La pena negra de Federico: Poesía y barbarie

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Siguiendo las huellas de Federico García Lorca, su caminar se detiene en Donosti el 7 de marzo de 1936. Un sábado de cielos nubosos y lluvia intermitente.

“A la hora acostumbrada” –siete y cuarto de la tarde–, subía a la tribuna del Ateneo Guipuzcoano para charlar sobre el Romancero gitano, ante un auditorio lleno y entusiasta.

En tono distendido fue desgranando el sentido y simbolismo de su obra. El libro –dijo–, aunque se llama gitano, es el poema de Andalucía; y lo llamo gitano porque el gitano es lo más elevado, lo más profundo y aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo de ser; guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal. Es un libro en el que apenas si está expresada la Andalucía que se ve, pero donde está temblando la que no se ve, la que se siente. Un libro, en contra de lo que muchos creen, anti-pintoresco, anti-folklórico y anti-flamenco, donde las figuras sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un solo personaje que es la Pena, que se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles, que no tiene nada que ver con la melancolía ni con la nostalgia. Un sentimiento más celeste que terrestre.

De cuando en cuando, ilustra sus comentarios recitando algunos de sus poemas, “con dicción clara y declamación atinada” –dice el cronista de La Voz de Guipúzcoa­–, como el Romance de la pena negra, la composición más representativa del Romancero gitano, haciendo las delicias de los asistentes.

Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

Federico se encontraba a gusto en Donosti, donde tenía muchos amigos y grandes admiradores, y se queda el fin de semana. El domingo se cita con Gabriel Celaya en el hotel Biarritz, donde se aloja, y es homenajeado con una comida en Gaztelubide, dejando su firma en el libro de honor de la sociedad, con la peculiar y arabesca rúbrica que abre esta entrada.

Pero la pena negra lo aboca a un destino trágico. Sólo cinco meses después, una madrugada, remota, de agosto, sobre las cuatro, es “pasado por las armas” en el barranco granadino de Víznar, por masón, socialista y homosexual. “Yo mismo le he metido dos tiros por el culo por maricón”, alardeó el abogado derechista Juan Luis Trescastro pocas horas después del asesinato. Tenía 38 años cuando le mataron; cuando se durmió de plomo y vistió de luto la tierra. Desde entonces yace en una fosa en algún lugar desconocido.

Uno de sus grandes admiradores, Esteban Urkiaga, Lauaxeta, cautivado por el imaginario del Romancero gitano que inspiró sus versos, también andaba tras las huellas de Federico. Salió a su encuentro en varias ocasiones, la última cuando la compañía de Margarita Xirgu estrenó en el Teatro Arriaga Bodas de sangre, sin conseguirlo. Había traducido al euskera tres de sus Canciones: Cazador, Canción del jinete y Despedida. Se las dejó en unas cuartillas mecanografiadas, en el hotel Torróntegui del Arenal bilbaíno, donde se hospedaba, junto con su segundo libro, recientemente publicado, Arrats beran y una pequeña nota en la que le decía: “Distinguido poeta. He intentado varias veces, sin lograrlo, una breve entrevista con usted, con el más vivo deseo de obtener su autorización para traducir al vasco algunas de sus poesías. Presentes en mí están sus ocupaciones y no quiero robarle más tiempo. Le dejo –ejemplo de versiones– para que pueda mirar algunas de sus canciones puestas en gracia y amor del idioma más venerable de Europa. Me fuera grato declamárselas para que gustara de la música de este milenario idioma”.

No fue posible. Otra madrugada, remota, a las cinco y media, sólo unos meses después que Federico, Lauaxeta era, también, “pasado por las armas”, frente a la tapia del cementerio vitoriano de Santa Isabel, por su “celo por la causa rojo separatista”. Tenía 31 años.

Consciente de que vivía sus últimos momentos escribió en La Playa:
(Traducción de Luigi Anselmi)

Lanzado a la vida por una ola
desperté en otro lugar!
¿Por qué camino podré llegar a la playa?
¡Me he perdido dentro de mí mismo!

El cuerpo está inmóvil, inquieta el alma,
¿De dónde viene esta resaca?
¡Una calma total en la superficie!
¿Adónde me arrastra el poderoso reflujo del mar?
Mas ¿para qué debilitarme luchando dentro del agua?
Sobre la mar se extiende una paz infinita.
Me quedaré dormido en esa inmensidad
¡y que me lleve consigo la fría ola de la muerte!

Poesía y barbarie.

Empiezan a caer las hojas de los árboles y me embarga la pena negra cuando vuelvo sobre mis pasos por el Paseo de Federico García Lorca.

