Desde el río hasta el mar

Tiempo de lectura: 7 minutos

Algunas claves para entender el conflicto palestino israelí

Palestina, desde un punto de vista geográfico e histórico, es el nombre que recibe el territorio comprendido, aproximadamente, entre el valle del río Jordán y el mar Mediterráneo. Es la cuna del cristianismo, para los cristianos; la tierra prometida, para los judíos; el lugar desde el cual Mahoma ascendió a los cielos, para los musulmanes.

Cuando Yolanda Díaz recuperó la metáfora, cuasi poética, Desde el río hasta el mar, para apoyar el reconocimiento del Estado palestino, los muñidores de tormentas destaparon, otra vez, la caja de los truenos, y la líder de Sumar tuvo que aclarar que con ese lema no se pretendía arrebatar territorio a Israel, sino que fuera compartido por ambos pueblos, apoyando la solución de los dos Estados. Lema que, por otra parte, es utilizado por sus críticos para defender la Tierra Prometida, Eretz Israël. De hecho, Benjamín Netanyahu decía este mes de enero: “… debo aclarar que, en cualquier acuerdo en el futuro, el Estado de Israel debe tener el control total del área, desde el río hasta el mar”.

No sirvió para nada la aclaración porque, para el sionismo, inmediatamente pasó a engrosar las filas del anisemitismo. Término, por cierto, incorrecto. Desde que fue utilizado, por primera vez, por el orientalista judío Moritz Steinschneider para denunciar los “prejuicios antisemitas” de Ernest Renan, se ha llegado a una cierta convención sobre su uso, pero los palestinos, y otros pueblos del cercano Oriente, son tan semitas como los judíos. Equiparar antisemita con antijudío no es sino un eslabón más de una larga cadena de errores.

El más importante de todos fue la partición de Palestina tras la Segunda Guerra Mundial. La insistencia de los sionistas en ligar inexorablemente las víctimas judías de los campos de concentración con un Estado judío en Palestina, tuvo su efecto. Sobrecogidos por el Holocausto, 33 de los 57 miembros (58%) de la recién creada Organización de las Naciones Unidas, aprobaron la Resolución 181 el 29 de noviembre de 1947. La llamada “solución de los dos Estados” daba por fin cabida a la creación del “hogar nacional” judío, haciendo realidad el sueño de Theodor Herzl, padre del sionismo. El argumento de que Palestina no tenía que pagar el precio de la persecución de los judíos en Europa, no fue tenido en cuenta. Los judíos habían sufrido mucho y se les recompensaba así, dando una patada a los nazis en el culo de los palestinos.

A pesar de poseer entre un 6 y un 8 por ciento de la tierra Palestina y ser solo un tercio de la población, la partición asignaba a los judíos el 55 por ciento del territorio, incluyendo las zonas más fértiles. La solución no gustó a nadie, o a casi nadie. Contó con el rechazo de las autoridades palestinas, de la Liga Árabe y del rey Abdullah de Transjordania y, por razones distintas, incluso opuestas, con el del sionismo; Ben-Gurion declaró que “el plan de la ONU era letra muerta el mismo día que se aceptó” y que la extensión del Estado judío “se determinaría por la fuerza y no por la resolución de partición”. Por otra parte, el Reino Unido, potencia mandataria de Palestina, ya había avanzado a finales de 1947 que no colaboraría con la implementación de una partición en la que no había habido acuerdo entre judíos y árabes.

Al día siguiente, empezó la guerra. A principios de febrero de 1948, quien se convertiría en primer ministro del Estado de Israel anotó en su diario: “La guerra nos dará la tierra. Los conceptos de “nuestros” o “no nuestros” son conceptos de paz, solamente, y en la guerra pierden todo su significado”. Y así, hasta hoy. 78 años de conflicto, de guerras y enfrentamientos, de muerte y desolación; un auténtico reguero de sangre. El Estado judío se constituyó el 14 de mayo de 1948 y es miembro de pleno derecho de la ONU desde el 11 de mayo de 1949. Palestina, sin embargo, solo tiene estatus de observador, no miembro, otorgado el 29 de noviembre de 2012. Evidentemente, la Resolución 181 no fue una solución.

Es cierto que hubo, entre quienes la apoyaron, sionistas que pronto quedaron defraudados por como se estaba construyendo el Estado israelí, siguiendo a pie juntillas una ideología herzliana condenada al fracaso. La posición más preclara quizás fue la de Hannah Arendt, filósofa, política, judía y alemana, que pasó del activismo a la decepción, señalando las grandes equivocaciones del pensamiento de Theodor Herzl que serían asimiladas por el sionismo posterior:

