Arte de sobra

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Alineación del equipo que pugna por ganar el Mundial de la Historia del Arte.

En pie, de izquierda a derecha: Diego Velázquez (cap.), Miguel de Cervantes, Joan Miró, García Lorca, Paco de Lucía y Francisco de Goya; agachados: Luis Buñuel, Pablo Picasso, Salvador Dalí, El Greco y Antonio Gaudí.

Quizá sea más polémica que las de Luis Enrique, pero es un comienzo. El seleccionador y autor es Gradimir Smudja, pintor y dibujante serbio.

Yo habría introducido a Eduardo Chillida como portero.

La partera de Maradona

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La madre que parió a Maradona pudo concebir a semejante ser porque antes afrontó y cumplió al pie, al pie de la letra, los consejos que la Pierina le anotó, de puño y letra, en un cuadernito.

En ese vértice del almanaque que abrocha un año con otro, cuando brindamos y nos abrazamos y nos besamos y nos ponemos momentáneamente buenos, Dalma Salvadora Franco, la Tota, le dijo al oído a su esposo Diego Maradona, Chitoro:

–El próximo será varón. Te lo juro
–Eso me dijiste la primera vez…
–… y vino nena
–Y la segunda vez…
–… y vino nena
–Y la tercera vez…
–… y vino nena. Y la cuarta vez, sí, también te lo dije
–Y nena vino
–Pero el quinto, Chitoro, será varón
–Será varón, Tota… si no viene nena
–Te digo que será varón
–Si nos sale nena yo la voy a querer igual. Vos sabés
–Será varón. Y jugará a la pelota como diosmanda
–Dios, Tota, no entiende un comino de fútbol
–Bueno, si no entiende que mire para abajo y aprenda de una vez

Llovía sin consideración afuera de la casilla en la Villa Fiorito de Lanús, provincia de Buenos Aires. Pero la Pierina prometió que iba a estar a las seis de la tarde y allí estaba ese 5 de enero, empapada, con el paraguas desfondado. Era una partera de palabra. La Tota le arrimó una toalla y un batón y se fueron a la única habitación para poder hablar tranquilas. Era una conversación de grandes y las nenas… que sigan jugando.

–Quiero que sea varón, Pierina. Varón y futbolista y bueno
–¿Bueno como persona o bueno como jugador?
–Las dos cosas: varón bueno y jugador buenísimo
–Sabía que me ibas a pedir algo así. Pero hagamos de cuenta que no me dijiste nada y empecemos de cero. Respondéme Tota, a cada cosa que te voy preguntando
–Sí, Pierina, preguntéme
–Ustedes nunca fueron otra cosa que pobres… tenés cuatro críos, cuatro, ¿querés tener otro?
–Sí, quiero
–¿Y tu marido se anima?
–Sí, quiere
–¿Lo querés hombrecito u hombrecita?
–Hombrecito
–Entonces, Tota, deberás mirar el sol cada vez que tomés agua
–Miraré el sol cuando tome agua. Pero ¿y de noche?
–Mirarás la nuca del sol, que vendría a ser la luna
–Tomaré agua mirando la luna entonces
–No es todo. vos y tu Chitoro, cada día deberán comer cosas que vengan de los árboles, de la madera
–¿Para qué eso?
–Para que el venidero les nazca con palito

Parir un hijo Jesús, no fue fácil. Solo una mujer pudo. Parir un hijo Che Guevara, tampoco fue fácil. Solo una mujer pudo. Parir un Diego Armando Maradona Franco, más que superdotado futbolista y hacia 1986 el humano más famoso entre todos los seres vivos del planeta, tampoco iba a ser fácil, para nada.

La Pierina pidió un té de carqueja ¡sin azúcar! y lo tomó despacio, algo pensativa.

–Decíme Tota, ¿estás bien segura de que querés que el pendejo te salga futbolista y buenísimo?
–Sí, sí. Que sea buenísimo, el mejor de la villa
–Mirá, si nos metemos en este baile, tenemos que apostar muy fuerte. Ya que estamos, que además sea el mejor de la provincia, el mejor del país, el mejor del mundo, el mejor del siglo y de todos los tiempos
–Y bueno, Pierina… ya que estamos…
–Te aviso que no va a ser sencillo. Conseguir un pibe así te va a costar una güeva y la otra güeva también. Yo me vine bien preparada, Tota. Te anoté, mes por mes, lo que tenés que hacer sin saltearte nada. En cuanto te olvidés o no podás hacer algo, despedíte del pibe 10. Te vendrá un pibe 7 o 5, que jugará lindo, pero como tantos.
–No, no, no, yo quiero que sea el pibe 10, el mejor de todos
–Eso es, Tota, el mejor de todos así en la tierra como en el cielo como en el infierno
–Pierina, ¿no podemos evitar eso del infierno?
–No podemos: tierra y cielo incluyen infierno. Por el mismo precio, eh?
–Bueno, Pierina, digáme

La Pierina dijo, ahora sí, dame un par de mates. Cuando recibió el primero, apretó el ceño y lo tomó cabeceando, mirando al piso. Mirando al piso como quien trata de adivinar las entretelas del futuro, con gravedad. Su rostro fue como un cielo luminoso que sin aviso se oscurece. Después de los mates, corrió su silla y se ubicó frente a la Tota. Estaban rodillas contra rodillas. La Pierina abrió el cuadernito y empezó a leer con voz algo solemne:

–Para tener un hijo que, como futbolista, sea el más genial de los geniales, el más único de los únicos, tendrás que cumplir, mes a mes, lo que aquí está escrito
–Lo haré, seguro que lo cumpliré
–En el primer mes, cada día, un ajo en ayunas
–¡Un ajo!
–Un ajo. Caiga quien caiga
–Bueno, caiga quien caiga. Pero ¿para qué el ajo, Pierina?
–Para que venga sin pelos en la lengua. Un único entre los únicos tiene que decir siempre lo que le da la gana, así le moleste al faraón o al sumo padre… Sigamos, que se nos viene la noche. En el segundo mes, tendrás que dormir en el lado izquierdo de la cama y después siempre así
–¿Para qué eso?
–Para que venga zurdo, bien zurdo. En el tercer mes, tendrás que hacer tres días de ayuno: solo líquidos
–Pero voy a tener mucha hambre, Pierina
–Y él también. Así vendrá: con hambre. Con hambre de gol, con hambre de todo… en el cuarto mes, tendrás que prepararte cada tres días un caldo que tenga acelga, apio, hinojo, rabanitos, calabaza, camote, ají verde, cinco cebollas, cinco, eh?, y pastito de ese que sale a la orilla del pozo de agua. Una olla entera
–¿Y eso para qué?
–No sé. Pero vos hacélo, Tota. El día trece del quinto mes, el 13, deberás buscar una piedra bien redonda, del tamaño de un puño, y enterrarla en el medio de la canchita más cercana. Eso lo harás sola, sin ninguna mirada, a las tres de la mañana
–¿Mi marido me podrá acompañar?
–Sola dije. Y sin que nadie se entere. Ni él

Las recomendaciones para el sexto, séptimo y octavo mes no fue posible conocerlas porque la Pierina, vaya uno a saber por qué, se las dijo al oído a la Tota. Secretos de hembras. Secretos sellados, porque la hoja donde estaban escritas las recomendaciones de esos tres meses fue arrancada en el acto y prendida fuego.

–Pierina, ¿puedo preguntarle algo?
–Te la pasás preguntando
–Recién me habló al oído, ¿por qué?
–Porque no quiero que escuche
–¿Quién? Si estamos solas y encerradas
–No tan solas Tota, siento que alguien nos está escuchando… Cebáme otro mate, pero antes cambiále la yerba. No me tinca el mate con gusto a enema

Y el mate renovado vino. Y después las dos mujeres otra vez rodillas contra rodillas.

–Pierina, ¿podré cumplir con todo lo que me está pidiendo?
–Eso me pregunto yo: ¿podrás, Tota?
–Quiero poder
–Vas a poder
–¿Y en el noveno mes qué tengo que hacer?
–Desde el primer día caminarás descalza por las mañanas. Descalza, sintiendo que la tierra es la espalda del mundo entero. Esto para que tu hijo venga mundial, ecuménico y planetario…
–Eso no me costará nada, me gusta andar descalza
–Lo que te costará un poquito, en la primera semana del mes noveno, será enhebrar una aguja…
–Eso lo hago sin dificultad todos los días
–… enhebrar una aguja con los ojos cerrados. La misma aguja que usás para pegar los botones de la camisa. No vale aguja de colchonero, eh?

Y la Tota quedó preñada a las casi tres semanas de ese encuentro con la Pierina. Pronto se puso gruesa sin disimulo y con entusiasmo. Y mes a mes fue cumpliendo, una por una, las recomendaciones. Mes a mes… Hasta que llegó el crucial día de enhebrar la aguja con los ojos cerrados. Lo empezó a intentar desde temprano: se encerró en su dormitorio, tomó aguja, tomó hilo y… creer o reventar: en el primer intento no pudo. Ni en el tercero, ni en el décimo. Ahí se dio cuenta de que estaba temblando.

–Ciega y encima temblando, así ni en un año podré enhebrarla –gimió.

Intentó tres, siete veces, no pudo. Desesperada, le dio una patada a un ovillo de lana y el ovillo de lana se metió justo por el ángulo de la banderola entreabierta. Alguien en la vereda vio salir el ovillo en parábola y bramó ¡¡¡gol carajo!!!

La Tota escuchó la palabra gol y salió como resucitada de su creciente congoja, ahí decidió decir gol en los próximos intentos. Pero no necesitó muchos intentos, ya en el primero el hilo había penetrado por el enormemente pequeño ojo de la aguja. Emocionada, lloró en silencio.

Y de pronto entró el marido y la encontró así. No se animó a interrumpirle el llanto, solo se hincó y le besó el vientre y él también empezó a llorar bajito.

Dos días después, la Tota, sumamente embarazada, le estaba dando una mano a su marido. Él, empinándose desde una silla, intentaba cambiar una bombita de luz.

–Chitoro, qué te costaba hacerlo con la escaler…

No terminó de decirlo que a él se le cae la lamparita. Sin pensarlo, ella interrumpe la caída con la rodilla; la bombita vuelve a subir y vuelve a caer, pero no se estrella contra el suelo porque ahí, ella, por así decir, la acampuja con el empeine y la lamparita va a dar otra vez a la mano asombrada de él.

­–¿Alumbrará esta lamparita? –dice él
–Seguro que alumbrará –dice ella

La Tota, después de cumplir al pie, al pie izquierdo de la letra, los mandatos de la Pierina, no imaginaba que su hazaña de la lamparita sellaría, como si fuera un antojo al revés, el destino mundial y único del ser que a las siete de la mañana del día siguiente iba a nacer, en domingo, naturalmente. A nacer por los siglos de los siglos.

El 30 de octubre del año 1960 después de Cristo, la Tota rompió bolsa a eso de las cinco de la madrugada. Camino del Policlínico, que naturalmente se llamaba Evita, le preguntó a la Pierina, que la acompañaba:

–Estoy segurísima de que Dieguito va a ser un pibe 10. Pero dígame, Pierina, ¿mi hijo va a ser feliz?
–Tu hijo estará condenado a dar felicidad a millones
–Pero él, ¿va a ser feliz?
–Mirá, el Policlínico. Por fin llegamos
–Pero él, él ¿va a ser feliz?
–Dame la mano y bajá con cuidado
–Pero él, él ¿va a…
–Dale Tota, afirmáte en mí. Vamos. Rápido, con cuidado

Y colorín colorado, el cuento se ha acabado.

A pesar del desdén de Chitoro, la Tota siguió, al pie de la letra, todos los consejos que la Pierina le anotó, de puño y letra, en aquel cuadernito; y llegó con palito, sin pelos en la lengua, porque siempre dijo lo que le dio la gana, y zurdo, bien zurdo. El pendejo le salió futbolista y bueno, buenísimo; un pibe 10, con hambre de gol, con hambre de todo, que jugó a la pelota como diosmanda; el mejor de la villa, de la provincia, del país; el mejor del mundo, del siglo y de todos los tiempos; el mejor de todos, así en la tierra, como en el cielo, como en el infierno; el más genial de los geniales, el más único de los únicos; mundial, ecuménico y planetario. Pero, ¿vos sabés?… no fue feliz.

Como hemos probado más de una vez, el fútbol puede ser también un gran pretexto –absolutamente válido y digno– “para meditar con hondura –y sobre todo ¡con gracia!–, sobre lo esencial de nuestra vida”. Así lo dejó dicho Héctor Tizón y yo doy fe.

en homenaje a Rodolfo Braceli

Para los despistados güeva equivale a testículo y, para los más atentos, tincar quiere decir golpear con la uña del dedo medio haciéndolo resbalar con violencia sobre la yema del pulgar.

Hasta el rabo, todo es toro; también en el fútbol

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Cayó el telón liguero, al menos el de la Primera División. Es tiempo de hacer balance, tiempo de análisis y de publicación de estadísticas.

A lo largo de la temporada, a menudo me ha llamado la atención la cantidad de goles que se han metido en el período de descuento, un tiempo añadido por los árbitros que se va alargando por el aumento de cambios de jugadores, las interrupciones del juego por el VAR y las revisiones de las jugadas polémicas en monitor o las pausas de hidratación, en su caso. Según datos facilitados por el Comité Técnico de Árbitros (CTA), el tiempo de alargue de los partidos ha pasado de 5:49 minutos en la temporada 20/21 a 7:42 en la 21/22; y su presidente, Medina Cantalejo, ha asegurado que “nos iremos al minuto 14 o 15, si hace falta”.

No he encontrado entre las estadísticas publicadas, datos que me permitan confirmar si esa impresión que tenía al acabar muchas jornadas era o no una percepción equivocada. Así que me he puesto a ello y este es el resultado: se han metido muchos goles en el tiempo de descuento, que está siendo más decisivo que nunca.

Esta temporada se han marcado 92 goles en el tiempo añadido; casi el 10% del total (9,7%), 10 de ellos de penalti. 51 de los 92 goles, han sido decisivos para el resultado final de 49 partidos. Es decir, que en casi el 13% de los disputados en esta Liga (12,9%) el reparto de puntos ha cambiado más allá del minuto 90’; y con estos goles, se han ganado 86 puntos y perdido 67.

Levante, Granada y Cádiz son los equipos que han tenido períodos de prolongación más ajetreados. El Barcelona el que más goles ha marcado en el tiempo de descuento (10) y el Mallorca el que más ha encajado (9). Osasuna ha sido el equipo que mejor rendimiento ha conseguido del tiempo añadido, con 9 puntos ganados, 2 perdidos y un balance de 7 a favor. Y el Real Madrid, el único que no ha perdido puntos en el descuento.

En 18 partidos, uno de los dos equipos acariciaba la victoria con el tiempo concluido, pero el descuento permitió al rival empatar. Así le ocurrió al Elche, por ejemplo, que ganaba en el Bernabéu 1-2, hasta que Militão empató a 2 en el 92’; o al Español, que ganaba al Barça 2-1 hasta el 96’, cuando De Jong puso las tablas en el marcador; o al Cádiz, que ganaba 2-3 en La Cerámica, y el Villarreal empató a 3 en el 95’. Cádiz y Español intentaron desempatar el partido hasta el pitido final, adelantándose los gaditanos 2-1 en el 91’ y restableciendo los periquitos la igualada a 2 en el 96’.

En otros 15 partidos ocurrió lo contrario: cuando el reparto de puntos ya parecía garantizado, uno de los dos equipos se llevó el gato al agua en el tiempo añadido. Celta y Mallorca empataban a 3, hasta que Iago Aspas marcó el 4-3 para el Celta en el 97’ y de penalti. Al Sevilla, que empataba a 2 con el Granada, le dio tiempo en el descuento a meter otros dos: el 3-2 en el 93’ y el 4-2 en el 99’. Y el Atlético deshizo el empate a 1 con el Español por partida doble, tanto a la ida, como a la vuelta: en Cornellà en el 99’ y en el Wanda en el 90+10’, ¡en el minuto 100!, con un penalti transformado por Carrasco.

Otros consiguieron un resultado positivo cuando todo parecía perdido: el Valencia que caía derrotado 0-2 por el Mallorca en el tiempo reglamentario, salvó un punto con el 1-2 de Guedes en el 93’ y el 2-2 de Gayà en el 98’. Hazaña que repitieron los chés, tres jornadas después, contra el Atlético de Madrid: el Valencia perdía 1-3 en Mestalla, pero Hugo Duro marcó en el 92’ el 2-3 y en el 96’ el 3-3. A la vuelta, en el Wanda, el Valencia ganaba 1-2, pero el Atlético de Madrid consiguió la remontada tras empatar Correa a 2 en el 91’ y marcar el 3-2 Hermoso en el 93’. Y Osasuna consumó otra en tierras andaluzas, cuando el Cádiz ganaba 2-1 y, en el tiempo de descuento, Torres hizo el 2-2, de penalti, en el 91’ y David García el 2-3 en el 95’.

Juanma Lillo nos ha dicho que “las estadísticas son como los tangas: enseñan todo menos lo importante”. Y ¿qué es lo importante en este caso?: tener siempre claro que, hasta el rabo, todo es toro; también en el fútbol.

