Si hay algo que no me gusta, o que me disgusta, de la política, son los políticos corruptos y los que toman a la gente por tonta de remate.
Conocidos los resultados de las elecciones generales, casi todos los análisis que se han hecho se han realizado a partir de los escaños obtenidos por las distintas formaciones políticas, dando como resultado un descalabro considerable de la derecha al sumar 147, muy por debajo de los 186 que consiguió el PP hace sólo ocho años y de los 169 que ocuparon en el Congreso PP y Cs hace casi tres. Pero el más riguroso es el que contempla el respaldo popular real que han obtenido en las urnas.
La derecha española se ha presentado dividida en tres formaciones políticas y, efectivamente, la fragmentación penaliza. Pero si observamos el apoyo, en votos, conseguido en su conjunto, la dimensión de ese descalabro es distinta y podemos ponerla más en relación con que, en un momento de máxima excitación y polarización política, no han conseguido superar ni los resultados de las anteriores elecciones, dividida en dos, ni los de hace ocho años cuando lo hizo sin divisiones, como se puede observar en el gráfico que abre esta entrada. Si no descalabrada, sí se puede decir que está en fase menguante.
El PP, como formación global de la derecha, obtuvo un respaldo de casi el 45% de los electores en 2011; dividida en dos, alcanzó el 46% en 2016; y en tres, no ha llegado al 43%. El recurso al insulto, la hipérbole, la sobreactuación y la mentira grosera no ha colado y también penaliza.
Atentos al análisis que sobre este declive harían los protagonistas, hemos visto que Aznar, súbitamente desaparecido de la escena política, se ha asomado a la palestra para reprender a esos electores que, víctimas de “una ignorancia temeraria”, votan a cualquiera, sobre todo a quien no deben. Pero no sólo se han llevado la bronca los antiguos votantes del PP que han votado mal. Algunos analistas de su entorno han afeado la conducta de aquellos que, antes desmotivados, han acudido a la llamada de las urnas para votar al PSOE, porque Pedro Sánchez les ha metido el miedo en el cuerpo y como la gente es asustadiza y vota irreflexivamente, pasa lo que pasa.
Seguramente, habrán hecho un análisis más serio y riguroso que todo esto. No se explicaría de otro modo la súbita fiebre centrista y la drástica moderación en las formas. Pero, quizá, la lección más importante que deberían haber aprendido de este resultado es que la gente no es tonta.