  1. El lenguaje político que Herzl había aprendido era el basado en el estado-nación como única fórmula o modelo posible para el desarrollo de los grupos humanos en la modernidad.
  2. La creación de un estado exclusivamente judío, como seguro de protección, se erigía en prioridad sobre cualquier otra consideración, engendrando una mentalidad de resistencia judía a cualquier precio. Arendt culpó a los líderes posteriores por haberse decantado en este sentido y a la altura de 1963, continuaba llamándolo el “pecado original” del movimiento sionista.
  3. Otro de los presupuestos errados de Herzl, consecuencia del anterior, era la persecución de una utopía imposible y de dramáticas consecuencias: ignorar cualquier otra población que se asentara sobre el territorio palestino: “La acción política judía significaba para Herzl encontrar un lugar donde los judíos estuvieran a salvo del odio y la posible persecución. Un pueblo sin país tendría que huir a un país sin pueblo […] No se daba cuenta de que el país con el que soñaba no existía, que no había ningún lugar en la Tierra donde el pueblo [judío] pudiera vivir como el cuerpo nacional orgánico en el que pensaba y que el desarrollo histórico real de una nación no tiene lugar entre los muros cerrados de una entidad biológica […] El tipo de filosofía política profesado por Herzl [daría] lugar a graves dificultades en las relaciones del nuevo Estado judío con otras naciones”. Esta negativa a tener en cuenta a los grupos árabes con los que habrían de coexistir en la Palestina real, no la imaginaria, daría lugar a dos graves consecuencias. Por un lado, condenaba el futuro del estado israelí al conflicto. Por otro, hipotecaba su supervivencia a la injerencia extranjera.
  4. Herzl, además, atribuía al Estado judío un papel de avanzadilla en la región: “Para Europa formaríamos parte integrante del baluarte contra el Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie”.

Para Arendt, el potencial de la “patria judía” iba inexcusablemente ligado al éxito en integrar también a la población árabe del territorio: “La idea de la cooperación judeo-árabe, aunque nunca se ha hecho realidad en escala alguna y hoy parece estar más lejos que nunca, no es un ensueño idealista, sino la escueta afirmación del hecho de que, sin ella, toda la aventura judía está condenada”. Ponía un gran énfasis en calificar el proyecto de Estado judío como una “hipérbole, utópica y fatal”. No era aceptable forzar la emigración de la población árabe a Siria e Iraq como un “mal menor”, ni desentenderse del hecho de que Israel seguiría siendo una “isla judía en medio de un mar de árabes”. Ello haría que los israelíes tuviesen que depender de un garante externo, generando una gran inestabilidad en la región y situándose en el punto de mira de las naciones circundantes.

En 1948, para evitar la partición de Palestina, propuso, como alternativa, la creación de un único estado binacional que contase con una confederación judía, árabe y de otras minorías. Una solución que, como el Guadiana, aparece y desaparece según la coyuntura y, cuando lo hace, siempre con un carácter minoritario. Incluso el líder palestino de la OLP, Yasir Arafat llegó a afirmar ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Actuemos conjuntamente a fin de que el sueño se haga realidad… [que] yo regrese con mi pueblo para vivir en el marco de un único país democrático en el que cristianos, judíos y musulmanes vivan en un Estado basado en la justicia, la igualdad y la fraternidad”; apostando también por la creación de un Estado laico binacional.

Hoy, tanto tiempo después, lo que Arendt consideraba una fábula delirante, construir un estado judío excluyendo a la población árabe palestina, a despecho de los países circundantes y dependiendo de un poder extranjero, ha resultado convertirse en la realidad imperante. Por lo que las advertencias que lanzó acerca de las terribles consecuencias que tal situación tendría, en cierto sentido, han resultado proféticas.

Tras los ataques de Hamas del 7 de octubre de 2023, Israel parece lanzado definitivamente a la ejecución de la “Solución Final”, el genocidio del pueblo palestino. El balance de víctimas publicado este sábado (21-06-2025) refleja un total de 55.959 muertos, 131.242 heridos, 14.400 desaparecidos, en un territorio arrasado, y el desplazamiento forzoso de 1,9 millones de palestinos, desde el comienzo de los ataques israelíes. Una catástrofe humanitaria cuya dimensión se muestra más nítida, si cabe, cuando se comprueba que el 80% de las víctimas eran civiles y el 70% mujeres y niños, según un estudio de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACDH). Si Ana Frank fuera palestina, hoy podría haber muerto en las colas del hambre de un campo de refugiados.

La banalidad del mal se ha abierto en canal ante nuestros ojos, mientras el mundo mira para otro lado. Sorprende la inacción de la comunidad internacional porque, aunque la Corte Penal Internacional ha ordenado el arresto de Benjamín Netanyahu por crímenes de guerra y de lesa humanidad, el líder sionista, apoyado por EEUU, sediento de sangre, sigue marcándose nuevos objetivos.

Un “Estado palestino viable” deja de ser posible sin un territorio, mucho menos sin palestinos. Por lo que su reconocimiento puede resultar algo simbólico. Pero, de perdidos, al río, que siempre nos llevará hasta el mar, con la esperanza de que no sea al mar Muerto.

La tierra se estrecha para nosotros, se lamentaba Mahmud Darwish, la gran voz de la lírica palestina a comienzos de los ochenta; y terminaba el poema preguntándose, como lo harán hoy muchos palestinos: ¿Adónde iremos después de las últimas fronteras? ¿Dónde volarán los pájaros después del último cielo?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *