo que yo intento enseñar, que primero somos humanos y después viene todo lo demás”.
El proyecto Humanae, aclamado internacionalmente y avalado por instituciones como la ONU y el Foro Económico Mundial, es, en definitiva, una colección de retratos que revelan la belleza diversa de los colores humanos, con la que Angélica Dass desafía la forma en que pensamos sobre el color de la piel y la identidad étnica. Se ha convertido, además, en un referente para miles de escuelas en todo el mundo, porque ese es, también, uno de sus objetivos: posicionar la diversidad como un valor en el proceso educativo.
“Utilizo la fotografía –dice–, como un pretexto para conversar sobre diversidad”. Pretende de esta manera que reflexionemos sobre el color de la piel, para deshacer falsas etiquetas como las de blancos, negros o amarillos, asociadas a la raza, ofreciendo para ello un universo de colores. “Esos retratos –sostiene– hacen que nos repensemos lo que somos como seres humanos”.
En última instancia, Angélica Dass se ha propuesto desactivar cualquier pretensión de clasificar la humanidad en función de la raza. “Si el concepto de raza es una construcción social –concluye–, eso significa que podemos deconstruirlo”. Y parece que no le falta razón, porque las razas no existen, ni biológicamente ni científicamente. Nuestro origen común, pertenece al mismo repertorio genético y las variaciones que podemos constatar no son el resultado de genes diferentes. Si de “razas” se tratara, hay una sola “raza”: la humana, asegura José Marín González, Doctor en Antropología de la Universidad La Sorbonne de París.
Se trata de un proyecto ambicioso de la artista, que lucha contra la discriminación racial y los estereotipos vinculados al color de piel y que apuesta por cambiar mentalidades.
Cuando has hecho el ejercicio de familiarizarte con la iconografía masónica y tienes delante de tus ojos un billete de un dólar estadounidense, no puede dejar de llamarte la atención la proliferación de símbolos que pudieran tener un sustrato común con la moderna masonería.
El término masón proviene del francés “maçon”, “propiamente albañil” según la RAE, y nos remite a la hermandad de constructores de catedrales medievales, cuyos ritos dieron origen a esa sociedad secreta, o discreta, que ha utilizado a lo largo de su historia, como medio de comunicación de sus ideas, un complejo repertorio de símbolos y alegorías, algunos de los cuales se pueden ver en las dos caras del Gran Sello de los Estados Unidos de América, representadas en el reverso del billete verde.
La tradición afirma que la antigua masonería se inició en Egipto, entre los maestros y arquitectos que dirigían la construcción de las grandes pirámides. Para los masones, la pirámide es el símbolo de la construcción, la obra del hombre que lo acerca a Dios. Proclaman la existencia de un principio creador, al que rinden culto, con el nombre de Gran Arquitecto del Universo (GADU), en su misión redentora de terminar una obra inacabada, perfectamente visualizada en la pirámide truncada representada en la parte izquierda del billete.
Es sabido que el triángulo, o letra Delta mayúscula, es la forma preferida por la masonería, uno de sus símbolos más característicos. Sobre la pirámide hay dibujado un Delta luminoso, en cuyo interior está representado el Ojo que todo lo ve, una fuerza divina superior que observa a los hombres desde un plano supraterrenal, simbolizando la omnisciencia de Dios, por lo que también es llamado Ojo de la Providencia, recordando el Ojo de Horus de la mitología egipcia.
El lenguaje numérico es otro de los recursos empleados en la confección del billete verde. Destaca, sobre todo, la utilización del número 13. En contra de la mala fama que tiene entre nosotros, para la masonería es un número benéfico que está asociado a la Transformación, necesaria para convertir a simples mortales en iluminados.
El trece es el máximo grado de conocimiento y sabiduría espiritual alcanzable por los maestres en el rito de York, un sistema de grados construido en el siglo XVII en las colonias británicas que más tarde se constituirían en los Estados Unidos de América, y que todavía sigue siendo allí el predominante.
La estrella de cinco puntas o pentalfa, es la representación geométrica del cinco, guía en el camino de la perfección. También conocida como Estrella Llameante o Flamígera, es el símbolo, por excelencia, del arquetipo divino del hombre y puede representar al Gran Arquitecto del Universo.
El águila, por otra parte, es poder; luz vencedora de las potencias oscuras y figura emblemática muy frecuente en los grados de la masonería, conocidos como filosóficos o altos grados.
