Entre misándricas y misóginos

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¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?… Nunca sabremos si Mae West se sintió satisfecha o decepcionada después de aquel encuentro. ¿Era paquete?, ¿era una pistola? Lo que sí sabemos es que Mae era una mujer con una personalidad arrolladora; una mujer fuerte, empoderada se diría hoy, que tomaba sus propias decisiones y que hizo feminismo de su feminidad.

Veinteañeros en la década de 1920, eran conscientes de que el mundo tal y como lo conocían se estaba acabando, lo que significaba que otro iba a ocupar su lugar y que sería necesario entenderlo. En una época de eclosión feminista, los jóvenes de la llamada “generación perdida” creían en un futuro mejor, en la igualdad; eran de un optimismo desenfrenado, a diferencia de los veinteañeros de hoy, la “generación Z”, atravesados por un pesimismo existencial.

La última encuesta de 40dB para EL PAÍS y la SER, Radiografía intergeneracional de la desigualdad de género, publicada el Día Internacional de la Mujer, muestra la enorme distancia que separa a mujeres y hombres de 18 a 26 años, la generación Z, en torno a la igualdad. Ellos son, entre todas las generaciones, los más machistas, y ellas, las más feministas.

Probablemente hoy, la veinteañera Mae West pensaría que el muchacho de la pistola, o lo que fuera, era un repugnante machista de esos que van por la vida marcando paquete. El del bulto, quizás, que Mae era una feminista empoderada de esas con las que no se puede ir ni a la vuelta de la esquina.

Algo estamos haciendo muy mal. Sabemos que la polarización es el vicio de nuestro tiempo, pero tiene que haber una explicación a este desaguisado. Se ha escrito que en los locos años veinte de la “generación perdida” España progresaba “a marchas forzadas”, ¿no nos estará pasando algo similar?

Y la cosa no queda aquí. Una de las exponentes del feminismo actual, Pauline Harmange, que ha creado escuela, escribía en verano de 2020 un ensayo con el contundente título de “Hombres, los odio” (Editorial Paidós). Un éxito de ventas que pone sobre la mesa una propuesta polémica: ¿Toca tirar de misandria –aversión a los varones (RAE)– contra la misoginia –aversión a las mujeres (RAE)– del sistema patriarcal?

Ella misma se respondía a continuación: “La misandria es una forma de defenderse frente a esa misoginia permanente, una forma de protegerse de ella y de sus ataques diarios”. Desde el otro extremo, se ha llegado a acuñar el término ‘feminazi’ para señalar a feministas como ella, a quienes se acusa de odiar a los hombres.

Si los jóvenes son el futuro, hoy volvemos a ver fantasmas en el horizonte.

Veleta

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Mujer y fútbol

Veleta, en el centro de la alineación del Vélez Club de Fútbol

Esta es la pequeña historia de una mujer que se hizo grande sin pretenderlo. Solo porque osó echarle el coraje necesario para colarse en un mundo de hombres.

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Arte de sobra

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Alineación del equipo que pugna por ganar el Mundial de la Historia del Arte.

En pie, de izquierda a derecha: Diego Velázquez (cap.), Miguel de Cervantes, Joan Miró, García Lorca, Paco de Lucía y Francisco de Goya; agachados: Luis Buñuel, Pablo Picasso, Salvador Dalí, El Greco y Antonio Gaudí.

Quizá sea más polémica que las de Luis Enrique, pero es un comienzo. El seleccionador y autor es Gradimir Smudja, pintor y dibujante serbio.

Yo habría introducido a Eduardo Chillida como portero.

Rimas de la España rota

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Ocurrió hace muchos años, aunque en circunstancias políticas que algún parecido guardan con las actuales. Presidía el Gobierno de España Joaquín Chapaprieta, un antiguo liberal que había pasado, tras la caída de la Monarquía, a la Derecha Liberal Republicana y que había sucedido a Alejandro Lerroux en septiembre de 1935, cuando estallaron varios escándalos de corrupción. Sin mayoría en la que sostenerse, dependiendo de los votos de la CEDA, con los líderes socialistas y nacionalistas catalanes en la cárcel condenados por la revolución de octubre de 1934, su Gobierno estaba destinado a desaparecer sin pena ni gloria.

