De coreanos y Coreas donostiarras

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El paso de Lee Chun Soo por la Real Sociedad no fue suficiente para poner a Donosti en el mapa de sus paisanos. El padrón municipal dice que sólo son catorce los coreanos que comparten su día a día con nosotros. Pero hubo un tiempo, no tan lejano, en el que llegaban por miles.

Eran los años cincuenta y sesenta, cuando esta tierra bullía en un nuevo proceso de expansión industrial y desarrollo económico, frenético e intenso, que cosechaba prosperidad y demandaba mano de obra. Atraídos por la posibilidad cierta de encontrar un puesto de trabajo y vivir una vida mejor, con una esperanza cansada de esperar, decenas de miles de castellanos y extremeños, sobre todo, decidieron “subirse a las vascongadas”: día y medio en vagones de tercera entre maletas de cartón o de madera.

Una segunda gran ola de inmigración se levantó y rompió con fuerza inusitada provocando un crecimiento demográfico espectacular que prácticamente duplicó la población vasca en sólo dos décadas, con un saldo migratorio neto de 415.800 almas, más de un tercio de la misma, y el desbordamiento de un territorio que no estaba preparado para acoger semejante aluvión. Resurgieron el chabolismo y el hacinamiento y otras formas precarias de alojamiento, como el alquiler de habitaciones con derecho a cocina y baño, los pisos compartidos por varias familias y las llamadas “casas baratas” que inundaron la geografía vasca. “No veíamos las chabolas –recuerda Idoia Estornés Zubizarreta–, pero sabíamos que estaban ahí… las “casas del paralelo” en Martutene.”

La guerra de Corea (1950-1953) había inundado los noticieros cinematográficos y estaba muy presente la imagen de las hileras de refugiados escapando de la miseria. No fue muy difícil asociarla con la de los recién llegados. Así, se les empezó a llamar “coreanos” y a sus poblados “paralelo 38”, la línea imaginaria que separaba ambas Coreas. “Coreano” venía a ser un apodo similar al “maketo” aranista de la primera ola migratoria de finales del XIX.

La marea humana también entrañó cambios profundos que alteraron la estructura social vasca. En unos, alimentó el sentimiento de amenaza de la propia identidad despertando viejos recelos.

– Danak gera anaiak, baño beoiek izan ditezela eratuko diranak.
– Todos somos hermanos, pero que sean ellos los que se adapten.

Son dos expresiones que Raúl Guerra Garrido recoge en el epígrafe de su novela Cacereño, no como meras traducciones sino como una actitud de ida y vuelta. Otros, que, como ha dicho Alfonso Pérez-Agote, habitaban en la “sociedad del silencio”, percibieron la llegada masiva de inmigrantes como una “invasión”, incluso como una “maniobra” franquista de ocupación planificada con un objetivo desnacionalizador.

En contra de lo manifestado por Manuel de Irujo en un artículo titulado “Los coreanos”, publicado en el número 123 de Alderdi, en junio de 1957, el órgano oficial del PNV publicaba otro de Ceferino Jemein, en octubre del mismo año, en el que bajo el título “Efectos de la invasión coreana”, el viejo guardián de las esencias sabinianas se despachaba así: “Se montan (en Euskadi) todos los días nuevas industrias a beneficio de los coreanos, que vienen en masa a ofrecer su mano de obra. Luego, hay que albergar a esos coreanos, a quienes no importa vivir en barracones inmundos, pero que, por decencia pública, hay que darles viviendas decorosas. Es otra industria la de la construcción que requiere otra mano de obra, que naturalmente proviene del exterior. Así se forma una cadena que amenaza con hacer desaparecer a Euskadi, para dar paso a una gran Babilonia.”

¡Cómo no les iba a importar vivir en barracones inmundos! La vivienda era para los inmigrantes la conquista definitiva de la tierra prometida, como ha dicho Pedro José Chacón en “La identidad maketa”: “Cuando lo que se nos ofrece a cambio de nuestro trabajo no es ni siquiera ese ámbito íntimo donde podamos convivir con nuestra pareja, donde podamos criar a nuestros hijos, toda nuestra lucha se cifra en conseguirlo, todo nuestro horizonte vital está puesto en ese objetivo”.

