Lo que nos hacen creer que nos pasa

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Cuando la mala baba nos hunde en la miseria política; cuando las manipulaciones, mentiras y bulos, son el pan de cada día; cuando la discordia se hace rampante y el griterío resulta ensordecedor, “bajar el tono”, efectivamente, es importante, pero no suficiente. Debemos preguntarnos qué nos está pasando y buscar respuestas.

En estas, he leído un breve texto de Julián Marías*: “Cómo pudo ocurrir”, escrito en la primavera de 1980, cuando la democracia española era tan joven, reeditado en 2012 con el título La Guerra Civil ¿cómo pudo ocurrir?, cuyas reflexiones quiero compartir.

No es que crea que estemos al borde de una guerra civil, ni mucho menos, sería una absurda exageración, pero hay en este texto, de un tiempo que parece tan lejano, demasiadas actitudes reconocibles en nuestra realidad, no solo política.

Precisamente, con esta palabra se inicia el texto de Marías. Tenía veintidós años, “recién cumplidos”, cuando estalló la Guerra, y recuerda que su primer comentario cuando comprendió que se trataba de una guerra civil y no de un golpe de Estado, pronunciamiento o insurrección –es decir, de escasa duración en cualquiera de los casos– fue: “¡Señor, qué exageración!”

Al hablar de la discordia, que he mentado al comienzo, dice: “Entiendo por tal no la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir, la consideración del “otro” como inaceptable, intolerable, insoportable”.

Hace referencia a “una muy vaga “derecha” y “una porción considerable del país” que “habría negado sistemáticamente el pan y la sal [al gobierno], sin otra esperanza que su destrucción”, en una “incansable hostilidad”. “Cuanto peor, mejor”, fue la terrible consigna, tantas veces oída, que se acuñó por entonces, para explicar el progresivo envilecimiento, “la inhibición, temor y respeto a lo despreciable –clave de tantas conductas sucias en la historia”.

“A mi juicio –continua–, lo más peligroso fue el ingreso sucesivo de porciones del cuerpo social en lo que se podría llamar oposición automática. La función de la oposición ha solido entenderse en España de manera elemental y simplista; se ha creído que consiste en oponerse a todo, automáticamente. Cuando [la oposición] es constante, independiente de los méritos de su gestión o las propuestas, cuando ya se sabe que la otra fracción del cuerpo político va a decir desde luego “no” a todo, la oposición viene a ser maniática, apriorista y sin significación concreta; pasa a ser mera fricción, obstáculo y desgaste”.

Por otra parte, faltaba, en aquel tiempo, “entusiasmo, conciencia de una empresa activa, capaz de arrastrar como un viento a todos los españoles y unirlos a pesar de sus diferencias y rencillas. La falta de entusiasmo es el clima en que brota la desintegración; por eso, los que la desean y buscan, cultivan el “desencanto”, la “desilusión”, la “decepción”, el “desaliento” y esperan sus frutos, agrios primero, amargos después. ¿No estamos asistiendo al mismo intento, contra toda razón, desde 1976?”

Para Marías, hay varios factores que explican la descomposición del cuerpo social. “El primero, la politización, extendida progresivamente a estratos sociales muy amplios, es decir, la primacía de lo político, de manera que todos los demás aspectos quedaban oscurecidos: lo único que importaba saber de un hombre, una mujer, un libro, una empresa, una propuesta, era si era de “derechas” o de “izquierdas”, y la reacción era automática. La política se adelantó desde el lugar secundario que le pertenece hasta el primer plano, dominó el horizonte, eclipsó toda otra consideración”.

“Ello produjo una retracción de la inteligencia pública, un pavoroso angostamiento por vía de simplificación: la infinita variedad de lo real quedó, para muchos, reducida a meros rótulos o etiquetas, destinados a desencadenar reflejos automáticos, elementales, toscos. Se produjo una tendencia a la abstracción, a la deshumanización, condición necesaria de la violencia generalizada”.

“En una gran porción de España –sostiene–, se engendra un estado de ánimo que podríamos definir como horror ante la pérdida de la imagen habitual de España: ruptura de la unidad (que se entiende amenazada por regionalismos, nacionalismos y separatismos, sin distinción clara); pérdida de la condición de “país católico” –aunque el catolicismo de muchos que se horrorizaban fuese vacuo o deficiente–; perturbación violenta de los usos, incluso lingüísticos, del entramado que hace la vida familiar, inteligible, cómoda”.

“Yo añadiría todavía un factor más –continua–, que me parece decisivo para explicar la ruptura de la convivencia…: la pereza. Pereza, sobre todo, para pensar, para buscar soluciones inteligentes a los problemas; para imaginar a los demás, ponerse en su punto de vista, comprender su parte de razón o sus temores… Era más fácil la magia, las soluciones verbales, que dispensan de pensar y actuar… En otras palabras, las vacaciones de la inteligencia y el esfuerzo”.

Todo aquello “fue consecuencia de una ingente frivolidad. Esta me parece la palabra decisiva. Los políticos españoles, apenas sin excepción, la mayor parte de las figuras representativas de la Iglesia, un número crecidísimo de los que se consideraban “intelectuales” (y desde luego de los periodistas), la mayoría de los económicamente poderosos (banqueros, empresarios, grandes propietarios), los dirigentes de sindicatos, se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de responsabilidad, sin imaginar las consecuencias de lo que hacían, decían u omitían. La lectura de los periódicos, de algunas revistas “teóricas”, reducidas a mera política, de las sesiones de las Cortes, de pastorales y proclamas de huelga, escalofría por su falta de sentido de la realidad, por su incapacidad de tener en cuenta a los demás”.

Muchos españoles “quisieron: a) Dividir al país en dos bandos, b) Identificar al “otro” con el mal, c) No tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz, d) Eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario”.

Marías explica que “el proceso que se lleva a cabo entre los años 1934 y 1936 consiste en la escisión del cuerpo social mediante una tracción continuada, ejercida desde sus extremos… ¿Cómo se ejerció esa tracción? Mediante una forma de sofisma que consiste en la reiteración de algo que se da por supuesto. Cuando los medios de comunicación proporcionan una interpretación de las cosas que ni se justifica ni se discute, y parten de ella una vez y otra como de algo obvio, que no requiere prueba, que, por el contrario, se usa como base para discusiones, diferencias y hasta polémicas, los que reciben esa interpretación se encuentran desde el primer momento más allá de ella envueltos en análisis, procesos o disputas que precisamente implican su previa aceptación. Todas esas discusiones, que no se rehúyen, sino se fomentan, tienen justamente la misión de distraer de esa aceptación que se ha deslizado fraudulentamente y sin crítica, por un simple mecanismo de repetición y utilización como base de toda discusión ulterior. Los dos elementos (repetición y utilización) son esenciales; el primero produce una especie de ”anestesia” o de efecto “hipnótico”; el segundo “pone a prueba” la tesis que interesa, de una manera sumamente curiosa, que no es probarla, demostrarla o justificarla, sino hacerla funcionar. Se sobrentiende que su funcionamiento es prueba de su verdad. Si con esta idea como guía se hiciese un examen atento de lo que se dijo en España durante los dos años anteriores a la guerra civil por parte de los que habían de ser sus inspiradores y conductores, me atrevo a asegurar que se aclararía una enorme porción de aquel complicado proceso histórico. (Y si con el mismo método se echase una ojeada a la situación actual, probablemente se obtendría claridad suficiente para evitar en el futuro diversos males cuya amenaza es demasiado evidente).