Santos Juliá nos recuerda que en aquel contexto se multiplicaron los mítines de precampaña. En el frontón Urumea de Donosti, el 10 de noviembre de 1935, José Calvo Sotelo, ante la crecida exigencia del nacionalismo vasco de dotar a Euskadi de su estatuto de autonomía, ya plebiscitado pero todavía no aprobado por las Cortes, pronunció una de esas frases para la historia: “No he dado la mano a ningún diputado nacionalista porque veo en ellos la tendencia a la desmembración de España, y, entre una España rota por el separatismo y una España roja, me quedo con esta última porque el solar quedará intacto”.

El 5 de diciembre, Calvo Sotelo volvió a repetirla en el Congreso de los Diputados. A mí, afirmó, “nada de eso me importa si en definitiva había de subsistir la Patria, mientras que en una España rota, la Patria quedaría para siempre muerta”. Luego las tropas franquistas le dieron la vuelta al aforismo enarbolando la enseña “Antes rota que roja”. Y vaya si la rompieron. Tantos años después, la España rota se ha convertido en España se rompe.

La derecha española, salvo minoritarias excepciones, apoyó la dictadura de Franco, como antes sostuvo la de Primo de Rivera y, entre medias, combatió a la II República, conviene recordarlo. Después de cuarenta años de dictadura, tras la implosión de UCD, siguiendo a Fraga y a los “siete magníficos” ministros de Franco, se agrupó en torno a Alianza Popular. Pero Fraga tenía un techo, y para llegar al poder había que cambiar de marca, de líder y de planteamiento.

Así, Don Manuel alumbra las siglas PP del Partido Popular para refundar Alianza Popular y designa a su nuevo líder, José María Aznar, para alcanzar el poder en 1996, con su España se rompe, convertido en un clásico, en un mantra para la derecha española. Hasta que llegó José Montilla, president de la Generalitat, para espetarle a Aznar que el PP prefería una España rota que gobernada por los socialistas. Otra vez la España rota antes que roja.

En el caldo de cultivo del España se rompe, creado por los populares, surgió Vox para rentabilizar la hipérbole en clave abiertamente uniformizadora, recentralizadora, involucionista e incapaz de integrar en su visión del Estado el país real. Federico Jiménez Losantos lo saludó como un paso más en esa carrera: “España, ni rota, ni roja”.

Y por si a alguien le quedara alguna duda sobre la amenaza de rotura de España, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, especialista en sacar de quicio lo indesquiciable, ha afirmado recientemente que “el peligro real e inminente es que España deje de existir”. O sea, que no quedarían ni los pedazos.

Aunque España lleva rompiéndose desde la noche de los tiempos, si Calvo Sotelo pudiera verla hoy, tanto tiempo después, probablemente se sorprendería. Sin embargo, sus herederos persisten en la estrategia, aún más vieja, del miedo, cargando de plomo sus alas.

Desde el Mirador de los Poetas, en la sierra de Guadarrama, tan cerca y tan lejos del Madrid estridente que se pierde entre tanto ruido, no se ven grietas, ni cicatrices, porque es un lugar donde las rimas asonantes de la España rota se las lleva el viento.

Kintsugi

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Las rupturas son dolorosas; del tipo que sean: amorosas, sociales o políticas.

“Cuando una cuerda se rompe se puede volver a unir, pero siempre quedará un nudo”, se suele decir. A algunos nos parece más importante la tensión de la cuerda que el nudo, pero hay quien no puede dejar de fijar su atención en el punto en el que se quebró.

Leyendo Fractura, la novela de Andrés Neuman, he encontrado una metáfora que puede ayudarnos a ver las rupturas desde otro punto de vista. “Todas las cosas rotas (…) tienen algo en común. Una grieta las une a su pasado”, dice el narrador.

