Con vistas al mar

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Suena el teléfono y no cogen. Es mala hora. Por fin.

–Sí, ¿dígame?
–Buenos días, llamo para reservar una mesa
–¿Para cuándo?
–Para mañana, para comer
–¿Cuántos serían?
–Siete
–Muy bien. Espere un momentito que le tomo nota
–¡Ah!… A ser posible, con vistas al mar

Un silencio desconcertado llega desde el otro lado y después de unos largos segundos le digo:

–No, mujer. Que es broma

Y ella, con una risa liberada, me responde:

–Menos mal, porque aquí las vistas al mar son imposibles

–Dígame su nombre y número de teléfono
–Eduardo. 606610666
–¿Para qué hora?
–Las tres menos cuarto
–Muy bien. Lo único… que tenemos el comedor completo y les pondremos más cerca de la barra
–¿Junto a la barra?
–Bueno, es un txoko que tenemos con unos sillones y tal, muy cómodo
–Sí, pero junto a la barra, al lado de las escaleras que bajan a los baños ¿no?
–Sí
–Mira, lo de las vistas al mar lo puedo entender, pero comer en el txokooooo… se me hace más difícil de digerir

Tras otros segundos largos de silencio, vuelvo a la carga

–Además, vamos a ir con unos primos suizos y queremos que se lleven una buena impresión
–Bueno, ya veremos qué podemos hacer
–Tenemos intención de pedir unas paellas. ¿Necesitas saber para cuántos?
–No. Se suelen pedir unos entrantes y, mientras, vamos preparándolas

–Pero es importante que sean puntuales –continúa
–Bien. ¿Podrías concretar más lo del ya veremos?
–Juntaremos las mesas en el comedor y les haremos un hueco
–Muchas gracias

Nosotros llegamos puntuales y allí estaba esperándonos nuestra mesa para siete en el centro del comedor.

El humor es algo muy serio y desarrollar este sentido, ayuda a hacer nuestras vidas mucho más saludables.

El restaurante Bidebide está en la calle Legazpi, en el centro de Donosti, entre el Boulevard y la plaza de Gipuzkoa, lo que hace imposibles las vistas al mar, pero lo compensan con calidad y amabilidad.

Fotografía de Yolanda Itoiz, Donostia 2022

Parábola del hijo tonto

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Escarbando entre las ruinas del vasto imperio de la tontería, he encontrado este monumento, que rescato para la reflexión.

Se trata de un cuento, como mejor le parece a su autor, José de la Peña Borreguero, profesor y secretario de la Escuela de Artes y Oficios de San Sebastián y colaborador de la revista Euskal Herria, en la que fue publicado, allá por el siglo XIX, en pleno crepúsculo.

¡Ser tonto!

No sé á punto fijo, amigo Arzác, si esto que voy á referir es ó no cuento; nada tiene de extraordinario; antes bien es tan vulgar y corriente que acaso resulte historia sosa, prosáica, desabrida y sin notables incidentes. Pero, en fin, aun así, á mí me parece mejor que sea cuento; y como V. no ha de oponerse, en la duda, dejémoslo en cuento y perdone la digresión.

***

José Joaquín había perdido á su mujer hacía pocos días; una mujer hacendosa, honrada y trabajadora; y una tarde estaba en Villafranca, silencioso y triste, sentado á la puerta de su comercio.
Tras la pena por la pérdida del ser querido, le quedaba honda preocupación. Aquellos dos hijos, Pachi y Agustín, á quien él sólo, abatido y cansado, tendría en adelante que atender.
¿Y en qué circunstancias? Sin parientes y contando los niños apenas 8 y 10 años respectivamente.
Agustín, el mayor, un moreno finito, nervioso, vivo y de inteligencia clara, era, en la escuela, alumno distinguido y aprovechado. El maestro decía de él que tenía un talento brillante.
Esto consolaba. Pero ¿y Pachi? Pachi, muchacho rubicundo, de cabellos rojos, fuerte y sencillote, era dócil y apacible, pero… tonto.
Había hecho en el pueblo tantas y tales simplezas que pronto se acreditó de tal.
Y cuantos le trataron, una vez adquirida tal fama, confirmaban la creencia. Era, sin dudarlo, tonto.
José Joaquín se sentía enfermo. Si él faltaba ¿qué iba á ser del pobre Pachi?