Cuando los dichos y hechos despreciables empiezan a “pasarse”, a no condenarse con energía y a no ponérseles inmediato freno, se llega a un punto en que se admite “todo (incluía la infamia), con tal de que sea ‘de un lado’. Y agrega: “La consecuencia inevitable fue el envilecimiento. Nadie quería quedarse corto, ser menos que los demás en la adulación de los que mandaban o la execración de los adversarios”. “La mentira dominaba”. Por eso Marías advierte de “la necesidad de un pensamiento alerta, capaz de descubrir las manipulaciones, los sofismas, especialmente los que no consisten en un raciocinio falaz, sino en viciar todo raciocinio de antemano”.

“Llegó un momento –continua– en que una parte demasiado grande del pueblo español decidió no escuchar, con lo cual entró en el sonambulismo y marchó, indefenso o fanatizado, a su perdición”.

Para Marías, el verdadero origen de la Guerra no fue la situación objetiva de España, sino su interpretación, o el desajuste de dos interpretaciones que llegaron a excluir a las demás. Una interpretación que se mantuvo durante varios decenios más. Como ha quedado dicho, esto fue posible por algo que hoy, con las redes sociales, padecemos de manera más extrema: “una forma de sofisma consistente en la reiteración de las cosas que ni se justifica ni se discute, y se parte de ella una vez y otra como de algo obvio que no requiere prueba, la pereza se adueña del escenario y se inocula fácilmente a las personas sencillas, sin influencia en la vida colectiva, con un mínimo de responsabilidad, sujetos pasivos de todas las manipulaciones”. A la mayoría, por tanto, que asume ‘sin más’ las conclusiones simplistas con que se la aturde.

Esta reflexión resulta hoy, al menos, reconocible. Lo resume su hijo Javier sugiriendo que tal vez lo malo no sea nunca tanto lo que nos pasa, cuanto lo que nos hacen creer que nos pasa. Y quien no lo vea, debería mirárselo.

Tanto tiempo después, la España que moría, sigue viva y coleando; y la que bostezaba, bostezando.

Una vez más, si la historia no se repite, al menos rima; aunque sea una rima asonante.

*Doctor en Filosofía por la Universidad de Madrid, Julián Marías fue uno de los discípulos más destacados de José Ortega y Gasset, maestro y amigo con quien fundó en 1948 el Instituto de Humanidades en Madrid. Profesor en varias universidades de Estados Unidos, miembro de la Real Academia Española desde 1964 y senador por designación real entre 1977 y 1979, presidió la Fundación de Estudios Sociológicos (FUNDES) desde su creación en 1979 hasta que falleció. En 1996 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, compartido con Indro Montanelli.

Entre misándricas y misóginos

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¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?… Nunca sabremos si Mae West se sintió satisfecha o decepcionada después de aquel encuentro. ¿Era paquete?, ¿era una pistola? Lo que sí sabemos es que Mae era una mujer con una personalidad arrolladora; una mujer fuerte, empoderada se diría hoy, que tomaba sus propias decisiones y que hizo feminismo de su feminidad.

Veinteañeros en la década de 1920, eran conscientes de que el mundo tal y como lo conocían se estaba acabando, lo que significaba que otro iba a ocupar su lugar y que sería necesario entenderlo. En una época de eclosión feminista, los jóvenes de la llamada “generación perdida” creían en un futuro mejor, en la igualdad; eran de un optimismo desenfrenado, a diferencia de los veinteañeros de hoy, la “generación Z”, atravesados por un pesimismo existencial.

La última encuesta de 40dB para EL PAÍS y la SER, Radiografía intergeneracional de la desigualdad de género, publicada el Día Internacional de la Mujer, muestra la enorme distancia que separa a mujeres y hombres de 18 a 26 años, la generación Z, en torno a la igualdad. Ellos son, entre todas las generaciones, los más machistas, y ellas, las más feministas.

Probablemente hoy, la veinteañera Mae West pensaría que el muchacho de la pistola, o lo que fuera, era un repugnante machista de esos que van por la vida marcando paquete. El del bulto, quizás, que Mae era una feminista empoderada de esas con las que no se puede ir ni a la vuelta de la esquina.

Algo estamos haciendo muy mal. Sabemos que la polarización es el vicio de nuestro tiempo, pero tiene que haber una explicación a este desaguisado. Se ha escrito que en los locos años veinte de la “generación perdida” España progresaba “a marchas forzadas”, ¿no nos estará pasando algo similar?

Y la cosa no queda aquí. Una de las exponentes del feminismo actual, Pauline Harmange, que ha creado escuela, escribía en verano de 2020 un ensayo con el contundente título de “Hombres, los odio” (Editorial Paidós). Un éxito de ventas que pone sobre la mesa una propuesta polémica: ¿Toca tirar de misandria –aversión a los varones (RAE)– contra la misoginia –aversión a las mujeres (RAE)– del sistema patriarcal?

Ella misma se respondía a continuación: “La misandria es una forma de defenderse frente a esa misoginia permanente, una forma de protegerse de ella y de sus ataques diarios”. Desde el otro extremo, se ha llegado a acuñar el término ‘feminazi’ para señalar a feministas como ella, a quienes se acusa de odiar a los hombres.

Si los jóvenes son el futuro, hoy volvemos a ver fantasmas en el horizonte.

Veleta

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Mujer y fútbol

Veleta, en el centro de la alineación del Vélez Club de Fútbol

Esta es la pequeña historia de una mujer que se hizo grande sin pretenderlo. Solo porque osó echarle el coraje necesario para colarse en un mundo de hombres.

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Arte de sobra

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Alineación del equipo que pugna por ganar el Mundial de la Historia del Arte.

En pie, de izquierda a derecha: Diego Velázquez (cap.), Miguel de Cervantes, Joan Miró, García Lorca, Paco de Lucía y Francisco de Goya; agachados: Luis Buñuel, Pablo Picasso, Salvador Dalí, El Greco y Antonio Gaudí.

Quizá sea más polémica que las de Luis Enrique, pero es un comienzo. El seleccionador y autor es Gradimir Smudja, pintor y dibujante serbio.

Yo habría introducido a Eduardo Chillida como portero.

Rimas de la España rota

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Ocurrió hace muchos años, aunque en circunstancias políticas que algún parecido guardan con las actuales. Presidía el Gobierno de España Joaquín Chapaprieta, un antiguo liberal que había pasado, tras la caída de la Monarquía, a la Derecha Liberal Republicana y que había sucedido a Alejandro Lerroux en septiembre de 1935, cuando estallaron varios escándalos de corrupción. Sin mayoría en la que sostenerse, dependiendo de los votos de la CEDA, con los líderes socialistas y nacionalistas catalanes en la cárcel condenados por la revolución de octubre de 1934, su Gobierno estaba destinado a desaparecer sin pena ni gloria.

Santos Juliá nos recuerda que en aquel contexto se multiplicaron los mítines de precampaña. En el frontón Urumea de Donosti, el 10 de noviembre de 1935, José Calvo Sotelo, ante la crecida exigencia del nacionalismo vasco de dotar a Euskadi de su estatuto de autonomía, ya plebiscitado pero todavía no aprobado por las Cortes, pronunció una de esas frases para la historia: “No he dado la mano a ningún diputado nacionalista porque veo en ellos la tendencia a la desmembración de España, y, entre una España rota por el separatismo y una España roja, me quedo con esta última porque el solar quedará intacto”.

