Hasta hace unos meses, la protección de datos había tenido una presencia constante, hasta agobiante, en nuestras vidas. Ahora, la protección de nuestra salud, amenazada por el coronavirus, puede estar dando un giro importante a nuestra privacidad.
Cuando buscamos desesperadamente la manera de librarnos, lo más rápidamente posible, del coronavirus… lo más sensato, al menos lo más lógico, es buscar referencias: cómo lo han hecho otros países que nos llevan la delantera. Uno de ellos, que nos ofrece, además, un modelo eficaz para conseguirlo, es Corea del Sur.
A mediados de marzo, hace ya un mes, mi hijo me envió un post escrito por Bruno Arribas, un joven comercial digital que vive en el país asiático, en el que nos daba las claves sobre cómo Corea del Sur estaba ganando la batalla al coronavirus. Además del uso generalizado de desinfectantes y mascarillas, de testear mucho (20.000 test diarios), buscando portadores ocultos que no mostraran síntomas, y de poseer un sistema sanitario robusto, que dispone de 12,27 camas hospitalarias por cada 1.000 habitantes (en Euskadi tenemos 3,29 y en España 2,97), Bruno destacaba como muy importante el recurso a la tecnología para evitar contagios.
El gobierno pone a disposición de los ciudadanos –decía–, una página web que ofrece información detallada sobre la localización y estado de todos los casos confirmados y los lugares que han visitado en los últimos días. Si se ha coincidido con un infectado, deben ponerse inmediatamente en cuarentena y reportar la información al gobierno. Este, además, a través de la Corona-app, envía notificaciones constantes a los móviles cuando se detecta un caso cercano, invitando a visitar la web, para obtener más información y poder saber si se ha estado en contacto con la persona infectada. Además, difunde por el mismo medio recomendaciones de salud o cualquier información relevante, para evitar que llegue al ciudadano contaminada.
Mientras en Corea del Sur han acabado con el virus a golpe de clic, de aplicaciones informáticas y de geolocalización, y de hacer pruebas masivamente a la población; mientras en Corea del Sur no se ha decretado la prohibición de salir de casa, ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes, nosotros estamos siendo más analógicos, y más respetuosos con nuestra privacidad: nos hemos quedado en casa y hemos jugado al escondite con él. Pero cuando empezamos a pensar en el fin del confinamiento, aparece Corea del Sur en el horizonte y la vigilancia digital.
Hemos conocido que Google y Apple trabajan de forma conjunta para poner a disposición de los gobiernos una plataforma que permita a cada país mantener una aplicación de control de infectados. Para evitar lo que ocurrió en Singapur donde solo un 20% de la población accedió a bajársela voluntariamente, esta iniciativa prevé que, al actualizar el sistema operativo de nuestros teléfonos, la app se instale de forma automática. El funcionamiento parece que sería el siguiente: No usaría geolocalización, como sucede con otras. Sería el Bluetooth el que permitiría que nuestro móvil se fuera conectando con todos los que se cruzaran con nosotros de cara a enviar un código aleatorio. Tendríamos una lista de códigos enviados y de códigos recibidos y nuestro teléfono se iría conectando a un servidor periódicamente para descubrir si alguno de los códigos recibidos corresponde a un infectado. En ese caso recibiríamos un aviso para entrar en cuarentena controlada.
Aunque es seguro que tenemos mucho que aprender de las civilizaciones orientales y es evidente que vivimos en un tiempo de transición analógico-digital, en el que la tecnología se asienta cada vez en más áreas de nuestra vida, son muchos los que consideran impensable que se pueda seguir en ningún país democrático el ejemplo de los surcoreanos, tan parecido al régimen policial digital chino, sobre todo en lo referente a las apps relacionadas con el control social, con esas aplicaciones móviles de rastreo de personas que, en este caso, han estado en contacto con positivos, porque estas cosas sabemos cómo empiezan –dicen–, pero no cómo acaban. Podríamos salir del confinamiento, pero mantendríamos la libertad confinada. Algunos, incluso, temen que al final de este camino nos esté esperando el Gran Hermano.
En fin, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, que piensa desde Berlín, en La emergencia viral y el mundo de mañana, nos advierte: “Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal”.
Salud o datos. ¿Es compatible su protección? No es una decisión fácil. El debate está servido.