Hace algo más de doscientos años, unos revolucionarios, a ambos lados del Atlántico, proclamaron los principios sobre los que asentar una nueva sociedad. En las excolonias británicas, los americanos añadieron a la Libertad, la Búsqueda de la Felicidad (The Pursuit of Happiness) y, poco después, los franceses, la Igualdad y la Fraternidad (Liberté, Egalité et Fraternité), que resultaron trascendentales para transformar la historia de la humanidad. El paso del tiempo ha ido deteriorando aquellos pilares, hasta tal punto que si el triunfo de la libertad es, cuando menos, discutible, y todavía seguimos buscando la felicidad, para hablar hoy de fraternidad e igualdad hace falta un punto de ingenuidad.
Nuestra realidad se sustenta en otras dades más copiosas y mundanas. La transversalidad, por ejemplo, que está de rabiosa actualidad, un concepto que todo lo difumina, cuando no lo emborrona, que acaba con todas las categorías que ayudaban a situarnos, junto a la que aparecen otras dos, no menos relevantes, la globalidad y la identidad, una dualidad que suele presentarse como complementaria y contrapuesta, a partir de una identidad personal o colectiva; como he leído hace un rato, de la identidad como mismidad a la identidad como diversidad, de la identidad como proyecto de vida para la globalidad o de la transversalidad que se ofrece como una nueva definición de la identidad en condiciones de pluralidad sin unidad. ¡Buah, qué barbaridad!
Concretan más quienes demandan austeridad y flexibilidad, laboral claro. Más interesados en la productividad, la rentabilidad y la competitividad, en la gobernabilidad y la estabilidad, económica claro; frente a quienes denuncian la precariedad y la desigualdad, la temporalidad y la inseguridad y hasta la marginalidad. Porque en el contraste de realidades, el lenguaje nos delata.
Hay otras muchas dades que conforman nuestro tiempo: la volatilidad y la virtualidad, la ansiedad y la soledad, la celeridad, la sostenibilidad, la paridad, la visibilidad y la invisibilidad, incluso la sororidad, la movilidad, la discapacidad, la conectividad, la mediocridad, la posmodernidad y la posverdad.
Contemplando las estrellas desde la amura de babor, pienso en todo esto y no sólo hecho de menos aquellas dades revolucionarias, sino también otras muchas como la solidaridad y la generosidad, la dignidad, la honestidad y la integridad, la humildad, la lealtad, la fidelidad y la hospitalidad, entre otras muchas, porque un mundo mejor es posible, ¿verdad? Aunque igual hace falta también ese punto de ingenuidad para creerlo.