A Case of You

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Diana Krall descubrió la música en las veladas al piano que organizaba su abuelo todas las noches; un minero sin dinero, pero que compartía su vida sentado al piano. En sus sueños, regresa a su infancia, cuando miraba al mar desde la isla de Vancouver, escuchando las armonías de su abuelo. Krall, como la llaman sus amigos, creció amando el piano, impecable, como su Steinway de cola, negro lacado, hasta convertirse en una de las mejores intérpretes del jazz contemporáneo. Improvisando en el teclado se siente segura. Puede que comience un puente sin saber a dónde le va a llevar, pero siempre consigue llegar a la otra orilla con elegancia, demostrando hasta qué punto con una canción se puede alcanzar la plenitud, emoción y complicidad con el público.

Krall es una habitual del Jazzaldi donostiarra y en su último concierto, con esa quietud que le permite expresar de la forma más poderosa y enérgica los sentimientos más intensos, interpretó una versión delicada y conmovedora de A Case of You, legendaria canción en la que su paisana Joni Mitchell contaba: “Recuerdo aquella vez que me dijo, que dijiste/“el amor es tocar las almas”./Seguramente tocaste la mía/porque parte de ti sale de mi/en estas líneas, de vez en cuando.” Terminó con una dedicatoria: “Esta es mi carta de amor a San Sebastián.” En los bises, tras una primera retirada, con el público entregado en la Trini, volvió al escenario y mientras escuchaba a Anthony Wilson acariciar su guitarra acústica, apenas se pudo contener: “son lágrimas de emoción pero también de felicidad”, dijo. Finalizado el concierto añadió: “pocas veces me he sentido tan emocionada y tan trascendida.”

¡Terrícolas!

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Llega del espacio exterior un eco que me parece más inquietante que tranquilizador: los marcianos han renunciado a invadir la tierra tras descartar que pueda haber vida inteligente.

La moral del pedo

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Probablemente, conceptos como nacionalismo, independencia, soberanía y otros muchos que utilizamos, sean ya más propios del siglo XIX que del XXI y necesiten que los adaptemos a las nuevas realidades, pero se me rasgan los ojos y me chirrían los oídos cuando leo y oigo a nacionalistas españoles argumentar sobre lo malísimo que es el nacionalismo cuando éste es vasco, catalán, escocés o kosovar.

Esto es lo que Rafael Sánchez Ferlosio formuló como “la moral del pedo”. En un lugar cerrado –decía–, el nacionalismo opera de manera similar a cuando socializamos los gases intestinales: se convierte en ese hálito que sólo nos molesta cuando es ajeno.

Màxim el Breve

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Es evidente que vivimos tiempos de inmediatez, en los que no hay margen para la duda. Seis días han bastado para ver caer a un ministro del nuevo gobierno de Sánchez. Desde luego, si Màxim Huerta quería batir récords, con su forzada dimisión lo ha conseguido.

Aunque pueda herir la sensibilidad de más de una y más de uno, en este trance me he acordado de la respuesta que dio Julio César a las damas romanas que le pedían que reconsiderara el anunciado divorcio de su esposa Pompeya: «La mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo».

Así que, aun a riesgo de que pueda resultar injusta o exagerada, la dimisión del ministro de Cultura y Deporte me parece que era necesaria. Tal y como está el patio, es la única manera de que la política pueda empezar a recuperar el crédito perdido.

El pedo filosofal

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Entre la tragedia y la redención

Las distintas formas de ver las cosas, entender la vida y enfrentarse a los problemas, forman parte de la esencia del ser humano. Se han estudiado multitud de técnicas de resolución de problemas, pero ninguna como aquella, utilizada ya por los filósofos de la Grecia clásica, que encuentra en la causa del problema la solución.

Metrocles de Maronea, hermano de Hiparquia, la esposa de Crates, era un hombre de una exquisita sensibilidad. Fue primero discípulo de Teofrasto “el Peripatético” y, en consecuencia, seguidor de la filosofía de Aristóteles allá por el 300 a.C. Aunque resulte extraño, según cuenta Diógenes Laercio, uno de los momentos más difíciles en la vida de Metrocles tuvo lugar un día en que, durante un ejercicio de lectura, se le escapó un pedo en la escuela. Al desdichado y refinado Metrocles le entró tal ataque de vergüenza que se encerró en su casa con la intención de dejarse morir por inanición.

  • Maldigo el día en que nací –decía con inconsolable dolor Metrocles–. ¿Por qué me tenía que ocurrir a mí esta terrible desgracia? Padre Zeus, te lo suplico, envía contra mí un rayo que ponga fin a mi vida.