A continuación, Neuman explica la técnica japonesa del kintsugi: “Cuando una cerámica se rompe, los artesanos insertan polvo de oro en cada grieta, subrayando la parte por donde se quebró. Las fracturas y su reparación quedan expuestas en vez de ocultas, y pasan a ocupar un lugar central en la historia del objeto. Poner de manifiesto esa memoria lo ennoblece. Aquello que ha sufrido daños y sobrevivido puede considerarse entonces más valioso, más bello”.

El kintsugi es la metáfora que nos permite hablar del trauma que supone la quiebra, en este caso de un objeto, pero que también puede predicarse de un sujeto o de una sociedad; de las posibilidades de su reparación; y de la cicatriz, como cura y memoria indeleble de la misma fractura que la provoca. En definitiva, de la belleza que reside en la restauración.

No apreciamos la belleza en la cicatriz, la escondemos como estigma en vez de celebrarla como testimonio de una herida curada, nos dice Edurne Portela. Desechamos lo roto o lo imperfecto y no nos damos cuenta de que, tal vez, en el proceso de reparación es donde podemos encontrar la forma de mejorarnos.

En esa cerámica atravesada por el oro que sutura, podemos descubrir una nueva armonía que hace a la composición más valiosa, diferente e irrepetible.

Haz algo, Isaías

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Netanyahu entre tinieblas

Teme al hombre de un solo libro (hominem unius libri timeo), recomendó Santo Tomás de Aquino un día de los muchos que se levantó inspirado.

Por eso, entre otras cosas, debemos temer a Netanyahu, porque es uno de esos hombres de un solo libro. Con la arrogancia que le caracteriza, ha planteado la guerra de Israel contra Hamas como una forma de hacer realidad la profecía de Isaías: “Nosotros somos el pueblo de la luz y ellos son el pueblo de la oscuridad, y la luz triunfará sobre las tinieblas”. Y se ha quedado tan pancho.

Evidentemente, el primer ministro de Israel asocia el pueblo de la luz con el pueblo judío y el de la oscuridad con el pueblo palestino.

Al parecer, la línea política de Netanyahu la marca un señor del siglo VIII antes de Cristo, que, por cierto, también es profeta para el Islam.

Pero es más temible, si cabe, porque de ese único libro selecciona solo la parte que le interesa. Porque Isaías también dijo (5.20): “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!”.

La humanidad se debate entre tinieblas con Netanyahu al frente, y para que Íñigo Domínguez no sea una voz que clama en el desierto, como también dijo el profeta (Isaías 40:3), yo me sumo a su ruego cuando implora: “profeta Isaías, allá donde estés, haz algo, a ver si a ti te hacen caso”.

«El pueblo judío es un pueblo asqueroso»

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Que nadie se lance patas arriba, presto a condenarme a los infiernos. La frase está entrecomillada y su autor fue Zeev Jabotinsky (1880-1940), el líder del llamado “sionismo revisionista”. A mí nunca se me hubiera ocurrido decirlo. La sentencia terminaba así: “…, sus vecinos lo odian, y tienen razón”*. Lo realmente curioso, es que no son palabras de un antisemita sino de un sionista, es decir de un partidario del movimiento político judío que pretendía en sus orígenes la formación del Estado de Israel y, después de la proclamación de éste en 1948, de su apoyo y defensa.

En cierto sentido, toda cita constituye una mutilación del contexto del que se ha extraído, pero, por descontado, la frase recogida no deforma la opinión del autor. En todo caso, se trata de una expresión que no se contradice con su fe en una nueva forma de vivir la judeidad.

Al decir de Iñaki Iriarte, autor de un trabajo muy interesante sobre el asunto, se trataría de un sionismo que, supuestamente, habría partido de una interiorización del antisemitismo europeo, un rechazo a los judíos de carne y hueso que aspiraría a una nueva judeidad basada en la pureza y la exclusión.

El tono coincidente de algunos sionistas y antisemitas en sus caracterizaciones sobre el ser de los judíos constituye mucho más que una suerte de anecdótico “síndrome de Estocolmo”. Sionistas anteriores, coetáneos y posteriores expresaron opiniones sobre el estado moral de los judíos, por lo que la definición de Jabotinsky no es una excepción casual.

Theodor Herzl (1860-1904), exponente de mayor importancia entre los padres del sionismo, deja caer a menudo que los judíos carecen de honor y que, por ello, tienden a ser vanidosos. Los sufrimientos, añade, “nos hicieron odiosos y cambiaron nuestro carácter, que en otros tiempos había sido orgulloso y noble”. “De nuevo, la gente dirá que estoy proporcionando munición a los antisemitas. ¿Por qué? ¿Solo porque estoy admitiendo la verdad?”. Herzl trataba de conseguir que las autoridades turcas permitieran la inmigración de judíos europeos a Palestina como paso previo a la creación de un Estado judío en la zona, Estado que funcionaría como “un puesto avanzado de la civilización contra la barbarie”.

Otros como Moses Hess (1812-1875), Leo Pinsker (1821-1891) o Max Nordau (1849-1923) ofrecen significativas muestras de una retórica autocrítica. Para este último, los judíos habían caído en una terrible miseria moral, muy relacionada con su concepto de “degeneración”: “… la miseria [de los judíos] es moral. Toma la forma de daño perpetuo a la autoestima y al honor”. En su opinión, los años de marginación habían generalizado un “psicología del gueto”, que se manifestaba en la abundancia de personajes débiles y mezquinos.

Bernard Lazare (1865-1903), colaborador de Herzl durante un tiempo, en la carta en donde le comunicaba su abandono de la Organización Sionista Mundial, sentenciaba: “Nuestro pueblo está en el fango más abyecto”. La causa del antisemitismo, según Lazare, estaba en gran medida en el carácter asocial de los judíos.

Aaron David Gordon (1856-1922), ideólogo del sionismo, reprochaba amargamente la manera en que los dos mil años de exilio habían modelado el carácter de los judíos. “Somos un pueblo parasitario. No tenemos raíces en la tierra; no hay tierra bajo nuestros pies. Y somos parásitos no sólo en el sentido económico, sino también en el espíritu, en el pensamiento, en la poesía, en la literatura, y en nuestras virtudes, nuestros ideales, nuestras aspiraciones humanas más elevadas”.

Micha Joseph Berdyczewski (1865-1921), quien en 1902 cambió su apellido por el de Bin-Gurion, es otro de los autores que se refirió con llamativa dureza al estado moral de los judíos. Así, para Bin-Gurion, el liderazgo de los rabinos y la huida de la realidad, disfrazada de espiritualismo, habían convertido a los judíos en un “no-pueblo, una no-nación, unos no-hombres”.

Similar era la postura de Jacob Klatzkin (1882-1948), para quien los judíos eran un pueblo “con una exagerada cantidad de intelectualismo mundano, viviendo una existencia falsa y pervertida por medio de sustitutos de la realidad”. También la de Nachman Syrkin (1868-1924), teórico del sionismo laborista, quien afirmaba que la emigración judía a Palestina permitiría a los europeos librarse de una fuente de problemas.

A juicio de Moses Hirschel (1754-1818), el fanatismo, la intolerancia y el odio de los judíos hacia los gentiles eran la verdadera razón de su miseria. Por su parte, Lob Baruch (1786-1837), que cambia su nombre por el de Ludwig Borne, ofrece otro ejemplo de cómo un liberal filosemita podía, no obstante, expresar en ocasiones opiniones similares a las de los antisemitas, describiendo a los habitantes de los guetos y los asentamientos como vagos y poco escrupulosos con su higiene. La propia suciedad y oscuridad del gueto constituiría a su modo de ver un “símbolo de la cultura espiritual de los judíos”; y Henrich Heine (1797-1856), en una carta a su íntimo amigo Moisés Moser, lo remata escribiendo: “los judíos son aquí asquerosa ralea”.

A lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX algunos de los herederos culturales de esos judíos continuarán con esta actitud de desprecio ilustrado hacia las masas judías, en muchos testimonios que hoy suelen ser considerados una muestra de “auto-odio”.

