«El pueblo judío es un pueblo asqueroso»

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Que nadie se lance patas arriba, presto a condenarme a los infiernos. La frase está entrecomillada y su autor fue Zeev Jabotinsky (1880-1940), el líder del llamado “sionismo revisionista”. A mí nunca se me hubiera ocurrido decirlo. La sentencia terminaba así: “…, sus vecinos lo odian, y tienen razón”*. Lo realmente curioso, es que no son palabras de un antisemita sino de un sionista, es decir de un partidario del movimiento político judío que pretendía en sus orígenes la formación del Estado de Israel y, después de la proclamación de éste en 1948, de su apoyo y defensa.

En cierto sentido, toda cita constituye una mutilación del contexto del que se ha extraído, pero, por descontado, la frase recogida no deforma la opinión del autor. En todo caso, se trata de una expresión que no se contradice con su fe en una nueva forma de vivir la judeidad.

Al decir de Iñaki Iriarte, autor de un trabajo muy interesante sobre el asunto, se trataría de un sionismo que, supuestamente, habría partido de una interiorización del antisemitismo europeo, un rechazo a los judíos de carne y hueso que aspiraría a una nueva judeidad basada en la pureza y la exclusión.

El tono coincidente de algunos sionistas y antisemitas en sus caracterizaciones sobre el ser de los judíos constituye mucho más que una suerte de anecdótico “síndrome de Estocolmo”. Sionistas anteriores, coetáneos y posteriores expresaron opiniones sobre el estado moral de los judíos, por lo que la definición de Jabotinsky no es una excepción casual.

Theodor Herzl (1860-1904), exponente de mayor importancia entre los padres del sionismo, deja caer a menudo que los judíos carecen de honor y que, por ello, tienden a ser vanidosos. Los sufrimientos, añade, “nos hicieron odiosos y cambiaron nuestro carácter, que en otros tiempos había sido orgulloso y noble”. “De nuevo, la gente dirá que estoy proporcionando munición a los antisemitas. ¿Por qué? ¿Solo porque estoy admitiendo la verdad?”. Herzl trataba de conseguir que las autoridades turcas permitieran la inmigración de judíos europeos a Palestina como paso previo a la creación de un Estado judío en la zona, Estado que funcionaría como “un puesto avanzado de la civilización contra la barbarie”.

Otros como Moses Hess (1812-1875), Leo Pinsker (1821-1891) o Max Nordau (1849-1923) ofrecen significativas muestras de una retórica autocrítica. Para este último, los judíos habían caído en una terrible miseria moral, muy relacionada con su concepto de “degeneración”: “… la miseria [de los judíos] es moral. Toma la forma de daño perpetuo a la autoestima y al honor”. En su opinión, los años de marginación habían generalizado un “psicología del gueto”, que se manifestaba en la abundancia de personajes débiles y mezquinos.

Bernard Lazare (1865-1903), colaborador de Herzl durante un tiempo, en la carta en donde le comunicaba su abandono de la Organización Sionista Mundial, sentenciaba: “Nuestro pueblo está en el fango más abyecto”. La causa del antisemitismo, según Lazare, estaba en gran medida en el carácter asocial de los judíos.

Aaron David Gordon (1856-1922), ideólogo del sionismo, reprochaba amargamente la manera en que los dos mil años de exilio habían modelado el carácter de los judíos. “Somos un pueblo parasitario. No tenemos raíces en la tierra; no hay tierra bajo nuestros pies. Y somos parásitos no sólo en el sentido económico, sino también en el espíritu, en el pensamiento, en la poesía, en la literatura, y en nuestras virtudes, nuestros ideales, nuestras aspiraciones humanas más elevadas”.

Micha Joseph Berdyczewski (1865-1921), quien en 1902 cambió su apellido por el de Bin-Gurion, es otro de los autores que se refirió con llamativa dureza al estado moral de los judíos. Así, para Bin-Gurion, el liderazgo de los rabinos y la huida de la realidad, disfrazada de espiritualismo, habían convertido a los judíos en un “no-pueblo, una no-nación, unos no-hombres”.

Similar era la postura de Jacob Klatzkin (1882-1948), para quien los judíos eran un pueblo “con una exagerada cantidad de intelectualismo mundano, viviendo una existencia falsa y pervertida por medio de sustitutos de la realidad”. También la de Nachman Syrkin (1868-1924), teórico del sionismo laborista, quien afirmaba que la emigración judía a Palestina permitiría a los europeos librarse de una fuente de problemas.