Balones radiactivos

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Vuelve el fútbol, con las imágenes de Chernobyl, la miniserie coproducida por la norteamericana HBO y la británica Sky que destripa la mayor catástrofe nuclear de la historia, aún prendidas en mi retina. Pero qué tiene que ver el fútbol con semejante desastre. Pues nada, o todo, como así fue en su momento, para Andriy Mykolayovych.

El 26 de abril de 1986 tenía nueve años. Jugaba en la calle con otros chicos de su pueblo. Era el mejor, con diferencia. Regateaba a todos, casi a ciegas, mientras se reía, completamente ajeno a lo que estaba ocurriendo a doscientos kilómetros de Dvirkivshchyna –una secuencia de decisiones equivocadas había provocado la explosión del reactor número 4 de la central nuclear de Chernobyl–. En un momento, Andriy tira de lejos, el balón rebota y va a parar a un tejado cercano. Ahora son los demás los que se ríen. Sin balón, no hay partido. Decide trepar y, allí arriba, se lleva una sorpresa. No sólo está su balón, sino varios, perdidos y olvidados, y vuelve a sonreír.

Regresa a casa con tres de ellos y cuenta, exultante, que llevaban mucho tiempo en el tejado: “es como si estuvieran esperándome”. Mykola, el padre de Andriy, es mecánico militar. Con gesto serio, abre un cajón y saca un extraño aparato, como un transistor, lo enciende y lo acerca a los balones. El aparato empieza a hacer un extraño ruido. Mykola Shevchenko y su hijo de 9 años miran sorprendidos la aguja del medidor Geiger. Había que tomar una decisión. Al día siguiente abandonaban Dvirkivshchyna para refugiarse en Kiev huyendo de la radiación de Chernobyl.

Tras pasar los controles necesarios para descartar cualquier índice de radiactividad, Andriy Shevchenko empieza a jugar en las categorías inferiores del Dynamo de Kiev dando comienzo a una carrera que le llevará hasta el Olimpo de los dioses del fútbol. Del Dynano, al AC Milan y al Chelsea. 413 goles y 145 asistencias en 847 partidos. Multicampeón y Balón de Oro en 2004.

La decisión que tomó Mykola Shevchenko ante aquellos balones radiactivos, representa la cara de la moneda que la catástrofe de Chernobyl lanzó al aire. Al fin y al cabo, la vida es también una sucesión de decisiones que provocan nuevas alternativas para continuar decidiendo. Algunas, incluso, como las dos caras de una misma moneda, no se entienden la una sin la otra. De la actitud ante las nuevas situaciones y de la predisposición para aprender de lo vivido, resulta lo que somos.

Con el paso del tiempo, el sarcófago construido para aislar el reactor 4 después del accidente se fue deteriorando por el efecto de la radiación, el calor y la corrosión generada por los materiales contenidos, con grave riesgo de derrumbe de la estructura. En abril de 2012 comenzaba la construcción del nuevo sarcófago para reducir el riesgo de una nueva catástrofe y cinco meses después, el 28 de julio, Andriy Shevchenko colgaba las botas en su Dynamo de Kiev. Hoy es el entrenador de la selección de Ucrania.

Otra vez, el fútbol nos da pie para hablar de las cosas importantes.

El flemón de Hamel

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El partido de octavos de la Champions que han jugado el Real Madrid y el Ajax nos ha brindado la oportunidad de recordar a un carismático jugador del equipo holandés.

Su historia nos lleva a Hooghalen, una ciudad del norte de Holanda, cerca de la frontera con Alemania, donde estaba instalado el campo de tránsito de Westerbork, desde el que fueron deportadas miles de personas en trenes que partían hacia los campos de concentración de Auschwitz, Sobibor, Theresienstadt y Bergen-Belsen.

A uno de aquellos vagones tuvo que subirse, junto a su familia, Edward Hamel a finales de 1942. De nada le sirvió su ciudadanía estadounidense, ni sus ocho goles marcados en los 125 partidos que había jugado con la camiseta del Ajax.

Había aprendido a jugar a fútbol en las calles de Nueva York, donde nació, y cuando su familia emigró a Holanda, siendo todavía un adolescente, se sumó a las filas del Ajax. Jugando como extremo derecho, se convirtió en una pieza clave del equipo de Amsterdam desde 1922 hasta 1930.

Pero cuando los nazis invadieron Holanda, el popular jugador y su familia fueron detenidos y Hamel pasó los cuatro últimos meses de su vida haciendo trabajos forzados en Auschwitz-Birkenau.