Aunque parezca mentira, el punto de cordura iba a llegar desde las filas de ETA. En otro artículo publicado en su órgano oficial, Zutik (nº 12, 1963), titulado “Carta a un coreano”, David López Dorronsoro decía: “Nosotros le pedimos perdón por el uno y el otro (haciendo referencia al uso de los términos maketo y coreano), y le aseguramos que tenemos una gran confianza en que todos nuestros compatriotas acabarán abandonando su empleo y rectificando los hábitos mentales que se esconden detrás de esas denominaciones”. “¿Qué pueblo puede vanagloriarse de no contar con ningún pequeño Eichmann?” lamentaba. Consideraba, además, el problema migratorio como un fenómeno socioeconómico generalizado, particularmente en Europa, y no como una “maniobra política” franquista: “También Milán está lleno de “coreanos” italianos, y París de “coreanos” franceses, de “coreanos” españoles, y de “coreanos” vascos, entre los cuales se encuentra el que escribe estas líneas”. “Para situar la cuestión en sus justos términos –continuaba–, digamos que este fenómeno natural de migración interna dentro del Estado ha venido como anillo al dedo a los intereses políticos del fascismo español y a los propósitos que el general Franco mantiene de aniquilar las minorías nacionales no españolas: catalana y vasca especialmente. Pero nosotros no podemos confundir los efectos con las causas, ni atribuir a la masa de “coreanos” ninguna colaboración con una maniobra que no existe en la realidad, cuanto menos en la mente de esos trabajadores”. Finalizaba López Dorronsoro reconociendo la existencia, dentro del propio marco social vasco, de una frontera interna establecida entre la comunidad autóctona y la comunidad inmigrante que urgía eliminar: “Una empresa tal, no aportará más que honor al Pueblo Vasco y grandes ventajas en la lucha de liberación popular y nacional de Euzkadi”.

Pero, ni todos los peneuvistas eran tan radicales como Ceferino Jemein, ni todos los etarras pensaban como López Dorronsoro. En cualquier caso, lo que sí parece acreditado es el uso y la extensión del apodo “coreano” para identificar al inmigrante en aquél tiempo.

Tal es así, que cuando el Ayuntamiento de Donosti construyó dos grupos gemelos de “casas baratas”, diseñadas por el arquitecto municipal Luis Jesús Arizmendi para mitigar el problema de la vivienda en la ciudad, fueron popularmente reconocidos como nuestras dos Coreas: el grupo San Francisco Javier, en Egia, “encima de Jai Alai y junto a la fábrica de mármoles Altuna”, como Corea del Norte; y el de San Roque, en Amara Viejo, como Corea del Sur.

Hoy, felizmente, para conocer sobre aquella circunstancia hay que recurrir a los libros de historia y a la prensa de la época. Lee Chun Soo, el Beckham de aquellas lejanas tierras, pasó por Donosti con más simpatía que gloria y sólo son catorce los coreanos que comparten su día a día con nosotros.

Riace: una bonita historia en tiempos de xenofobia

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Stefano Mariottini buceaba persiguiendo un mero en las cálidas aguas del mar Jónico, frente a la costa de Riace, cuando vio que de la arena del fondo marino salía lo que parecía un brazo humano. Por un momento pensó que aquello podía ser cosa de la ‘Ndrangheta, que había encontrado los restos de un cadáver. A su lado yacía otro. Pero no había motivo para asustarse. Eran dos estatuas de bronce del siglo V a.C. procedentes, probablemente, del naufragio de algún barco en tiempos de Pericles. Desde que fueron rescatados aquel 16 de agosto de 1972, son conocidos como los Guerreros de Riace y se exponen en el Museo Nacional de la Magna Grecia de Reggio Calabria.

Pasado el entusiasmo por el descubrimiento, la vida de aquel pequeño pueblo medieval, engastado en la montaña de la costa calabresa, en el sur de Italia, muy cerca de la punta de la bota, volvía a la normalidad, a la cruda realidad: una triste existencia hecha de emigración y abandono. Riace se moría, boqueaba como un pez fuera del agua. Sus vecinos emigraban hacia las ciudades industriales del norte y al extranjero y, para mediados de los noventa, era ya una aldea despoblada, atrapada entre el olvido y la ‘Ndrangheta, la mafia calabresa.

Pero una noche luminosa de julio de 1998, por el mismo camino que habían llegado los Guerreros de Riace, arribó un velero que navegaba a la deriva con casi doscientas personas a bordo, encallando en las rocas. 66 hombres, 46 mujeres y 72 niños bajaron de aquella precaria embarcación en la playa de piedra de la zona baja del pueblo. A su manera revelaron distintos orígenes: Irak, Siria y Turquía, pero todos tenían una historia común: eran kurdos que huían de la guerra y la represión que vivían en su tierra.

Domenico “Mimmo” Lucano tenía cuarenta años cuando se produjo el desembarco de aquella gente que hablaba raro. Era uno de los jóvenes del pueblo que había probado suerte en otras ciudades más al norte, pero las raíces le tiraban tanto que había decidido volver y allí estaba cuando parte de los seiscientos habitantes de Riace bajaron a llevarles agua, comida y mantas. Conocía el conflicto kurdo y se sentía atraído por su historia, su cultura y su pertinaz lucha.

Aquellos primeros refugiados se albergaron en una estructura de la iglesia. Casas había de sobra, pero estaban abandonadas hacía décadas, muchas en ruinas. Lucano se enteró de la posibilidad de conseguir fondos de la Unión Europea para ayudar a quienes pudieran obtener el estatus de refugiado y para la puesta en valor del patrimonio arquitectónico de pueblos como el suyo. Se puso en contacto, uno por uno, con los dueños de las casas abandonadas que vivían en Milán, Roma, Munich, Sídney o Buenos Aires, obtuvo su permiso para restaurarlas y consiguió los fondos para rehabilitar el pueblo con la ayuda de los kurdos, que habían llegado con ganas de labrarse un futuro.

Lucano vio en aquella circunstancia la oportunidad de convertir Riace en un pueblo de acogida que lo sacara de la agonía y en 1999, con los lugareños y los inmigrantes que habían decidido quedarse, fundó la asociación “Città Futura”, dando vida a un proyecto de acogida con el firme propósito de integrar a los refugiados en aquella comunidad que estaba destinada a desaparecer.

En 2004 creó una lista vecinal con otros integrantes de “Città Futura” a la que llamó “La otra Riace” y ganó cómodamente las elecciones. Desde el ayuntamiento, podía intensificar el trabajo de acogida: facilitar trámites, otorgar permisos de residencia y documentos de identidad, regular las construcciones y el trabajo de los servicios públicos. Otras familias de África y Asia se fueron acercando y un pueblo envejecido y abandonado volvía a tener vida. Además de los trabajos de rehabilitación de inmuebles, se abrieron talleres artesanales y de oficios tradicionales en la región, casi olvidados, bares y restaurantes, granjas educativas, huertas y almazaras, cooperativas agrícolas, para la recogida de residuos y la limpieza de las playas, creando puestos de trabajo y nuevas oportunidades, tanto para los lugareños como para los inmigrantes. La escuela del pueblo, que estaba a punto de cerrar por falta de alumnos, se convirtió en referencia para la región por la cantidad de idiomas que se enseñaban y hablaban.

Fue reelegido en 2009 y 2014, convirtiendo Riace en un modelo ejemplar de acogida e integración de inmigrantes y, al mismo tiempo, de recuperación y crecimiento de un pueblo, como tantos otros, condenado al abandono, que ha inspirado, incluso federado, a otros, en Sicilia y el Piamonte. Un modelo que el profesor Mario Ricca, jurista de la Universidad de Parma especializado en cuestiones migratorias, ha calificado de “intelligration” (integración inteligente), “clave para transformar la hostilidad en hospitalidad”, un símbolo que ha dado la vuelta al mundo. Wim Wenders filmó allí “Il volo” (“El vuelo”), un documental que retrata la experiencia de la aldea y sus habitantes, nuevos y viejos, elogiando el modelo como “una verdadera utopía”, y en 2016, la revista Fortune incluyó a Lucano entre los cincuenta líderes más influyentes del mundo.