***

Pasó algún tiempo. El padre, con grandes vigilias, se consagró á sus hijos; ó mejor dicho, á Pachi, porque Agustín, á los 15 años, se mostraba tan despierto y trabajador, que José Joaquín no necesitó apenas ocuparse de él. Desde los doce años le colocó de escribiente en Tolosa y se daba el joven tal maña que, aunque vivía con grandes aprietos, aún le enviaba al padre algunas pesetas ahorradas, al mes.
¡Qué fortuna de chico! ¡qué alhaja!
Pachi era, pues, su sola preocupación. Intentó dedicarle á la tienda inútilmente: Pachi no mostraba ninguna afición al comercio.
Vió de colocarle en otras profesiones, pero nada. No servía el infeliz.
Entretanto, Pachi pasaba los días vagando por la calle. Cuando volvía á casa, á comer, cenar y dormir, se le caían á José Joaquín lágrimas de pena; le trataba, por esto, con más amor, le guardaba lo mejor de la mesa, le daba la mejor cama.
¡Con qué envidiable apetito tomaba su pobre hijo las mejores castañas, las manzanas más dulces, los nísperos más sabrosos!
¡Bastante desgracia tenía con ser tonto!

***

A veces, José Joaquín, vislumbraba un rayo de esperanza, porque en ocasiones su hijo no parecía tan tonto como decían.
¿Si estarían todos equivocados? pensaba entonces. Cuando se trataba de algo que directamente afectase á Pachi, éste se mostraba aprovechado, escogiendo siempre lo mejor.
Y se contaba entre los jóvenes de Villafranca que cuando á las manos de Pachi caía algo útil, era difícil arrebatárselo; un día, jugando al don don candel, le correspondió en suerte medio duro de un compañero. Y cuentan que costó más de dos horas quitárselo.
Pero, desgraciadamente, no daba otras señales de listeza, y tales hechos, según sabios guizones villafrancatarras, eran una prueba más de su indiscutible tontera.

***

Cierta mañana, tuvo José Joaquín una penosa noticia. Todo eran contratiempos para el pobre padre.
Llegó una carta de Agustín en que le anunciaba que le había caído la suerte de ser soldado.
Pero no se desconcertaba el chico. Al contrario, animábase y decía que no quería, en modo alguno, le redimiera á metálico, si acaso pasaba tal idea por su mente.
Tenía una hermosa letra y regular instrucción; se aplicaría, trabajaría, y tal vez, en el servicio, le hicieran cabo ó sargento hallando su porvenir.
En medio de tal contrariedad, los ánimos y alientos de Agustín consolaban.
Accedió el padre. Y le trajeron á San Sebastián; de aquí le llevaron á Madrid; sufrió privaciones, reveses, penalidades y trabajos; pero al fin, salió adelante y pasado algún tiempo, un día participó á su padre su nombramiento de cabo primero.

***

En tanto, Pachi seguía creciendo por las calles de Villafranca. Tenía diez y nueve años cumplidos y se arreglaba muy bien con la mayor parte de las muchachas. Hasta estas le buscaban, riendo sus gracias y dicharachos, gozosas de tener al lado un niño grandón con quien no tenían que prevenirse en lo que decían. Y viendo su padre, cómo las pollas del pueblo le apreciaban, no era cosa de vestirle de mala manera. Le compró alguna ropa en términos que bien podía pasar allí por un sportman.
Tanto más cuanto que, una sobre todo, le mostraba ingenua preferencia.
Y como viese José Joaquín que era joven bien acomodada y huérfana, ¡pobrecilla!, procuró por todos los medios fomentar aquellas tendencias y relaciones á fin de casar á su hijo regularmente para asegurar su triste porvenir.
En esto, tocó á su vez el turno de las quintas al buen Pachi y, ¡malhadada desgracia!, también salió soldado.
¿Qué hacer ahora? ¿qué partido tomar? La vez anterior se había evitado el sacrificio en la familia; pero esta era imposible. ¡Dejar marchar á Pachi á la ventura! ¿Qué iba á ser de él?
La solución estaba clarísima. José Joaquín decidió resueltamente pedir seis mil reales con la garantía de la tienda y redimirle.
Y así se hizo. Tanto más cuanto que la joven Nicasia, que así se llamaba la novia, accedió á casarse más tarde con él, y era la única forma de realizar una unión tan ventajosa para el buen muchacho.
Y en efecto, á los pocos meses, la boda se efectuó.

***

Pachi con Nicasia, ó mejor dicho, Nicasia con Pachi, vive hoy en un bonito pueblo de la alta Guipúzcoa. En ocho años han tenido ocho hijos y van para el noveno.
Nicasia trabaja con afán por sus ocho pequeñuelos. Pachi también dice él que trabaja. Debe ser verdad porque los jaunchos de la villa le han hecho concejal.
¿Y de Agustín? De Agustín se sabe que ascendió por méritos propios y luchando en Cuba, á oficial de infantería: que modesto y honrado, se enamoró después en Madrid de una linda lequeitiana con quien se casó; y que para mejorar de posición, ante el escaso sueldo, marchó á Filipinas, donde le cogió el desastre nacional y se halla prisionero de los tagalos.
Y aquí termina toda mi narración.