De este modo, los autores citados, sionistas reconocidos, incorporaron sus críticas acerca del estado de postración y la decadencia moral y material en que había caído el pueblo objeto de sus desvelos, coincidiendo en sus planteamientos con los antisemitas.

El historiador Henrich von Treitschke (1834-1896) llegó a tener clara cuál era la solución: “Solo hay una forma de satisfacer nuestros deseos: la emigración, la creación de un Estado judío”. Pero los antisemitas que apoyaron el proyecto sionista de enviar a los judíos a Palestina lo hicieron con un interés estrictamente táctico y una motivación radicalmente distinta. Lo que querían era librarse de la presencia de judíos; mientras los sionistas buscaban crear un Estado judío que sirviera, precisamente, de refugio ante las violentas explosiones de antisemitismo.

En definitiva, Herzl y otros sionistas podían, ciertamente, “entender el antisemitismo”, convencidos, como estaban, de que la falta de un país y un Estado propio y los siglos encerrados en los guetos habían hecho mella en el carácter de los judíos.

Cabe preguntarse si, conseguida la creación del Estado judío, estos miembros de la Haskalah, la Ilustración judía, hubieran cambiado las opiniones expresadas anteriormente sobre su pueblo. ¿Pensarían, acaso, que el Estado judío funciona como “un puesto avanzado de la civilización contra la barbarie?”.

*La frase proviene de la autobiografía de Jabotinsky, Historia de mi vida.

La canción favorita de Paul McCartney

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Era 6 de julio de 1957, un sábado caluroso y húmedo. En Woolton, un suburbio del sur de Liverpool, se celebraba la fiesta parroquial anual en la iglesia de St. Peter. Cuando Paul llegó, sobre el escenario, John cantaba Come go with me, al frente de los Quarrymen. ¡Es genial!, pensó, impresionado por su magnetismo y su liderazgo. A pesar de sus rudimentarias habilidades con la guitarra y su tendencia a improvisar cuando olvidaba la letra, era capaz de mantener al público expectante con su encanto. Después del concierto, fue Paul quien impresionó a John. Ivan Vaughan, amigo de John y compañero de clase de Paul en el Liverpool Institute, hizo las presentaciones. Paul cogió la guitarra que llevaba a la espalda y cantó algunos temas de Eddie Cochran, Gene Vincent y Little Richard. John quedó impactado por el talento natural de Paul para interpretar aquellas canciones. Unas semanas después, Paul era invitado a formar parte del grupo. Allí empezó todo. John Lennon, tenía 16 años, y Paul McCartney, 15.

Pronto descubrieron que dos personalidades tan distintas como las suyas podían ser complementarias. Empezaron a componer y producían canciones como churros. Las anotaban en un cuaderno de Paul, todas con una rimbombante rúbrica que rezaba “otro original de John Lennon y Paul McCartney”. Como sostiene Mark Herstgaard, autor del libro ‘A day in the life’, lo primero que les diferenció de las tendencias de la época fue su voluntad de conformar, desde el principio, una sociedad de autores. Cada vez que encaraban la creación de un nuevo tema, uno de ellos hacía la propuesta principal sobre la que empezar a trabajar, pero al final todas las canciones llevaban la firma Lennon-McCartney. “Desde los primeros días que pasaron juntos, John y Paul fueron rivales, además de amigos; competidores, además de socios; críticos, además de compañeros del alma”, sostiene Herstgaard.

Efectivamente, como ha dicho McCartney, “nos complementábamos el uno al otro, éramos un poco yin y yang. Cada uno puso de su parte y salió algo extraordinario”. Pero las diferencias de carácter y temperamento estaban ahí. En una entrevista para la revista Playboy en 1980, Lennon declaró: “Uno podría decir que él [McCartney] proveía luminosidad y optimismo, mientras que yo siempre iba a la tristeza, la discordia o a un costado más bien depresivo. Durante un tiempo, pensaba que no escribía melodías, que Paul lo hacía y que yo sólo escribía rock n’ roll directo y a gritos”. Al Paul positivo y realista a menudo se le oponía, a veces de forma feroz, el John sarcástico e idealista.