A juicio de Moses Hirschel (1754-1818), el fanatismo, la intolerancia y el odio de los judíos hacia los gentiles eran la verdadera razón de su miseria. Por su parte, Lob Baruch (1786-1837), que cambia su nombre por el de Ludwig Borne, ofrece otro ejemplo de cómo un liberal filosemita podía, no obstante, expresar en ocasiones opiniones similares a las de los antisemitas, describiendo a los habitantes de los guetos y los asentamientos como vagos y poco escrupulosos con su higiene. La propia suciedad y oscuridad del gueto constituiría a su modo de ver un “símbolo de la cultura espiritual de los judíos”; y Henrich Heine (1797-1856), en una carta a su íntimo amigo Moisés Moser, lo remata escribiendo: “los judíos son aquí asquerosa ralea”.

A lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX algunos de los herederos culturales de esos judíos continuarán con esta actitud de desprecio ilustrado hacia las masas judías, en muchos testimonios que hoy suelen ser considerados una muestra de “auto-odio”.

De este modo, los autores citados, sionistas reconocidos, incorporaron sus críticas acerca del estado de postración y la decadencia moral y material en que había caído el pueblo objeto de sus desvelos, coincidiendo en sus planteamientos con los antisemitas.

El historiador Henrich von Treitschke (1834-1896) llegó a tener clara cuál era la solución: “Solo hay una forma de satisfacer nuestros deseos: la emigración, la creación de un Estado judío”. Pero los antisemitas que apoyaron el proyecto sionista de enviar a los judíos a Palestina lo hicieron con un interés estrictamente táctico y una motivación radicalmente distinta. Lo que querían era librarse de la presencia de judíos; mientras los sionistas buscaban crear un Estado judío que sirviera, precisamente, de refugio ante las violentas explosiones de antisemitismo.

En definitiva, Herzl y otros sionistas podían, ciertamente, “entender el antisemitismo”, convencidos, como estaban, de que la falta de un país y un Estado propio y los siglos encerrados en los guetos habían hecho mella en el carácter de los judíos.

Cabe preguntarse si, conseguida la creación del Estado judío, estos miembros de la Haskalah, la Ilustración judía, hubieran cambiado las opiniones expresadas anteriormente sobre su pueblo. ¿Pensarían, acaso, que el Estado judío funciona como “un puesto avanzado de la civilización contra la barbarie?”.

*La frase proviene de la autobiografía de Jabotinsky, Historia de mi vida.

La canción favorita de Paul McCartney

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Era 6 de julio de 1957, un sábado caluroso y húmedo. En Woolton, un suburbio del sur de Liverpool, se celebraba la fiesta parroquial anual en la iglesia de St. Peter. Cuando Paul llegó, sobre el escenario, John cantaba Come go with me, al frente de los Quarrymen. ¡Es genial!, pensó, impresionado por su magnetismo y su liderazgo. A pesar de sus rudimentarias habilidades con la guitarra y su tendencia a improvisar cuando olvidaba la letra, era capaz de mantener al público expectante con su encanto. Después del concierto, fue Paul quien impresionó a John. Ivan Vaughan, amigo de John y compañero de clase de Paul en el Liverpool Institute, hizo las presentaciones. Paul cogió la guitarra que llevaba a la espalda y cantó algunos temas de Eddie Cochran, Gene Vincent y Little Richard. John quedó impactado por el talento natural de Paul para interpretar aquellas canciones. Unas semanas después, Paul era invitado a formar parte del grupo. Allí empezó todo. John Lennon, tenía 16 años, y Paul McCartney, 15.

Pronto descubrieron que dos personalidades tan distintas como las suyas podían ser complementarias. Empezaron a componer y producían canciones como churros. Las anotaban en un cuaderno de Paul, todas con una rimbombante rúbrica que rezaba “otro original de John Lennon y Paul McCartney”. Como sostiene Mark Herstgaard, autor del libro ‘A day in the life’, lo primero que les diferenció de las tendencias de la época fue su voluntad de conformar, desde el principio, una sociedad de autores. Cada vez que encaraban la creación de un nuevo tema, uno de ellos hacía la propuesta principal sobre la que empezar a trabajar, pero al final todas las canciones llevaban la firma Lennon-McCartney. “Desde los primeros días que pasaron juntos, John y Paul fueron rivales, además de amigos; competidores, además de socios; críticos, además de compañeros del alma”, sostiene Herstgaard.

Efectivamente, como ha dicho McCartney, “nos complementábamos el uno al otro, éramos un poco yin y yang. Cada uno puso de su parte y salió algo extraordinario”. Pero las diferencias de carácter y temperamento estaban ahí. En una entrevista para la revista Playboy en 1980, Lennon declaró: “Uno podría decir que él [McCartney] proveía luminosidad y optimismo, mientras que yo siempre iba a la tristeza, la discordia o a un costado más bien depresivo. Durante un tiempo, pensaba que no escribía melodías, que Paul lo hacía y que yo sólo escribía rock n’ roll directo y a gritos”. Al Paul positivo y realista a menudo se le oponía, a veces de forma feroz, el John sarcástico e idealista.