Desde aquel lejano 1998, han pasado por Riace más de 6.000 inmigrantes y refugiados. Hoy, es un pueblo lleno de vida. Tiene 2.313 habitantes de los cuales casi una cuarta parte, 532, son inmigrantes, procedentes de 38 países: Nigeria, Eritrea, Mali, Somalia, Pakistán, Afganistán, Siria, Iraq… todos integrados en el Sistema de Protección para Solicitantes de Asilo y Refugiados (SPRAR, en italiano) y, en términos de PIB, es un 43% más rico que cuando Lucano llegó a la alcaldía en 2004.

Pero sobrevino la “crisis de los refugiados” y el auge de la xenofobia, contaminando todos los quehaceres relacionados con la inmigración que, rápidamente, se convirtió en una de las principales preocupaciones de la política nacional e internacional, y el modelo Riace se empezó a ver como una excepción no deseable.

A comienzos de 2016, un inspector del SPRAR elaboró un informe muy negativo, según el cual el alcalde permitía la permanencia en el pueblo a los inmigrantes que habían terminado los proyectos financiados por la Unión Europea y no tenían papeles para quedarse. Además, el municipio debía una gran cantidad de dinero en términos de impuestos por el otorgamiento de documentos que nunca se habían pagado. Como los inmigrantes no tenían dinero, la alcaldía se los daba gratis. Un verdadero “caos” según el informe del inspector.

El SPRAR suspendió el envío de nuevos fondos, algo a lo que en Riace estaban acostumbrados. Era habitual que, por razones burocráticas, la llegada del dinero de la Unión Europea se retrasara, incluso que quedara bloqueada durante un plazo más o menos largo, pero siempre terminaba llegando. Para sobrevivir, Lucano y su gente llegaron a crear su propia moneda comunal, una especie de bonos en forma de billetes con las efigies de Gandhi, Martin Luther King, el Che Guevara y otros líderes, que sustituían en el municipio al dinero corriente y que, una vez llegados los fondos europeos, se canjeaban por moneda oficial.

Pero, como es sabido, no hay una buena historia sin la participación de un villano que se precie, el antagonista cruel y desalmado que amenaza con cargarse todo aquello que ha dado sentido al trabajo del protagonista. Así, apareció sobre las colinas del pueblo, Matteo Salvini, nuevo ministro del Interior y líder de la Lega que desde junio de 2018 cogobierna Italia, para arrojar sobre Riace a sus guerreros y enterrar su modelo en el fondo del mar.

Lucano mantuvo un abierto enfrentamiento con Salvini, que había decidido bloquear los fondos destinados a los proyectos de acogida en Riace. Se atrevió, incluso, a desafiar al ministro y en los primeros días de agosto inició una huelga de hambre, lanzando un manifiesto en el que denunciaba “las injusticias que como comunidad de acogida estamos sufriendo” y advirtiendo: “Estamos llegando al punto de no retorno. Si no hay una asignación planificada, no solo terminará la experiencia de Riace, sino que al menos 165 refugiados, 50 de ellos niños, terminarán en medio de una carretera y cerca de 80 empleados se quedarán sin trabajo. Numerosas actividades comerciales que han proporcionado bienes, principalmente alimentos, durante más de un año, no recibirán el pago del crédito que han acumulado. La economía de toda la comunidad, un modelo mundial de recepción e integración, colapsará bajo una pila de escombros.” Firmado: Doménico Lucano (Un alcalde rebelde)

Sentado en los escalones de la taberna de Donna Rosa se lamenta: “Están destruyendo el pueblo, corremos el riesgo de que se cierre todo, incluido el asilo. Podíamos seguir sin fondos europeos como proyecto independiente, pero dos años es demasiado tiempo y hemos acumulado bastantes deudas”. El futuro inmediato de lo que Lucano llamó “la utopía de la normalidad” es realmente incierto y corre serio peligro. Mientras, en una de esas interminables tardes, rotas por el toque de las campanas, los niños juegan en el nuevo campo de fútbol pidiéndose a gritos la pelota en dialecto calabrés, sin ser conscientes de ello.