El 5 de diciembre, Calvo Sotelo volvió a repetirla en el Congreso de los Diputados. A mí, afirmó, “nada de eso me importa si en definitiva había de subsistir la Patria, mientras que en una España rota, la Patria quedaría para siempre muerta”. Luego las tropas franquistas le dieron la vuelta al aforismo enarbolando la enseña “Antes rota que roja”. Y vaya si la rompieron. Tantos años después, la España rota se ha convertido en España se rompe.

La derecha española, salvo minoritarias excepciones, apoyó la dictadura de Franco, como antes sostuvo la de Primo de Rivera y, entre medias, combatió a la II República, conviene recordarlo. Después de cuarenta años de dictadura, tras la implosión de UCD, siguiendo a Fraga y a los “siete magníficos” ministros de Franco, se agrupó en torno a Alianza Popular. Pero Fraga tenía un techo, y para llegar al poder había que cambiar de marca, de líder y de planteamiento.

Así, Don Manuel alumbra las siglas PP del Partido Popular para refundar Alianza Popular y designa a su nuevo líder, José María Aznar, para alcanzar el poder en 1996, con su España se rompe, convertido en un clásico, en un mantra para la derecha española. Hasta que llegó José Montilla, president de la Generalitat, para espetarle a Aznar que el PP prefería una España rota que gobernada por los socialistas. Otra vez la España rota antes que roja.

En el caldo de cultivo del España se rompe, creado por los populares, surgió Vox para rentabilizar la hipérbole en clave abiertamente uniformizadora, recentralizadora, involucionista e incapaz de integrar en su visión del Estado el país real. Federico Jiménez Losantos lo saludó como un paso más en esa carrera: “España, ni rota, ni roja”.

Y por si a alguien le quedara alguna duda sobre la amenaza de rotura de España, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, especialista en sacar de quicio lo indesquiciable, ha afirmado recientemente que “el peligro real e inminente es que España deje de existir”. O sea, que no quedarían ni los pedazos.

Aunque España lleva rompiéndose desde la noche de los tiempos, si Calvo Sotelo pudiera verla hoy, tanto tiempo después, probablemente se sorprendería. Sin embargo, sus herederos persisten en la estrategia, aún más vieja, del miedo, cargando de plomo sus alas.

Desde el Mirador de los Poetas, en la sierra de Guadarrama, tan cerca y tan lejos del Madrid estridente que se pierde entre tanto ruido, no se ven grietas, ni cicatrices, porque es un lugar donde las rimas asonantes de la España rota se las lleva el viento.

Kintsugi

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Las rupturas son dolorosas; del tipo que sean: amorosas, sociales o políticas.

“Cuando una cuerda se rompe se puede volver a unir, pero siempre quedará un nudo”, se suele decir. A algunos nos parece más importante la tensión de la cuerda que el nudo, pero hay quien no puede dejar de fijar su atención en el punto en el que se quebró.

Leyendo Fractura, la novela de Andrés Neuman, he encontrado una metáfora que puede ayudarnos a ver las rupturas desde otro punto de vista. “Todas las cosas rotas (…) tienen algo en común. Una grieta las une a su pasado”, dice el narrador.

A continuación, Neuman explica la técnica japonesa del kintsugi: “Cuando una cerámica se rompe, los artesanos insertan polvo de oro en cada grieta, subrayando la parte por donde se quebró. Las fracturas y su reparación quedan expuestas en vez de ocultas, y pasan a ocupar un lugar central en la historia del objeto. Poner de manifiesto esa memoria lo ennoblece. Aquello que ha sufrido daños y sobrevivido puede considerarse entonces más valioso, más bello”.

El kintsugi es la metáfora que nos permite hablar del trauma que supone la quiebra, en este caso de un objeto, pero que también puede predicarse de un sujeto o de una sociedad; de las posibilidades de su reparación; y de la cicatriz, como cura y memoria indeleble de la misma fractura que la provoca. En definitiva, de la belleza que reside en la restauración.

No apreciamos la belleza en la cicatriz, la escondemos como estigma en vez de celebrarla como testimonio de una herida curada, nos dice Edurne Portela. Desechamos lo roto o lo imperfecto y no nos damos cuenta de que, tal vez, en el proceso de reparación es donde podemos encontrar la forma de mejorarnos.

En esa cerámica atravesada por el oro que sutura, podemos descubrir una nueva armonía que hace a la composición más valiosa, diferente e irrepetible.

«El pueblo judío es un pueblo asqueroso»

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Que nadie se lance patas arriba, presto a condenarme a los infiernos. La frase está entrecomillada y su autor fue Zeev Jabotinsky (1880-1940), el líder del llamado “sionismo revisionista”. A mí nunca se me hubiera ocurrido decirlo. La sentencia terminaba así: “…, sus vecinos lo odian, y tienen razón”*. Lo realmente curioso, es que no son palabras de un antisemita sino de un sionista, es decir de un partidario del movimiento político judío que pretendía en sus orígenes la formación del Estado de Israel y, después de la proclamación de éste en 1948, de su apoyo y defensa.

En cierto sentido, toda cita constituye una mutilación del contexto del que se ha extraído, pero, por descontado, la frase recogida no deforma la opinión del autor. En todo caso, se trata de una expresión que no se contradice con su fe en una nueva forma de vivir la judeidad.

Al decir de Iñaki Iriarte, autor de un trabajo muy interesante sobre el asunto, se trataría de un sionismo que, supuestamente, habría partido de una interiorización del antisemitismo europeo, un rechazo a los judíos de carne y hueso que aspiraría a una nueva judeidad basada en la pureza y la exclusión.

El tono coincidente de algunos sionistas y antisemitas en sus caracterizaciones sobre el ser de los judíos constituye mucho más que una suerte de anecdótico “síndrome de Estocolmo”. Sionistas anteriores, coetáneos y posteriores expresaron opiniones sobre el estado moral de los judíos, por lo que la definición de Jabotinsky no es una excepción casual.

Theodor Herzl (1860-1904), exponente de mayor importancia entre los padres del sionismo, deja caer a menudo que los judíos carecen de honor y que, por ello, tienden a ser vanidosos. Los sufrimientos, añade, “nos hicieron odiosos y cambiaron nuestro carácter, que en otros tiempos había sido orgulloso y noble”. “De nuevo, la gente dirá que estoy proporcionando munición a los antisemitas. ¿Por qué? ¿Solo porque estoy admitiendo la verdad?”. Herzl trataba de conseguir que las autoridades turcas permitieran la inmigración de judíos europeos a Palestina como paso previo a la creación de un Estado judío en la zona, Estado que funcionaría como “un puesto avanzado de la civilización contra la barbarie”.

Otros como Moses Hess (1812-1875), Leo Pinsker (1821-1891) o Max Nordau (1849-1923) ofrecen significativas muestras de una retórica autocrítica. Para este último, los judíos habían caído en una terrible miseria moral, muy relacionada con su concepto de “degeneración”: “… la miseria [de los judíos] es moral. Toma la forma de daño perpetuo a la autoestima y al honor”. En su opinión, los años de marginación habían generalizado un “psicología del gueto”, que se manifestaba en la abundancia de personajes débiles y mezquinos.

Bernard Lazare (1865-1903), colaborador de Herzl durante un tiempo, en la carta en donde le comunicaba su abandono de la Organización Sionista Mundial, sentenciaba: “Nuestro pueblo está en el fango más abyecto”. La causa del antisemitismo, según Lazare, estaba en gran medida en el carácter asocial de los judíos.