Canción a canción, éxito tras éxito, la competencia fue haciéndose más patente. Dan Richter, que fue asistente personal de John Lennon y Yoko Ono, ha abundado en detalles sobre esa rivalidad que fue surgiendo entre los dos músicos, en una nueva entrevista para The Telegraph. Según Richter, Lennon recelaba del talento compositivo de McCartney: “Le molestaba que Paul pudiera escribir esas dulces melodías como Yesterday y Hey Jude. Él no podía hacer eso. Era demasiado duro, o demasiado inteligente”.

Como todo el mundo sabe, las tensiones fueron en aumento y, al final, hicieron que todo saltara por los aires. Pero, después de la tempestad siempre viene la calma y a la hora de hacer balance de aquella vorágine creativa, nunca se pueden descartar las sorpresas. De todas las canciones que brotaron de aquella sociedad, Paul se queda con una.

En una larguísima conversación de Rick Rubin con Paul McCartney, que se ha convertido en un documental titulado McCartney 3,2,1, el mítico productor le pregunta:

– ¿Cuál es la canción favorita de Paul McCartney de su etapa en la banda de Liverpool?

Sin despeinarse, le responde:

-Cuando me lo preguntan, estoy tentado de decir que es Yesterday, porque la escribí de una manera muy mágica, pero la que más me gusta es Here, There and Everywhere.

Si la respuesta es sorprendente, más aún el motivo de la elección, que tiene bastante que ver con la intrahistoria de aquella relación tan intensa que hemos comentado.

Paul cuenta a Rubin que se había reunido con el resto de la banda para enseñarles la canción que acababa de componer, y que John no llegaba. “No estaba siempre listo, digámoslo así”, dice McCartney con una sonrisa nostálgica. Cuando por fin apareció y escuchó Here, There and Everywhere… “recuerdo que me dijo: oh, esta sí que me gusta… ¿Sabes qué? Eso era suficiente. Viniendo de John, eso era una gran alabanza”.

Que después de tanto tiempo, esas escuetas y discretas palabras de Lennon hayan podido calar tanto en McCartney como para elevar de esa manera el significado y la importancia de una de sus canciones, da cuenta del verdadero vínculo que unía a ambos. Una alianza imperfecta, claro, pero que es posiblemente la más fructífera de la historia del rock.

Recientemente, hemos podido comprobar que la sombra de John Lennon es alargada. Paul ha revelado a BBC2 que todavía piensa en él cuando tiene problemas con alguna canción: “Estoy escribiendo algo y digo: ‘Oh Dios, esto es terriblemente horrible’. Y pienso: ‘¿Qué diría John?’”. El diría: “Sí, tienes razón. Es espantoso. Tienes que cambiarlo”.

Como prólogo al lanzamiento de la reedición del disco de The Beatles ‘Revolver’, se ha publicado el video animado que abre esta entrada, para ilustrar la canción Here, There and Everywhere. Ha sido producido por la compañía Trunk Animation y dirigido por Rok Predin.

Vida perra

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¡Perra vida! o ¡qué vida más perra!, son exclamaciones que todavía se utilizan como sinónimo de una mala vida, llena de incomodidades y dificultades, o como lamento de la propia existencia, por parte de personas que sufren mucho. Pero son expresiones que han quedado obsoletas, porque los perros ya no viven tan mal.

Los centros comerciales habilitan secciones dedicadas en exclusiva a su alimentación y a la venta de todo tipo de accesorios y complementos para su salud y belleza. Hay hasta tiendas de repostería artesanal especializadas en dulces para perros; también clínicas caninas y peluquerías; parques exclusivos, tiendas, restaurantes, hoteles y medios de transporte ‘dog friendly’. He visto en San Fermines que les han hecho trajes para que también participen de la fiesta, y siempre les puedes comprar ropa en Lucas & Lola donde, además de sus modelos exclusivos, encontrarás las mejores marcas del mercado canino… Si las cosas no cambian, pronto habrá más establecimientos de este tipo que escuelas.

Con el titular “Más perros que niños en Gipuzkoa”, El Diario Vasco informa el 10 de julio, que “a día de hoy, en Gipuzkoa, se contabilizan 105.677 canes censados –según la estadística del REGIA, el Registro General de Identificación de Animales de la Comunidad Autónoma del País Vasco– frente a los 97.691 menores de 14 años, según datos del INE de 2022”. Y añade, “los datos no son al cien por cien completos puesto que no todos los dueños registran a su perro con microchip –como es obligatorio­–“.