Desde el 2 de octubre, Doménico Lucano está suspendido de sus funciones y se le ha prohibido vivir en su pueblo, acusado de favorecer la inmigración ilegal, de violar las normas de permanencia de inmigrantes y de haber cometido irregularidades en la concesión del servicio de recogida de basuras a dos cooperativas sociales, L’Arcobaleno y Eco-Riace, creadas para dar trabajo a los inmigrantes acogidos. Tanto a él, como a su compañera, Tesfahun Lemlem, y a otras treinta personas detenidas, se les acusa, también, de haber forzado los procedimientos para permitir que algunas jóvenes inmigrantes permanezcan en Italia mediante matrimonios de conveniencia, por lo que a Tesfahun se le ha prohibido salir del municipio, con la obligación de comparecer dos veces al día en la comisaría. Además de bloquear durante dos años los fondos europeos destinados a mantener el proyecto de acogida, Matteo Salvini ha ordenado el día 14 que los inmigrantes acogidos al programa SPRAR abandonen el municipio y se trasladen a centros oficiales de otras localidades de Italia. Aunque, tras la polémica desatada, ha reconsiderado su orden precisando que los traslados serán voluntarios, pero añadiendo que los que decidan seguir en Riace dejarán de beneficiarse del sistema de acogida.

Doménico Lucano se ha convertido en el rostro de la lucha contra la xenofobia en la Italia de Salvini, pero no todas las historias bonitas tienen un final feliz y ésta aún no ha terminado. Héroe o villano. ¿De qué lado caerá la victoria?

“El viento cambió la historia de este pueblo”, suele decir Lucano recordando la llegada de aquel velero. Pero la dirección ha cambiado y hoy arrastra negros nubarrones, mientras los lugareños sueñan con ver a Salvini y sus secuaces convertidos en estatuas de bronce y enterrados en la arena del fondo del mar, como los Guerreros de Riace.

La pena negra de Federico: Poesía y barbarie

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Siguiendo las huellas de Federico García Lorca, su caminar se detiene en Donosti el 7 de marzo de 1936. Un sábado de cielos nubosos y lluvia intermitente.

“A la hora acostumbrada” –siete y cuarto de la tarde–, subía a la tribuna del Ateneo Guipuzcoano para charlar sobre el Romancero gitano, ante un auditorio lleno y entusiasta.

En tono distendido fue desgranando el sentido y simbolismo de su obra. El libro –dijo–, aunque se llama gitano, es el poema de Andalucía; y lo llamo gitano porque el gitano es lo más elevado, lo más profundo y aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo de ser; guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal. Es un libro en el que apenas si está expresada la Andalucía que se ve, pero donde está temblando la que no se ve, la que se siente. Un libro, en contra de lo que muchos creen, anti-pintoresco, anti-folklórico y anti-flamenco, donde las figuras sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un solo personaje que es la Pena, que se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles, que no tiene nada que ver con la melancolía ni con la nostalgia. Un sentimiento más celeste que terrestre.

De cuando en cuando, ilustra sus comentarios recitando algunos de sus poemas, “con dicción clara y declamación atinada” –dice el cronista de La Voz de Guipúzcoa­–, como el Romance de la pena negra, la composición más representativa del Romancero gitano, haciendo las delicias de los asistentes.

Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

Federico se encontraba a gusto en Donosti, donde tenía muchos amigos y grandes admiradores, y se queda el fin de semana. El domingo se cita con Gabriel Celaya en el hotel Biarritz, donde se aloja, y es homenajeado con una comida en Gaztelubide, dejando su firma en el libro de honor de la sociedad, con la peculiar y arabesca rúbrica que abre esta entrada.

Pero la pena negra lo aboca a un destino trágico. Sólo cinco meses después, una madrugada, remota, de agosto, sobre las cuatro, es “pasado por las armas” en el barranco granadino de Víznar, por masón, socialista y homosexual. “Yo mismo le he metido dos tiros por el culo por maricón”, alardeó el abogado derechista Juan Luis Trescastro pocas horas después del asesinato. Tenía 38 años cuando le mataron; cuando se durmió de plomo y vistió de luto la tierra. Desde entonces yace en una fosa en algún lugar desconocido.