Aaron David Gordon (1856-1922), ideólogo del sionismo, reprochaba amargamente la manera en que los dos mil años de exilio habían modelado el carácter de los judíos. “Somos un pueblo parasitario. No tenemos raíces en la tierra; no hay tierra bajo nuestros pies. Y somos parásitos no sólo en el sentido económico, sino también en el espíritu, en el pensamiento, en la poesía, en la literatura, y en nuestras virtudes, nuestros ideales, nuestras aspiraciones humanas más elevadas”.

Micha Joseph Berdyczewski (1865-1921), quien en 1902 cambió su apellido por el de Bin-Gurion, es otro de los autores que se refirió con llamativa dureza al estado moral de los judíos. Así, para Bin-Gurion, el liderazgo de los rabinos y la huida de la realidad, disfrazada de espiritualismo, habían convertido a los judíos en un “no-pueblo, una no-nación, unos no-hombres”.

Similar era la postura de Jacob Klatzkin (1882-1948), para quien los judíos eran un pueblo “con una exagerada cantidad de intelectualismo mundano, viviendo una existencia falsa y pervertida por medio de sustitutos de la realidad”. También la de Nachman Syrkin (1868-1924), teórico del sionismo laborista, quien afirmaba que la emigración judía a Palestina permitiría a los europeos librarse de una fuente de problemas.

A juicio de Moses Hirschel (1754-1818), el fanatismo, la intolerancia y el odio de los judíos hacia los gentiles eran la verdadera razón de su miseria. Por su parte, Lob Baruch (1786-1837), que cambia su nombre por el de Ludwig Borne, ofrece otro ejemplo de cómo un liberal filosemita podía, no obstante, expresar en ocasiones opiniones similares a las de los antisemitas, describiendo a los habitantes de los guetos y los asentamientos como vagos y poco escrupulosos con su higiene. La propia suciedad y oscuridad del gueto constituiría a su modo de ver un “símbolo de la cultura espiritual de los judíos”; y Henrich Heine (1797-1856), en una carta a su íntimo amigo Moisés Moser, lo remata escribiendo: “los judíos son aquí asquerosa ralea”.

A lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX algunos de los herederos culturales de esos judíos continuarán con esta actitud de desprecio ilustrado hacia las masas judías, en muchos testimonios que hoy suelen ser considerados una muestra de “auto-odio”.

De este modo, los autores citados, sionistas reconocidos, incorporaron sus críticas acerca del estado de postración y la decadencia moral y material en que había caído el pueblo objeto de sus desvelos, coincidiendo en sus planteamientos con los antisemitas.

El historiador Henrich von Treitschke (1834-1896) llegó a tener clara cuál era la solución: “Solo hay una forma de satisfacer nuestros deseos: la emigración, la creación de un Estado judío”. Pero los antisemitas que apoyaron el proyecto sionista de enviar a los judíos a Palestina lo hicieron con un interés estrictamente táctico y una motivación radicalmente distinta. Lo que querían era librarse de la presencia de judíos; mientras los sionistas buscaban crear un Estado judío que sirviera, precisamente, de refugio ante las violentas explosiones de antisemitismo.

En definitiva, Herzl y otros sionistas podían, ciertamente, “entender el antisemitismo”, convencidos, como estaban, de que la falta de un país y un Estado propio y los siglos encerrados en los guetos habían hecho mella en el carácter de los judíos.

Cabe preguntarse si, conseguida la creación del Estado judío, estos miembros de la Haskalah, la Ilustración judía, hubieran cambiado las opiniones expresadas anteriormente sobre su pueblo. ¿Pensarían, acaso, que el Estado judío funciona como “un puesto avanzado de la civilización contra la barbarie?”.

*La frase proviene de la autobiografía de Jabotinsky, Historia de mi vida.

Vida perra

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¡Perra vida! o ¡qué vida más perra!, son exclamaciones que todavía se utilizan como sinónimo de una mala vida, llena de incomodidades y dificultades, o como lamento de la propia existencia, por parte de personas que sufren mucho. Pero son expresiones que han quedado obsoletas, porque los perros ya no viven tan mal.

Los centros comerciales habilitan secciones dedicadas en exclusiva a su alimentación y a la venta de todo tipo de accesorios y complementos para su salud y belleza. Hay hasta tiendas de repostería artesanal especializadas en dulces para perros; también clínicas caninas y peluquerías; parques exclusivos, tiendas, restaurantes, hoteles y medios de transporte ‘dog friendly’. He visto en San Fermines que les han hecho trajes para que también participen de la fiesta, y siempre les puedes comprar ropa en Lucas & Lola donde, además de sus modelos exclusivos, encontrarás las mejores marcas del mercado canino… Si las cosas no cambian, pronto habrá más establecimientos de este tipo que escuelas.

Con el titular “Más perros que niños en Gipuzkoa”, El Diario Vasco informa el 10 de julio, que “a día de hoy, en Gipuzkoa, se contabilizan 105.677 canes censados –según la estadística del REGIA, el Registro General de Identificación de Animales de la Comunidad Autónoma del País Vasco– frente a los 97.691 menores de 14 años, según datos del INE de 2022”. Y añade, “los datos no son al cien por cien completos puesto que no todos los dueños registran a su perro con microchip –como es obligatorio­–“.

¿Somos unos aventajados en esto de cambiar perros por niños? ¿es exclusivo este sorpasso? Pues no. Según el último censo de animales de ANFAAC y Veterindustria, a nivel de Estado, los datos confirman que se trata de algo más general. En España hay 9.313.098 perros registrados y, según el Instituto Nacional de Estadística, 6.672.087 niños menores de 14 años. En realidad, la diferencia es mayor porque no todos los perros están registrados y porque a este dato habría que añadir los 168.000 sin hogar, que constan en el último estudio de la Fundación Affinity ‘Él nunca lo haría 2022’. El abandono afecta al 2,6% de los perros en España. Sin embargo, el de niños que proporciona el INE es inamovible. Así que, efectivamente, la vuelta de la tortilla es compartida, y no tenemos en cuenta en esta entrada a los 5.858.649 gatos, incluidos en el censo citado.

Siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre. Hoy lo es también de la mujer. Y, en ambos casos, la relación va mucho más allá de la amistad. El perro como animal de compañía, ha devenido en compañero de piso, pareja de hecho, miembro de la familia y hasta el hijo que no se puede o quiere tener. También se adoptan y, en caso de divorcio de los dueños, el Código Civil contempla la custodia compartida, con la obligación de pagar una manutención para sus gastos.

Como confirman la consultora GFK y AEDPAC, cada vez más, nuestros jóvenes recurren a perros y gatos para completar su existencia, lo que ha hecho que en la revista Forbes se pregunten por qué los Millennials están “sustituyendo las mascotas por los bebés” (¡por Dios! qué nombre más horrible para unos animales).

Si existiera alguna teoría creíble sobre la gran sustitución, ésta sería sin duda la de los niños por los perros. ¿Por qué? Hay quien habla de “declive civilizatorio”, otros de “egoísmo”. Así, el filósofo Santiago Alba Rico, reconociendo esta tendencia a tener menos hijos, que se está produciendo en casi todo Occidente, y que parece correlativa a tener más perros (y gatos), suele comentar en sus ensayos, medio en broma medio en serio, que “uno de los síntomas de declive civilizatorio es que suele venir acompañado de una mayor preocupación por el bienestar animal. Sucedió en el Imperio Romano y parece que se está produciendo en la actualidad”.

Por su parte, el papa Francisco ha llamado “egoístas” a las parejas que no quieren tener hijos, pero que tienen perros o gatos en su lugar: “Hoy vemos una forma de egoísmo. Vemos que algunos no quieren tener hijos. A veces uno, y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugar”, mostrando así su preocupación por lo que ha denominado “invierno demográfico”, la “dramática caída de la natalidad”.