Dooh Nibor en la brecha

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Erase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Personajes a los que veía José Agustín Goytisolo cuando soñaba un mundo al revés.

En los míos aparece de manera recurrente uno que me quita el sueño. Es Dooh Nibor. El reverso exacto, la antítesis, de Robin Hood, el príncipe de los ladrones. Un personaje que se dedica a robar a los pobres para dárselo a lo ricos.

El problema es que no pertenece a aquel mundo al revés que soñaba Goytisolo porque cuando me despierto sigo viéndolo por todas partes y se reproduce como los gremlins. Tal es así que los ricos se hacen cada vez más ricos a costa de los pobres, que se empobrecen cada vez más a causa de los ricos. Y la brecha entre ricos y pobres cada vez se hace más grande.

Mussolini: Un ejercicio de Memoria Histórica

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La fachada del Palazzo delle Finanze de Bolzano, capital del Tirol del Sur, en el norte de Italia, está cubierta por un gigantesco bajorrelieve de treinta y dos metros de largo que presenta a Mussolini, a caballo, saludando, brazo en alto, con la inscripción “Credere, Obbedire, Combattere” (Creer, Obedecer, Combatir), lema acuñado por el Duce.

Puesto en la disyuntiva de optar entre “destruir” o “preservar” el monumento fascista, el gobierno local lanzó en 2017 una oferta pública, solicitando ideas sobre cómo “desactivar y contextualizar” políticamente el friso. La oferta declaraba explícitamente que la intención era “transformar el bajorrelieve en un lugar de memoria… para que ya no sea visible directamente, pero accesible al mismo tiempo, dentro de un contexto explicativo apropiado”. La propuesta ganadora fue tan poderosa como simple. Superpuesta al bajorrelieve ahora se encuentra una inscripción, iluminada con led, con una cita de la filósofa judía alemana, fustigadora del totalitarismo, Hannah Arendt, que dice: «Nadie tiene derecho a obedecer», en los tres idiomas locales: italiano, alemán y ladino.

Los artistas que hicieron la propuesta, Arnold Holzknecht y Michele Bernardi, han explicado que el «minimalismo» de la intervención está explícitamente destinado a contrastar la «grandilocuencia» del estilo de la época fascista y que el contenido de la cita se entiende como una «respuesta directa» a la «invitación a la obediencia ciega» contenida en el lema. Pero el monumento original, aunque contextualizado, permanece visible a través de la inscripción, porque lo que se pretende enfatizar es que la memoria, y por lo tanto la historia, no es una «hoja en blanco» en la que podemos volver a escribir, sino el resultado de un proceso de sedimentación, por el cual el pasado nunca se borra por completo, sino que se reinterpreta desde el presente.

Un ejercicio de memoria histórica realizado desde una perspectiva sugerente que invita a la reflexión porque si, efectivamente, lo que se pretende es no olvidar el pasado para no vernos condenados a repetirlo, quizá debamos plantearnos si ocultar o destruir vestigios de un pasado irrepetible es la mejor manera de aprender de él, de no olvidar.

El falsario de Nafarroa

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Una suave brisa que llega del sur, trae hasta mi camarote el rumor de una polémica sobre la denominación en euskera de Navarra que, como todas las que afectan a la toponimia, no es inocente.

El ocaso de los falsarios es el título de un pequeño opúsculo escrito por Jaime Ignacio Del Burgo, que el propio y prolífico autor navarrista juzga como modesto ensayo de aproximación al problema vasco. En realidad, se trata de una crítica intensa de los argumentos de sus adversarios, a partir de una interpretación sesgada de la historia, en la que destila, gota a gota, sus recurrentes fobias, más inspiradas en la intención política que en la objetividad histórica.

Dice Del Burgo en la página 59: “No hemos hablado hasta ahora de los territorios que los nacionalistas llaman “Iparralde” o “Euzkadi Norte” (sic), integrada por las demarcaciones vascas de Soule, Zuberoa y Benabarra (ahora, a esta última, la llaman Nafarroa Bereha (sic) = Baja, pues los de este lado del Pirineo somos la Nafarroa –qué nombre tan espantoso– Garaia = Alta).”

Su desafección por la “lingua navarrorum” queda patente en las páginas 90 y 91 cuando asegura: “Son muchos los que piensan (él entre ellos) que si en los años de la Transición naufragó el intento de integrar a Navarra en Euzkadi (sic) por aplicación del principio de hechos consumados, no tiene sentido ahora dar facilidades para la extensión de un idioma prisionero de la concepción nacionalista, por más que se haya intentado despojarle de su connotación política. Para quienes así piensan (él entre ellos), el vascuence se ha convertido en el “caballo de Troya” del nacionalismo vasco en Navarra.”