Uno de sus grandes admiradores, Esteban Urkiaga, Lauaxeta, cautivado por el imaginario del Romancero gitano que inspiró sus versos, también andaba tras las huellas de Federico. Salió a su encuentro en varias ocasiones, la última cuando la compañía de Margarita Xirgu estrenó en el Teatro Arriaga Bodas de sangre, sin conseguirlo. Había traducido al euskera tres de sus Canciones: Cazador, Canción del jinete y Despedida. Se las dejó en unas cuartillas mecanografiadas, en el hotel Torróntegui del Arenal bilbaíno, donde se hospedaba, junto con su segundo libro, recientemente publicado, Arrats beran y una pequeña nota en la que le decía: “Distinguido poeta. He intentado varias veces, sin lograrlo, una breve entrevista con usted, con el más vivo deseo de obtener su autorización para traducir al vasco algunas de sus poesías. Presentes en mí están sus ocupaciones y no quiero robarle más tiempo. Le dejo –ejemplo de versiones– para que pueda mirar algunas de sus canciones puestas en gracia y amor del idioma más venerable de Europa. Me fuera grato declamárselas para que gustara de la música de este milenario idioma”.

No fue posible. Otra madrugada, remota, a las cinco y media, sólo unos meses después que Federico, Lauaxeta era, también, “pasado por las armas”, frente a la tapia del cementerio vitoriano de Santa Isabel, por su “celo por la causa rojo separatista”. Tenía 31 años.

Consciente de que vivía sus últimos momentos escribió en La Playa:
(Traducción de Luigi Anselmi)

Lanzado a la vida por una ola
desperté en otro lugar!
¿Por qué camino podré llegar a la playa?
¡Me he perdido dentro de mí mismo!

El cuerpo está inmóvil, inquieta el alma,
¿De dónde viene esta resaca?
¡Una calma total en la superficie!
¿Adónde me arrastra el poderoso reflujo del mar?
Mas ¿para qué debilitarme luchando dentro del agua?
Sobre la mar se extiende una paz infinita.
Me quedaré dormido en esa inmensidad
¡y que me lleve consigo la fría ola de la muerte!

Poesía y barbarie.

Empiezan a caer las hojas de los árboles y me embarga la pena negra cuando vuelvo sobre mis pasos por el Paseo de Federico García Lorca.

Dooh Nibor en la brecha

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Erase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Personajes a los que veía José Agustín Goytisolo cuando soñaba un mundo al revés.

En los míos aparece de manera recurrente uno que me quita el sueño. Es Dooh Nibor. El reverso exacto, la antítesis, de Robin Hood, el príncipe de los ladrones. Un personaje que se dedica a robar a los pobres para dárselo a lo ricos.

El problema es que no pertenece a aquel mundo al revés que soñaba Goytisolo porque cuando me despierto sigo viéndolo por todas partes y se reproduce como los gremlins. Tal es así que los ricos se hacen cada vez más ricos a costa de los pobres, que se empobrecen cada vez más a causa de los ricos. Y la brecha entre ricos y pobres cada vez se hace más grande.

Juezas y violencia de género

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Hace un par de semanas, Julia Otero retuiteaba esta foto del Rey con los miembros de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo en el acto solemne de apertura del Año Judicial, publicada por Leticia Dolera, preguntando si no nos producía, a los señores, bochorno, en un país con un 63% de juezas.

Pues claro que sí, pero al responderle le venía a decir que la reforma integral que necesita la justicia no depende tanto de lo que sus señorías lleven o no colgando bajo la toga como de lo que anide en sus cabezas.

Sólo unos días han sido suficientes para corroborarlo. El 25 de septiembre, Martina y Nerea, de 3 y 6 años, eran asesinadas por su padre. “Ya te puedes ir despidiendo de las niñas”. “Si es eso lo que quieres, terminarás haciéndole daño a las niñas. ¿Entiendes lo que te digo?”. “Me voy a cargar lo que más quieres”. “Tú sabes lo que haces: ya estás sentenciada”. Son algunas de las amenazas del parricida que constan en la denuncia que la madre interpuso. Itziar Prats había solicitado medidas de protección, tanto para ella como para las hijas, pero la magistrada titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer nº 1 de Castellón rechazó la petición porque no vio una “situación objetiva de riesgo” y considerando “desproporcionada” la “imposición al investigado de medidas que restrinjan sus derechos”, denegó la orden de alejamiento.

