
El padre Bosco escuchó una risa al lado de su ventana y se asomó con curiosidad, esperando encontrar a un vecino con un tono de voz grave y sonoro. Sorprendido, descubrió que un loro verde y con la frente amarilla se había posado junto a la misma y se carcajeaba con la desinhibición de un viejo marino. Lejos de asustarse, el pájaro le miró a los ojos y ahuecó el plumaje, abriendo el pico para exclamar:
—Hola, mi amor.
El sacerdote sonrió y se aproximó con cuidado. Alargó la mano lentamente y le acarició el cuello. El pájaro agachó la cabeza y emitió un suave murmullo.
—¿Tienes nombre? —preguntó sin esperar una respuesta.
—Hola —contestó el loro—. Soy Cipriano.