Sus últimos momentos los narra su compañero de camarote Leon Greenman en el documental Auschwitz: The Forgotten Evidence:

“Nuestras condiciones nos estaban convirtiendo en diferentes personas, pero no a todos. Algunos consiguieron ser siempre, a pesar del horror que nos rodeaba, unos caballeros. Eddy Hamel era uno de ellos. Llevábamos dos o tres meses en Birkenau, cuando supimos que llegó el día de la Gran Selección. Fue un día entero de revisiones, de inspecciones de nuestros cuerpos. Nos obligaron a desnudarnos y hacer filas según el orden alfabético de nuestros apellidos. Eddy estaba justo detrás de mí, porque el suyo comenzaba con “H” y el mío con “G”. “Tengo un flemón. ¿Qué me va a pasar?”, me preguntó. Le miré y noté que tenía una zona de la cara hinchada. Entonces nos obligaron a pasar por delante de dos escritorios. En cada mesa había un oficial de las SS. Si eras apto te mandaban a la derecha, de lo contrario ibas a la fila de la izquierda. Con un gesto feroz, a mí me mandaron a la derecha. A Eddy, que venía detrás, le enviaron a la izquierda.” Era el camino de la cámara de gas. Era el 30 de abril de 1943.

De nuevo el fútbol nos da pie para hablar de lo importante. Cuando vuelven a verse las cruces gamadas en Europa, marcadas “sin complejos”, cualquier oportunidad es buena para recordar el Holocausto, para refrescar la memoria.

Didier Drogba, el artillero de la paz

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Uno de los arietes más destacados de las dos primeras décadas del siglo XXI ha colgado las botas. Hace sólo unos días, el 22 de noviembre, el delantero marfileño que llevó al Chelsea a la gloria, anunciaba su retirada definitiva del fútbol profesional en su cuenta de Instagram.

La noticia ha corrido como un reguero de pólvora. Las estadísticas dicen que Didier Drogba metió 370 goles y dio 145 asistencias en 805 partidos, que jugó tres mundiales y ganó 16 títulos, incluido el de la Champions League en 2012 con el Chelsea. Aquel día, la estrella de Drogba brilló como nunca para alcanzar el zénit de su carrera. Su equipo perdía la final ante el Bayern Múnich, hasta que, en el minuto 88, se elevó dentro del área, girando la cabeza remató un balón que le llegaba desde el córner y lo mandó al fondo de la red, empatando el partido; y, en la tanda de penaltis, volvió a batir a Neuer en el quinto y definitivo lanzamiento, para darle el trofeo al club inglés por primera vez en su historia.

Pero la victoria más importante de su vida no la consiguió sobre el césped, sino en un vestuario. Ocurrió el 8 de octubre de 2005 en una ciudad de Sudán llamada Omdurmán, tras un partido en el que el equipo de Costa de Marfil se clasificó por primera vez para un Mundial de fútbol. Un país que se hallaba sumido en una cruenta guerra civil, partido por la mitad, desbordaba alegría tras ganar su selección a la de Sudán por tres goles a uno, en el último partido de la fase clasificatoria. Cuando el equipo celebraba la victoria y la clasificación en el vestuario, el capitán y líder indiscutido de su selección, invitó a los periodistas y, ante las cámaras de la televisión de su país, rodeado por sus compañeros, cogió el micrófono y dirigió unas palabras a sus compatriotas: “Ciudadanos de Costa de Marfil, del norte y del sur, del este y del oeste”, dijo. “Acaban de ver que toda Costa de Marfil puede cohabitar, puede trabajar unida con un mismo objetivo: clasificarse para el Mundial. Les habíamos prometido que esta fiesta iba a unir al pueblo; hoy les pedimos otra cosa”. Drogba se puso entonces de rodillas, pidió a sus compañeros que le imitaran, e imploró a sus conciudadanos: “Por favor: perdonen, perdonen, perdonen”. Luego añadió: “Un gran país como el nuestro no puede hundirse así en la guerra. Por favor, depongan las armas, organicen unas elecciones y todo irá bien”.

Tres años de guerra civil desangraban Costa de Marfil y aquél sencillo alegato fue capaz de conmover a todo el país. El impacto fue tan poderoso que una semana después, los dos bandos en guerra firmaron un alto el fuego que resultó ser el principio del fin del conflicto.

El fútbol es capaz de lo peor, pero también de lo mejor, y Didier Drogba se encargó de demostrarlo.