Uno de los arietes más destacados de las dos primeras décadas del siglo XXI ha colgado las botas. Hace sólo unos días, el 22 de noviembre, el delantero marfileño que llevó al Chelsea a la gloria, anunciaba su retirada definitiva del fútbol profesional en su cuenta de Instagram.
La noticia ha corrido como un reguero de pólvora. Las estadísticas dicen que Didier Drogba metió 370 goles y dio 145 asistencias en 805 partidos, que jugó tres mundiales y ganó 16 títulos, incluido el de la Champions League en 2012 con el Chelsea. Aquel día, la estrella de Drogba brilló como nunca para alcanzar el zénit de su carrera. Su equipo perdía la final ante el Bayern Múnich, hasta que, en el minuto 88, se elevó dentro del área, girando la cabeza remató un balón que le llegaba desde el córner y lo mandó al fondo de la red, empatando el partido; y, en la tanda de penaltis, volvió a batir a Neuer en el quinto y definitivo lanzamiento, para darle el trofeo al club inglés por primera vez en su historia.
Pero la victoria más importante de su vida no la consiguió sobre el césped, sino en un vestuario. Ocurrió el 8 de octubre de 2005 en una ciudad de Sudán llamada Omdurmán, tras un partido en el que el equipo de Costa de Marfil se clasificó por primera vez para un Mundial de fútbol. Un país que se hallaba sumido en una cruenta guerra civil, partido por la mitad, desbordaba alegría tras ganar su selección a la de Sudán por tres goles a uno, en el último partido de la fase clasificatoria. Cuando el equipo celebraba la victoria y la clasificación en el vestuario, el capitán y líder indiscutido de su selección, invitó a los periodistas y, ante las cámaras de la televisión de su país, rodeado por sus compañeros, cogió el micrófono y dirigió unas palabras a sus compatriotas: “Ciudadanos de Costa de Marfil, del norte y del sur, del este y del oeste”, dijo. “Acaban de ver que toda Costa de Marfil puede cohabitar, puede trabajar unida con un mismo objetivo: clasificarse para el Mundial. Les habíamos prometido que esta fiesta iba a unir al pueblo; hoy les pedimos otra cosa”. Drogba se puso entonces de rodillas, pidió a sus compañeros que le imitaran, e imploró a sus conciudadanos: “Por favor: perdonen, perdonen, perdonen”. Luego añadió: “Un gran país como el nuestro no puede hundirse así en la guerra. Por favor, depongan las armas, organicen unas elecciones y todo irá bien”.
Tres años de guerra civil desangraban Costa de Marfil y aquél sencillo alegato fue capaz de conmover a todo el país. El impacto fue tan poderoso que una semana después, los dos bandos en guerra firmaron un alto el fuego que resultó ser el principio del fin del conflicto.
El fútbol es capaz de lo peor, pero también de lo mejor, y Didier Drogba se encargó de demostrarlo.