Perrita al agua, caballero

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Paseando por el muelle, una fría y gris tarde de febrero, me asalta la imagen de los niños alborotados lanzándose al agua para recoger las monedas arrojadas por los paseantes y, con ella, el recuerdo de Román, recitando “Perrita al agua, caballero, que se coge con la boca”, en el cuartito de corrección de La Voz de Euskadi. ¡Qué habrá sido de este hombre! ¡Cómo rescatar aquellas estrofas del olvido!

Navegando, encuentro una vívida descripción de esta institución tan donostiarra: “Ayer por la tarde llevé a Raimundo al muelle y se divirtió mucho viendo unos siete chiquitines nadando como peces, a quienes echábamos cuartos para que los cogiesen debajo del agua. Uno de ellos, el más diestro, cogió hasta cerca de diez cuartos y cuando nos marchamos, despidiéndonos de ellos hasta mañana, le regalaron a Raimundo un pez casi vivo que se comió para cenar. Esta tarde hemos vuelto Cecilia, Pepita, los tres chicos y yo, y cuando llegamos fuimos saludados con una gritería espantosa por más de veinticuatro chiquillos metidos como ranas en el agua. Al llegar donde estaban empezaron a pedir cuartos y les dije que era necesario que se zambullesen todos a nuestra vista. Se subieron a lo alto del muelle, gritando ¡zambulla, zambulla!, y se precipitaron todos desde una altura lo menos de quince pies, levantando una espuma como una grande oleada; los echamos enseguida más de cinco reales en cuartos y se zambullían perdiéndose algunos de ellos de vista por más de veinte segundos y salían con los cuartos cogidos en la boca.” Así lo contó Federico de Madrazo, que pasó el verano de 1846 con sus hijos en San Sebastián, en una carta dirigida a su padre, el gran pintor madrileño, mientras su esposa Luisa permanecía en Aretxabaleta, buscando alivio a las molestias físicas ocasionadas por su último embarazo*.

Tirando del hilo de Ariadna, las pesquisas me llevan hasta el Ayuntamiento, concretamente al hall de alcaldía, donde cuelga el formidable lienzo que abre esta entrada, en el que, sólo unas décadas después, en 1888, el genial pintor donostiarra Ignacio Ugarte Bereciartu inmortalizó la escena, con el título “Una perra al agua… ya la sacaré con la boca”, convirtiéndola en arte. En Ibaeta, los personajes saltan del cuadro para cobrar vida en la fachada del Colegio Mayor Olarain, donde el escultor donostiarra Alberto Saavedra Maestro instaló el grupo escultórico que inspirado en el lienzo de Ignacio Ugarte rememora esta costumbre que ha pervivido en el muelle durante generaciones.

Pero ni rastro de Román y su “Perrita al agua, caballero”. Hasta que la hemeroteca nos da una pista: “Aún hoy el poema se puede encontrar colgado de la pared, en el bar Nestor de la Parte Vieja”.

Nos reciben con sorpresa, dándonos todas las facilidades para rescatar aquellas estrofas del olvido y aquí quedan para que no vuelvan a perderse.

Un buen día, Román decidió cambiar de aires sin dejar rastro. El paso del tiempo hizo que hasta sus amigos le diesen por muerto. Se refugió en Granada durante más de dos décadas, en La Herradura, una pedanía de Almuñécar, para protegerse de sí mismo. En 2012, otro buen día, regresó a Donosti, “hecho un desastre” –dice su amigo Mikel Abad. Ya recuperado, ingresó en una residencia de ancianos. “El otro día recité en la residencia. ¡Casi me sacan a hombros!”, recordaba emocionado, y añadía: “Ahora, con el buen tiempo, he empezado a escribir todos los días, sentado en un banco, sólo, con mi cigarro”. Román Gil de Montes Insausti falleció en Donosti el 21 de mayo de 2016. “Con Donostia en el corazón”, dice la esquela. Descanse en paz.

* Madrazo Kuntz, Federico de: Federico de Madrazo. Epistolario, t. I,… carta nº 151. San Sebastián, 3 de agosto de 1846.

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