GroKo

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Si la formación de gobierno ya era difícil tras los resultados del 28 de abril, con la repetición de las elecciones se ha complicado aún más. PSOE y Unidas Podemos han perdido apoyos, el PP no ha conseguido los suficientes, Ciudadanos se ha estrellado y los xenófobos y reaccionarios han conseguido duplicar, con holgura, su presencia en el Congreso, convirtiendo a Vox en la tercera fuerza del Parlamento, segunda en cinco provincias y primera en dos, logrando, además, el sorpasso al PP en nueve.

De una manera más o menos explícita, son muchos los que reclaman una Gran Coalición PSOE-PP. Desde González y Rajoy, hasta Alfonso Guerra y Aznar, pasando por Núñez Feijoo, Rodríguez Ibarra, Cayetana Álvarez de Toledo y Alfonso Alonso, entre otros. Pedro J. Ramírez, director ahora de El Español, ha pedido incluso la convocatoria de una gran marcha desde Ferraz, la sede del PSOE, hasta Génova, la del PP, para pedir su formación. Hasta Santiago Abascal y la Conferencia Episcopal se han apuntado al festival. Pero, si así fuera, ¿se han preguntado quién quedaría como líder de la oposición?

Las organizaciones empresariales también se han pronunciado a favor. Uno de los más claros ha sido el presidente del Círculo de Empresarios, John de Zulueta, quien ha señalado que “en la actual situación sólo un pacto entre el PSOE y el PP podría garantizar la necesaria estabilidad. Cualquier otra opción, nos aboca a un gobierno inestable que no duraría cuatro años”, y por si cabía alguna duda, ha añadido que un Ejecutivo “con Unidas Podemos y Más País, no aplicaría la estrategia económica precisa para promover el crecimiento y afrontar los grandes desafíos que tenemos por delante”. El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, no ha sido tan explícito, pero ha apelado a la máxima responsabilidad y visión transversal de los partidos políticos llamados a gobernar, haciendo referencia a la experiencia “transversal” de Alemania.

Efectivamente, en la actual situación española, la experiencia alemana puede ser de utilidad. Allí, la fragmentación del sistema de partidos también ha dificultado la formación de gobiernos, sobre todo, porque las combinaciones que precisan la participación de los ultraderechistas de la Alternativa para Alemania (AfD), una organización similar a Vox, son descartadas de plano, por todo el arco parlamentario, tanto en el Estado federal como en los estados federados.  

Las elecciones generales de 2013 las ganó la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Angela Merkel, con un 34,1% de los votos, quedando en segundo lugar el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), con el 25,7%. Ninguno de los dos fue capaz de formar gobierno y terminaron recurriendo a la fórmula “transversal” que sugiere Garamendi, la Gran Coalición o GroKo, como la llaman ellos, acrónimo de Grosse Koalition. La recién nacida AfD sólo consiguió el apoyo del 4,7% de los alemanes. Cuatro años después, en las elecciones generales de 2017, con una pérdida de votos del 8,5% y del 5,2% respectivamente, los democratacristianos de la CDU y los socialdemócratas del SPD cosecharon sus peores resultados desde la creación de la República Federal de Alemania en 1949. Sin embargo, los xenófobos y reaccionarios de la Alternativa para Alemania (AfD), entraban por primera vez, desde entonces, en el Bundestag, con el 12,6% de los votos y 94 escaños, triplicando los resultados de 2013 y convirtiéndose en la tercera fuerza política alemana.

El socialdemócrata Martin Schulz señaló la necesidad de revivir la confrontación política entre la “izquierda democrática” y la “derecha democrática”, o lo que es lo mismo, una dinámica de oposición al gobierno que estaba olvidada. Pero Merkel fracasó en su intento de acuerdo con liberales y verdes, quedando sólo dos escenarios posibles: la repetición electoral o una nueva Gran Coalición, porque en Alemania nadie cuenta con la ultraderecha. Así que la GroKo volvió al gobierno y la AfD, una organización de extrema derecha, xenófoba y reaccionaria, lidera la oposición y, desde entonces, no ha dejado de crecer. Ha conseguido representación en todos los estados federados de Alemania. En las elecciones al Parlamento Europeo de mayo, obtuvo 11 eurodiputados. En septiembre, se convirtió en la segunda fuerza política en los comicios de Sajonia y Brandeburgo. Con un 27,5% de los votos en Sajonia, la AfD obtuvo el mejor resultado electoral de su breve historia. Y, en octubre, también consiguió el segundo puesto en las elecciones del estado federado de Turingia, duplicando los resultados de 2014 y desbancando a la CDU y al SPD.

La experiencia “transversal” alemana nos enseña que, con la Gran Coalición de conservadores y socialdemócratas en el gobierno, la extrema derecha lidera la oposición y no deja de crecer. Esa es la Alternativa para Alemania. ¿Cuál sería la española? ¿Dejar, también, la oposición en manos de la ultraderecha?