El mismo día, Maguette Mbengou moría degollada por su marido en presencia de sus dos hijas. La fallecida había presentado una denuncia por malos tratos contra su marido, pero la magistrada titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer nº 2 de Bilbao denegó imponerle una orden de alejamiento porque se había “aminorado el riesgo” y no apreciaba “agresividad en su esposo”. En el juicio celebrado un mes después de la denuncia, el marido fue absuelto, por falta de pruebas, de un delito de amenazas en sentencia dictada por la magistrada titular del Juzgado de lo Penal nº 6 de Bilbao.

Ya tenemos juzgados especializados en violencia contra la mujer, en violencia de género, y magistradas que, como titulares de los mismos, ocupan el centro de la foto de sus respectivos juzgados, pero a las víctimas de la violencia machista no les ha servido para nada. El problema de la Justicia es mucho más grave.

La paradoja de la reina roja

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En 1871, en “A través del espejo… y lo que Alicia encontró allí”, Lewis Carroll imaginó un mundo lleno de situaciones sugerentes con grandes paralelismos en nuestras vidas, como el pasaje en el que Alicia y la Reina Roja de la baraja se lanzan a una carrera desenfrenada. Nunca pudo explicarse cómo empezó. Todo lo que recordaba era que corrían cogidas de la mano y que la reina lo hacía tan velozmente que era lo único que podía hacer. Constantemente, la Reina Roja le gritaba:

  • ¡Más rápido, más rápido!

Y fueron tan rápido que al final parecía como si estuviesen deslizándose por los aires, sin apenas tocar el suelo con los pies; hasta que, de pronto, cuando Alicia ya creía que no iba a poder más, pararon y se encontró sentada en el suelo, mareada y casi sin poder respirar.

La Reina la apoyó contra el tronco de un árbol y le dijo amablemente:

  • Ahora puedes descansar un poco.

Alicia miró alrededor suyo y con gran sorpresa dijo:

  • Pero ¿cómo? ¡Si parece que hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! ¡Todo está igual que antes!
  • ¡Por supuesto! –dijo la Reina–. Y ¿cómo iba a estar?
  • Bueno, en mi país –aclaró Alicia, jadeando aún– cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte…
  • ¡Un país bastante lento! –replicó la Reina–. Aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio.

Aquél mundo al revés que descubrió Alicia al atravesar el espejo era el nuestro. Los acontecimientos se suceden a una velocidad endiablada y nos arrastran cogiéndonos de la mano, como la Reina Roja. Sin embargo, parece que seguimos en el mismo sitio. No avanzamos.

Nunca llegaremos al País de las Maravillas, pero tenemos que poner los pies en el suelo y detener esta loca carrera hacia ninguna parte. Pararnos a pensar un poco hacia dónde queremos ir y comprobar hacia dónde nos están llevando. El viento nos silba en los oídos y todo son prisas, ruido y confusión, pero seguimos a la sombra del mismo árbol.

Museo Nacional de Brasil

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Una metáfora del vacío, es lo que ha quedado tras el incendio declarado la noche negra del pasado día 2 en Río de Janeiro. En junio, había celebrado sus 200 años con el regalo de un crédito extraordinario para instalar un sistema antiincendios del que carecía. Tarde. Demasiado tarde. Uno de los centros culturales y de producción de conocimiento más importantes del mundo, que ya lo era en los años veinte cuando fue visitado por Einstein y Marie Curie, ha quedado arruinado. Veinte millones de piezas, registros no digitalizados de lenguas nativas que ya no existen, fósiles, dinosaurios, momias egipcias, frescos de Pompeya… y una biblioteca de antropología social de cientos de miles de volúmenes, todo, destruido en nueve interminables horas. Un monumento a la desidia.

Mussolini: Un ejercicio de Memoria Histórica

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La fachada del Palazzo delle Finanze de Bolzano, capital del Tirol del Sur, en el norte de Italia, está cubierta por un gigantesco bajorrelieve de treinta y dos metros de largo que presenta a Mussolini, a caballo, saludando, brazo en alto, con la inscripción “Credere, Obbedire, Combattere” (Creer, Obedecer, Combatir), lema acuñado por el Duce.