Canción a canción, éxito tras éxito, la competencia fue haciéndose más patente. Dan Richter, que fue asistente personal de John Lennon y Yoko Ono, ha abundado en detalles sobre esa rivalidad que fue surgiendo entre los dos músicos, en una nueva entrevista para The Telegraph. Según Richter, Lennon recelaba del talento compositivo de McCartney: “Le molestaba que Paul pudiera escribir esas dulces melodías como Yesterday y Hey Jude. Él no podía hacer eso. Era demasiado duro, o demasiado inteligente”.

Como todo el mundo sabe, las tensiones fueron en aumento y, al final, hicieron que todo saltara por los aires. Pero, después de la tempestad siempre viene la calma y a la hora de hacer balance de aquella vorágine creativa, nunca se pueden descartar las sorpresas. De todas las canciones que brotaron de aquella sociedad, Paul se queda con una.

En una larguísima conversación de Rick Rubin con Paul McCartney, que se ha convertido en un documental titulado McCartney 3,2,1, el mítico productor le pregunta:

– ¿Cuál es la canción favorita de Paul McCartney de su etapa en la banda de Liverpool?

Sin despeinarse, le responde:

-Cuando me lo preguntan, estoy tentado de decir que es Yesterday, porque la escribí de una manera muy mágica, pero la que más me gusta es Here, There and Everywhere.

Si la respuesta es sorprendente, más aún el motivo de la elección, que tiene bastante que ver con la intrahistoria de aquella relación tan intensa que hemos comentado.

Paul cuenta a Rubin que se había reunido con el resto de la banda para enseñarles la canción que acababa de componer, y que John no llegaba. “No estaba siempre listo, digámoslo así”, dice McCartney con una sonrisa nostálgica. Cuando por fin apareció y escuchó Here, There and Everywhere… “recuerdo que me dijo: oh, esta sí que me gusta… ¿Sabes qué? Eso era suficiente. Viniendo de John, eso era una gran alabanza”.

Que después de tanto tiempo, esas escuetas y discretas palabras de Lennon hayan podido calar tanto en McCartney como para elevar de esa manera el significado y la importancia de una de sus canciones, da cuenta del verdadero vínculo que unía a ambos. Una alianza imperfecta, claro, pero que es posiblemente la más fructífera de la historia del rock.

Recientemente, hemos podido comprobar que la sombra de John Lennon es alargada. Paul ha revelado a BBC2 que todavía piensa en él cuando tiene problemas con alguna canción: “Estoy escribiendo algo y digo: ‘Oh Dios, esto es terriblemente horrible’. Y pienso: ‘¿Qué diría John?’”. El diría: “Sí, tienes razón. Es espantoso. Tienes que cambiarlo”.

Como prólogo al lanzamiento de la reedición del disco de The Beatles ‘Revolver’, se ha publicado el video animado que abre esta entrada, para ilustrar la canción Here, There and Everywhere. Ha sido producido por la compañía Trunk Animation y dirigido por Rok Predin.

Vida perra

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¡Perra vida! o ¡qué vida más perra!, son exclamaciones que todavía se utilizan como sinónimo de una mala vida, llena de incomodidades y dificultades, o como lamento de la propia existencia, por parte de personas que sufren mucho. Pero son expresiones que han quedado obsoletas, porque los perros ya no viven tan mal.

Los centros comerciales habilitan secciones dedicadas en exclusiva a su alimentación y a la venta de todo tipo de accesorios y complementos para su salud y belleza. Hay hasta tiendas de repostería artesanal especializadas en dulces para perros; también clínicas caninas y peluquerías; parques exclusivos, tiendas, restaurantes, hoteles y medios de transporte ‘dog friendly’. He visto en San Fermines que les han hecho trajes para que también participen de la fiesta, y siempre les puedes comprar ropa en Lucas & Lola donde, además de sus modelos exclusivos, encontrarás las mejores marcas del mercado canino… Si las cosas no cambian, pronto habrá más establecimientos de este tipo que escuelas.

