En un curso sobre estrategias de marketing, hace unos cuantos años, el profesor insistía en que los mensajes debían ser claros y precisos, que no debían admitir interpretaciones, para ser comprendidos correctamente y evitar frustraciones.
Para reforzar la idea, la ilustró con el famoso chiste de Eugenio que decía: “Nativa enseña el búlgaro. Nano, llamé… y resulta que era un idioma!” El frustrado amigo del Nano, a pesar de la brevedad del anuncio, de la concisión, había entendido otra cosa.
Después de la reacción inevitable de los asistentes, el profesor siguió a lo suyo. Lo que debíamos evitar, siempre, era el lenguaje artificioso y, por supuesto, nunca liarnos con tecnicismos.
Stephen Hawking no nos había acompañado en aquel curso y claro, le pasó lo que le pasó cuando en plena campaña electoral se pronunció en contra del candidato republicano Donald Trump. Hawking, acostumbrado a enfrentarse a materias y asuntos tan enigmáticos como los agujeros negros, señaló que aquel misterio político superaba su capacidad de comprensión, y añadió: “Trump es un demagogo, que apela al más bajo común denominador posible”.
Las declaraciones de Hawking, considerado una de las autoridades intelectuales más relevantes del mundo, generaron todo tipo de reacciones. Los seguidores de Trump lo hicieron con animadversión hacia el científico, pero no tanto porque estuviera en contra del millonario convertido en político, sino porque se sintieron frustrados al no lograr entender algunas de las palabras que utilizó el físico. Como cuenta Andy Borowitz, poco después de que la noticia irrumpiera en los medios, Google registró un aumento en el número de búsquedas de las palabras “demagogo” y “denominador”, que habían sido utilizadas por Hawking, según el equipo de campaña de Trump, con “el fin de confundir” al electorado.
Queriendo aclarar cualquier tipo de confusión y enviar un mensaje inteligible para disuadir a los fanáticos, Hawking replicó con un simple: “Trump, malo. Hombre, muy malo”.