Quién era la chica de ayer

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Estos días nos hemos asomado a la ventana de Antonio Vega para volver a ver a la chica de ayer, porque ha hecho diez años que dejó este valle de lágrimas.

Aunque la canción forma parte de la banda sonora de una época, al cabo de cuatro largas décadas todavía sigue oyéndose. Sus acordes comenzaron a brotar en la playa de la Malvarrosa una tarde de verano de 1977, cuando Antonio Vega estaba haciendo la mili en Valencia. Era su primera canción y ni en sueños hubiera podido imaginar que el paso de los años la convertiría en un himno generacional. Pero… quién era aquella joven de cabellos dorados que jugaba con las flores de su jardín. Quién era la chica de ayer.

Las calles mojadas le habían visto crecer, pero no había más pistas y Antonio falleció sin desvelar su secreto. Así parecía que se iba a quedar para siempre, pero en 2014 se estrenó Tu voz entre otras mil, un documental en el que la periodista Paloma Concejero brindaba un impactante retrato del artista madrileño. Al ver a aquella chica rubia que aparecía en las imágenes, Jaime Conde, primer batería de Nacha Pop, recordó que Antonio la conoció en una fiesta, que solía acudir a los ensayos de la banda, que los componentes del grupo siempre intuyeron que era ella quien le había inspirado para componer Chica de ayer y, sobre todo, las miradas que se cruzaban cada vez que la tocaban.

La periodista quería localizar a la chica de los cabellos dorados, pero nadie recordaba su nombre, sólo que era rubia y misteriosa. Cuando estaba a punto de desistir, sonó el teléfono. Una prima suya la había reconocido al ver el documental. Era una mujer de Bilbao, una diseñadora de moda que vivía en Madrid.

Quedamos en vernos más adelante –dice Paloma Concejero–, para hablar tranquilamente, pero no llegó a la cita porque falleció de un infarto. Tenía cincuenta y cuatro años y se llamaba Maite Echanojauregui.

Cuando se conocieron, Antonio Vega tenía veinte y ella diecisiete. Fue un romance breve pero intenso. Él nunca le quiso decir que le escribió una canción y ella lo sabía pero calló.

Por qué él nunca quiso desvelar la identidad de quien le inspiró aquella tarde en la Malvarrosa. Por qué ella puso tanto celo en ocultarlo.

Demasiado tarde para comprender.

A Case of You

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Diana Krall descubrió la música en las veladas al piano que organizaba su abuelo todas las noches; un minero sin dinero, pero que compartía su vida sentado al piano. En sus sueños, regresa a su infancia, cuando miraba al mar desde la isla de Vancouver, escuchando las armonías de su abuelo. Krall, como la llaman sus amigos, creció amando el piano, impecable, como su Steinway de cola, negro lacado, hasta convertirse en una de las mejores intérpretes del jazz contemporáneo. Improvisando en el teclado se siente segura. Puede que comience un puente sin saber a dónde le va a llevar, pero siempre consigue llegar a la otra orilla con elegancia, demostrando hasta qué punto con una canción se puede alcanzar la plenitud, emoción y complicidad con el público.

Krall es una habitual del Jazzaldi donostiarra y en su último concierto, con esa quietud que le permite expresar de la forma más poderosa y enérgica los sentimientos más intensos, interpretó una versión delicada y conmovedora de A Case of You, legendaria canción en la que su paisana Joni Mitchell contaba: “Recuerdo aquella vez que me dijo, que dijiste/“el amor es tocar las almas”./Seguramente tocaste la mía/porque parte de ti sale de mi/en estas líneas, de vez en cuando.” Terminó con una dedicatoria: “Esta es mi carta de amor a San Sebastián.” En los bises, tras una primera retirada, con el público entregado en la Trini, volvió al escenario y mientras escuchaba a Anthony Wilson acariciar su guitarra acústica, apenas se pudo contener: “son lágrimas de emoción pero también de felicidad”, dijo. Finalizado el concierto añadió: “pocas veces me he sentido tan emocionada y tan trascendida.”

Suzanne: Leonard y Suzanne

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Esa mirada de Suzanne no necesita ni letra, ni música. El 27 de diciembre de 1967, sólo unos meses después de su accidentada participación en el concierto del Town Hall de Manhattan, en el que por primera vez cantó ante el público y Suzanne recibió su atronador aplauso, Leonard Cohen publicaba su primer disco. No pasó mucho tiempo sin que sus fans se preguntaran quién era aquella Suzanne que llevaba a Leonard a su refugio, “cerca del río”, donde “puedes escuchar los barcos pasar”.