En cuanto Crates, que era un gran psicólogo, se enteró de la desgracia de su cuñado, se puso a maquinar el modo de devolverle a Metrocles las ganas de vivir.

  • ¿Cómo se puede sacar del pozo a un muchacho tan hipersensible? –se preguntaba Crates sin hallar respuesta–. ¿Cómo se puede demostrar a alguien que tirarse un pedo en público no es razón para suicidarse?

Por fin tuvo una feliz idea. Puso al fuego una buena olla llena de lentejas, se comió un par de escudillas y se fue a visitar a Metrocles.

  • No has cometido ningún crimen –le dijo Crates–. El percance que te ha ocurrido le puede ocurrir a cualquiera.
  • ¡Quiero morirme!, ¡quiero morirme! –decía desesperado Metrocles.
  • Pero tranquilízate, Metrocles –volvía a la carga Crates–. Habría sido un milagro que impidieras la salida de los gases de acuerdo con su proceso natural. Y bien sabes, como nos enseñó el materialista Demócrito, que en la naturaleza hay leyes, no milagros.

La conversación se alargó mucho y no había forma de convencer a Metrocles. Pero, con el paso del tiempo, las lentejas empezaron a hacer su efecto y Crates recurrió al único medio posible de convencer a Metrocles. Se tiró unos cuantos pedos y, con la similitud del acto que a él tanto le había hundido, se convenció de que aquel desliz, al fin y al cabo, no era tan grave.

  • Cuñado, dame un abrazo –dijo Metrocles–. ¡Qué hábil has sido al encontrar el medio de arrancarme de la desgracia!

Desde entonces, Metrocles siguió las enseñanzas de Crates y llegó lejos en el camino de la filosofía.

El falsario de Nafarroa

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Una suave brisa que llega del sur, trae hasta mi camarote el rumor de una polémica sobre la denominación en euskera de Navarra que, como todas las que afectan a la toponimia, no es inocente.

El ocaso de los falsarios es el título de un pequeño opúsculo escrito por Jaime Ignacio Del Burgo, que el propio y prolífico autor navarrista juzga como modesto ensayo de aproximación al problema vasco. En realidad, se trata de una crítica intensa de los argumentos de sus adversarios, a partir de una interpretación sesgada de la historia, en la que destila, gota a gota, sus recurrentes fobias, más inspiradas en la intención política que en la objetividad histórica.

Dice Del Burgo en la página 59: “No hemos hablado hasta ahora de los territorios que los nacionalistas llaman “Iparralde” o “Euzkadi Norte” (sic), integrada por las demarcaciones vascas de Soule, Zuberoa y Benabarra (ahora, a esta última, la llaman Nafarroa Bereha (sic) = Baja, pues los de este lado del Pirineo somos la Nafarroa –qué nombre tan espantoso– Garaia = Alta).”

Su desafección por la “lingua navarrorum” queda patente en las páginas 90 y 91 cuando asegura: “Son muchos los que piensan (él entre ellos) que si en los años de la Transición naufragó el intento de integrar a Navarra en Euzkadi (sic) por aplicación del principio de hechos consumados, no tiene sentido ahora dar facilidades para la extensión de un idioma prisionero de la concepción nacionalista, por más que se haya intentado despojarle de su connotación política. Para quienes así piensan (él entre ellos), el vascuence se ha convertido en el “caballo de Troya” del nacionalismo vasco en Navarra.”

… y sigue: “hasta impusieron a Navarra un nuevo nombre –a mi parecer horrendo–, olvidando que los navarros siempre la habían llamado en vascuence Nabarra, siendo Nafarroa un término introducido en época reciente, no sé si como fruto de un purismo lingüístico ajeno al habla popular de nuestra tierra o por alguna razón de tipo político que no llego a alcanzar.” Tesis en la que insiste en su “Argumentario contra el manifiesto abertzale sobre 1512”: “Olvidan que en vascuence Navarra se escribe “Nabarra” (según Sabino Arana y Arturo Campeón (sic), por Campión) o “Naparra” (según Iparraguirre).”

El vocablo Nafarroa aparece impreso ya en tiempos de Felipe II, en la obra “Iesus Christ gure Iaunaren Testamentu Berria”, traducción al euskera del Nuevo Testamento que la reina de Navarra Juana de Albret encargó al clérigo labortano Joanes de Leizarraga y que vio la luz en 1571, antes de que Miguel de Cervantes publicara la primera parte de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” y casi tres siglos antes de que naciera Sabino Arana.

