Por el camino de la felicidad

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La semana pasada leí que vivimos en un país feliz. Introduciendo en la coctelera diversas variables que se manejan a nivel internacional, el Eustat nos da una nota media de 7,6 sobre 10. ¡Un notable!. Es una calificación muy alta, sobre todo si tenemos en cuenta que la ONU, en su Informe Anual de la Felicidad publicado en marzo de este año, sitúa a Finlandia en el primer puesto del ranking mundial con una puntuación de 7,632.

Pero hete aquí que el país más feliz del mundo es uno de los que presenta tasas más altas de suicidios: 16,2 por cada 100.000 habitantes, según el último informe de la Organización Mundial de la Salud de 2017. Hoy he leído que 180 personas, 134 hombres y 46 mujeres, se suicidaron en Euskadi el año pasado, según datos recogidos también por el Eustat, lo que arroja un coeficiente de 8,3. No llegamos al nivel de Finlandia en esta evaluación pero es evidente que el empedrado del camino de la felicidad tiene también socavones muy grandes.

Extraña pareja la formada por el binomio felicidad-suicidio. La Universidad de Warwick, del Reino Unido, el Hamilton College de Nueva York y el Banco de la Reserva Federal de San Francisco, han elaborado un estudio titulado ‘Contrastes oscuros: la paradoja de las altas tasas de suicidio en lugares felices’, en el que llegan a la conclusión recogida en el título: que muchos países con niveles de felicidad relativamente altos tienen, también, elevadas tasas de suicidios, que, por lo demás, resulta evidente sólo con cotejar con curiosidad los informes de Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud.

Sorprende además, a mí por lo menos me deja perplejo, comprobar que países que están a la cola en ese ranking de felicidad tengan las tasas de suicidios más bajas como Níger (4,1), Somalia (5,4), Malawi (5,5), Liberia (6,3) o Sudán del Sur (6,4) y, sin embargo, los que están a la cabeza, los más felices, las más altas: Bélgica (20,5), Francia (16,9), Austria (16,4), Finlandia (16,2), Suecia (15,4) o Suiza (15,1), lo que sugiere, al menos, un par de preguntas: ¿se puede cifrar la felicidad?, ¿realmente son más felices las personas que viven en los cinco países que encabezan la clasificación: Finlandia (7,632), Noruega (7,594), Dinamarca (7,555), Islandia (7,495) y Suiza (7,487), o el nuestro, con ese 7,6, que los que habitan en los cinco últimos: Ruanda (3,408), Tanzania (3,303), Sudán del Sur (3,254), República Centroafricana (3,083) y Burundi (2,905)?

Sin pretender frivolizar en asunto tan grave, yo tengo mis dudas. Después de leer que vivimos en un país tan dichoso, me he acordado del aserto atribuido a Sigmund Freud, según el cual “existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota y la otra, serlo”.

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