El fin de la vida perra, es consecuencia de esa mayor preocupación por el bienestar animal que, en parte, está relacionada con la preferencia de muchos de nuestros jóvenes por tener un perro o un gato, en lugar de traer un hijo a este mundo. Si esto nos sume en un declive civilizatorio, si tiene o no razón el papa Francisco, lo dejo al criterio del lector. Lo que sí tengo claro, es que habremos de tener en consideración esta circunstancia, cuando analicemos las causas del descenso demográfico, uno de los grandes problemas de la humanidad.

Apatía, la cara oculta del 68

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El tiempo pasa veloz y ligero, como la primavera en flor que diría Machado. Casi no hay espacio para la reflexión. Aun así, convocados a unas nuevas elecciones, en tiempos de crisis de la democracia, la hacen conveniente, sobre todo porque vuelve a aparecer el fantasma de la abstención, de la desafección.

Ríos de tinta siguen brotando del manantial del 68, a pesar de que este año cumple su cincuenta y cinco aniversario. Unos lo evocan para perseverar en la construcción del mito, otros para subirse a la ola desmitificadora, los más para mantener vivo el recuerdo de unos hechos que conmovieron al mundo.

Casi todos lo hacen, con la mirada puesta en el mayo parisino. El de la imaginación al poder y el prohibido prohibir, el de los adoquines del Barrio Latino, las barricadas de los bulevares y el cierre de la Sorbona, en definitiva, la revuelta de unos jóvenes estudiantes que cuestionaban la sociedad burguesa, sus valores y estilo de vida, y que, con un código antiautoritario, llegaron a poner contra las cuerdas al gobierno del general Charles De Gaulle. Pero 1968 fue mucho más complejo que todo eso.

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Juanito en Miramar

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En el exterior del Palacio Miramar de Donosti, unos paneles informativos descubren al visitante parte de la historia del palacio, concebido como Real Casa de Campo por la reina María Cristina, y de la estancia de la familia real disfrutando de sus veraneos frente a La Concha, desde su inauguración en 1893 hasta el fallecimiento de la reina en 1929, casi sin interrupción. La exposición lleva por título ‘Un pequeño gran palacio lleno de historias por contar’.

Entre las fotografías que se muestran, está la que abre esta entrada. Nos ha llamado la atención porque es muy posterior a aquellos veraneos reales y porque, en la misma, se ve al simpar emérito en edad escolar, formando con otros chavales en el exterior del palacio. Nos preguntamos qué hacía en Miramar, quiénes eran sus acompañantes y si no habría detrás de la foto una de esas historias.

Juan Carlos de Borbón y Borbón nació en el exilio, en Roma, el 5 de enero de 1938. Cuando tenía cuatros años, la familia se trasladó a la ciudad suiza de Lausanne, donde fue internado en la prestigiosa escuela Le Rosey. Continuó su educación en el internado de los marianistas de Ville Saint-Jean, de Friburgo, y, cuando se trasladaron a Estoril, en la Escola das Religiosas do Amor de Deus y luego en los Salesianos. Pero, a las puertas de la adolescencia, el pretendiente a la corona de España, Juan de Borbón y Battenberg, estaba preocupado por la educación de su hijo y empezaba a pesarle que en España pudiera ser visto como un príncipe extranjero en el exilio de Estoril.

La historia que hay detrás de esta foto, empezó a escribirse en el verano de 1948, frente a la bahía donostiarra. El muñidor de la operación es Julio Danvila, amigo de Alfonso XIII y miembro del consejo privado de Juan de Borbón que, a su vez, mantiene un estrecho contacto con el generalísimo. Para superar las constantes trifulcas que tensionaban la relación entre el conde de Barcelona y el caudillo, y dar un giro a la causa monárquica, no ve más salida que un acercamiento del pretendiente a Franco y su régimen, para lo que considera beneficioso que el príncipe vaya a estudiar a España. Fruto de su labor de intermediación es el visto bueno de ambos para disponer un encuentro en territorio neutral. Un cara a cara.

Se entrevistan el 25 de agosto de 1948 en el Azor, a cinco millas de la costa donostiarra. Hablaron a solas, en la cabina principal, durante tres horas, mientras el yate navegaba lentamente entre Zarautz y Donosti. Paul Preston sostiene que el verdadero motivo de Franco para acudir al encuentro entre ambos, afloró finalmente cuando expresó su inmenso interés en que el príncipe Juan Carlos, que tenía entonces diez años, terminara sus estudios en España, lo que su padre acabó aceptando a regañadientes, a la espera de que se cumplieran una serie de condiciones.

Dos meses después, el 9 de noviembre, el príncipe llegaba a Madrid en el Lusitania Express. Su destino era Las Jarillas, una finca propiedad de Alfonso de Urquijo situada junto a la carretera de Colmenar Viejo, a diecisiete kilómetros de Madrid, donde, en tan breve espacio de tiempo, se había instalado un particular y restringido colegio ad hoc, con un reducido claustro de solo cuatro profesores y ocho selectos alumnos de la edad del príncipe: Carlos de Borbón-Dos Sicilias, primo carnal de Juan Carlos, Jaime de Carvajal y Urquijo, Alonso Álvarez de Toledo y Urquijo, Agustín Carvajal y Fernández de Córdoba, Fernando Falcó y Fernández de Córdoba, Alfredo Gómez-Torres y Gómez-Trénor, Juan José Macaya Aguinaga y José Luis Leal Maldonado, todos ellos hijos de aristócratas cercanos a Juan de Borbón.

En otoño de 1950, Juan Carlos llegaba a Donosti para continuar sus estudios de bachillerato en el palacio Miramar, esta vez acompañado de su hermano Alfonso. Franco había anulado el decreto por el que la familia real había perdido sus propiedades con la llegada de la República, de manera que en aquel momento era del conde de Barcelona, como herencia de su padre Alfonso XIII. Enviar a los niños a Miramar era como tomar posesión del palacio nuevamente.

En aquella antigua Real Casa de Campo, frente a la bahía de La Concha, se había constituido un nuevo centro educativo ad hoc, en régimen de internado, para que los infantes pudieran cursar sus estudios acompañados por un pequeño grupo de escogidos compañeros extraídos, como en Las Jarillas, de la aristocracia de la sangre y el dinero. ¡Quién iba a decirle a la reina regente que su palacete sería un día el centro educativo de sus bisnietos!

Ya sabemos, por tanto, qué hacía el emérito a sus doce años en Miramar: estudiaba el bachillerato. Pero también nos preguntábamos quienes eran aquellos chavales que formaban con él en el exterior del palacio, a quienes se ve mejor en esta foto, publicada por ABC en 1950.

De izquierda a derecha son: Manuel Zayas Arancibia, Alonso Álvarez de Toledo y Urquijo, José Luis Leal Maldonado, Carlos Benjumea Morenés, Jaime de Carvajal y Urquijo, Juan Güell y Martos, el infante Alfonso de Borbón, Juan Carlos de Borbón, Jaime de Torres y Olazábal, Álvaro Urzáiz y Azlor de Aragón, Luis Alfonso Pérez de Guzmán Careaga, Álvaro Arana Ybarra y Juan Carlos Gaytán de Ayala y Díez de Rivera. No salen en la foto, aunque sí están en la formación de portada, el hermano gemelo de Manuel Zayas, Juan, Alfredo Gómez-Torres y Gómez-Trénor y Juan José Macaya y Aguinaga. Tampoco, porque se incorpora en el curso siguiente, Joaquín Pérez de Herrasti y Narváez.