El que es el segundo libro publicado en euskera de los que se han conservado, editado por el impresor Pierre Hautin en La Rochelle el 22 de agosto de 1571, está dedicado por el autor a la reina de Navarra: “Gvcizco andre noble Ioanna Albrete, Naffarroaco Reguina…”. En otra parte del texto, vuelve a hacer referencia a Nafarroa: “Baina are guehienic bihotz eman vkan cerautana cen nic nuen sperançá, ecé moien hunez. Iaincoaré hitz purac vkané luela sartze eta auáçamédu Heufcal-herrian: eta hunetacotzat çu Andreá, hunez cerbitzaturen cinadela trompettabaten ançora, ceinez Iaincoac deitzé baitzaitu hala çure Naffarroaco resumá-ere Satani guerla eguitera, nola eguin eta eguité-ere baitraucaçu çure dominationeco berce leku gucietá” (“… a declararle la guerra a Satán también en vuestro reino de Navarra”) (Transcripción literal del original).

En 1643, el navarro Pedro de Agerre, Axular, en su obra Gero, igual que Leizarraga, se refiere a Nafarroa. Dirigiéndose al lector (“Iracurtçailleari”) reflexiona sobre la dificultad de escribir un euskera inteligible para el conjunto de los vascos: “Badaquit halaber ecin heda naitequeyela euscarazco minçatce molde guztietara. Ceren anhitz moldez eta differentqui minçatcen baitira euscal herrian, Naffarroa garayan, Naffarroa beherean, Çuberoan, Lappurdin, Bizcayan, Guipuzcoan, Alaba-herrian eta bertce anhitz leccutan” (“Sé asimismo que no puedo llegar a todos los modos de hablar del euskera. Pues se habla de muchas maneras y diferentemente en Euskal Herria, en la Alta Navarra, en la Baja Navarra, en Zuberoa, en Lapurdi, en Bizkaia, en Gipuzkoa, en la tierra de Álava y en otros muchos lugares”) (Transcripción literal del original).

Así pues, Nafarroa no es un nombre de “ahora”, “un término introducido en época reciente”, ni “un nuevo nombre” que los nacionalistas quieren imponer a los navarros, como asegura Jaime Ignacio Del Burgo, doctor en Derecho por la Universidad de Deusto, académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y de la Real Academia de la Historia. ¿Se puede inferir desconocimiento en alguien a quien le gusta alardear de semejante curriculum?

En la contraportada de El ocaso de los falsarios, el autor aclara a quien pudiera tener alguna duda sobre el título de la obra, que falsario es el que no dice la verdad. Es por lo que al modesto entender de este capitán le parece que, embarazado de prejuicios, cree el fraile que todos son de su aire.

Javier Cercas distingue el crítico matón del provocador. El crítico provocador incita a la lectura mientras que el matón te quita las ganas de seguir leyendo. El crítico matón no suele ser tonto –añade–, pero nunca es tan listo como él se cree; en realidad, sería menos tonto si no se creyera tan listo.

Navarra, la tierra en la que crecieron los mástiles de esta nave, se llama Nafarroa en euskera, aunque al crítico matón no le guste.

Suzanne: Leonard y Suzanne

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Esa mirada de Suzanne no necesita ni letra, ni música. El 27 de diciembre de 1967, sólo unos meses después de su accidentada participación en el concierto del Town Hall de Manhattan, en el que por primera vez cantó ante el público y Suzanne recibió su atronador aplauso, Leonard Cohen publicaba su primer disco. No pasó mucho tiempo sin que sus fans se preguntaran quién era aquella Suzanne que llevaba a Leonard a su refugio, “cerca del río”, donde “puedes escuchar los barcos pasar”.

No podía ser la mujer que ocupaba su corazón, Suzanne Elrod, la fotógrafa que sería madre de sus hijos Adam y Lorca, porque su noviazgo comenzó en 1969. ¿Quién entonces?. La Suzanne que quedaría para siempre inmortalizada con aquella canción, era Suzanne Verdal, una joven bailarina de Montreal. Se conocieron a principios de 1960 en Le Vieux Moulin, un club en el que bailaba con su novio Armand Vaillancourt, escultor y buen amigo del cantautor. Después de su traumática separación, Leonard le visitaba regularmente en su refugio junto al río San Lorenzo, daban largos paseos por los muelles escuchando el sonido sincronizado de sus zapatos, comunicándose en silencio. Suzanne ha dicho: casi nos oíamos pensar. A la luz de una vela, tomaban té y naranjas que compraba en el barrio chino.