***

Un amigo mío, á quien he referido lo que va escrito, dice de Agustín que más cuenta le habría tenido haber sido tonto.
Y dice más: dice que conoce en el mundo muchos Agustines y muchos Pachis.
Y yo pregunto, amigo Arzác, ¿quiénes son los tontos?

José de la Peña Borreguero
San Sebastián, Diciembre 1899

Dedicado a Javier

Hasta el rabo, todo es toro; también en el fútbol

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Cayó el telón liguero, al menos el de la Primera División. Es tiempo de hacer balance, tiempo de análisis y de publicación de estadísticas.

A lo largo de la temporada, a menudo me ha llamado la atención la cantidad de goles que se han metido en el período de descuento, un tiempo añadido por los árbitros que se va alargando por el aumento de cambios de jugadores, las interrupciones del juego por el VAR y las revisiones de las jugadas polémicas en monitor o las pausas de hidratación, en su caso. Según datos facilitados por el Comité Técnico de Árbitros (CTA), el tiempo de alargue de los partidos ha pasado de 5:49 minutos en la temporada 20/21 a 7:42 en la 21/22; y su presidente, Medina Cantalejo, ha asegurado que “nos iremos al minuto 14 o 15, si hace falta”.

No he encontrado entre las estadísticas publicadas, datos que me permitan confirmar si esa impresión que tenía al acabar muchas jornadas era o no una percepción equivocada. Así que me he puesto a ello y este es el resultado: se han metido muchos goles en el tiempo de descuento, que está siendo más decisivo que nunca.

Esta temporada se han marcado 92 goles en el tiempo añadido; casi el 10% del total (9,7%), 10 de ellos de penalti. 51 de los 92 goles, han sido decisivos para el resultado final de 49 partidos. Es decir, que en casi el 13% de los disputados en esta Liga (12,9%) el reparto de puntos ha cambiado más allá del minuto 90’; y con estos goles, se han ganado 86 puntos y perdido 67.

Levante, Granada y Cádiz son los equipos que han tenido períodos de prolongación más ajetreados. El Barcelona el que más goles ha marcado en el tiempo de descuento (10) y el Mallorca el que más ha encajado (9). Osasuna ha sido el equipo que mejor rendimiento ha conseguido del tiempo añadido, con 9 puntos ganados, 2 perdidos y un balance de 7 a favor. Y el Real Madrid, el único que no ha perdido puntos en el descuento.

En 18 partidos, uno de los dos equipos acariciaba la victoria con el tiempo concluido, pero el descuento permitió al rival empatar. Así le ocurrió al Elche, por ejemplo, que ganaba en el Bernabéu 1-2, hasta que Militão empató a 2 en el 92’; o al Español, que ganaba al Barça 2-1 hasta el 96’, cuando De Jong puso las tablas en el marcador; o al Cádiz, que ganaba 2-3 en La Cerámica, y el Villarreal empató a 3 en el 95’. Cádiz y Español intentaron desempatar el partido hasta el pitido final, adelantándose los gaditanos 2-1 en el 91’ y restableciendo los periquitos la igualada a 2 en el 96’.

En otros 15 partidos ocurrió lo contrario: cuando el reparto de puntos ya parecía garantizado, uno de los dos equipos se llevó el gato al agua en el tiempo añadido. Celta y Mallorca empataban a 3, hasta que Iago Aspas marcó el 4-3 para el Celta en el 97’ y de penalti. Al Sevilla, que empataba a 2 con el Granada, le dio tiempo en el descuento a meter otros dos: el 3-2 en el 93’ y el 4-2 en el 99’. Y el Atlético deshizo el empate a 1 con el Español por partida doble, tanto a la ida, como a la vuelta: en Cornellà en el 99’ y en el Wanda en el 90+10’, ¡en el minuto 100!, con un penalti transformado por Carrasco.

