¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?… Nunca sabremos si Mae West se sintió satisfecha o decepcionada después de aquel encuentro. ¿Era paquete?, ¿era una pistola? Lo que sí sabemos es que Mae era una mujer con una personalidad arrolladora; una mujer fuerte, empoderada se diría hoy, que tomaba sus propias decisiones y que hizo feminismo de su feminidad.
Esperando,
esperando… a más de uno, o de una, le puede crecer la barba…
… es algo
que ha sido connatural a la raza humana desde la noche de los tiempos.
Pero…,
siempre hay un pero, una vez hallado el modo de rasurarnos, llevar o no llevar
barba rara vez ha sido una decisión fortuita. Más bien, ha respondido a
distintas circunstancias políticas, económicas y sociales, a lo largo de la
historia. Los hombres de los pueblos mesopotámicos lucían
grandes y cuidadas barbas como un signo de estatus y respetabilidad. Para los
egipcios, una barba, real o postiza, era un atributo de poder, de autoridad,
incluso para reinas como Hatshepsut. En la antigua Grecia, la barba era símbolo
de sabiduría, madurez y virilidad, y su ausencia, por el contrario, una señal
de afeminamiento. También se ha relacionado la barba con la valentía del
portador: a los
belicosos espartanos que mostraban cobardía en el combate se les afeitaba.
Sin
embargo, para los romanos, la barba era cosa de bárbaros. Los adolescentes
celebraban el primer afeitado, con una fiesta en la que se les otorgaba la toga virilis, como el comienzo de la edad
adulta. Augusto lo hizo a sus veinticuatro años y Calígula a los veinte. Los
bárbaros, efectivamente, probaban su virilidad haciendo juramento de no
cortarla en la vida. En la Edad Media la barba adquirió, otra vez, categoría de
virilidad, de honor y, sobre todo, de sabiduría, otra vez. Nada de
afeitados hasta que los cruzados los trajeron de tierras orientales, donde las
costumbres eran más refinadas. Sin embargo, el barbudo Enrique VIII de Inglaterra ordenaba
cortar las barbas de sus enemigos para humillarlos, y el zar Pedro I el Grande,
llegó a gravarlas con un impuesto para occidentalizar su país.
Dignidad,
coraje, bravura y distinción, han sido otras connotaciones atribuidas a la
barba. Más recientemente, cuando se levantó Fidel, y mandó a parar, los
barbudos se convirtieron en símbolo revolucionario. Luego, el movimiento hippie hizo de la barba un icono contracultural.
Muchos atributos ha procurado la barba, pero… siempre hay un pero, desde una
perspectiva histórica, casi siempre han estado asociados a la masculinidad.
Como si no hubiera mujeres sabias y valientes, como si las mujeres necesitaran
dejarse barba para ser consideradas, valientes, maduras, respetables y
poderosas.
De un
tiempo a esta parte, a muchas feministas les ha dado por identificar pelo con
liberación. Primero, luciendo axilas y piernas sin depilar, y ahora, prestas a
derribar el último tabú de género, dejándose crecer la barba. Dos jóvenes
catalanas, Mar Llop y Cristina Almirall, probablemente cansadas de que la gente
se les subiera a las barbas, han fundado el movimiento Som Barbàrie. Ambas tienen
pelos en la cara, pero ninguno en la lengua. Reivindican la barba en la mujer y
pretenden dar apoyo a sus barbudas compañeras de fatigas: “Queremos que todas
sean libres de escoger qué hacer con sus pelos –afirman–, y que si se los
quieren dejar, que sepan que pueden hacerlo, igual que nosotras”. Están
ilusionadas porque, según dicen, “esto crece como nuestras barbas”.
Cristina,
una de las fundadoras, ha atribuido parte de la inspiración de este movimiento
a la lectura de El salvaje interior y la
mujer barbuda, un libro de la historiadora y escritora Pilar Pedraza. La
pogonóloga, asegura que esta iniciativa tiene precursoras ilustres, recordando
a mujeres que fueron capaces de desafiar el orden social con sus barbas. Es el
caso de Antonieta Gosalvus, Bárbara Urselin, Julia Pastrana, Krao Farini, Annie
Jones y, sobre todo, el de Clémentine Delait y su Café de la Femme à Barbe, y el de la antropóloga Jennifer Miller,
fundadora del circo Amok, con mujeres barbudas como ella. La primera, que falleció
en 1939, hizo esculpir su epitafio, en el que se lee: “Aquí yace Clémentine
Delait, una mujer con barba”; y Miller diría que “el cuerpo es un territorio de
opresiones. Seré, pues una mujer barbuda, sin que por eso sea diferente”.
Pero es
cierto que todas fueron contempladas como bichos raros, algunas incluso
exhibidas en carpas y circos. Aunque también es cierto que algo debe estar
pasando: todo un boom quizás, que ha
sacado a la mujer barbuda del circo para lanzarla al estrellato. Conchita
Wurst, con una poblada y cuidada barba, ganó el Festival de Eurovisión en 2014,
y la modelo barbuda Harnaam Kaur, triunfa en las pasarelas y arrasa en las
redes sociales.
La más venerable
de todas ellas es la Santa Wilgefortis, o Santa Librada, patrona de las mujeres
mal casadas, representada con una notoria y larga barba, y la más conocida,
quizás sea Magdalena Ventura, la modelo pintada por Ribera, “El Españoleto”,
que podemos ver en el detalle del lienzo que abre esta entrada, obra conocida
precisamente como La mujer barbuda o Magdalena Ventura con su marido. En las
lápidas pintadas en el cuadro, Ribera dibuja una larga inscripción escrita en
latín titulada “El gran milagro de la naturaleza”. Aunque Magdalena Ventura posa junto a su marido Felici di Amici, no sé si fue tras contemplar el
cuadro de Ribera o la imagen de la santa, cuando alguien exclamó “Bienaventuradas
sean las barbudas, porque de ellas será la soltería eterna”.
Si bien
es cierto que donde hay pelo hay alegría, a mí no me gustan las mujeres barbudas,
por muy revolucionarias que sean. Están en su derecho, faltaría más. Pero
seguro que hay otro modo de hacerse valer. De mostrar sabiduría y madurez,
dignidad, valentía o respetabilidad. En definitiva, la barba en la mujer, es el
resultado de una igualdad mal entendida, a mi modo de ver.
Dice Pilar
Pedraza, autora también de La Venus
barbuda y el eslabón perdido, que se ha abierto una nueva brecha en el muro.
No quisiera que la estética masculina que ahora celebra, cada primer sábado de
septiembre, desde hace una década, el World
Beard Day (Día Mundial de la Barba) se viera mezclada con los ideales que
representa el ocho de marzo.