Bajábamos de Tíndaris después de visitar el santuario de la Madonna Nera y darnos un baño en la playa de Marinello, en el Tirreno siciliano, cuando el cielo comenzó a oscurecerse. Al llegar a Messina estalló una tormenta de verano y el intenso aguacero hizo necesario buscar refugio. Lo encontramos en un “birrificio”, I 5 Malti, cerca de la Piazza di Duomo. Aunque el emblema del local, colgado de la pared, proclamaba solemnemente “Dio salvi la Birra”, había en el centro del mostrador un refrescador de botellas con un nombre insólito sobre la porcelana: Follador; y, además, desde 1769. ¡Carambolas!, me dije para mis adentros.
Pero no. Nooo, nooo, no. ¡Qué va! No se trataba de un brebaje de aquellos, de recio abolengo, destinado a mejorar determinadas prestaciones y alcanzar así un rendimiento más que óptimo. No. Follador es el apellido de una familia de la región del Véneto, de una larga tradición vinícola, cuyos orígenes se remontan a la época de los Dogos venecianos. Ya en 1769, uno de sus últimos gobernantes, el Dux Alvise IV, de la casa patricia de Mocenigo, reconoció la excelencia de los vinos producidos por Giovanni Follador, algo que sus descendientes han conseguido transmitir, con pasión, hasta nuestros días, para llegar hasta el mostrador de I 5 Malti.
A veces, los idiomas sorprenden al viajero con curiosos juegos de palabras que sugieren imágenes y significados diferentes, por eso los gurús del naming aseguran que si Follador quisiera abrirse mercado en España, no le quedaría más remedio que etiquetarse con otro nombre. ¡Quién sabe!. O no.