No podía ser la mujer que ocupaba su corazón, Suzanne Elrod, la fotógrafa que sería madre de sus hijos Adam y Lorca, porque su noviazgo comenzó en 1969. ¿Quién entonces?. La Suzanne que quedaría para siempre inmortalizada con aquella canción, era Suzanne Verdal, una joven bailarina de Montreal. Se conocieron a principios de 1960 en Le Vieux Moulin, un club en el que bailaba con su novio Armand Vaillancourt, escultor y buen amigo del cantautor. Después de su traumática separación, Leonard le visitaba regularmente en su refugio junto al río San Lorenzo, daban largos paseos por los muelles escuchando el sonido sincronizado de sus zapatos, comunicándose en silencio. Suzanne ha dicho: casi nos oíamos pensar. A la luz de una vela, tomaban té y naranjas que compraba en el barrio chino.

Muchos de aquellos momentos se convirtieron en versos y Suzanne en la musa que inspiró el poema titulado Suzanne Takes You Down de su poemario Parasites of heaven, editado un año antes que su primer disco y convertido en la canción que abre el universo Cohen. Años más tarde, se encontraron tras un concierto en Minneapolis y Leonard le dijo: “Oh Suzanne, me diste una hermosa canción”.

Suzanne: Judy y Leonard

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El In my life de Judy Collins tuvo tan buena acogida que fue disco de oro al año siguiente, en 1967, y la inclusión de Suzanne en el disco hizo que el nombre de Leonard Cohen empezara a sonar en el ambiente musical neoyorkino y estadounidense. Durante aquellos meses, Leonard viajó con frecuencia a Nueva York, alojándose en el famoso Chelsea Hotel, al que dedicaría una de sus mejores canciones. Como buenos amigos solían pasear por el Greenwich Village y Judy le insistía en que debía animarse a interpretar sus canciones, pero él siempre se negaba, argumentando que se moriría de vergüenza ante el público.

En el mes de abril de aquel año se organizó en el Town Hall de Manhattan un concierto contra la guerra de Vietnam. Esta vez Judy no sucumbió ante sus evasivas y consiguió que a regañadientes aceptara cantar. Lo presentó y Leonard caminó vacilante por el escenario, con las piernas temblándole dentro de los pantalones. Empezó a cantar Suzanne ante un respetuoso y expectante silencio, pero enseguida, a mitad de la primera estrofa, se detuvo. No puedo seguir, musitó ante el micrófono, y salió del escenario.

El público reaccionó de inmediato aplaudiendo y pidiéndole que volviera, mientras Leonard, abrazado a Judy, sollozaba y le repetía que no podía, que no podía. Luego se separó y sonrió, mientras dejaba la guitarra. Judy lo detuvo y agarrándole por los hombros le dijo: crees que no puedes hacerlo, pero sí puedes y lo harás. Leonard la miró, volvió a sonreír, cogió la guitarra y salió de nuevo al escenario. Terminó la canción entre atronadores aplausos. Había nacido un nuevo singer songwriter, un nuevo cantautor.

Suzanne: Suzanne y Judy

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Hace sólo unos días, en plena vorágine navideña, se cumplían cincuenta años de la publicación del primer disco de Leonard Cohen, el 27 de diciembre de 1967. Suzanne era la primera canción, la más emblemática de su carrera, la que abre el universo Cohen, sin embargo no fue su estreno porque ya la había grabado un año antes Judy Collins, su madrina artística.

Leonard era un joven y tímido poeta canadiense de intensa vocación que leía sus poemas en pequeños clubs de Montreal y de Toronto. Convencido de que la poesía no le daría de comer, se propuso convertir algunos de sus poemas en canciones y probar suerte. Desde hacía un tiempo, Mary Martin, una amiga canadiense de Judy, le venía hablando de un tal Leonard Cohen, un poeta con mucho talento, le decía. A finales de mayo de 1966, mientras Judy trabajaba en el que sería su quinto álbum, In my life, Mary insistió: Cohen cree que ha escrito algunas canciones y le gustaría que las escucharas.

Judy Collins le abrió la puerta de su casa en Nueva York. Leonard empezó confesando sus dudas sobre si lo que había escrito podían considerarse canciones, pero luego se sentó en el sofá, apoyó la guitarra en su rodilla y empezó a cantar Suzanne. Judy quedó tan sorprendida y conmovida que inmediatamente decidió interpretarla e incluirla en el disco que estaba grabando. Suzanne es pues el primer tema de Cohen en publicarse, pero no cantado por él sino por Judy Collins, situándole al comienzo de un largo camino.