Veleta

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Mujer y fútbol

Veleta, en el centro de la alineación del Vélez Club de Fútbol

Esta es la pequeña historia de una mujer que se hizo grande sin pretenderlo. Solo porque osó echarle el coraje necesario para colarse en un mundo de hombres.

Nita, que así llamaban cariñosamente a Ana Carmona Ruiz, seguramente desconocía quienes fueron la monja alférez, la dama de Arintero, o el sargento Antonio Soto, mujeres que se hicieron pasar por hombres para alcanzar sus sueños; pero, con la misma determinación que ellas, hizo lo propio para conseguir el suyo, que era jugar al fútbol, “esa patria –escribe Braceli– que, desde Adán y Eva, fue monopolizada, como actividad, como espectáculo y como goce o sufrimiento, por el varón”.

Vino al mundo en el popular barrio malagueño de Capuchinos, el 16 de mayo de 1908. Hija menor de un humilde estibador, acudía con su madre cada día a los muelles, para llevarle la comida, y pasaba buenos ratos observando como jugaban al football los marineros ingleses que, venidos de Gibraltar, desembarcaban en el puerto de Málaga.

La familia vivía en la barriada de la Segalerva, donde, con ocho años, ya empezó a pegar patadas a un balón en la explanada cercana al cuartel de Artillería, el lugar en el que, años más tarde, se instalaría el campo del Oratorio Festivo Salesiano. A menudo volvía a casa con magulladuras y moratones y así empezaron a brotar los primeros problemas, las reprimendas y las descalificaciones de los vecinos, pero encontró en el padre Míguez, cura de la parroquia, el cómplice que necesitaba.

Siguiendo las directrices educativas salesianas, Francisco Míguez Hernández fundó el Sporting Club Salesiano de Málaga y construyó el Estadio Santa Misión. Nita pronto se vinculó al club, primero como ayudante del masajista Juanito Marteache y, con la complicidad de su abuela, ayudando en el cuidado de la equipación; después, debutando como jugadora, con el beneplácito de sus compañeros.

Al principio, apenas camuflaba su condición femenina con un gorro para ocultar el pelo, porque todos conocían su identidad. Pero comenzaron las habladurías: una “desvergonzada” jugaba con hombres, con las piernas al aire, sin cumplir las normas de decoro y las buenas costumbres.

Por si no fuera suficiente, su sueño se hacía más difícil de alcanzar desde el 5 de diciembre de 1921. La Football Association (FA) había adoptado una resolución en la se afirmaba que el fútbol era un deporte inapropiado para las mujeres. Unos meses después, el Reglamento de la Federación Sur, aprobado en julio de 1922, prohibía expresamente que cualquier mujer jugase en una competición de hombres, y la Junta Local de Árbitros adoptó la medida inmediatamente.

El fútbol era cosa de hombres. Pero Nita no estaba dispuesta a renunciar a su pasión, aunque tuviera que desafiar las normas de la época. Además de ocultar el pelo con la típica gorrilla que utilizaban los jugadores para no hacerse cortes con las correíllas del balón de cuero, empezó a vendarse el pecho y a vestir una equipación más holgada; limitándose a jugar los partidos que se disputaban fuera de casa, donde había menos posibilidades de ser reconocida. Aun así, siguió teniendo problemas. Denunciada en varias ocasiones, recibió castigos por “alteración del orden público”, pasó por arresto domiciliario y llegaron a raparle el pelo.

La única foto que se ha conservado, vestida con la equipación del Sporting de Málaga, en la que no ocultaba su feminidad, se la hizo en unos carnavales, “disfrazada de futbolista”, como dijo entonces.

La situación se hizo insostenible para la familia. Hasta un tío suyo, que era médico, dijo a los padres que la práctica del fútbol podía ser perjudicial para su desarrollo físico. Aprovechando que tenían familiares en Vélez-Málaga decidieron que podía ser conveniente un cambio de aires para sacarle de aquel ambiente y encauzar un comportamiento que consideraban desviado.

Pero Nita no cedió en su empeño. Allí, pronto hizo amistad con la hermana de Juan Barranquero, capitán del equipo de la localidad y primo de su amigo Quero, compañero del Sporting de Málaga, como ‘Bilba’ Torrontegui, por medio de quienes consiguió jugar en el Vélez Club de Fútbol. Sus compañeros de equipo le apodaron ‘Veleta’, porque también cambiaba de aires, siendo mujer en la calle y hombre en el Tejar de Pichilín. Con ese apodo, figuraba en las alineaciones que aparecían en los programas oficiales del equipo con el que disputó unos cuarenta partidos entre 1927 y 1932.

Solo la vida pudo arrebatarle el balón a Nita. La futbolista malagueña falleció muy joven, con apenas 32 años, a causa de una fiebre exantemática, conocida entonces como ‘el piojo verde’, que golpeó a Málaga en 1940. Fue enterrada con la camiseta del Sporting Club de Málaga, por expreso deseo suyo, en el cementerio de San Rafael, en presencia de muchos jugadores y compañeros que compartieron con ella partidos y alineaciones “secretas”.

En 1971, cincuenta años después de que fuera prohibido, la UEFA recomendó a sus asociados tomar el control del fútbol femenino, lo que llevó a la FA a levantar finalmente la prohibición, aunque todavía mucha gente pensaba como el presidente de la RFEF, José Luis Pérez-Payá, quien aquel año declaraba: “No estoy en contra del fútbol femenino, pero tampoco me agrada. No lo veo muy femenino desde el punto de vista estético. La mujer en camiseta y pantalón no está muy favorecida. Cualquier traje regional le sentaría mejor”. Sólo en 1980 la RFEF admitió el fútbol femenino en su seno, y hubo que esperar hasta 1983 para ver el primer partido oficial de España.

Esta es la pequeña historia de Nita, Ana Carmona Ruiz, ‘Veleta’, que conocemos gracias a Jesús Hurtado Navarrete, periodista e investigador deportivo; rescatada en su libro Vélez 75 años de fútbol. La de una pionera del fútbol femenino que desafió las normas de su tiempo para dedicarse a su pasión. Una historia que ninguna de nuestras futbolistas debería desconocer y que sugiere promover el cálido homenaje que merece.

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