… y sigue: “hasta impusieron a Navarra un nuevo nombre –a mi parecer horrendo–, olvidando que los navarros siempre la habían llamado en vascuence Nabarra, siendo Nafarroa un término introducido en época reciente, no sé si como fruto de un purismo lingüístico ajeno al habla popular de nuestra tierra o por alguna razón de tipo político que no llego a alcanzar.” Tesis en la que insiste en su “Argumentario contra el manifiesto abertzale sobre 1512”: “Olvidan que en vascuence Navarra se escribe “Nabarra” (según Sabino Arana y Arturo Campeón (sic), por Campión) o “Naparra” (según Iparraguirre).”

El vocablo Nafarroa aparece impreso ya en tiempos de Felipe II, en la obra “Iesus Christ gure Iaunaren Testamentu Berria”, traducción al euskera del Nuevo Testamento que la reina de Navarra Juana de Albret encargó al clérigo labortano Joanes de Leizarraga y que vio la luz en 1571, antes de que Miguel de Cervantes publicara la primera parte de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” y casi tres siglos antes de que naciera Sabino Arana.

El que es el segundo libro publicado en euskera de los que se han conservado, editado por el impresor Pierre Hautin en La Rochelle el 22 de agosto de 1571, está dedicado por el autor a la reina de Navarra: “Gvcizco andre noble Ioanna Albrete, Naffarroaco Reguina…”. En otra parte del texto, vuelve a hacer referencia a Nafarroa: “Baina are guehienic bihotz eman vkan cerautana cen nic nuen sperançá, ecé moien hunez. Iaincoaré hitz purac vkané luela sartze eta auáçamédu Heufcal-herrian: eta hunetacotzat çu Andreá, hunez cerbitzaturen cinadela trompettabaten ançora, ceinez Iaincoac deitzé baitzaitu hala çure Naffarroaco resumá-ere Satani guerla eguitera, nola eguin eta eguité-ere baitraucaçu çure dominationeco berce leku gucietá” (“… a declararle la guerra a Satán también en vuestro reino de Navarra”) (Transcripción literal del original).

En 1643, el navarro Pedro de Agerre, Axular, en su obra Gero, igual que Leizarraga, se refiere a Nafarroa. Dirigiéndose al lector (“Iracurtçailleari”) reflexiona sobre la dificultad de escribir un euskera inteligible para el conjunto de los vascos: “Badaquit halaber ecin heda naitequeyela euscarazco minçatce molde guztietara. Ceren anhitz moldez eta differentqui minçatcen baitira euscal herrian, Naffarroa garayan, Naffarroa beherean, Çuberoan, Lappurdin, Bizcayan, Guipuzcoan, Alaba-herrian eta bertce anhitz leccutan” (“Sé asimismo que no puedo llegar a todos los modos de hablar del euskera. Pues se habla de muchas maneras y diferentemente en Euskal Herria, en la Alta Navarra, en la Baja Navarra, en Zuberoa, en Lapurdi, en Bizkaia, en Gipuzkoa, en la tierra de Álava y en otros muchos lugares”) (Transcripción literal del original).

Así pues, Nafarroa no es un nombre de “ahora”, “un término introducido en época reciente”, ni “un nuevo nombre” que los nacionalistas quieren imponer a los navarros, como asegura Jaime Ignacio Del Burgo, doctor en Derecho por la Universidad de Deusto, académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y de la Real Academia de la Historia. ¿Se puede inferir desconocimiento en alguien a quien le gusta alardear de semejante curriculum?

En la contraportada de El ocaso de los falsarios, el autor aclara a quien pudiera tener alguna duda sobre el título de la obra, que falsario es el que no dice la verdad. Es por lo que al modesto entender de este capitán le parece que, embarazado de prejuicios, cree el fraile que todos son de su aire.

Javier Cercas distingue el crítico matón del provocador. El crítico provocador incita a la lectura mientras que el matón te quita las ganas de seguir leyendo. El crítico matón no suele ser tonto –añade–, pero nunca es tan listo como él se cree; en realidad, sería menos tonto si no se creyera tan listo.

Navarra, la tierra en la que crecieron los mástiles de esta nave, se llama Nafarroa en euskera, aunque al crítico matón no le guste.

Populismo

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¿Un espectro recorre el mundo?

«Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca: llegar allí,
he aquí tu destino»

“Ítaca”, Konstantínos Petrou Kaváfis

Entre la niebla de la ciencia política, emerge con vigor inusitado un fenómeno que, de manera cíclica, aparece en las cartas de navegación: es lo que Taguieff ha calificado como “ola populista”. Una gran ola, que empezó a levantarse a partir de la década de los ochenta y que, en la actualidad, las predicciones advierten que amenaza con convertirse en un tsunami capaz de arrasar nuestro atribulado mundo.

Hoy, es un lugar común, casi el único entre los académicos, reconocer que “el populismo está de moda” –palabra del año 2016 para la Fundación del Español Urgente-BBVA–. También, que se trata de uno de los conceptos más evasivos e inasibles de la ciencia política; de ahí que su uso en el lenguaje especializado se reduzca sensiblemente, limitándose normalmente a los movimientos, partidos o regímenes políticos que, por consenso generalizado, se han definido como populistas. Sin embargo, no ocurre lo mismo fuera del ámbito académico. La ligereza y hasta el abuso, con que el término es utilizado tanto por políticos y analistas, como por profesionales de los medios de comunicación, sorprende a cualquiera que siga con interés el devenir de nuestra sociedad contemporánea, porque, de todos los “ismos” que son y han sido, éste es el gran desconocido. Sin embargo, la noción de populismo se toma como algo evidente, como dando por descontado que todos saben de qué están hablando. “La palabra populismo ha sufrido una irónica desventura: se ha hecho popular”, ha apuntado el mismo Taguieff. La confusión que lo envuelve, se hace mayor aún, por tratarse de un término con el que se abarcan muy diversas y contradictorias realidades, incluso radicalmente opuestas ideológicamente.

El Brexit, capitaneado por Nigel Farage, del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), ¿no sería la expresión última, exacerbada, de un recelo británico hacia Bruselas que comenzó a manifestarse ya en 1973 y que ningún gobierno desde entonces quiso o supo combatir eficazmente? Nada, ¡populismo! Y Marine Le Pen, con su Frente Nacional, ¿no es el último avatar de una extrema derecha clásica que hunde sus raíces en la Francia de Vichy? Bah, ¡populismo y sólo populismo! Y ¿Podemos?, ¿acaso no supone un síntoma de la flagrante crisis del régimen de 1978 y de la descomposición del bipartidismo? ¡Tonterías! Vulgar populismo de izquierdas, de inspiración chavista. ¿Y el secesionismo catalán? ¡Populismo nacionalista de manual! ¿Y Trump? ¡La apoteosis del populismo!, dice Joan B. Culla. En el mismo saco de expresiones políticas, se mete también al Partido por la Libertad (PVV), del holandés Geert Wilders, segunda fuerza política en las últimas elecciones celebradas en el país de los tulipanes y el más votado en la simbólica Maastricht, una de las capitales de la construcción europea; a Frauke Petry, de la Alternativa para Alemania (AfD); al Movimiento por una Hungría mejor (Jobbik), de Gábor Vona, y a la Unión Cívica Húngara (Fidesz) de Viktor Orbán, gobernante en el país magiar; al Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), de Norbert Hofer, quien ha disputado la presidencia de su país; al Movimiento 5 Estrellas (M5S) de Beppe Grillo y a la Liga Norte de Matteo Salvini, de Italia; al Partido Popular Danés (DE), de Kristian Thulesen Dahl; a los Verdaderos Finlandeses, de Timo Soini, uno de los tres socios del gobierno finés; a los Demócratas Suecos, de Björn Söder; también a Amanecer Dorado, de Grecia, liderado por Nikos Michaloliakos, y a Syriza, con Alexis Tsipras al frente del Gobierno griego; al Partido del Progreso (FrP), liderado por Siv Jensen, formando parte de la coalición que gobierna Noruega; al checo Alianza de Ciudadanos Descontentos (ANO) del magnate Andrej Babiš; al flamenco Vlaams Belang, de Filip Dewinter y al Partido Popular Suizo (SVP/UDC) de Christoph Blocher; y así, un largo etcétera que incluye a líderes como el venezolano Hugo Chávez (Partido Socialista Unido de Venezuela), ya fallecido, el polaco Jarosław Kaczyński (Ley y Justicia), el turco Recep Tayyip Erdoğan (Partido de la Justicia y el Desarrollo) y al mismísimo Vladimir Putin (Rusia Unida). Es evidente que no necesitamos recurrir al catalejo para divisar lo que parece una armada invencible. Pero, ¿puede una ideología ser tan omnicomprensiva como aparenta?.

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