Otros consiguieron un resultado positivo cuando todo parecía perdido: el Valencia que caía derrotado 0-2 por el Mallorca en el tiempo reglamentario, salvó un punto con el 1-2 de Guedes en el 93’ y el 2-2 de Gayà en el 98’. Hazaña que repitieron los chés, tres jornadas después, contra el Atlético de Madrid: el Valencia perdía 1-3 en Mestalla, pero Hugo Duro marcó en el 92’ el 2-3 y en el 96’ el 3-3. A la vuelta, en el Wanda, el Valencia ganaba 1-2, pero el Atlético de Madrid consiguió la remontada tras empatar Correa a 2 en el 91’ y marcar el 3-2 Hermoso en el 93’. Y Osasuna consumó otra en tierras andaluzas, cuando el Cádiz ganaba 2-1 y, en el tiempo de descuento, Torres hizo el 2-2, de penalti, en el 91’ y David García el 2-3 en el 95’.

Juanma Lillo nos ha dicho que “las estadísticas son como los tangas: enseñan todo menos lo importante”. Y ¿qué es lo importante en este caso?: tener siempre claro que, hasta el rabo, todo es toro; también en el fútbol.

Vangelis, in memoriam

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https://youtu.be/YQyxCL1uMlU

Recién cumplidos los 79 años, Evángelos Odysseéas Papathanassíou, Vangelis para los amigos, y hasta para los enemigos, ha fallecido en París, la ciudad que le vio nacer como músico de éxito.

Fue allí donde formó, en el convulsionado 68, el grupo Aphrodite’s Child, junto a su primo Demis Roussos (bajo y voz) y el batería Lucas Sideras.

Más conocido por la composición de bandas sonoras para el cine, como Carros de fuego, ganadora del Oscar a la mejor banda sonora en 1981, Blade Runner (1982) y 1492: La conquista del paraíso (1992), hoy le recordamos con el video de su primer single que abre esta entrada: Rain And Tears, una adaptación del Canon en Re Mayor de Pachelbel que hizo con 25 años y que se convirtió en el primer éxito de Aphrodite’s Child y de su larga carrera musical.

D.E.P.

Ser bueno no es tan malo

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Una vez más me he animado a exponer mi humilde opinión en Facebook sobre un asunto de actualidad. Tontaina ha sido lo más bonito que me han llamado. Alguno, incluso, se ha atrevido a mentar a mi madre que está en los cielos. Pero… ningún argumento para rebatir el mío; solo insultos. En fin, nada sorprendente; las redes están saturadas de zoquetes. Lo he terminado dejando con un “sin comentarios”.

Aunque lo de tontaina me ha impactado, porque ha llegado precisamente cuando empezaba a escuchar esa voz interior que te dice: a veces, de bueno que eres, pareces tonto. ¿Son ellos los malos y yo el bueno? ¿son ellos los buenos y yo el malo? ¿es malo ser bueno? ¿es bueno ser malo? ¿se puede ser bueno sin ser tonto… o tontaina, o que te tomen por tal? Y, afinando un poco más, ¿es posible ser bueno en un mundo que no quiere que lo seas?

Este es un tema al que últimamente le estoy dando una vuelta, porque ha coincidido con la lectura de un artículo de Bernabé Tierno titulado, precisamente, “¿Ser ‘bueno’ es malo para la salud?, en el que el psicólogo español criticaba las conclusiones a las que había llegado un grupo de colegas italianos: “ser bueno resulta dañino para la salud física y psíquica de las personas”; “ser muy bueno es señal de aplatanamiento del individuo y de conformismo”; “la bondad a toda costa revela una imbecilidad sustancial”; “el ser humano agresivo es realmente el bueno, mientras que las personas pacíficas esconden un ánimo torturado y quizá maligno”. He leído, también, que ser malo mola y que, si te sacudes la sensación de culpabilidad, pone bastante. Fernando Savater añade, incluso, que “es más divertido”.

Si los psicólogos italianos equiparaban ‘bueno’ a imbécil y a conformista, es habitual que se relacione con atributos tales como débil, ingenuo, cándido, cobarde, pusilánime, vulnerable, iluso, tonto… o tontaina, capullo y hasta “pringao”.

Para empezar, diré que hablar de buenos y malos a estas alturas me resulta muy maniqueo. El pensamiento binario –blanco o negro, bueno o malo– no es conveniente, porque con él se pierden todos los matices, esa amplia gama de grises que hace que casi todo sea cuestión de grado. El cine nos demostró, hace tiempo, que había un feo entre el bueno y el malo, por ejemplo.

Sin embargo, este es un viejo debate que ya se planteó en su día entre hobbesianos y rousseaunianos. En El Leviatán, Thomas Hobbes hizo suya la sentencia de Plauto homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre, para afirmar que el ser humano es malo por naturaleza y egoísta, porque siempre privilegia su propio bien por encima del de los demás, para asegurarse la supervivencia. Por el contrario, Jean-Jacques Rousseau, en Emilio, o De la educación, sostenía que el hombre era bueno por naturaleza. Apoyándose en su idea del “buen salvaje”, defendía que el ser humano, en su estado natural, es íntegro, desinteresado y pacífico, y que males como la codicia, la ansiedad y la violencia son producto de la sociedad. En definitiva, que es la circunstancia de cada uno, que decía Ortega, la que nos mueve por esa escala de matices o de valores.

