La fachada del Palazzo delle Finanze de Bolzano, capital del Tirol del Sur, en el norte de Italia, está cubierta por un gigantesco bajorrelieve de treinta y dos metros de largo que presenta a Mussolini, a caballo, saludando, brazo en alto, con la inscripción “Credere, Obbedire, Combattere” (Creer, Obedecer, Combatir), lema acuñado por el Duce.
Puesto en la disyuntiva de optar entre “destruir” o “preservar” el monumento fascista, el gobierno local lanzó en 2017 una oferta pública, solicitando ideas sobre cómo “desactivar y contextualizar” políticamente el friso. La oferta declaraba explícitamente que la intención era “transformar el bajorrelieve en un lugar de memoria… para que ya no sea visible directamente, pero accesible al mismo tiempo, dentro de un contexto explicativo apropiado”. La propuesta ganadora fue tan poderosa como simple. Superpuesta al bajorrelieve ahora se encuentra una inscripción, iluminada con led, con una cita de la filósofa judía alemana, fustigadora del totalitarismo, Hannah Arendt, que dice: «Nadie tiene derecho a obedecer», en los tres idiomas locales: italiano, alemán y ladino.
Los artistas que hicieron la propuesta, Arnold Holzknecht y Michele Bernardi, han explicado que el «minimalismo» de la intervención está explícitamente destinado a contrastar la «grandilocuencia» del estilo de la época fascista y que el contenido de la cita se entiende como una «respuesta directa» a la «invitación a la obediencia ciega» contenida en el lema. Pero el monumento original, aunque contextualizado, permanece visible a través de la inscripción, porque lo que se pretende enfatizar es que la memoria, y por lo tanto la historia, no es una «hoja en blanco» en la que podemos volver a escribir, sino el resultado de un proceso de sedimentación, por el cual el pasado nunca se borra por completo, sino que se reinterpreta desde el presente.
Un ejercicio de memoria histórica realizado desde una perspectiva sugerente que invita a la reflexión porque si, efectivamente, lo que se pretende es no olvidar el pasado para no vernos condenados a repetirlo, quizá debamos plantearnos si ocultar o destruir vestigios de un pasado irrepetible es la mejor manera de aprender de él, de no olvidar.