Este podría ser el título –actualizado– de un conocido cuento que hoy traigo a esta página para recordar su moraleja. Fue escrito hace casi setecientos años por el Infante don Juan Manuel (1282-1348), nieto del rey Fernando III de Castilla. Incluido en su obra Libro de los exemplos del Conde Lucanor et de Patronio, escrito entre 1331 y 1335, su título original es De lo que contesçió a un omne bueno con su fijo (De lo que aconteció a un hombre bueno con su hijo), aunque popularmente sea conocido como el cuento del padre, el hijo y el burro.
«Este buen hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa. Un día de mercado dijo el padre que irían los dos allí, para comprar algunas cosas que necesitaban, y acordaron llevar un burro para traer la carga. Camino del mercado, yendo los dos a pie y el burro sin carga alguna, se encontraron con unos hombres que ya volvían. Cuando, después de los saludos habituales, se separaron unos de otros, los que volvían empezaron a decir entre ellos que no les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo, pues los dos caminaban a pie mientras el burro iba sin peso alguno. El buen hombre, al oírlo, preguntó a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos hombres, contestándole el hijo que era verdad, porque, al ir el animal sin carga, no era muy sensato que ellos dos fueran a pie. Entonces el padre mandó a su hijo que subiese en la cabalgadura.
Así continuaron su camino hasta que se encontraron con otros hombres, los cuales, cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a comentar la equivocación del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el mozo, que podría caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De nuevo preguntó el buen hombre a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho, y este le contestó que parecían tener razón. Entonces el padre mandó a su hijo bajar del burro y se acomodó él sobre el animal.
Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del padre, pues él, que estaba acostumbrado a los más duros trabajos, iba cabalgando, mientras que el joven, que aún no estaba acostumbrado a las fatigas, iba a pie. Entonces preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le parecía lo que decían estos otros, replicándole el hijo que, en su opinión, decían la verdad. Inmediatamente el padre mandó a su hijo subir con él en la cabalgadura para que ninguno caminase a pie.
Y yendo así los dos, se encontraron con otros hombres, que comenzaron a decir que el burro que montaban era tan flaco y tan débil que apenas podía soportar su peso, y que estaba muy mal que los dos fueran montados en él. El buen hombre preguntó otra vez a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos, contestándole el joven que, a su juicio, decían la verdad. Entonces el padre se dirigió al hijo con estas palabras.
Hijo mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra casa, íbamos los dos a pie y el burro sin carga, y tú decías que te parecía bien hacer así el camino. Pero después nos encontramos con unos hombres que nos dijeron que aquello no tenía sentido, y te mandé subir al animal, mientras que yo iba a pie. Y tú dijiste que eso sí estaba bien. Después encontramos otro grupo de personas, que dijeron que esto último no estaba bien, y por ello te mandé bajar y yo subí, y tú también pensaste que esto era lo mejor. Como nos encontramos con otros que dijeron que aquello estaba mal, yo te mandé subir conmigo al burro, y a ti te pareció que era mejor ir los dos montados. Pero ahora estos últimos dicen que no está bien que los dos vayamos montados en este único animal, y a ti también te parece verdad lo que dicen.
Y como todo ha sucedido así, quiero que me digas cómo podemos hacerlo para no ser criticados por las gentes: pues íbamos los dos a pie, y nos criticaron; luego también nos criticaron, cuando tú ibas en el burro y yo a pie; volvieron a censurarnos por ir yo en el burro y tú a pie, y ahora que vamos los dos montados también nos critican.
He hecho todo esto para enseñarte cómo llevar en adelante tus asuntos, pues alguna de aquellas monturas teníamos que hacer y, habiendo hecho todas, siempre nos han criticado. Por eso debes estar seguro de que nunca harás algo que todos aprueben, pues si haces alguna cosa buena, los malos y quienes no saquen provecho de ella te criticarán; por el contrario, si es mala, los buenos, que aman el bien, no podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por eso, si quieres hacer lo mejor y más conveniente, haz lo que creas que más te beneficia y no dejes de hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo malo, pues es cierto que la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a su antojo, sin pararse a pensar en lo más conveniente.»
El refranero lo resume asegurando que Nunca llueve a gusto de todos. Por eso, haz lo que tengas que hacer o consideres más conveniente, como dice la moraleja, porque será difícil que todos aprobemos lo que hayas hecho, estés haciendo o vayas a hacer. Vamos, que hagas lo que hagas, la cagas.
Nota: texto extraído de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, volcado al castellano actual.
que razón tiene