Casi nadie pone en duda que la historia se repite, sobre todo cuando no aprendemos sus lecciones. También que lo hace primero como tragedia y después como farsa gracias a Karl Marx.
Después de contemplar, en el informativo del mediodía, el final del juicio a la cúpula del procés en el Tribunal Supremo, lo he podido confirmar viendo en el ABC del 28 de mayo de 1935 a los consellers de la Generalitat sentados en el banquillo del Tribunal de Garantías Constitucionales en un juicio por rebelión.
El 6 de octubre de 1934, el president de la Generalitat, Lluís Companys, había proclamado de forma unilateral «el estado catalán dentro de la República federal española», como respuesta al grave peligro en el que se encontraban Cataluña y la República desde que las fuerzas conservadoras habían accedido a la presidencia del Gobierno.
El president finalizó su discurso afirmando: «Cataluña enarbola su bandera y llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalitat, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas. En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlament, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder de Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República federal española y, al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, los invita a establecer en Cataluña el Gobierno provisional de la República, que encontrará en nuestro pueblo el más generoso impulso de fraternidad, en el común anhelo de edificar una República federal, libre y magnífica».
El general Batet, que estaba al frente de la IV División orgánica, declaró el estado de guerra y se suspendió la actividad del parlament de forma provisional. Las tropas asediaron el palacio de la Generalitat, defendido por los Mossos de Escuadra, mientras la Guardia Civil y la mayor parte de los efectivos de los cuerpos de seguridad del Estado se pusieron del lado de la legalidad.
Companys y los miembros de su gobierno fueron detenidos y trasladados a los buques Uruguay y Ciudad de Cádiz, acondicionados como prisión; únicamente escapó Josep Dencàs, consejero de Gobernación, con dirección a Francia; una ley aprobada el 2 de enero de 1935 dejó «en suspenso las facultades concedidas por el estatuto de Cataluña al parlamento de la Generalitat», y el Tribunal de Garantías Constitucionales les juzgó, acusados de un delito de rebelión.
Los letrados de la defensa pidieron su absolución, pero fueron condenados, por 14 votos a favor y 7 en contra, a 30 años de prisión y trasladados a los penales de Cartagena y el Puerto de Santa María en junio de 1935. Al comandante Pérez i Farrás, jefe de los Mossos de Escuadra, se le acusó de rebelión militar y alta traición y su condición le hizo acreedor de un trato más severo que el de los civiles, de modo que fue condenado a muerte, si bien la pena le fue conmutada por el presidente de la República por la de reclusión perpetua.
En las elecciones de febrero de 1936, la petición de amnistía para los “rebeldes” y la crispación política se materializaron en Cataluña con la formación de dos grandes bloques: por un lado el Front d’Esquerres de Catalunya, la versión catalana del Frente Popular; y, por otro, el Front Català d’Ordre, liderado por la Lliga, con cedistas, carlistas, radicales y la derecha alfonsina. La coalición de izquierdas acaparó el 59% de los sufragios en Cataluña, imponiéndose en las cinco circunscripciones catalanas; un resultado que reforzó a Esquerra Republicana de Catalunya y, con ello, a su líder Companys.
En el resto del Estado, el Frente Popular, donde el Partido Socialista Obrero Español era el grupo con más escaños, logró una victoria menos amplia que la coalición catalana, pero suficiente para regresar al poder y cumplir su promesa de liberar a los “rebeldes”. Manuel Azaña firmó un decreto ley de amnistía para los “golpistas”, dando luz verde a su regreso como héroes de la causa a Cataluña. El 29 de febrero, se ratificó a Companys como presidente y este, a su vez, confirmó a todos los consejeros en sus puestos.
No sé si aquel final puede calificarse de farsa o tragedia. Espero y deseo que el de éste no sea ni lo uno, ni lo otro.