¿Somos unos aventajados en esto de cambiar perros por niños? ¿es exclusivo este sorpasso? Pues no. Según el último censo de animales de ANFAAC y Veterindustria, a nivel de Estado, los datos confirman que se trata de algo más general. En España hay 9.313.098 perros registrados y, según el Instituto Nacional de Estadística, 6.672.087 niños menores de 14 años. En realidad, la diferencia es mayor porque no todos los perros están registrados y porque a este dato habría que añadir los 168.000 sin hogar, que constan en el último estudio de la Fundación Affinity ‘Él nunca lo haría 2022’. El abandono afecta al 2,6% de los perros en España. Sin embargo, el de niños que proporciona el INE es inamovible. Así que, efectivamente, la vuelta de la tortilla es compartida, y no tenemos en cuenta en esta entrada a los 5.858.649 gatos, incluidos en el censo citado.

Siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre. Hoy lo es también de la mujer. Y, en ambos casos, la relación va mucho más allá de la amistad. El perro como animal de compañía, ha devenido en compañero de piso, pareja de hecho, miembro de la familia y hasta el hijo que no se puede o quiere tener. También se adoptan y, en caso de divorcio de los dueños, el Código Civil contempla la custodia compartida, con la obligación de pagar una manutención para sus gastos.

Como confirman la consultora GFK y AEDPAC, cada vez más, nuestros jóvenes recurren a perros y gatos para completar su existencia, lo que ha hecho que en la revista Forbes se pregunten por qué los Millennials están “sustituyendo las mascotas por los bebés” (¡por Dios! qué nombre más horrible para unos animales).

Si existiera alguna teoría creíble sobre la gran sustitución, ésta sería sin duda la de los niños por los perros. ¿Por qué? Hay quien habla de “declive civilizatorio”, otros de “egoísmo”. Así, el filósofo Santiago Alba Rico, reconociendo esta tendencia a tener menos hijos, que se está produciendo en casi todo Occidente, y que parece correlativa a tener más perros (y gatos), suele comentar en sus ensayos, medio en broma medio en serio, que “uno de los síntomas de declive civilizatorio es que suele venir acompañado de una mayor preocupación por el bienestar animal. Sucedió en el Imperio Romano y parece que se está produciendo en la actualidad”.

Por su parte, el papa Francisco ha llamado “egoístas” a las parejas que no quieren tener hijos, pero que tienen perros o gatos en su lugar: “Hoy vemos una forma de egoísmo. Vemos que algunos no quieren tener hijos. A veces uno, y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugar”, mostrando así su preocupación por lo que ha denominado “invierno demográfico”, la “dramática caída de la natalidad”.

El fin de la vida perra, es consecuencia de esa mayor preocupación por el bienestar animal que, en parte, está relacionada con la preferencia de muchos de nuestros jóvenes por tener un perro o un gato, en lugar de traer un hijo a este mundo. Si esto nos sume en un declive civilizatorio, si tiene o no razón el papa Francisco, lo dejo al criterio del lector. Lo que sí tengo claro, es que habremos de tener en consideración esta circunstancia, cuando analicemos las causas del descenso demográfico, uno de los grandes problemas de la humanidad.

Generales 23-J con circunscripción única

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Este es un ejercicio interesante a tener en cuenta por aquellos españoles que son poco amigos de la diversidad, de las autonomías, de la descentralización, y prefieren volver a la España «una, grande y libre».

Así quedaría el Congreso de los Diputados si los escaños se asignaran en una circunscripción única de nivel estatal.

La porra de Txema

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Si algo ha quedado claro tras las elecciones generales del 23-J, es el fracaso de las encuestas, en algunos casos estrepitoso. De los 112 sondeos publicados que han visto mis ojos, 70 han sobreestimado la fortaleza del PP (62,5%) y 111 han subestimado la del PSOE (99,1%). No han acertado ni en los sondeos realizados “a pie de urna” durante la jornada electoral.

Se podrán argüir muchas razones para este descalabro y de todo habrá, sin duda, pero a mí me llama la atención que el error en la predicción depende mucho del medio que publica la encuesta, más aún, de su tendencia política. Así vemos, por ejemplo, que el último día permitido para publicar sondeos, seis días antes de la jornada electoral, los periódicos de la derecha hacen los siguientes pronósticos para el PP: ABC-Vocento, 152 escaños; La Razón, 153-156; El Mundo, 145-150; Ok Diario, 152; y El Debate, 150-152, entre 12 y 20 escaños más de los 136 conseguidos. Por supuesto, todos daban mayoría absoluta (176 o más) al bloque de la derecha: ABC-Vocento, 180; La Razón, 179-184; El Mundo, 171-179; Ok Diario, 181; El Español, 180; o El Debate, 181-185, cuando la suma PP+Vox se ha quedado en 169.

