Apatía, la cara oculta del 68

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El tiempo pasa veloz y ligero, como la primavera en flor que diría Machado. Casi no hay espacio para la reflexión. Aun así, convocados a unas nuevas elecciones, en tiempos de crisis de la democracia, la hacen conveniente, sobre todo porque vuelve a aparecer el fantasma de la abstención, de la desafección.

Ríos de tinta siguen brotando del manantial del 68, a pesar de que este año cumple su cincuenta y cinco aniversario. Unos lo evocan para perseverar en la construcción del mito, otros para subirse a la ola desmitificadora, los más para mantener vivo el recuerdo de unos hechos que conmovieron al mundo.

Casi todos lo hacen, con la mirada puesta en el mayo parisino. El de la imaginación al poder y el prohibido prohibir, el de los adoquines del Barrio Latino, las barricadas de los bulevares y el cierre de la Sorbona, en definitiva, la revuelta de unos jóvenes estudiantes que cuestionaban la sociedad burguesa, sus valores y estilo de vida, y que, con un código antiautoritario, llegaron a poner contra las cuerdas al gobierno del general Charles De Gaulle. Pero 1968 fue mucho más complejo que todo eso.

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Ellos vinieron

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Cuando vinieron por los inmigrantes,
guardé silencio,
porque no era inmigrante.

Cuando atacaron a las mujeres,
guardé silencio,
porque yo no era mujer.

Cuando vinieron a buscar a los homosexuales,
no protesté,
porque yo no era homosexual.

Cuando vinieron a llevarse a los exhumadores de fosas comunes,
a los activistas contra el cambio climático,
cuando amenazaron con ilegalizar a los republicanos
y a los nacionalistas periféricos,
cuando vinieron a por los “progres”
tampoco protesté,
porque no era consciente del peligro que acechaba.

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

*****

Pido perdón a Martin Niemöller por mi atrevimiento al versionar tan bello poema, pero estoy seguro de que, si viviera entre nosotros, entendería que es por una buena causa. La suya fue denunciar la presión de los nazis y la apatía del pueblo alemán.

Arrestado en 1937 por orden de Hitler, permaneció en el campo de concentración de Dachau hasta abril de 1945, cuando fue liberado por los estadounidenses.

En la foto, Martin Miemöller, autor del poema original, tantas veces atribuido a Bertolt Brecht.