Pero, ¿qué es ser bueno?

Para Aristóteles había cuatro virtudes cardinales que determinaban el buen carácter de una persona: prudencia, templanza, justicia y fortaleza o coraje. Hoy, nuestros filósofos y psicólogos, manejan otros conceptos: empatía afectiva o emocional, asertividad y resiliencia. Desde una perspectiva ética, una buena persona tiene que saber escuchar, ser capaz de comprender e implicarse en las experiencias emocionales de los demás (empatía afectiva o emocional), de mostrar sus deseos y consideraciones de manera amable y franca (asertividad), de sobreponerse y adaptarse positivamente a nuevas situaciones no deseadas (resiliencia), incluso, por qué no, de procrastinar, pero de una manera activa, de tomarse un tiempo para la reflexión, dejando para mañana lo que podría hacerse hoy. Respeto, en una palabra, a los demás y a uno mismo, siempre, en todo momento y en todo lugar; a lo que añadiría, mucha paciencia y sentido del humor.

Conformarnos con “no hacerle mal a nadie” es, efectivamente, insuficiente. Martin Luther King ya nos advirtió que “los problemas más graves que vive el mundo actual no son consecuencia de los actos de unos cuantos malvados, sino de la indolencia y la tolerancia de los que se consideran “buenos”. Para alcanzar un nivel óptimo, hay que poner más carne en el asador, de una manera consciente y proactiva.

A mí me encantaría poder retratarme como lo hacía Antonio Machado cuando declamaba: “Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”; pero ser bueno es muy difícil. Prendido de los matices, me esfuerzo cada día, trato de progresar en esa escala gradual sin convertirme en un panoli, en un julay, que, a fin de cuentas, viene a ser lo mismo. Duermo bien, y eso no puede ser malo para la salud. Además, como concluye Bernabé Tierno en su artículo, la bondad fomenta las células T y el sistema inmunológico en general, que falta nos hace.

Así que, mal que les pese a los zoquetes, seguiré opinando, con empatía y asertividad, y, si es menester, procrastinando.

Este mundo puede ser mucho mejor… y más sano. Está en nuestras manos.

Spam

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Podría ser ésta una de aquellas “palabras aladas” de las epopeyas griegas, tan real como las aves que cruzan los aires, aunque su vuelo sea propio de un ave de rapiña. Todos conocemos su significado, pero porqué utilizamos la palabra spam y no, por ejemplo, trashmail (correo basura). Pues la respuesta tiene una curiosa historia.

Tenemos que subirnos a la maquina del tiempo, para remontarnos hasta los años treinta del siglo pasado. Un caluroso 5 de julio de 1937, en el condado estadounidense de Mower County (Minnesota), Geo. A. Hormel & Company lanza al mercado una especie de fiambre enlatado, fabricado con paleta de cerdo y jamón, al que terminarían llamando Spam. Según la versión oficial de la compañía, el nombre es un acrónimo de spiced ham (jamón especiado).

Aunque no tuvo la acogida esperada, el señor Hormel estaba convencido de que la fortuna le sonreiría, más temprano que tarde. Puso en marcha una intensa campaña publicitaria y consiguió un contrato para abastecer de carne en conserva al Ejército y la Marina. El spam se convirtió en la ración K (ración de combate) para los soldados estadounidenses y las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. La ex primera ministra británica Margaret Thatcher se refirió al spam como un “manjar de tiempos de guerra” y el ex primer ministro soviético Nikita Khrushchev declaró en sus memorias, Khrushchev Remembers, que “sin spam no habríamos podido alimentar a nuestro ejército”.

Pero bueno. ¿Qué tiene que ver la carne enlatada con el correo basura?, ¿cómo llegó el spam de las latas del señor Hormel al correo electrónico?

