Pedro y Pablo

Tiempo de lectura: 3 minutos

Este sábado se celebra la festividad de San Pedro y San Pablo y, cuando lo he visto en el calendario, me ha asaltado el recuerdo de nuestras andanzas, hace casi un año, por San Petersburgo, paseando por la fortaleza de San Pedro y San Pablo, la ciudadela mandada construir por Pedro I el Grande en la pequeña isla de Záyachi, a orillas del río Neva, a partir de la cual fundó una nueva ciudad a la que dio el nombre del apóstol; y por la pequeña catedral de San Pedro y San Pablo, donde están enterrados los zares, dentro del recinto amurallado.

Para un lego en la materia, sorprende la celebración conjunta de estos dos santos, Pedro y Pablo, que la tradición cristiana siempre ha considerado inseparables, al menos para católicos y ortodoxos. Dicen los que entienden que indica, con bastante claridad, la fuerza de la complementariedad de dos estilos, personalidades y carismas distintos. Jesús le dijo a Simón Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” y en comunión con Pablo de Tarso se ha considerado que levantaron la columna vertebral de su edificio espiritual. Ambos fueron martirizados en la prisión Mamertina, llamada también Tullianum, ubicada en el foro romano, crucificado uno y degollado el otro.

No es que pretenda compararles, ni mucho menos, pero hablando de Pedro y Pablo y de complementariedades, es inevitable la referencia a Pedro Picapiedra y Pablo Mármol. Dos personajes que también tenían estilos, personalidades y carismas diferentes. Dicen que Pedro era un tipo rudo, seguro de sí mismo y poco reflexivo, que siempre pasaba por un error antes de aprender de él. Pablo, por el contrario, era un personaje tranquilo, inseguro y muy reflexivo que, sin embargo, siempre se dejaba arrastrar por la impetuosa personalidad de su amigo Pedro, con el que tenía una singular complicidad. Pablo era más inteligente y sensato que Pedro, también más honrado y, en conjunto, podría decirse que ambos amigos, al ser opuestos, se “complementaban”.

La noche del domingo 28 de abril, como si hubiera ganado una partida de boliche, Pedro expresaba su alegría por los pasillos de Ferraz gritando yabba dabba doo, pero sus 123 diputados no eran suficientes para gobernar y en Piedradura miraban con desbordada emoción y camaradería los 42 de Pablo. Pedro quiere gobernar solo. Pablo quiere sentarse a su lado. Igual no tienen tanta sintonía como los Picapiedra, pero quizá si puedan ser complementarios.

La fragmentación del arco político español no ha traído más alternativas que las que ofrecía el viejo bipartidismo. Ahora nos ofrece dos bloques antagónicos, el de la derecha conservadora y el de la izquierda progresista y el resultado de las elecciones del 28 de abril ha dado la victoria al segundo. Así que Pedro y Pablo deberán encontrar la manera de dar continuidad a lo expresado en las urnas. Son distintos, por supuesto, pero están llamados a entenderse. Si quieren gobernar, Pablo debe aprender un poco de humildad y de sentido de Estado; y Pedro debe impulsar una renovación tan seria que resulte creíble.

Y si las cosas se complican, siempre les quedará encomendarse a los santos Pedro y Pablo que, según nos dicen, fueron capaces de conjugar unidad-en-la-diversidad para lograr una profundísima renovación que rompió las barreras del judaísmo.

Habrá quien diga, con malicia, que con Pedro y Pablo volvemos a la Edad de Piedra, pero tendremos que recordarle que Piedradura era una ciudad avanzada para su tiempo que ya disponía entonces de cuernófonos y troncomóviles.

Feliz día a todos los Pedros y Pablos.