Sin embargo, la publicada por los medios progresistas se acerca mucho más a la realidad: El País, daba 135 para el PP (uno menos de los conseguidos); eldiario.es, 130-138; La Sexta, 134-140; en ambos casos, dentro de la horquilla. Lo mismo para el bloque de la derecha que, o no llega a la mayoría absoluta o sólo en el valor más alto de su previsión.

Para la izquierda, solo los medios progresistas llegan a pronosticar los 153 escaños conseguidos por PSOE+Sumar: eldiario.es y La Sexta, en los valores más altos de sus horquillas: 153 (clavándolo) el primero, y 150 el segundo. El País les daba 146. Los medios de la derecha se quedan muy por debajo, algunos muy lejos.

El sondeo del Institut Opinòmetre para el diario catalán Ara, que incluye en sus horquillas todos los resultados obtenidos en las urnas, con la única excepción de Vox por solo tres escaños, ha demostrado que se puede hacer mucho mejor.

Si el CIS ha acreditado un sesgo izquierdista, queda claro que gran parte de la prensa española tiene un sesgo derechista. De todas formas, hay que reconocer que la macroencuesta difundida el 5 de julio, en vísperas del inicio de la campaña electoral, la única que traduce los porcentajes a escaños, es una de las más precisas, al dar la victoria al PP con una horquilla entre 122 y 140 escaños (obtenidos 136) y al PSOE entre 115 y 135 (obtenidos 122). Para el tándem PP-Vox el pronóstico preveía entre 143 y 169 (y han conseguido 169).

Todo esto no hace sino abundar en la sospecha de manipulación de las encuestas, con la intención de crear un estado de opinión favorable a los intereses de los medios citados, ejerciendo, más que nunca, de ‘cuarto poder’. Lo que ha denunciado el líder de Vox, afirmando que “la campaña electoral la han dirigido las encuestadoras y que ha habido una gigantesca manipulación de las encuestas”, para beneficiar al PP en perjuicio de Vox, ha asegurado Abascal. En realidad, para beneficiar al PP en perjuicio de cualquier otra opción

No es de extrañar que el periodismo sea la segunda profesión peor valorada en España, justo detrás de la de juez. Según el último informe de Reuters Digital News, los medios de comunicación españoles tienen la credibilidad más baja de Europa.

Al final, tenía razón Txema, un buen amigo, cuando después de enviarme su pronóstico me dijo: olvídate de los demás sondeos, el mío es el bueno. Se ha quedado a dos escaños de los 153 conseguidos por PSOE+Sumar, y a tres de los 169 del tándem PP+Vox, clavando los 136 del PP. ¡Ah!, y como buen conocedor de la realidad navarra, dando uno a UPN, lo que no vaticinaba ninguna de las encuestas publicadas por las empresas demoscópicas.

Las 112 encuestas

Apatía, la cara oculta del 68

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El tiempo pasa veloz y ligero, como la primavera en flor que diría Machado. Casi no hay espacio para la reflexión. Aun así, convocados a unas nuevas elecciones, en tiempos de crisis de la democracia, la hacen conveniente, sobre todo porque vuelve a aparecer el fantasma de la abstención, de la desafección.

Ríos de tinta siguen brotando del manantial del 68, a pesar de que este año cumple su cincuenta y cinco aniversario. Unos lo evocan para perseverar en la construcción del mito, otros para subirse a la ola desmitificadora, los más para mantener vivo el recuerdo de unos hechos que conmovieron al mundo.

Casi todos lo hacen, con la mirada puesta en el mayo parisino. El de la imaginación al poder y el prohibido prohibir, el de los adoquines del Barrio Latino, las barricadas de los bulevares y el cierre de la Sorbona, en definitiva, la revuelta de unos jóvenes estudiantes que cuestionaban la sociedad burguesa, sus valores y estilo de vida, y que, con un código antiautoritario, llegaron a poner contra las cuerdas al gobierno del general Charles De Gaulle. Pero 1968 fue mucho más complejo que todo eso.

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Gilda… salada, verde y un poco picante

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Hemos comido en el Illarra. Una vez sentados a la mesa, nos han obsequiado con un aperitivo presentado como una evolución de la Gilda, “el típico pintxo donostiarra”, y me he acordado de un vídeo promocional de Bilbao que me pasó un amigo, en el que el cicerone bilbaino hacía un recorrido por la ciudad con una invitada y le llevaba a un bar para que catara una Gilda, “el típico pintxo de Bilbao”, decía. ¡Por Dios!