Nota: los resultados electorales se han obtenido de la base de datos ParlGov

Populismo

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¿Un espectro recorre el mundo?

«Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca: llegar allí,
he aquí tu destino»

“Ítaca”, Konstantínos Petrou Kaváfis

Entre la niebla de la ciencia política, emerge con vigor inusitado un fenómeno que, de manera cíclica, aparece en las cartas de navegación: es lo que Taguieff ha calificado como “ola populista”. Una gran ola, que empezó a levantarse a partir de la década de los ochenta y que, en la actualidad, las predicciones advierten que amenaza con convertirse en un tsunami capaz de arrasar nuestro atribulado mundo.

Hoy, es un lugar común, casi el único entre los académicos, reconocer que “el populismo está de moda” –palabra del año 2016 para la Fundación del Español Urgente-BBVA–. También, que se trata de uno de los conceptos más evasivos e inasibles de la ciencia política; de ahí que su uso en el lenguaje especializado se reduzca sensiblemente, limitándose normalmente a los movimientos, partidos o regímenes políticos que, por consenso generalizado, se han definido como populistas. Sin embargo, no ocurre lo mismo fuera del ámbito académico. La ligereza y hasta el abuso, con que el término es utilizado tanto por políticos y analistas, como por profesionales de los medios de comunicación, sorprende a cualquiera que siga con interés el devenir de nuestra sociedad contemporánea, porque, de todos los “ismos” que son y han sido, éste es el gran desconocido. Sin embargo, la noción de populismo se toma como algo evidente, como dando por descontado que todos saben de qué están hablando. “La palabra populismo ha sufrido una irónica desventura: se ha hecho popular”, ha apuntado el mismo Taguieff. La confusión que lo envuelve, se hace mayor aún, por tratarse de un término con el que se abarcan muy diversas y contradictorias realidades, incluso radicalmente opuestas ideológicamente.

El Brexit, capitaneado por Nigel Farage, del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), ¿no sería la expresión última, exacerbada, de un recelo británico hacia Bruselas que comenzó a manifestarse ya en 1973 y que ningún gobierno desde entonces quiso o supo combatir eficazmente? Nada, ¡populismo! Y Marine Le Pen, con su Frente Nacional, ¿no es el último avatar de una extrema derecha clásica que hunde sus raíces en la Francia de Vichy? Bah, ¡populismo y sólo populismo! Y ¿Podemos?, ¿acaso no supone un síntoma de la flagrante crisis del régimen de 1978 y de la descomposición del bipartidismo? ¡Tonterías! Vulgar populismo de izquierdas, de inspiración chavista. ¿Y el secesionismo catalán? ¡Populismo nacionalista de manual! ¿Y Trump? ¡La apoteosis del populismo!, dice Joan B. Culla. En el mismo saco de expresiones políticas, se mete también al Partido por la Libertad (PVV), del holandés Geert Wilders, segunda fuerza política en las últimas elecciones celebradas en el país de los tulipanes y el más votado en la simbólica Maastricht, una de las capitales de la construcción europea; a Frauke Petry, de la Alternativa para Alemania (AfD); al Movimiento por una Hungría mejor (Jobbik), de Gábor Vona, y a la Unión Cívica Húngara (Fidesz) de Viktor Orbán, gobernante en el país magiar; al Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), de Norbert Hofer, quien ha disputado la presidencia de su país; al Movimiento 5 Estrellas (M5S) de Beppe Grillo y a la Liga Norte de Matteo Salvini, de Italia; al Partido Popular Danés (DE), de Kristian Thulesen Dahl; a los Verdaderos Finlandeses, de Timo Soini, uno de los tres socios del gobierno finés; a los Demócratas Suecos, de Björn Söder; también a Amanecer Dorado, de Grecia, liderado por Nikos Michaloliakos, y a Syriza, con Alexis Tsipras al frente del Gobierno griego; al Partido del Progreso (FrP), liderado por Siv Jensen, formando parte de la coalición que gobierna Noruega; al checo Alianza de Ciudadanos Descontentos (ANO) del magnate Andrej Babiš; al flamenco Vlaams Belang, de Filip Dewinter y al Partido Popular Suizo (SVP/UDC) de Christoph Blocher; y así, un largo etcétera que incluye a líderes como el venezolano Hugo Chávez (Partido Socialista Unido de Venezuela), ya fallecido, el polaco Jarosław Kaczyński (Ley y Justicia), el turco Recep Tayyip Erdoğan (Partido de la Justicia y el Desarrollo) y al mismísimo Vladimir Putin (Rusia Unida). Es evidente que no necesitamos recurrir al catalejo para divisar lo que parece una armada invencible. Pero, ¿puede una ideología ser tan omnicomprensiva como aparenta?.

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