Paseando por el laberinto de don Julio Caro Baroja, he encontrado al sabio de Itzea enojado con los parlamentarios de su tiempo postrero, el de la Transición española.
Dice Caro, que lo menos que se puede esperar es la agresión verbal, oral o escrita. Esto, aunque no es nuevo, ha adquirido algunos matices especiales en nuestra hermosa época. Los periódicos y revistas clericales y anticlericales de comienzos de siglo, desde El Siglo Futuro al Motín, usaban y abusaban del dicterio, del improperio y hasta del insulto. Hubo un momento corto en que este juego de procacidades pareció mecánico, aburrido, monótono. Por otra parte, los oradores con pretensiones de conquistar a ciertos auditorios, tanto de izquierda como de derecha, usaban también, por la misma época, de parecida artillería verbal, que producía risa y satisfacción a los que oían. Hay un misterioso nexo entre el juego retórico a base de la ordinariez y de la grosería y la creencia de que éstas son patrimonio de los hombres de bien de determinado grupo político. Thiers, refiriéndose a ciertos ministros de Luis Felipe, que eran hombres un poco groseros al parecer, decía: “Se creen virtuosos porque son mal educados.” ¿Qué diría hoy? Todo el que hace alarde de “hombría de bien” (también la que paralelamente la hace de lo que podría llamarse “mujería”) cree que tiene que ser grosero, violento de expresión, un tanto cerril. En esto los que ponen el mingo [sobresalen] no son los políticos, sino los articulistas de ciertas publicaciones periódicas, que parecen creer que el grado de emancipación se mide por las palabrotas que se emplean y que el camino de la virtud está empedrado de ellas. Esto no asusta, pero da qué pensar acerca de la fuerza de los tópicos, arquetipos y modelos de conducta. Hace temer, por otra parte, que la capacidad de discurrir ordenadamente sobre un problema político o económico complicado vaya perdiéndose más y más. No ha de pensarse que un orador de mitin debe emplear un lenguaje calderoniano, ni imitar a los grandes oradores del pasado, pero de esto al género de oratoria que hoy tiene éxito en algunos medios y que podría caracterizarse como “oratoria testicular”, hay gran distancia y nadie la cubre.
Aunque, como se ve, el fenómeno no es nuevo, qué diría hoy el bueno de Caro al oír a tantos parlamentarios rompiendo la barrera del sonido. La agresividad es una especie de virus del comportamiento, más contagioso que el de Wuhan.