He indagado un poco sobre el asunto, y he visto que no es una excepción. Por esos pagos, la Gilda también es considerada como un “clásico de Bilbao” y “emblema del ‘botxo’”. Hasta se ha incluido en el Diccionario de palabras de Bilbao. “Gilda: Es quizá el pintxo bilbaíno más fácil de preparar. Este pintxo fue inventado hace muchas décadas para ayudar a los txikiteros con sus rondas por el Casco Viejo, y evitar que los efectos del alcohol pudiesen perjudicarles”.

¿Quién tiene razón? ¿Es el típico pintxo donostiarra, o de Bilbao? Esta, y no otra, es la verdadera historia de la Gilda.

Para conocer su verdadero origen, tenemos que remontarnos a la década de los cuarenta del siglo pasado. En 1942, Blas Vallés, un vinatero y bodeguero navarro de Olite, decide trasladarse a Donostia con su hermano Antxon, para dar aire a su negocio. Alquila un local en la calle Isabel la Católica –hoy Reyes Católicos–, en el mismo lugar donde se encuentra el bar en la actualidad, y abre un despacho de venta de vino, que él mismo produce y trae desde Olite en barricas.

En poco tiempo, el local se iba animando y en 1946 obtuvo la licencia de taberna, a la vez que seguía vendiendo vino a granel. Se empezó a hacer popular el porrón y para acompañar al vino, Blas Vallés sacaba unas veces guindillas, otras aceitunas e incluso otras, anchoas. Como muchos de los aperitivos y recetas, la Gilda fue descubierta por casualidad. Las anchoas, las aceitunas y las guindillas o piparras estaban en la barra, sólo hacía falta un palillo y alguien a quien se le ocurriera insertar todo junto para llevárselo a la boca.

Y fue Joaquín Aramburu, uno de los clientes, conocido en el barrio como Txepetxa, quien tuvo la feliz idea. Empezó a combinar la guindilla con la aceituna y la anchoa y las ensartaba en un palillo para acompañar a su vino. Gustó tanto a los amigos y tabernícolas de Casa Vallés, que pronto se hizo popular. Había nacido un nuevo bocado, un nuevo pintxo, a espaldas del Buen Pastor. Solo faltaba ponerle un nombre al ingenio del bueno de Txepetxa.

Por aquel entonces, Rita Hayworth, que arrasaba en la pantalla grande, llegaba a Donosti para asistir al Festival Internacional de Cine y el revuelo que levantó en la ciudad la diva de Hollywood fue de órdago. En 1946, la pelirroja había estrenado Gilda, el personaje que le convirtió en mito erótico para toda una generación. La cinta, que llegó a los cines de Madrid en diciembre de 1947 y luego se exhibió en Donosti, fue considerada “gravemente peligrosa” por la Conferencia Episcopal española, una involuntaria campaña de marketing que la convirtió en la película que todo el mundo quería ver. El erotismo contenido de aquel destape de guante mientras cantaba Put the blame on Mame le había marcado, para siempre.

Los parroquianos de Casa Vallés, pronto repararon en que la combinación de sabores y colores de la banderilla de Txepetxa se identificaba con la imagen que proyectaba la pelirroja del cine de la que hablaba todo el mundo aquellos días. También era salada, verde y un poco picante. Habían encontrado el nombre para su pintxo. Desde entonces, y para siempre, sería Gilda.

Sorprendidas, las invitadas del cicerone bilbaino se preguntarán, ¿pero entonces, las gildas no son de Bilbao? Pues no. En el botxo también se hacen paellas… y sushi, y a ningún botxero se le ocurre decir que son platos típicos de Bilbao.

Juanito en Miramar

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En el exterior del Palacio Miramar de Donosti, unos paneles informativos descubren al visitante parte de la historia del palacio, concebido como Real Casa de Campo por la reina María Cristina, y de la estancia de la familia real, disfrutando de sus veraneos frente a La Concha, desde su inauguración en 1893 hasta el fallecimiento de la reina en 1929, casi sin interrupción. La exposición lleva por título ‘Un pequeño gran palacio lleno de historias por contar’.

Entre las fotografías que se muestran, está la que abre esta entrada. Nos ha llamado la atención porque es muy posterior a aquellos veraneos reales y porque, en la misma, se ve al simpar emérito en edad escolar, formando con otros chavales en el exterior del palacio. Nos preguntamos qué hacía en Miramar, quiénes eran sus acompañantes y si no habría detrás de la foto una de esas historias.

