No es lo mismo extrañar que recordar. Se trata de un sentimiento profundo, que puede llegar a doler, por alguien que dejó un vacío que el paso del tiempo no consigue llenar.
Sin duda lo podemos encontrar en el gran trovador y guitarrista Atahualpa Yupanqui, “el que viene de lejanas tierras para decir algo”, en lengua quechua, el criollo y vasco de la tierra argentina.
Nació el 31 de enero de 1908, en el paraje bonaerense de Campo de la Cruz, partido de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires, pero poca gente sabe que ese hombre, venido de lejanas tierras, se llamaba Héctor Roberto Chavero Harán y que sus orígenes vascos le “galopaban por la sangre”. “Soy hijo de criollo y vasco, llevo en mi sangre el silencio del mestizo y la tenacidad del vasco”, decía.
Su madre, por la que sentía auténtica devoción y a la que siempre mencionaba con ternura, fue una continua referencia en su vida, resaltando frecuentemente su origen vasco. Cuenta en su autobiografía, El canto del viento, que Higinia Carmen Haran “había nacido en Guipúzcoa, en el País Vasco”. Recalcaba, además, que su apellido paterno era oriundo de la tierra vasca. “Chavero también es vasco, llegó a escribirse Xabero, con x, hasta el año 1860, como Ximena, como Xavier. Provenían los Chaveros de Pamplona. Mi abuelo se llamaba Bernardino, era un vasco que hablaba quechua…”. Incluso daba explicaciones sobre el significado de su apellido materno “… Aran, en idioma vasco, significa valle…”
La idea de pisar la tierra de sus antepasados siempre había estado presente en Don Ata, como cariñosamente le llamaban. Más adelante dice: “Mi madre era vasca, siempre quise acercarme al lugar de donde vino mi abuelo Regino, él era guipuzcoano. Se fue a la pampa a criar ovejas y algunas vacas. Yo siento a veces, dentro de mí, esa tenacidad vasca, sobre todo frente a ciertas adversidades…”
Llegó el momento de cantar en Donosti, en el Victoria Eugenia, y en el Buenos Aires de Bilbao y, desde que lo hizo, le gustaba recorrer esta tierra sin darse a conocer. Atahualpa recordaba: “al atravesar el País Vasco, el paisaje me cautivaba; pino, mar y monte, ésa era la patria de mi madre y se apoderaba de mí una profunda emoción; en ese estado de ánimo compuse unos versos que titulé, Madre Vasca”. La música, como explica Don Ata, corresponde a una melodía tradicional, Oinazez (con dolor y pena), recuperada por Aita Donostia.
Qué nombre tendrán las piedras
que la vieron caminar
a mi madre cuando niña,
o pastorcilla, quizás.El árbol a cuya sombra descansó
dónde estará;
qué bueno si lo encontrara
para rezar o llorar.He de llegar algún día
en tierra vasca a cantar, ¡ay madre!
desde muy lejos
en mis coplas volverás.Tu sangre dentro de mis venas
como un río crecerá
y el viento, que es generoso,
tu árbol me señalará.Qué bueno si lo encontrara
para rezar o llorar.
Don Ata, extrañó a su madre hasta el final de sus días. En una carta escrita a su esposa desde París, le decía: “Hoy, 12 de octubre, estoy recordando el adiós de mi madre, doña Higinia, tenaz, contradictoria, desdichada y gran mujer, madre de este marido tuyo que tantas bofetadas del destino ha recibido”.
La última fue en Nimes, donde la muerte sorprendió al viejo trovador el 23 de mayo de 1992, a los 84 años, tras recibir el aplauso entusiasmado del público. Pero sus cenizas reposan al pie de un roble, allá en su entrañable paraje cordobés de Cerro Colorado, como había dispuesto.
Puro sentimiento que podéis escuchar en el video que abre esta entrada, emocionante y entrañable, que dedico a todas las madres, a las que “pasaron al silencio” y a todos los que les extrañamos.