En la otra cara del Sello, en la parte derecha del billete, vemos un águila con las alas abiertas, que sostiene 13 flechas en su garra izquierda y una rama de olivo en su garra derecha con 13 hojas y 13 aceitunas. Le cubre el pecho un escudo con 13 barras y sobre su cabeza hay una gloria con 13 estrellas de cinco puntas.
En su pico, el águila lleva un pergamino con el lema E pluribus unum (“De muchos, uno”) que tiene 13 letras. 13 escalones tiene, también, la pirámide truncada de la parte izquierda y otras 13 letras la inscripción Annuit Coeptis sobre el Ojo que todo lo ve, traducida por el Departamento de Estado de los EEUU como “Él (Dios) ha favorecido nuestras acciones.”
Las 32 plumas del ala izquierda, las 33 de la derecha y las 9 de la cola, coinciden con los grados de distintos ritos de la masonería, como el escocés y el nacional mexicano.
Con estos mimbres, no es de extrañar que haya quienes sostengan que el billete estadounidense de un dólar es todo un tratado sobre masonería. Otros van más lejos y alimentan las teorías de la conspiración, incluso hay quienes lo relacionan con los illuminati por la leyenda “Novus ordo seclorum (“Nuevo orden de los siglos”), uno de los lemas más conocidos del grupo masón, colocado bajo la pirámide, para levantar un Nuevo orden mundial.
Sin embargo, la versión oficial del Gobierno de los Estados Unidos asegura que en ese billete no hay nada de esotérico o conspiranoico. La pirámide representa la fortaleza de su propio país y está inacabada porque la labor de construir y crear una nación jamás acaba. Recuerda que cuando Benjamin Franklin, Thomas Jefferson y John Adams se reunieron para diseñar el sello del billete, pidieron que se incluyera un ojo, como símbolo de la divina providencia.
El águila simboliza, también, esa fortaleza, y las fechas y la rama de olivo son atributos de guerra y paz. Algo así como una alegoría que hace referencia a la máxima latina Si vis pacem, para bellum. Aunque el águila tiene su cabeza vuelta hacia la rama de olivo, como muestra de su preferencia por la paz.
Y el dichoso número 13, omnipresente en el billete, solo hace referencia a las 13 colonias británicas que declararon su independencia en 1776 y fundaron los Estados Unidos.
Por lo tanto, la interpretación que se hace sobre la intervención masónica en la confección del billete verde no tendría ningún fundamento. Todo obedecería a un cúmulo de casualidades o de coincidencias.
Aun así, lo realmente cierto es que rima bastante.
Era yo un hombrecito de unos siete años, cuando en uno de los días de Navidad mis hermanos mayores y los amigos de mi padre me llenaron los bolsillos de piezas de cobre, entre las cuales, lo recuerdo como si lo estuviese viendo, mostraba orgulloso su carita risueña un aristocrático escudo.
Con la presteza que se pueden ustedes imaginar, encaminé mis pasos a una tienda de juguetes; pero apenas había salido de mi casa cuando topé con un muchacho, compañero de colegio, que llevaba en la mano un silbato. Enamorado del juguete, le ofrecí y entregué todo mi dinero con el mayor placer, a cambio del sonoro instrumento.
De vuelta a mi casa no hacía más que silbar y silbar, muy satisfecho de mi compra, atolondrando a toda la familia. Mis hermanos, y sobre todo mis hermanas, cuando se enteraron de lo que me había costado aquella maquinaria de hacer ruido, me reprendieron con dureza, echándome en cara, siempre a grito herido, que lo había pagado diez veces más de lo que valía, y enumerando al mismo tiempo, sin duda con la mejor intención, los mil y un juguetes que habría podido adquirir con el resto del dinero si hubiera sido menos cándido.
Tanto insistieron en reírse de mi tontería, que acabé por llorar de vergüenza y despecho, proporcionándome las reflexiones que tuve que hacerme mucha más pena que satisfacción me había producido el dichoso pito; y tan grabado quedó en mi memoria el recuerdo de lo sucedido, que no ha dejado todavía de prestarme grandes servicios en la vida, porque desde entonces, tantas veces como me han dado tentaciones de comprar alguna cosa que no me hacía verdadera falta, siempre me he dicho: No vaya a ser que demos demasiado por el pito, y he guardado el dinero.
Después, al frecuentar la sociedad, observando el incesante anhelar de hombres y mujeres, sus vanos caprichos, sus angustias y decepciones… he podido sacar la triste experiencia de que son muchos los que pagan su pito demasiado caro.