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God shave the king

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En el medioevo, antes de la invención de la imprenta y los oficios que de ella surgieron, como el de corrector, que se hizo un alífero espacio entre el impresor y el editor, las erratas eran atribuidas no al autor –toda autoría estaba inspirada por Dios, por descontado infalible–, y menos aún al amanuense, mero instrumento divino, sino a Tutivillus, un demonio que trabajaba en nombre de Belfegor, Lucifer o Satanás para introducir errores en el trabajo de los escribas.

El profesor Joaquín Yarza Luaces lo ha visto en una tabla de c. 1485 que se conserva en el Monasterio de las Huelgas, de Burgos, atribuida a Diego de la Cruz, en la que aparecen dos diablos sobre el manto protector de la Virgen de la Misericordia, uno de los cuales lleva un hatillo de libros a la espalda. Así que, exculpados de antemano, no cabía falta ni pecado entre los escribas. Si una palabra desaparecía o en su lugar brotaba otra, era cosa de Tutivillus.

Muchos escritores han podido comprobar, con fenomenales gazapos, que aún subsiste la rémora medieval de aquel diablillo. Pero, aunque Tutivillus es travieso e indómito, a veces, cuando parece que quiere arruinar, mejora. Esto le ocurrió a Ramón J. Sender, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX, cuando, espoleado por los apremios, escribió en solo veintitrés días su novela Mr. Witt en el Cantón (1936). La premura hizo que “docenas de trompetas” tocaran en el puerto de Cartagena un hilarante God shave the King, extraña versión del himno británico.

En el prólogo a la segunda edición, en 1968, Sender asegura que el libro se publica exactamente igual que en la primera, pero advierte al lector que hay una mínima diferencia; tan mínima que consiste en una letra menos. La letra suprimida es una hache. Sin embargo, esa insignificancia, que el autor califica de conspicua, tiene, efectivamente, su enjundia, por lo que considera necesaria una explicación. “Cuando escribí la novela yo no sabía una palabra de inglés, y al referirme al himno nacional británico –que tocaba a bordo de un barco la banda de Infantería de Marina– dije que el himno era God save the king (Dios salve al rey). Pero lo escribí mal. Puse una hache entre la s y la a, y así el fonema resultaba shave. En su conjunto la frase decía algo muy diferente y sin duda gracioso: Dios afeite al rey. La cosa parecía humorística. Cuando hacía la traducción inglesa el distinguido humanista sir Peter Chalmers Mitchell, profesor de Oxford, que había sido preceptor del rey en su infancia, me escribió diciendo que encontró el error muy divertido. No pocos bienes de la providencia les han sido deseados a los reyes y a los emperadores, pero nunca que Dios los afeite, lo que es una impertinencia inocente, infantil y metafísicamente absurda”.

Carlos III de Inglaterra, por fin va a ser coronado. Pero, antes que rey, fue príncipe de Gales durante 64 años y, esperando, esperando, le creció la barba. Probablemente, un día leyó la primera edición de Mr. Witt en el Cantón y decidió ponerlas a remojar, no fuera que, llegado el momento, Dios apareciera en Buckingham Palace o en Clarence House con la navaja de afeitar. Y colorín colorado, desde entonces luce un perfecto rasurado.

Color carne

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Cuando en el lejano Oeste, indios y vaqueros se vieron las caras, un vaquero era para un indio un rostro pálido, y para el rostro pálido, un indio era un piel roja. Más tarde, llegaron a aquella tierra los hombres de color, llamados así por los blancos, para evitar las connotaciones negativas del negro. Después lo hicieron los amarillos y la paleta de colores se fue extendiendo. En las iglesias empezaron a preguntarse “de qué color sería la piel de Dios”.

Con un lápiz de color rosa claro en su mano derecha, Angélica Dass (Río de Janeiro, 1979) recuerda que, con solo siete años, su profesora le mostró, por primera vez, “un lápiz de color carne”. “Yo estaba hecha de carne y ese no era mi color, mi piel era marrón. Aunque la gente decía que yo era negra”. Desde luego, el color rosa claro no era el color de su carne y su cabeza empezó a hacerse un lío.

Nacida en “una familia muy colorida”, siempre había vivido la diversidad cromática con naturalidad. “Mi padre era el hijo de una niñera, de una sirvienta, de quien heredó un intenso color chocolate. Fue adoptado por aquellos que yo conozco como mis abuelos. La matriarca, mi abuela, tiene la piel de porcelana y el pelo de algodón. Mi abuelo era algo entre yogur de vainilla y fresa, como mi tío y mi primo. Mi madre es hija de una indígena brasileña que tiene un tono entre avellana y miel. Ella tenía otras dos hijas, una como un cacahuete, y la otra un poco más beige, como una tortita. Así que, creciendo en esta familia, el color nunca fue importante para mí”. Pero fuera de casa, era otra cosa.

Pronto tomó conciencia de que el color de la piel, la cultura o la nacionalidad, eran elementos capaces de levantar muros entre las personas. Para colmo –sigue–, “años después, me casé con un español que se sonroja con mucha facilidad, de esos que cuando están cinco minutos al sol se ponen rojos como una gamba. Empecé a preguntarme: ¿de qué color va a ser tu hijo? Obviamente, no era importante para mí, pero parecía que era muy importante para los demás. Así que pensé en utilizar mi oficio, que era la fotografía, para encontrar una respuesta. Las primeras fotos fueron mías y de mi marido. Pensé que el color iba estar entre esos dos. Después, seguí haciendo fotos a mi familia, como investigando mi propio origen, y comprobé que había muchos rosas, pero que también formaban parte de lo que era mi vida”.

A Angélica se le hacía difícil entender cómo aquellas diferencias en el tono de la piel podían convertirse en grandes conceptos y estereotipos erróneos que asocian los colores al viejo concepto de raza, porque –advierte– “siempre he pensado que el mayor tesoro de la especie humana es su diversidad”.

Con esta idea, decidió dar un paso al frente y creó Humanae, un proyecto fotográfico que utiliza el retrato para acercar a personas de todo el planeta. Ha recorrido más de treinta países alrededor del mundo, haciendo cuatro mil retratos de cuatro mil voluntarios, entre los que hay gentes de toda condición y en circunstancias de todo tipo, asegura. “Desde alguien incluido en la lista de Forbes, hasta refugiados que cruzaron el mar Mediterráneo en barco. Estudiantes de escuelas suizas y también de las favelas de Río de Janeiro. En París, en la sede de la UNESCO, o en un albergue. Todo tipo de capacidades, de creencias e identidades de género. Desde un recién nacido a un enfermo terminal, todos juntos construyen Humanae… ofreciendo una representación global de todos los tonos de piel existentes”.

Angélica Dass plasma cada retrato sobre un fondo blanco. Luego selecciona una muestra de once por once píxeles de la cara, a la altura de la nariz, la asocia con un código validado por Pantone, da ese color al fondo del retrato y al retrato el nombre de la paleta de colores. “Mi color carne –explica–, es el 7522C, y cada retrato tiene el suyo. Utilizo esta paleta, porque sé el número del color blanco y el número del color negro y, en este proyecto, que tiene cuatro mil retratos, no he encontrado ningún ser humano que sea blanco o negro.” Además –añade–, “en estas fotos, no sabes quién es pobre, quién es rico, quién es migrante o no, la nacionalidad de nadie, la opción sexual. Lo que sabes, es lo que yo intento enseñar, que primero somos humanos y después viene todo lo demás”.

El proyecto Humanae, aclamado internacionalmente y avalado por instituciones como la ONU y el Foro Económico Mundial, es, en definitiva, una colección de retratos que revelan la belleza diversa de los colores humanos, con la que Angélica Dass desafía la forma en que pensamos sobre el color de la piel y la identidad étnica. Se ha convertido, además, en un referente para miles de escuelas en todo el mundo, porque ese es, también, uno de sus objetivos: posicionar la diversidad como un valor en el proceso educativo.

“Utilizo la fotografía –dice–, como un pretexto para conversar sobre diversidad”. Pretende de esta manera que reflexionemos sobre el color de la piel, para deshacer falsas etiquetas como las de blancos, negros o amarillos, asociadas a la raza, ofreciendo para ello un universo de colores. “Esos retratos –sostiene– hacen que nos repensemos lo que somos como seres humanos”.

En última instancia, Angélica Dass se ha propuesto desactivar cualquier pretensión de clasificar la humanidad en función de la raza. “Si el concepto de raza es una construcción social –concluye–, eso significa que podemos deconstruirlo”. Y parece que no le falta razón, porque las razas no existen, ni biológicamente ni científicamente. Nuestro origen común, pertenece al mismo repertorio genético y las variaciones que podemos constatar no son el resultado de genes diferentes. Si de “razas” se tratara, hay una sola “raza”: la humana, asegura José Marín González, Doctor en Antropología de la Universidad La Sorbonne de París.

Se trata de un proyecto ambicioso de la artista, que lucha contra la discriminación racial y los estereotipos vinculados al color de piel y que apuesta por cambiar mentalidades.

Que tengas suerte Angélica