Estos son sus orígenes y trayectorias.

Manuel Zayas Arancibia
Hijo de Luis Fernando Zayas Goyarrola, a quien el historiador Fernández Redondo incluye en la lista de militantes vizcaínos de FE de las JONS. Graduado como ingeniero industrial en 1935, su trayectoria estuvo vinculada a la poderosa burguesía empresarial de la época. Entre otras compañías, participó en Altos Hornos de Vizcaya y fue fundador y director gerente, hasta su fallecimiento en 1972, de Bilbaína de Montajes Metálicos, S.A. Excombatiente, fue también concejal falangista en el Ayuntamiento de Bilbao (1942-1948). Casado con María Teresa Arancibia Yarto, tuvieron ocho hijos. Los dos mayores, nacidos el 4 de mayo de 1941 en Bilbao, eran Manuel y su hermano gemelo Juan, que estaba en el grupo de alumnos, pero no sale en la foto. Eran conocidos entre sus compañeros como los “mellis”. Manuel se incorpora una semana antes que Juan. Con el tiempo, los Zayas van a Estoril a visitar al conde de Barcelona, y Juan organiza en Bilbao las Juventudes Monárquicas. Manuel fue arquitecto, jefe del Servicio de Arquitectura y del de Planificación Urbana de la Diputación de Vizcaya y miembro del Círculo Cultural Vizcaíno. Realizó los Proyectos de Planeamiento a nivel, comarcal, municipal y parcial de Bilbao. Juan, sin embargo, se dedicó a actividades financieras y de seguros. Fue consejero y secretario de la sociedad de valores Bidarte Broker, S.L., desempeñando cargos en diversas empresas.

Alonso Álvarez de Toledo y Urquijo
Nacido el 30 de septiembre de 1939 en Llodio. Marqués de Villanueva de Valdueza y vizconde de la Armería. Hijo de Alonso Álvarez de Toledo y Cabeza de Vaca, marqués de Villanueva de Valdueza y vizconde de la Armería, y de María del Pilar Urquijo y Landecho. Nieto de Estanislao de Urquijo y Ussía, marqués de Urquijo, y de María del Pilar de Landecho y Allendesalazar, marquesa de Cábrega y dama de la reina Victoria Eugenia. Alonso de Valdueza –como le llamaban sus compañeros de estudios– fue un referente importante de las finanzas españolas. Acabó la carrera de Ingeniero Agrícola en la Universidad de Madrid y amplió estudios en el Politécnico de California (EEUU), pero orientó su actividad profesional hacia la banca. Fue subdirector de la división internacional para asuntos de Europa, Asia y Oriente Medio, del Banco Urquijo-Unión y director en España del banco británico de negocios Schroders. Conocido terrateniente pacense, es propietario de la inmensa finca Perales, cercana a Mérida, con grandes extensiones de olivares y de viñedos, y una próspera ganadería en Villar del Rey, además de las bodegas que comercializan un vino tinto bautizado con su título nobiliario: Marqués de Valdueza, con el que también tiene en el mercado su aceite de oliva virgen extra. Fue presidente de la Asociación Nacional de ganaderos de Raza Avileña-Negra Ibérica.

José Luis Leal Maldonado
Nació en Granada, el 6 de agosto de 1939. Hijo del capitán de navío Luis Leal Leal, compañero y amigo de don Juan durante la época de estudios en la Escuela Naval. Abogado, político, economista y empresario. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y en Ciencias Políticas por la de Ginebra (Suiza). Trabajó en la asesoría jurídica de Manuel Jiménez de Parga y militó en el Frente de Liberación Popular, organización izquierdista conocida como “Felipe”. En París obtuvo una diplomatura en Estadística y un doctorado en Economía en La Sorbona. Fue profesor en la Universidad de Nanterre (1967-1972) y participó en el mayo del 68 parisino, apoyando a sus alumnos. Trabajó para la OCDE en París (1972-1977) y al inicio de la Transición volvió a España. En 1977 fue nombrado director general de Política Económica del Ministerio de Economía; ingresó en la UCD, en marzo de 1978 se hizo cargo de la Secretaría de Estado para Asuntos Económicos y fue Ministro de Economía en el tercer gobierno de Adolfo Suárez. Posteriormente, abandonó la actividad política y, tras recibir la Gran Cruz de Carlos III, trabajó como asesor de la presidencia del Banco Bilbao Vizcaya (1980-1990). Desde 1990 hasta 2006, fue presidente de la Asociación Española de Banca (AEB), la patronal bancaria, y desde 2012 consejero de PRISA. Siempre atento a los intereses franceses en España, fue reconocido por Francia como Comendador de la Legión de Honor y, en marzo de 2004, nombrado Administrador Independiente del grupo francés Carrefour, líder en el sector de distribución en España tras la fusión en 1999 de Pryca y Continente.

Grupo de Juanito. De izquierda a derecha: Álvaro Urzáiz, Juan José Macaya, Juan Carlos de Borbón, Alonso Álvarez de Toledo, Jaime de Carvajal y Urquijo y Alfredo Gómez-Torres.

Carlos Benjumea Morenés
Nacido en San Sebastián el 4 de octubre de 1941, era hijo de Pablo Benjumea Lora, Hermano Mayor de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, condecorado con la Gran Cruz del Mérito Civil, y de Concepción Morenés y Medina. Su abuelo materno, Felipe Morenés y García-Alesson, era marqués de Borghetto. Carlos Benjumea fue también maestrante de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, hasta su fallecimiento en 2013. Empresario, fue presidente de Bencar Empresa General de Servicios, S.A. y consejero presidente de La Charnequilla, S.L., dedicada a la explotación y aprovechamiento forestal, agropecuario, cinegético y ganadero de fincas rústicas en Sevilla. Tiene registrados hasta veintidós cargos en diferentes empresas.

Jaime de Carvajal y Urquijo
Nacido el 9 de junio de 1939, también en Llodio, el ‘Carva’ –como le llamaban sus compañeros– es marqués de Isasi y primo carnal de su compañero de estudios Alonso Álvarez de Toledo y Urquijo. Hijo de Francisco de Borja de Carvajal y Xifré, conde de Fontanar, conocido como Paco Fontanar, secretario del Comité de Acción Monárquica, organización que coordinaba los distintos grupos monárquicos españoles y servía de nexo de unión con Juan de Borbón, e Isabel de Urquijo y Landecho; y nieto, también, de Estanislao de Urquijo y Ussía, marqués de Urquijo, y de María del Pilar de Landecho y Allendesalazar, marquesa de Cábrega. Obtuvo el Premio Nacional de Bachillerato. Economista, empresario, inversor y filántropo, es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en Economía por la Universidad de Cambridge. Fue presidente del Banco Urquijo y, durante la legislatura constituyente, senador por designación real, siendo además uno de los firmantes de la Constitución española de 1978. Invitado a formar parte de la Comisión Trilateral en 1980, poco después, se incorporó al Club Bilderberg como miembro de su Comité Ejecutivo. Fue también presidente en España de Ford, Ericsson, Asea Brown Boveri (ABB) y Advent International Advisory; del Banco Hispano Industrial, de Plus Ultra, de Parques Reunidos; vicepresidente de Ferrovial, de la Fundación de Estudios Financieros y consejero, entre otros, del Banco Hispano Americano. En 1995 fue el primer presidente y co-fundador del Consejo España-Estados Unidos y en 1988 fundó la compañía de capital riesgo Iberfomento. Es Senior Advisor de Mongan Stanley y participa en los consejos de Telefónica, Repsol, Unión Fenosa, Abengoa, Asland e Indra Sistemas, y de algunas compañías no españolas como SGS Holdings, Kleinwort Benson Group y Dufry. Fue el estudiante mejor dotado del grupo y compañero de habitación de ‘Juanito’ en Miramar.

