Los cambios en el lenguaje suelen darnos pistas para saber por dónde van los tiros, de dónde sopla el viento, cuál es el rumbo que seguimos.
Hoy pongo mi atención en dos prefijos: post-, definido como ‘detrás de’ o ‘después de’, y trans-, que parece estar dándole el relevo, y que significa ‘al otro lado de’ o ‘a través de’, según el diccionario de la RAE, pero también, ‘que atraviesa’, ‘sobrepasa’, ‘de un lado al otro’ o ‘más allá de’.
El pensamiento, esa facultad o capacidad de pensar que tenemos los seres humanos, fue abriendo caminos por donde transitar y construir valores, llenando de ‘ismos’ el saco de las corrientes filosóficas: modernismo, liberalismo, socialismo, capitalismo, comunismo, humanismo y un largo etcétera.
Pero los ‘ismos’ se fueron gastando. En la segunda mitad del siglo XX, la modernidad se hizo líquida, que decía Bauman, y habitó entre nosotros. Poco a poco nos fuimos desprendiendo de patrones o estructuras que hasta entonces parecían sólidas y entramos en una era post-todo, en una modernidad postmortem que planteaba la búsqueda de lo nuevo, de algo que estaba después de lo vivido y conocido.
Así empezaron a circular términos como postmodernidad, postcolonialismo, postcomunismo, postnacionalismo o posthumanismo; también postimpresionismo y postromanticismo; la era postindustrial y hasta el postcapitalismo. Una posición que se configuraba no tanto como una alternativa o una superación de la anterior, sino como un rechazo de la misma. De ahí el papel perturbador del prefijo post-, que socava la noción de los conceptos a los que se asocia. Tal vez la postverdad, retratada con trazo grueso en No mires arriba (Don’t Look Up), la cinta de Adam McKay que llena las salas de cine estos días, sea el canto del cisne de esta era post.
Hoy ya no es este prefijo el que mejor da cuenta de nuestra realidad, sino el trans-, dado que connota la forma actual de transcender los límites de aquella modernidad, yendo más allá. Nos habla de un mundo en constante y acelerada transformación, basado en la transmisión de información en tiempo real, de una realidad novedosa y transgresora de muchos conceptos con los que hemos vivido y que ya no sirven para entender, ni para explicar, el mundo. Así, la transmodernidad es el nuevo paradigma geopolítico, encarnado en el poder de las organizaciones transnacionales y los movimientos migratorios transfronterizos.
En nuestra realidad cotidiana, se hacen presentes los alimentos transgénicos y los representantes tránsfugas de la voluntad popular; la dimensión transgénero y la transexualidad. Las opciones ideológicas ya no son packs cerrados y todo empieza a ser más transversal. Y, entre tanto, transitamos hacia la transformación de la condición humana mediante el transhumanismo.
Post- y trans- son dos prefijos que marcan época, que han ido eliminando todo resto de nombre propio, situando la existencia en el marco de una tenebrosa sensación de supervivencia, de vivir en las fronteras del presente.
Tal vez por este camino lleguemos a la nietzscheana transvaloración de todos los valores, para volver a la casilla de salida. Estamos ¿detrás de?, ¿al otro lado?, ¿más allá?
Postdata: Sabiendo que la posición siempre es importante, ¿tendría algún sentido volver atrás?