Tal fulano, ambicionando los favores de la corte, perdía en las antesalas la tranquilidad de su vida, su virtud y hasta su albedrío, por obtener una ridícula distinción… Cuantas veces me ha hecho pensar: ¡Este hombre paga demasiado caro su pito!
Cuando me ha sido dado observar a otro, ambicioso de popularidad, y que por obtenerla dedicaba todo su tiempo a los asuntos públicos, abandonando los suyos propios y acarreándose su ruina y la de su familia, mucho, pensaba, mucho paga este por su pito.
Ante el espectáculo del avaro, que rehusaba las comodidades de la vida, privándose de todo, hasta de ser útil a su prójimo, y renunciando a las ternuras y consuelos del hogar por la posesión de un puñado de oro… ¡Pobre hombre, he dicho, cuan caro te cuesta tu pito!
Al advertir la desgraciada condición del que, por entregarse ciego al placer, sacrificaba toda perfección de su inteligencia y todo progreso de su vida a los deleites de los sentidos, destruyendo su salud… Al contemplar la desolada hermosura de la joven loca de vanidad, que, por alcanzar brillante posición, ricos vestidos y lujosos trenes, se había casado con un hombre adusto y brutal que continuamente la maltrataba… ¡Lástima, he reflexionado siempre; lástima que todos estos hayan pagado tan caro su pito!
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Aquel hombrecito, que invirtió todo su dinero en un pito, era Benjamin Franklin, ya de mayor, uno de los Padres fundadores de los Estados Unidos; y este relato, una anécdota que le marcó para los restos.
”Las lecciones de la vida –concluía– me han hecho llegar a la convicción de que no es difícil obtener mayor utilidad de la misma que cuidando de no pagar demasiado caros nuestros pitos, porque tengo la evidencia de que la mayor parte de las desgracias humanas reconocen, por fundamento casi exclusivo, el haber echado en olvido esta precaución”.
Por los senderos del bosque de Ametzagaina, hemos llegado hasta el parque de Castelao, junto al paseo Galizia, en el barrio donostiarra de Intxaurrondo. En el centro se erige el monumento al rianxeiro, retratado en la fotografía que abre esta entrada, uno de los muchos que se levantan en tierra vasca para homenajear a quien fue amigo de los vascos.
Intelectual de primer orden, médico, escritor, ensayista, pintor, caricaturista, pensador, de una relativa y tardía vocación política, Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao, Daniel Castelao para quienes le trataron, fue, sobre todo, un galeguista, con todo lo que ello significa. De sus contemporáneos, es Castelao quien ha calado más profundamente en la castigada conciencia de su país y también en aquella que Sartre llamaba conciencia reflexiva.
Nacido en el ombligo de la ría de Arousa, tuvo siempre claro dónde estaban sus raíces. Pero en su accidentado periplo vital, también fue capaz de extender vigorosas ramas por donde pasó, como se puede ver en este parque, tantos años después de que pudiera volver a la tierra que le vio nacer, aunque fuera con los pies por delante. Lo que el bertsolari Xabier Amuriza ha sabido resumir en estos versos:
Galizan sustraiak, adarrak Euskadin, zuhaitz bikainagorik ez ziteken egin
En Galiza as raíces, en Euskadi as pólas, árbore millor non pode medrar
Castelao visita Euskadi en 1932. El entonces diputado del Partido Galeguista por Pontevedra conoce Gernika, invitado por su compañero en las Cortes Ramón Aldasoro, diputado de Izquierda Republicana. Vuelve un año después, interesado en “conocer todo lo relacionado con lo vasco”, asegura Xosé Estévez en su libro A presenza de Castelao en Euskadi. En esa segunda visita, en la primavera de 1933, regresa a Gernika y firma en la Casa de Juntas. El 2 de abril, invitado por Acción Nacionalista Vasca (ANV) participa en un mitin junto a Luis Urrengoetxea y Julián Arrien, del partido abertzale, y Josep Riera i Puntí, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). La confluencia de gallegos con vascos y catalanes será importante para Castelao el resto de su vida. Durante su exilio en Buenos Aires, tras la Guerra Civil, fue “el principal impulsor de Galeusca” –continúa Xosé Estévez–, “un movimiento de solidaridad y unión” entre las corrientes identitarias de Galicia, Euskadi y Catalunya.
Cuando los socios de la Casa de Galicia en Donostia se propusieron celebrar el 75 aniversario de su fundación, quisieron mostrar su agradecimiento a la ciudad “por la acogida que siempre ha dado a todos los gallegos”. Nadie mejor que Castelao podía encarnar ese espíritu “irmanador”. El 15 de julio de 2006 se inauguró esta escultura erigida en el centro del parque que lleva su nombre, sufragada al 50% por la Xunta de Galicia y la suscripción popular promovida por la Casa de Galicia.
Representa el mapa de Galicia con el hueco dejado por la silueta de la autocaricatura de Castelao, junto al que aparece. La silueta vaciada se encuentra en el suelo, y en la parte posterior de la escultura se ha adosado la representación de un trisquel de Castromao.
Xosé Antonio Vilaboa Barreiro, el autor, dijo: “He pretendido en esta obra, hacer una reflexión… utilizando como base el granito de Pontevedra, y como inspiración, la figura de Alfonso Daniel Castelao. Todos los gallegos, independientemente de su personal ideología política, asumen que se fue, pero se quedó, en la vitalidad de su obra, su filosofía, su muerte en el exilio… y sobre todo en la profunda huella que ha quedado prendida en el pensamiento de los hombres y mujeres que componen el milenario pueblo gallego”. De ahí el título de la obra, colocado a sus pies: Castelao / Foise pero quedouse / Joan zen baino geratu zen / Se fue pero se quedó.
Si como ha dejado escrito Luis Rojas-Marcos somos lo que hablamos, desde que Alberto Núñez Feijoo ha empezado a soltarse se le están viendo las costuras… y hasta el plumero.
Llegó a la presidencia del Partido Popular con la vitola de líder moderado, decidido a hacer prevalecer la verdad sobre la mentira y cada vez que se le ha presentado la ocasión se ha esforzado en dejarlo claro. Así nos ha regalado los oídos con perlas como estas:
“Aunque la moderación no está de moda, estoy convencido que la moda del futuro es la moderación. Y aunque la moderación a veces puede ser aburrida, es mucho más aburrida la falta de moderación” (4-10-2022)
“Las cosas que duran mucho tiempo son las cosas que merecen la verdad. La verdad y la mentira es aquello en lo que merece la pena dedicar una vida. ¿Para qué? –y lo aclara–. Para que la verdad venza a la mentira y no la mentira venza a la verdad” (10-06-2022)
Quienes creían que Rajoy y sus laberintos dialécticos eran insuperables se equivocaban.
Por si no había quedado claro, en la clausura de la II Mesa de Debate “Los Valores Constitucionales en la España del siglo XXI”, Feijoo ha vuelto a insistir:
“Cuando la mentira se instala y vence a la verdad, automáticamente la decadencia abrirá un periodo lamentable de nuestra historia. Pero estoy convencido que el pueblo español siempre siempre, cuando se pone en peligro la verdad, siempre siempre, abandona la mentira y se mete en los caminos de la verdad, que, en este caso, en el ámbito político, la verdad tiene un texto: la Constitución española de 1978” (28-11-2022). Qué ironía.
Hace unas semanas patinó Feijóo al comparar la situación política española con aquella distopía totalitaria que escribió Orwell “allá por el año 84”. En su discurso, en el Foro Global Youth Leadership, en el Palacio de la Magdalena, en Santander, amén de la comparación, confundió el título de la novela con la fecha de creación:
“La mentira o la posverdad nos esclaviza. Y, de hecho, podemos situar el nacimiento de la posverdad en aquella distopía escrita por Orwell, allá por el año 84, que, como saben, describe un régimen totalitario, con todo eso, con toda su crudeza. Si vamos a la obra de Orwell acreditamos lo que es un régimen totalitario”.
Aunque solo han pasado ocho meses desde que fue proclamado presidente, allá por el 2 de abril, el collar empieza a pesar. Claro que, quien se postula para sucederle al frente del partido, tiene ya varios, para alternar. Una de sus últimas perlas nos la ofreció al recibir, el 13 de septiembre del año pasado, el premio La llama de la libertad, del Instituto Bruno Leoni de Milán. Ayuso, que ejerce de madrileña allá donde va, dijo, sin pestañear:
“Madrid es una región única en el mundo. Créanme, está llena de madrileños” (sic). Literalmente. Quienes le escuchaban quedaron estupefactos. ¡Qué nivel!
En plena Edad de la Ignorancia, cualquier ignorante podría hacerlo mejor. ¿Cómo es posible? ¿Qué está pasando? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Vargas Llosa, el que recomienda a los ciudadanos “votar bien”, ha comparado a Ayuso con Ronald Reagan: “Cuando habla –ha dicho–, tiene un instinto que me recuerda al presidente de EEUU”. Y me da la impresión de que por ahí van los tiros, porque Reagan ha pasado a la historia como el presidente más ignorante de EEUU, al menos hasta su mandato.
En un trabajo reciente, titulado precisamente Profiles in Ignorance: How America’s Politicians Got Dumb and Dumber (2022) (Perfiles en la Ignorancia: Cómo los políticos estadounidenses se volvieron tontos y más tontos), el colaborador de The New Yorker Andy Borowitz ha estudiado el asunto en las dependencias del Faro de Occidente, estableciendo tres fases en el progreso hacia la imbecilidad en la vida pública de Estados Unidos.
En la primera, que llama del ridículo, los políticos ignorantes hacen todo lo posible por fingir que son inteligentes, aunque se les pudiera ver la parte de atrás de la cabeza al mirarles a los ojos. La ignorancia desata el ridículo y los políticos y sus asesores se esfuerzan por disimularla. Empieza con la llegada a la presidencia de Ronald Reagan quien, según el autor, marca el triunfo de la estupidez en la vida pública de Estados Unidos. Un compañero suyo de California que le conocía bien dijo: “Podrías caminar a través de los pensamientos más profundos de Ronald Reagan y no mojarte los tobillos”.
A la vuelta de una gira por Centro y Sur América un reportero preguntó al presidente si la gira le había hecho cambiar su punto de vista sobre América Latina y Reagan le contestó: “Aprendí mucho… Te sorprenderías. Cada país es distinto”. De sus collares de perlas destaca la afirmación de que los árboles mataban a las personas con la contaminación: “Córtame antes de que vuelva a matar”, rezaban los letreros de algunos árboles en los campus durante la campaña presidencial de 1980.
La segunda fase de degeneración intelectual es la de la aceptación. Los políticos ya no tienen que fingir que son inteligentes. La ignorancia deja de ser un obstáculo en una carrera política y se acepta con toda naturalidad, con indulgencia, como una prueba de campechanía. Es la de George Bush hijo, el del trío de las Azores con Blair y Aznar, quien convirtió su ignorancia en un mérito para atraer a muchas personas a las que la pobreza y la injusticia les habían privado de las ventajas de la educación.
“Cada vez más, nuestras importaciones provienen del extranjero” señaló, dando pruebas de que sabía manejar la economía. En vísperas de la invasión de Irak, quedó muy intrigado cuando unos asesores intentaban explicarle la diferencia entre suníes y chiíes: “Yo pensaba que en ese país eran musulmanes”, les dijo.
La presidencia de Donald Trump nos sitúa en la tercera fase, la de la celebración, en la que la ignorancia ya no se disimula, se muestra sin pudor, sin complejos, como se dice por aquí. Ahora es un mérito, una señal de orgullo, un desafío contra los enterados, contra los tediosos y avinagrados expertos. Trump, que se calificó a sí mismo como “el supergenio de todos los tiempos”, recomendó tomar desinfectante para curar el covid. Nada más ser elegido, desconcertado por el número de dirigentes extranjeros que le llamaban para felicitarle, llegó a confesar: “No tenía idea de que hubiera tantos países en el mundo”. En otro momento de gloria llegó a asegurar que el papel de la aviación había sido decisivo en la Guerra de Independencia americana.
En esta fase, la ignorancia pasa a la ofensiva y se convierte en una negación descarada de la realidad, en un despliegue de fantasías delirantes dice Antonio Muñoz Molina, que provocarían la risa si no fuera porque nos llevan directamente hacia el precipicio. Marjorie Taylor Green, diputada por Georgia desde 2020, afirma no solo que la elección de Joe Biden fue fraudulenta, como muchos de sus compañeros de partido, sino también que los terribles incendios de estos últimos años en California no tienen que ver con el cambio climático, ya que están causados por rayos láser lanzados desde el espacio exterior y financiados por los judíos.
¡Ene bada!
En fin. Dos cosas quedan claras. Que, en la Edad de la Ignorancia, cualquiera puede ser presidente… o candidato; y, por si a alguien le quedaba alguna duda, que la luz mortecina del Faro de Occidente no es una buena guía para evitar el naufragio.