Muchos de aquellos momentos se convirtieron en versos y Suzanne en la musa que inspiró el poema titulado Suzanne Takes You Down de su poemario Parasites of heaven, editado un año antes que su primer disco y convertido en la canción que abre el universo Cohen. Años más tarde, se encontraron tras un concierto en Minneapolis y Leonard le dijo: “Oh Suzanne, me diste una hermosa canción”.

Suzanne: Judy y Leonard

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El In my life de Judy Collins tuvo tan buena acogida que fue disco de oro al año siguiente, en 1967, y la inclusión de Suzanne en el disco hizo que el nombre de Leonard Cohen empezara a sonar en el ambiente musical neoyorkino y estadounidense. Durante aquellos meses, Leonard viajó con frecuencia a Nueva York, alojándose en el famoso Chelsea Hotel, al que dedicaría una de sus mejores canciones. Como buenos amigos solían pasear por el Greenwich Village y Judy le insistía en que debía animarse a interpretar sus canciones, pero él siempre se negaba, argumentando que se moriría de vergüenza ante el público.

En el mes de abril de aquel año se organizó en el Town Hall de Manhattan un concierto contra la guerra de Vietnam. Esta vez Judy no sucumbió ante sus evasivas y consiguió que a regañadientes aceptara cantar. Lo presentó y Leonard caminó vacilante por el escenario, con las piernas temblándole dentro de los pantalones. Empezó a cantar Suzanne ante un respetuoso y expectante silencio, pero enseguida, a mitad de la primera estrofa, se detuvo. No puedo seguir, musitó ante el micrófono, y salió del escenario.

El público reaccionó de inmediato aplaudiendo y pidiéndole que volviera, mientras Leonard, abrazado a Judy, sollozaba y le repetía que no podía, que no podía. Luego se separó y sonrió, mientras dejaba la guitarra. Judy lo detuvo y agarrándole por los hombros le dijo: crees que no puedes hacerlo, pero sí puedes y lo harás. Leonard la miró, volvió a sonreír, cogió la guitarra y salió de nuevo al escenario. Terminó la canción entre atronadores aplausos. Había nacido un nuevo singer songwriter, un nuevo cantautor.

Triste tuit

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Es este un minúsculo pero sustancioso ejemplo de la idiotez hispana. La autora es María Antonia Trujillo, quien no puede decir que se dejó llevar por un arrebato de patriotismo, ni por los efluvios de la bebida al tuitear, ya que esperó al día siguiente de la humillación para sacar pecho y satisfacer la imperiosa necesidad de comunicar a toda la red que en un restaurante madrileño de Chamartín le habían servido agua de Font Vella que, al parecer, es catalana, y que, en consecuencia, había decidido no volver a pisar tal lugar. Solo sería un dislate más si no fuera porque María Antonia Trujillo es profesora de Derecho Constitucional y ex ministra de Urbanismo y Vivienda, en el Gobierno de Zapatero. Una persona, por lo que parece, formada, capacitada y que había tenido un cargo de responsabilidad en un Gobierno socialista de España que se suponía progresista. ¿Tiene remedio este país?

Suzanne: Suzanne y Judy

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Hace sólo unos días, en plena vorágine navideña, se cumplían cincuenta años de la publicación del primer disco de Leonard Cohen, el 27 de diciembre de 1967. Suzanne era la primera canción, la más emblemática de su carrera, la que abre el universo Cohen, sin embargo no fue su estreno porque ya la había grabado un año antes Judy Collins, su madrina artística.

Leonard era un joven y tímido poeta canadiense de intensa vocación que leía sus poemas en pequeños clubs de Montreal y de Toronto. Convencido de que la poesía no le daría de comer, se propuso convertir algunos de sus poemas en canciones y probar suerte. Desde hacía un tiempo, Mary Martin, una amiga canadiense de Judy, le venía hablando de un tal Leonard Cohen, un poeta con mucho talento, le decía. A finales de mayo de 1966, mientras Judy trabajaba en el que sería su quinto álbum, In my life, Mary insistió: Cohen cree que ha escrito algunas canciones y le gustaría que las escucharas.

Judy Collins le abrió la puerta de su casa en Nueva York. Leonard empezó confesando sus dudas sobre si lo que había escrito podían considerarse canciones, pero luego se sentó en el sofá, apoyó la guitarra en su rodilla y empezó a cantar Suzanne. Judy quedó tan sorprendida y conmovida que inmediatamente decidió interpretarla e incluirla en el disco que estaba grabando. Suzanne es pues el primer tema de Cohen en publicarse, pero no cantado por él sino por Judy Collins, situándole al comienzo de un largo camino.