Al final España votó sí al acuerdo sobre el “Brexit”, al conseguir un “triple blindaje histórico” sobre Gibraltar, según ha asegurado Pedro Sánchez. Pero, como es sabido, nunca llueve a gusto de todos. Para Pablo Casado, sin embargo, “es una humillación histórica”; Albert Rivera dice que “si hay que dar la sangre por algo, que sea por Gibraltar”; y Santiago Abascal se desgañita ante la roca gritando ¡Gibraltar español! y pidiendo combatir a los “piratas ingleses”. Al otro lado, los euroescépticos británicos lo han presentado como una rendición: The Guardian ha titulado: “May cede sobre Gibraltar” y el Daily Mail: “Theresa May se rinde”. En el medio, la ministra de Gibraltar, Samantha Sacramento, ha llegado más lejos: “Gibraltar no se rendirá. No seremos avasallados, ni entonces, ni ahora”, ha proclamado.
Hace ya año y medio, lord Michael Howard, ex líder del Partido Conservador, afirmó al ser entrevistado en la cadena Sky News sobre este belicoso asunto, que Londres iría a la guerra para defender la soberanía británica de Gibraltar, asegurando que la primera ministra, Theresa May, actuaría igual que hizo Margaret Thatcher con las Malvinas, declarando la guerra: “Hace ahora 35 años, otra mujer y primera ministra, envió a cruzar el mundo a sus Fuerzas Armadas para defender la libertad de otro grupo de ciudadanos británicos contra otro país de habla hispana… Estoy absolutamente convencido de que nuestra ‘premier’ mostrará la misma resolución.”
Tanto corazón henchido de amor patrio, tanto ardor guerrero, me ha movido a rescatar una carta que guardaba en mi camarote, en la que el oficial británico Pérez-Reverte narra a su querida Daisy cómo habían ido las cosas tras un nuevo episodio de la defensa de Gibraltar. Después de relatar las emociones del momento, cuando la flota zarpaba al alba, y los pormenores de la navegación, entra en harina diciendo: “Debo confesar que mis camaradas de armas y yo, empezamos a mosquearnos cuando, al llegar a las aguas territoriales españolas, nos salió su flota al encuentro. Una fragata de segunda mano que se mantuvo a distancia, sin disparar un cañonazo, ni nada.”
“Así, llegamos a la zona de desembarco, que era una playa cercana a Gibraltar. Allá fuimos, arma en ristre, dispuestos a dar la vida por Gran Bretaña, y en vez de encontrarnos con el enemigo, nos encontramos a dos guardias civiles mirando de lejos, tomándose una cerveza en un chiringuito de la playa, y a toda la colonia inglesa en España, o sea, unos setecientos mil fresadores de Manchester jubilados, amontonados allí para recibirnos, agitando banderas británicas y borrachos hasta las patas, ofreciéndonos vasos de sangría y taquitos de jamón y queso. (…) Las playas y los hoteles cercanos estaban petados de turistas y hooligans vomitando cerveza y bailando música discotequera, haciendo calvos y tirándose por los balcones a las piscinas”.
“Así que, mi amor, lamento comunicarte que fuimos a la guerra pero no encontramos contra quién. La Legión, que es lo mejor que tienen, estaba en Málaga a las órdenes de un tal Antonio Banderas, sacando a no sé qué Cristo en procesión. Y el resto estaba apagando incendios forestales o en misiones humanitarias. Así que me acerqué a los guardias civiles del chiringuito, más que nada por cubrir el expediente bélico. Y cuando les dije: “Vengo a invadir”, el más viejo, un cabo, me miró con guasa y replicó: “Pues tú mismo, compadre”, y me ofreció un botellín fresquito. Y las cosas como son, my darling. Era una cerveza cojonuda.”
Por eso seguramente, para evitar tanto alboroto y el posible encuentro con una fragata de segunda mano, la reportera de ABC News, Julia Macfarlane, ha sugerido a sus compatriotas, con ese fino toque de humor británico, que “si vamos a la guerra contra los españoles, deberíamos hacerlo por la tarde, cuando se estén echando la siesta”.