Otro salto en el tiempo, nos lleva al ficticio Green Midget Café de Bromley, en el sudeste de Londres, desde el que la BBC emite, en diciembre de 1970, un sketch del Flying Circus de los Monty Python llamado Spam. Una pareja, sentada en una mesa del café, junto a otra en la que hay varios vikingos, pregunta: “Buenos días, ¿qué tienen?” “Buenos, días. Tenemos huevos y spam; huevos, bacon y spam; huevos, bacon, salchichas y spam; spam, bacon, salchichas y spam; spam, huevos, spam, spam, bacon y spam; spam, spam, spam, huevos y spam; spam, spam, spam, spam, spam, spam, judías, spam, spam, spam y spam. O langosta Thermidor aux Crevettes con salsa Mornay, paté de trufa, coñac, huevo y spam”, le responde la regente del café. La mujer replica: “¿Tienen algo que no tenga spam?”. “Bueno, spam, huevos, salchichas y spam, no lleva mucho spam”. ¡No quiero nada con spam! se llega a escuchar mientras los vikingos ahogan sus quejas cantando a coro “spam, spam, spam, spam. ¡rico spam! ¡maravilloso spam! spam, spaaaaaam, spaaaaaam, spam. ¡rico spam! ¡rico spam! spam, spam, spam, spam”. Hasta 132 veces mencionan la palabra spam para disgusto de la pareja.

Todo esto les vino a la cabeza a los 392 miembros de Arpanet, cuando en 1978 recibieron un correo de su compañero Gary Thuerk, de Digital Equipment Corporation (DEC), en el que intentaba venderles un ordenador profesional por medio millón de euros al cambio actual. Aquella comunicación generó muchas quejas al departamento de Defensa de Estados Unidos y fue considerada tan intrusiva como el spam de los Monty Python. A partir de entonces, los internautas, hartos de recibir mails publicitarios no deseados, recordaron a aquella pareja que no podía evitar de ninguna manera el spam en su plato y terminaron dando ese nombre al correo basura.

En la página web de la empresa charcutera estadounidense, hoy Hormel Foods Corporation, presumen de que “cada segundo se comen 12,8 latas de productos SPAM en 44 países diferentes alrededor del mundo”. Siendo muchas latas, son muchas menos que los 983.796,3 correos no deseados que se envían cada segundo. Pero del nombre del correo basura tienen más culpa los Monty Phyton que el señor Hormel.

Hay palabras, aladas o no, que esconden en su biografía curiosas historias que contar y ésta es sin duda una de ellas.

¡Viva Putin!

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Hoy ha venido a casa el huevero y me ha dicho que ha subido el precio de la docena. ¡Viva Putin!, me ha salido… sin pensar, y el huevero, que tiene más sentido común que muchos analistas, me ha respondido: Putin… y los otros… y los que están en la sombra.

¡No sabe nada el huevero! Pero no voy a enredarme en las causas de la invasión… del desastre de la guerra, sino en la anunciada consecuencia del conflicto bélico. En este sentido, me ha llamado la atención la conclusión a la que han llegado los analistas del BBVA, que ha hecho pública su presidente Carlos Torres Villa: la guerra trae consigo “un nuevo orden mundial”. Casi nada.

No hace tanto, en 2008, nos dijeron que la Gran Recesión iba a provocar la refundación del capitalismo y, menos aún, que íbamos a salir mejores de la Pandemia. ¡Hala! ¡Ponga una hipérbole en su vida! Tal parece ser el eslogan que guía a los analistas de nuestras crisis.

Evidentemente, todo deja su poso y la humanidad evoluciona, cambia constantemente, desde que es humanidad. Ya lo dijo Heráclito de Éfeso hace más de dos mil quinientos años: panta rei (todo fluye), dando a entender que nunca nos bañamos dos veces en el mismo río.

Esta sucesión de crisis hará de catalizador de determinados procesos, ya veremos si para mejor o para peor; pero de eso, a lo otro, hay un gran trecho.

La tendencia a la exageración no contribuye a la racionalización de los problemas, ni a la reflexión necesaria; altera nuestra percepción de la realidad, haciéndonos perder el sentido de la medida; simplifica y empobrece un debate público, en el que los argumentos pasan a ser menos importantes; y, finalmente, puede llevarnos a abandonarnos a las emociones.

Tampoco conviene que nos pongamos listones tan altos, porque detrás vienen la frustración, el desencanto y la desafección.

Ni se ha refundado el capitalismo, ni estamos saliendo mejores de la pandemia, ni habrá un nuevo orden mundial.

Sin embargo… si escarbamos un poco debajo de cada exageración, y nos preguntamos, como hacía Cicerón, qui prodest, (¿a quién beneficia?), ¿quién sale ganando de todo esto?, probablemente encontremos muchos huevos en la misma cesta.

¡Qué digo Putin! ¡Que viva el huevero!

A ver quién la tiene más grande

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Putin dice que la suya no tiene rival. Desde la lejanía, Biden acepta el reto. Macron se apunta y Johnson, escarmentado de fiestas, tampoco quiere desmerecer. Sospecho que a los “hunos” y a los otros les importa más la dimensión de sus intereses geopolíticos que la defensa de la democracia en Ucrania, su integridad territorial y el sufrimiento de su pueblo.

Sabíamos quién era Putin y cómo se las gastaba, pero ocultábamos las vergüenzas debajo de la mesa infinita; incluso, tras la invasión, seguimos comprando a Rusia gas y petróleo, exentos de las sanciones occidentales. Sabíamos también quién era Bush y que no encontraríamos las armas de destrucción masiva, y a pesar de todo le acompañamos en la invasión y posterior ocupación de Irak; una operación que causó 655.000 muertos según The Lancet, pero aquello quedaba más lejos. Dicen que les preocupa el futuro de la democracia en Ucrania, pero no tienen inconveniente en fortalecer relaciones con regímenes totalitarios como los de China o Arabia Saudí; incluso vamos a jugar el mundial de fútbol en Qatar. Otros, que el que de verdad les preocupa es el régimen de Cuba… y el de Maduro, sobre todo, pero tampoco es verdad. Lo dicen solo para chinchar y de paso tapar su escasez de argumentos en la batalla política. Esta mañana, leo que EEUU quiere comprar petróleo a Venezuela y está dispuesto a revisar su política de sanciones.

Todo lo que sabíamos y sospechábamos no fue suficiente y el 24 de febrero nos desayunamos con una nueva pesadilla bélica, ésta más siniestra, si cabe, porque se libra casi a las puertas de casa. Así hemos pasado de las mascarillas a los misiles sin solución de continuidad.

Y ahora qué hacemos. Unos, los menos, dicen que rezar; algunos, menos aún, que salir pitando hacia Ucrania para coger un fusil; otros, con su indolencia habitual, que nada se puede hacer. Algunos insisten en la diplomacia y el no a la guerra; otros en multiplicar las sanciones económicas y de todo tipo para aislar a Rusia, haciéndoselo pagar caro; y la mayoría de todos ellos, en enviar armas para que los ucranianos intenten repeler la agresión, sin que nadie tenga que implicarse directamente.

No sé. Yo no lo tengo claro. Tal vez, si algo se podía hacer, debería haberse hecho antes, sin tanto postureo. ¿Ahora? Al menos tomar conciencia de que la hipocresía y el cinismo también matan. Y en eso algo tenemos que decir.

Lo cierto y verdad, es que cada día que pasa es un día más de desolación y muerte para los ucranianos, víctimas de la agresión de Putin sí, pero también de la lucha geoestratégica de las superpotencias.

Mientras le damos una vuelta al asunto, podemos escuchar a Serrat en el vídeo que abre esta entrada, en el que canta estrofas como estas:

Se gastan más de lo que tienen en coleccionar
espías, listas negras y arsenales;
resulta bochornoso verles fanfarronear
a ver quién es el que la tiene más grande.
Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz,
juegan con cosas que no tienen repuesto
y la culpa es del otro si algo les sale mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Dignidad ucraniana

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La Marcha sobre el Pentágono del 21 de octubre de 1967 no fue la primera, ni la última, ni la más grande de las protestas contra la guerra de Vietnam en suelo estadounidense. Sin embargo, tuvo un objetivo peculiar: impedir el esfuerzo bélico por un día; y lo hizo con un gesto que ha quedado para siempre.

Esta mañana cuando he visto la información sobre la invasión rusa de Ucrania, me he acordado de aquella joven que, con una flor en sus manos, se enfrentó aquel día de otoño a los soldados.

En plena ofensiva rusa, desde la ciudad portuaria de Henychesk, en el sur de Ucrania, nos llega un video, que se ha hecho viral, en el que una mujer de unos cincuenta años se dirige a los soldados rusos que patrullan por sus calles, recriminando su presencia.

Indignada, le pregunta a uno de ellos quien es y qué hace ahí. “Tenemos ejercicios aquí. Por favor, vete”, le responde. La mujer, en lugar de obedecer, insiste: “¿Qué tipo de ejercicios? ¿Qué diablos estáis haciendo aquí? ¡Vosotros sois unos ocupantes, unos fascistas!”

Como única respuesta, solo escucha: “no agrave la situación”; pero la mujer no se da por vencida, mira a los ojos al soldado y le dice antes de irse: “Deberías poner semillas de girasol en tus bolsillos, para que crezcan flores en tierra ucraniana cuando mueras”.

Tuvieron que pasar treinta años para conocer la identidad de aquella muchacha que hizo frente, con una flor en sus manos, a las bayonetas caladas de los soldados. Se llama Jan Rose Kasmir y entonces tenía 17 años. La mujer que vemos en este video, merece también salir del anonimato.

Son solo gestos de dignidad con los que no se gana una guerra, pero que, como los sonidos del silencio, ayudan a tomar conciencia y a expresar el horror de quienes nos sentimos representados.

Viejos, viejóvenes y joviejos

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En su obra Moralia, el historiador Plutarco cuenta que, durante una función en el teatro de Dioniso de Atenas, un anciano buscaba un lugar donde sentarse y cómo unos embajadores espartanos fueron los únicos que se levantaron para cederle su asiento en primera fila, la reservada a los huéspedes oficiales del Estado ateniense, provocando el aplauso del auditorio. “Estos atenienses –comentó uno de los emisarios–, saben reconocer las buenas maneras, pero no cómo ponerlas en práctica”.

Además de que los atenienses eran muy suyos, podemos sacar como conclusión de la anécdota, que, de una y otra manera, tanto los espartanos, cediendo sus asientos, como los atenienses, aplaudiendo el gesto, tenían claro qué era un anciano.

Hipócrates, que ejerció durante el llamado siglo de Pericles y que hoy es considerado padre de la medicina, había hilado más fino aún, distinguiendo entre anciano y viejo. Dividió la vida humana en siete edades y en su escala vital, presbytês, que se traduce por “anciano” o “mayor”, era la sexta edad, aquella que se situaba entre los 56 y los 63 años, mientras que géron, viejo, sería la séptima y última, la de los que superaban los 63.

Dos mil quinientos años después, todo lo relacionado con la vejez es mucho más difuso. La RAE, que hace de notario del uso del lenguaje, prácticamente no diferencia viejo, ni sus variantes vejete y viejurgo, de anciano: persona de edad avanzada y de mucha edad. Son sinónimos de viejo: anciano, carcamal, vejestorio, vetusto, provecto, decrépito, caduco, obsoleto, estropeado, desgastado, deslucido y cascado; y anciano, que comparte varios con viejo, añade longevo, vejete, carroza, vejestorio y matusalén. Un totum revolutum con matices negativos que hemos adornado recurriendo a eufemismos como ciudadanos de la tercera edad y personas mayores, términos preferidos en toda la Unión Europea.

Nuevas formas de vivir y de reivindicarnos como personas han conseguido que la edad biológica se vaya separando de la cronológica, rompiendo con los estereotipos asociados a la vejez y duplicando la esperanza de vida que tenían aquellos ciudadanos de la antigua Grecia. Aunque todavía nadie ha llegado a los 969 años que vivió Matusalén, la longevidad aumenta desde 1840 a un ritmo de dos años y medio por cada década, seis horas al día, según James Vaupel, profesor en el Centro Interdisciplinario de Poblaciones de la Universidad del Sur de Dinamarca. Sin embargo, hemos convertido la vejez en un amasijo informe.

Ni siquiera hay consenso a la hora de situar el umbral de entrada en la senectud. Leo esta mañana en la prensa que la Junta de Gobierno Local aprobó ayer el nuevo expediente para la contratación de la gestión del ocio y tiempo libre para mayores de 55 años: “+55 es un programa municipal de promoción de la participación social de las personas mayores que fomenta el envejecimiento activo”. ¡55 años! Por otra parte, el Círculo de Empresarios propone retrasar la edad de jubilación hasta los 70, con un intervalo comprendido entre los 68 años como edad mínima y los 72 como máxima.

Tal vez la clave para entender esta situación nos la haya proporcionado la antropóloga Mary Catherine Bateson, recientemente fallecida, al considerar que el aumento de la longevidad no ha contribuido a extender la etapa de la vejez, sino que ha creado una nueva, que ha denominado “segunda edad adulta”.

El grupo británico Jethro Tull fue pionero en esto, mediada la década de los setenta del siglo pasado, cuando publicó su álbum conceptual titulado Too Old to Rock ‘n’ Roll, Too Young to Die! (Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir), cuya portada abre esta entrada, en el que cantaba las vicisitudes de un roquero que se veía envejecer.

En esta línea, las generaciones posteriores a la de los baby boomers ya han empezado a manejar categorías desconocidas hasta hace una década, hablando de viejóvenes, joviejos, incluso de adultescentes.

A unos días de hacer el tránsito de anciano a viejo, según la escala vital de Hipócrates, efectivamente me siento más añoso que un adulto, pero mucho menos que un viejo. ¿Demasiado joven para morir? ¿demasiado viejo para el rock and roll? ¿un viejoven? ¿un joviejo? Es una sensación que muchos podemos compartir y que otros probablemente lo harán cuando lleguen.

Desde luego, nadie se levanta para cederme su sitio. Tampoco lo aceptaría.