Juan Güell y Martos
Yony para sus compañeros, fue conde de Güell, Grande de España. Hijo de Juan Claudio Güell y Churruca, conde de San Pedro de Ruiseñada, cuyo nombre apocopado –Ruiseñada–, lo identificaría en la vida pública, y marqués de Comillas, quien veló por el futuro de la casa combatiendo en el bando franquista, y de Angustias Martos y Zabálburu, dama de la Orden de Malta. Nieto, por parte de padre, de Juan Antonio Güell y López del Piélago Bacigalupi y Bru, marqués de Comillas, y de Virginia de Churruca y Dotres, dama de la Reina Victoria Eugenia; y por parte de madre, de Alfonso Martos Arizcun, marqués de Iturbieta, gentilhombre de Cámara de S. M., diputado y senador del Reino, y de María Carmen Zabálburu y Mazarredo, dama de la Reina. Familia de la que surgió el mecenazgo de Gaudí y que pasaba largas temporadas en la casona familiar donostiarra Villa Oroimena, ubicada en las inmediaciones del palacio Miramar. Juan Carlos Güell y Churruca fue fundador del Banco Atlántico. Aristócrata y terrateniente, Juan Güell y Martos, tiene registrados hasta 23 cargos en diversas empresas.

Infante don Alfonso de Borbón y Borbón
Nacido en Roma el 3 de octubre de 1941. A sus 9 años, era un chaval muy espabilado. Quienes le conocieron dicen que “tenía el desparpajo propio de un muchacho listo”. Tanto, que en la intimidad familiar le llamaban ‘Senequita’.

Infante don Juan Carlos de Borbón y Borbón
Nacido en Roma el 5 de enero de 1938. Tenía 12 años cuando llegó a Miramar, pero no era tan espabilado como su hermano Alfonso. En su entorno familiar y entre sus compañeros, era ‘Juanito’ o ‘don Juanito’. Tal es así, que cuando se le empezó a llamar Juan Carlos, alguno exclamó: ¡anda, pero si don Juanito también se llamaba Carlos…! Aurora Gómez Delgado, una de las poquísimas personas que ha puesto por escrito sus experiencias como profesora en tan atípico colegio, relata en sus Memorias que Juanito era un alumno bastante deficiente en matemáticas y algo mejor en humanidades, aunque lo que más le apasionaba era montar a caballo, nadar en la playa de Ondarreta, jugar a hockey sobre patines y al tenis.

Los hermanos, el infante Alfonso y Juan Carlos de Borbón

Jaime de Torres y Olazábal
Donostiarra. Hijo de José María de Torres y Angoloti, marqués de Torres de Mendoza, y de Carmen de Olazábal Bordiú, dama de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza. Su tío era secretario de Alfonso XIII. Jaime fue coronel de infantería y maestrante de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza. Empresario, consejero y secretario de Agropecuaria Marteña, S.A., desempeñó diversos cargos ejecutivos en el sector agrícola. Era el compañero de habitación del infante Alfonso. Pared con pared, estaban Alonso Álvarez de Toledo, Álvaro de Urzáiz y José Luis Leal, en la única habitación que tenía tres camas.

Álvaro Urzáiz y Azlor de Aragón
Nacido el 14 de junio de 1937 en Pedrola (Zaragoza), era hijo de Mariano de Urzáiz y Silva, conde del Puerto, capitán de navío y académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, y de la donostiarra María del Pilar Azlor de Aragón y Guillamas, duquesa de Villahermosa y de Luna y miembro de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza. Una familia que había desempeñado los principales cargos de la Corte de Alfonso XIII. Álvaro era sobrino de la marquesa de Narros, propietaria del palacio de Narros, en Zarautz, que fue clave en poner en marcha el centro pedagógico de Miramar. Era un poco distinto de los demás, “el más diverso en cuanto a carácter se refiere, el más diferente en temperamento”, según uno de sus compañeros. Muy dotado para la creación artística –tenía grandes cualidades para la pintura–, vivía en otro mundo, en “su” mundo. Su abuelo, el duque de Villahermosa, residía en Villa Luna, en Zarautz. Álvaro fue duque de Villahermosa, marqués de Cábrega, de Cortes, de Narros, con Grandeza de España; conde de Luna, de Guara y del Puerto; vizconde de Muruzábal de Andión y vizconde de Zolina, y un empresario dedicado a gestionar los bienes familiares.

Luis Alfonso Pérez de Guzmán Careaga
Nacido el 21 de diciembre de 1940 en Las Arenas, Getxo (Bizkaia). Hijo de Luis Pérez de Guzmán y Sanjuan, marqués de Lede, Grande de España; marqués de Morbecq, maestrante de Sevilla y Caballero de Calatrava, coronel de artillería, gentilhombre de cámara de su majestad el rey Alfonso XIII y académico de la Real Academia de la Historia; y de María Begoña Careaga Basabe, hermana de Pedro Careaga, conde de Cadagua y presidente del Banco de Vizcaya, y de Pilar Careaga, que fue alcaldesa de Bilbao. Luis Alfonso fue marqués de Lede, Grande de España, y Caballero de la Orden de Malta. Su padre era de los “nobles de servicio” en Villa Giralda, residencia de los condes de Barcelona en Estoril. Descendiente de Guzmán el Bueno, fue ahijado de Pilar Careaga.

Álvaro Arana Ybarra
Nacido el 1 de junio de 1941 en Bilbao. Hijo de Luis Ignacio de Arana e Ybarra, catedrático de la Escuela Superior de J.L.T. de Bilbao (Ingenieros), y de Sofía de Ybarra y Mac-Mahón, marquesa de Mac-Mahón. Familia de la aristocracia bilbaína. Álvaro fue empresario y ejecutivo con cargos en diversas empresas de servicios, maquinaria para la construcción y minería, de propietarios-administradores de bienes raíces y diseñador de campos de golf.

Juan Carlos Gaytán de Ayala y Díez de Rivera
Donostiarra. Hijo de Rafael María Gaytán de Ayala y Londaiz y de María de los Dolores Díez de Rivera y Eleicegui. Familia de la aristocracia donostiarra que tenía sus aposentos en Ategorrieta, en Villa Eguzki Soro, propiedad de la familia Gaytán de Ayala Londaiz desde que la emprendedora abuela Cesárea Garbuño de Arizmendi, viuda de Ramón Londaiz Arrieta, la mandara construir en 1897. El palacete Eguzki Soro, es hoy el Hotel Villa Soro.

