Por lo que estamos viendo, el paréntesis estival no ha sido suficiente para hacer la reflexión necesaria sobre lo que supuso el resultado de las elecciones generales y lo sucedido hasta la fallida sesión de investidura, porque volvemos a las andadas.
Sin lugar a dudas, los ciudadanos premiaron a quienes favorecieron la moción de censura y castigaron a los que se opusieron. ¿Cuál es el problema entonces? La gestión de aquel resultado es compleja, sin duda, sobre todo por la falta de precedentes, pero el problema más importante es la falta de cultura democrática, la ausencia de una cultura de pacto, necesaria para superar la de bloqueo.
El fraccionamiento político, que también afecta a toda Europa, ha encontrado en el acuerdo, en el pacto, la solución. 19 de los 28 países de la Unión Europea tienen hoy un Gobierno de coalición, con al menos dos partidos en cargos ministeriales, y en cinco de ellos el pacto no alcanza la mayoría parlamentaria. España, sin embargo, es, junto a Malta, el único que no ha tenido un gobierno de coalición en los últimos cuarenta años y los cuarenta anteriores son de infausto recuerdo.
Desde que Fraga, siendo ministro de Franco, acuñó aquel eslogan, sabemos que España es diferente, por eso en lugar de reflexionar sobre estos datos y adoptar una actitud más europea, los partidos se afanan en buscar otro tipo de soluciones, como la reforma del artículo 99 de la Constitución, que regula el procedimiento para la investidura del presidente del Gobierno, o de la Ley Electoral, para dar una prima de 50 diputados al partido ganador de las elecciones, como en Grecia, o instaurar una segunda vuelta, como en Francia. En definitiva, remedios para soslayar la diversidad, acabar con la proporcionalidad y resolver su incapacidad para pactar y llegar a acuerdos.
El cambio más importante, por lo tanto, debe ser el de la actitud, el de asumir que se acabó el tiempo de las mayorías absolutas, que el pueblo es plural y diverso y que lleva tiempo expresando, reiteradamente, que prefiere fórmulas de poder compartido. Sin embargo, y por lo que parece, para nuestras élites políticas, la culpa es del pueblo que no ha estado a la altura de las circunstancias y ha elegido mal, por lo que hay que darle otra oportunidad de elegir mejor. Así que, muy probablemente, podemos vernos abocados a la repetición de las elecciones. ¿Y si los resultados son similares? ¿Hasta cuándo seguiremos repitiendo?
Comportamientos como éstos socavan la confianza de la sociedad en la política, especialmente la del electorado progresista, porque con ellos parecen dar la razón a Bertolt Brecht cuando en su poema satírico La Solución indicaba que el pueblo había perdido la confianza del gobierno y se preguntaba: ¿No sería más simple en ese caso para el gobierno disolver el pueblo y elegir otro?