Con el titular “Más perros que niños en Gipuzkoa”, El Diario Vasco informa el 10 de julio, que “a día de hoy, en Gipuzkoa, se contabilizan 105.677 canes censados –según la estadística del REGIA, el Registro General de Identificación de Animales de la Comunidad Autónoma del País Vasco– frente a los 97.691 menores de 14 años, según datos del INE de 2022”. Y añade, “los datos no son al cien por cien completos puesto que no todos los dueños registran a su perro con microchip –como es obligatorio­–“.

¿Somos unos aventajados en esto de cambiar perros por niños? ¿es exclusivo este sorpasso? Pues no. Según el último censo de animales de ANFAAC y Veterindustria, a nivel de Estado, los datos confirman que se trata de algo más general. En España hay 9.313.098 perros registrados y, según el Instituto Nacional de Estadística, 6.672.087 niños menores de 14 años. En realidad, la diferencia es mayor porque no todos los perros están registrados y porque a este dato habría que añadir los 168.000 sin hogar, que constan en el último estudio de la Fundación Affinity ‘Él nunca lo haría 2022’. El abandono afecta al 2,6% de los perros en España. Sin embargo, el de niños que proporciona el INE es inamovible. Así que, efectivamente, la vuelta de la tortilla es compartida, y no tenemos en cuenta en esta entrada a los 5.858.649 gatos, incluidos en el censo citado.

Siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre. Hoy lo es también de la mujer. Y, en ambos casos, la relación va mucho más allá de la amistad. El perro como animal de compañía, ha devenido en compañero de piso, pareja de hecho, miembro de la familia y hasta el hijo que no se puede o quiere tener. También se adoptan y, en caso de divorcio de los dueños, el Código Civil contempla la custodia compartida, con la obligación de pagar una manutención para sus gastos.

Como confirman la consultora GFK y AEDPAC, cada vez más, nuestros jóvenes recurren a perros y gatos para completar su existencia, lo que ha hecho que en la revista Forbes se pregunten por qué los Millennials están “sustituyendo las mascotas por los bebés” (¡por Dios! qué nombre más horrible para unos animales).

Si existiera alguna teoría creíble sobre la gran sustitución, ésta sería sin duda la de los niños por los perros. ¿Por qué? Hay quien habla de “declive civilizatorio”, otros de “egoísmo”. Así, el filósofo Santiago Alba Rico, reconociendo esta tendencia a tener menos hijos, que se está produciendo en casi todo Occidente, y que parece correlativa a tener más perros (y gatos), suele comentar en sus ensayos, medio en broma medio en serio, que “uno de los síntomas de declive civilizatorio es que suele venir acompañado de una mayor preocupación por el bienestar animal. Sucedió en el Imperio Romano y parece que se está produciendo en la actualidad”.

Por su parte, el papa Francisco ha llamado “egoístas” a las parejas que no quieren tener hijos, pero que tienen perros o gatos en su lugar: “Hoy vemos una forma de egoísmo. Vemos que algunos no quieren tener hijos. A veces uno, y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugar”, mostrando así su preocupación por lo que ha denominado “invierno demográfico”, la “dramática caída de la natalidad”.

El fin de la vida perra, es consecuencia de esa mayor preocupación por el bienestar animal que, en parte, está relacionada con la preferencia de muchos de nuestros jóvenes por tener un perro o un gato, en lugar de traer un hijo a este mundo. Si esto nos sume en un declive civilizatorio, si tiene o no razón el papa Francisco, lo dejo al criterio del lector. Lo que sí tengo claro, es que habremos de tener en consideración esta circunstancia, cuando analicemos las causas del descenso demográfico, uno de los grandes problemas de la humanidad.

Generales 23-J con circunscripción única

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Este es un ejercicio interesante a tener en cuenta por aquellos españoles que son poco amigos de la diversidad, de las autonomías, de la descentralización, y prefieren volver a la España «una, grande y libre».

Así quedaría el Congreso de los Diputados si los escaños se asignaran en una circunscripción única de nivel estatal.