No están en la fotografía de ABC, pero sí en el grupo y en la formación de portada:

Alfredo Gómez-Torres y Gómez-Trénor
Nacido el 22 de septiembre de 1939 en San Sebastián. Hijo de Alfredo Gómez-Torres Fos Sala, caballero de la Real Hermandad del Santo Cáliz de la Nobleza Valenciana, doctor en derecho y teniente coronel de caballería, y de María Julia Gómez-Trénor Fos, dama de la Real Hermandad del Santo Cáliz de la Nobleza Valenciana. La familia Gómez-Trénor es poseedora de una de las mayores fortunas de España, segundo accionista de Coca-Cola Iberian Partners, la embotelladora de la marca de refrescos en España y Portugal. Alfredo falleció el 16 de julio de 2008, en un accidente de tráfico en Évora. Se doctoró como ingeniero agrónomo por la Universidad de Madrid y, más tarde, se graduó en Economía Agrícola en la Universidad Davis, de California (EEUU). Al regresar a España realizó varios cursos de dirección PADE (Programa de Alta Dirección de Empresas) en el IESE. Empresario, terrateniente y ganadero, fue a lo largo de su vida administrador solidario de las empresas Agriculturas Diversas, Simotoga Nueva, Andares de la Dehesa, Ganadería Especial, Agropecuaria Vallefrío Nueva, Bodegas Dehesa de Luna, Provma y Gestora de Rentas e Inversiones Extremeñas en Portugal; presidente, consejero delegado solidario y consejero de Explotaciones Agrícolas Pegofruta; consejero de Peña Umbría y Doslante; apoderado de Dehesa Serrana, representante de Inmobiliaria Bisbe, Cerrado del Río y Lusobega, y secretario de Monte Colorado, todas ellas sociedades limitadas, y presidente del consejo de administración de Marina de Poniente, S.A., entre otras. Asimismo, se dedicó a administrar empresas privadas y familiares, relacionadas con la agricultura y la ganadería: vinos, cítricos, arroz, aceite de oliva virgen extra y jamón ibérico de bellota con D.O. Dehesa de Extremadura. Los Gómez-Trénor son un puntal de la oligarquía valenciana y estuvieron muy vinculados al falangismo levantino de los años treinta del siglo pasado.

Juan José Macaya y Aguinaga
Juanjo, como le llamaban sus compañeros, nació en 1939 en el seno de una conocida familia catalana. Hijo de Juan Antonio Macaya i Salvadó-Prim, barón de Benasque, y de María Josefa de Aguinaga y Díaz de la Isla; sobrino de Julio Danvila, artífice del encuentro en el Azor entre Franco y Juan de Borbón, que le llevó a compartir estudios con los infantes; y bisnieto de Román Macaya Gibert, acaudalado empresario que había hecho fortuna con el algodón en América, que se codeaba con Alfonso XIII y que mandó construir el Palau Macaya. Su tío abuelo, Alfons Macaya i Sanmartí, fue el impulsor del primer torneo de fútbol en España, la Copa Macaya, el primer trofeo que ganó el Barça en su historia, en 1902. Se licenció en Ciencias Económicas por la Universidad de Madrid e hizo un Master de Business Administration por la de Harvard. Cuando se casó en 1963 con la aristócrata María de la Purificación Sartorius Acuña, fueron padrinos del enlace los padres de su amigo Juanito, los condes de Barcelona. Dedicó su vida profesional al mundo de la empresa, conectado con el grupo bancario Urquijo-Unión. Fue presidente ejecutivo de Fibrotubo, consejero delegado de Redland Ibérica, Tejas de Cemento y de otras empresas del grupo. Como economista y asesor financiero, fue consejero del Banco Alcalá y de Sistemas AF y consejero-director general de Investbank, entidad bancaria que después se llamaría Banco Ibercorp, un entramado financiero de sociedades que permitieron entre 1985 y 1993 actividades bursátiles especulativas que generaban importantes plusvalías y que llevó a muchas personalidades ante los tribunales de justicia e, incluso, a la cárcel, como es el caso de Manuel de la Concha o del mismísimo gobernador del Banco de España, Mariano Rubio. Tras suspender pagos, Ibercorp sería comprado por Caja Cantabria por el simbólico precio de una peseta.

En el segundo curso se produjo un cambio y se incorporó al grupo:

Joaquín Pérez de Herrasti y Narváez
Nacido el 9 de abril de 1940 en Madrid. Octavo hijo de Antonio Pérez de Herrasti y Orellana, señor de la Casa Solar de Herrasti en Azkoitia, caballero de la Real Maestranza de Granada, marqués de Albayda, Grande de España, marqués de la Conquista, conde de Padul y conde de Antillón, y de María Matilde Narváez y Ulloa, hija de los marqueses de Oquendo y dama de la Real Maestranza de Granada. Joaquín también fue caballero de la Real Maestranza de Granada.

Son dieciséis chavales los que asisten al colegio de Miramar entre 1950 y 1954, distribuidos en dos grupos, uno de la edad de Juanito y el otro de la de Alfonso. En el de los mayores, acompañaban al príncipe varios de sus compañeros en Las Jarillas: Jaime de Carvajal y Urquijo, José Luis Leal Maldonado, Alfredo Gómez-Torres, Alonso Álvarez de Toledo y Juan José Macaya, a quienes se incorpora Álvaro de Urzáiz.

En el de los pequeños, junto al infante Alfonso, estaban los gemelos Manuel y Juan Zayas, Luis Alfonso Pérez de Guzmán y Álvaro Arana, todos ellos bilbainos, Juan Güell, Carlos Benjumea y los donostiarras Jaime de Torres Olazábal y Juan Carlos Gaytán de Ayala. En el segundo curso se incorpora Joaquín Pérez de Herrasti, que probablemente sustituye a Luis Alfonso Pérez de Guzmán.

Grupo del infante Alfonso. De izquierda a derecha: Luis Alfonso Pérez de Guzmán, Juan Güell, Manuel Zayas, Alfonso de Borgón, Jaime de Torres, Juan Zayas, Álvaro Arana, Juan Carlos Gaytán de Ayala y Carlos Benjumea.
Grupo del infante Alfonso. De izquierda a derecha: Luis Alfonso Pérez de Guzmán, Juan Güell, Manuel Zayas, Alfonso de Borbón, Jaime de Torres, Juan Zayas, Álvaro Arana, Juan Carlos Gaytán de Ayala y Carlos Benjumea.

La campana sonaba a las siete y media de la mañana. Se levantaban y salían directamente al jardín para formar e izar la bandera, a lo que seguía la misa y el sermón del padre Zulueta en la capilla. Solo después desayunaban y comenzaban las clases de la mañana. Al final de esta, tenían un breve recreo y luego la comida. Las clases se reanudaban a las cuatro de la tarde, hasta otro recreo corto a última hora, seguido por la cena y el tiempo de estudio. Una disciplina estricta que se prolongó durante cuatro largos años, al precio de dos mil pesetas de la época, por cabeza y mes. Dinero que se ingresaba, regularmente, en el Banco Guipuzcoano.

Juanito en Atotxa, con txapela. A su izquierda José Garrido, el director, y su hermano Alfonso. A su derecha, Jaime de Carvajal y Alonso Álvarez de Toledo.

En sus salidas de Miramar, los fines de semana, solían jugar partidos de fútbol contra alumnos del colegio de San Ignacio. Casi todos los domingos bajaban a San Vicente o a Santa María, para oír misa mayor a las doce. También iban al teatro y a los conciertos en el Victoria Eugenia, al cine y a Atotxa, de vez en cuando. Y disfrutaban como niños, de las excursiones que organizaba el padre Zulueta para conocer la tierra vasca. Así desgastaron suelas por Oñati, Bermeo, Zarautz, Gernika, Bilbao, Azkoitia, Bergara, Getaria, Lekeitio y Mondragón.

El grupo de estudiantes al completo, con los dieciséis alumnos.

Pero todo llega a su fin. Concluido el bachillerato de los “mayores” y la reválida de cuarto de los “pequeños”, en junio de 1954 el colegio cierra sus puertas y así termina otra de esas historias por contar que atesora el palacio Miramar.