Puesto en la disyuntiva de optar entre “destruir” o “preservar” el monumento fascista, el gobierno local lanzó en 2017 una oferta pública, solicitando ideas sobre cómo “desactivar y contextualizar” políticamente el friso. La oferta declaraba explícitamente que la intención era “transformar el bajorrelieve en un lugar de memoria… para que ya no sea visible directamente, pero accesible al mismo tiempo, dentro de un contexto explicativo apropiado”. La propuesta ganadora fue tan poderosa como simple. Superpuesta al bajorrelieve ahora se encuentra una inscripción, iluminada con led, con una cita de la filósofa judía alemana, fustigadora del totalitarismo, Hannah Arendt, que dice: «Nadie tiene derecho a obedecer», en los tres idiomas locales: italiano, alemán y ladino.

Los artistas que hicieron la propuesta, Arnold Holzknecht y Michele Bernardi, han explicado que el «minimalismo» de la intervención está explícitamente destinado a contrastar la «grandilocuencia» del estilo de la época fascista y que el contenido de la cita se entiende como una «respuesta directa» a la «invitación a la obediencia ciega» contenida en el lema. Pero el monumento original, aunque contextualizado, permanece visible a través de la inscripción, porque lo que se pretende enfatizar es que la memoria, y por lo tanto la historia, no es una «hoja en blanco» en la que podemos volver a escribir, sino el resultado de un proceso de sedimentación, por el cual el pasado nunca se borra por completo, sino que se reinterpreta desde el presente.

Un ejercicio de memoria histórica realizado desde una perspectiva sugerente que invita a la reflexión porque si, efectivamente, lo que se pretende es no olvidar el pasado para no vernos condenados a repetirlo, quizá debamos plantearnos si ocultar o destruir vestigios de un pasado irrepetible es la mejor manera de aprender de él, de no olvidar.

Perrita al agua, caballero

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Paseando por el muelle, una fría y gris tarde de febrero, me asalta la imagen de los niños alborotados lanzándose al agua para recoger las monedas arrojadas por los paseantes y, con ella, el recuerdo de Román, recitando “Perrita al agua, caballero, que se coge con la boca”, en el cuartito de corrección de La Voz de Euskadi. ¡Qué habrá sido de este hombre! ¡Cómo rescatar aquellas estrofas del olvido!

Navegando, encuentro una vívida descripción de esta institución tan donostiarra: “Ayer por la tarde llevé a Raimundo al muelle y se divirtió mucho viendo unos siete chiquitines nadando como peces, a quienes echábamos cuartos para que los cogiesen debajo del agua. Uno de ellos, el más diestro, cogió hasta cerca de diez cuartos y cuando nos marchamos, despidiéndonos de ellos hasta mañana, le regalaron a Raimundo un pez casi vivo que se comió para cenar. Esta tarde hemos vuelto Cecilia, Pepita, los tres chicos y yo, y cuando llegamos fuimos saludados con una gritería espantosa por más de veinticuatro chiquillos metidos como ranas en el agua. Al llegar donde estaban empezaron a pedir cuartos y les dije que era necesario que se zambullesen todos a nuestra vista. Se subieron a lo alto del muelle, gritando ¡zambulla, zambulla!, y se precipitaron todos desde una altura lo menos de quince pies, levantando una espuma como una grande oleada; los echamos enseguida más de cinco reales en cuartos y se zambullían perdiéndose algunos de ellos de vista por más de veinte segundos y salían con los cuartos cogidos en la boca.” Así lo contó Federico de Madrazo, que pasó el verano de 1846 con sus hijos en San Sebastián, en una carta dirigida a su padre, el gran pintor madrileño, mientras su esposa Luisa permanecía en Aretxabaleta, buscando alivio a las molestias físicas ocasionadas por su último embarazo*.

Tirando del hilo de Ariadna, las pesquisas me llevan hasta el Ayuntamiento, concretamente al hall de alcaldía, donde cuelga el formidable lienzo que abre esta entrada, en el que, sólo unas décadas después, en 1888, el genial pintor donostiarra Ignacio Ugarte Bereciartu inmortalizó la escena, con el título “Una perra al agua… ya la sacaré con la boca”, convirtiéndola en arte. En Ibaeta, los personajes saltan del cuadro para cobrar vida en la fachada del Colegio Mayor Olarain, donde el escultor donostiarra Alberto Saavedra Maestro instaló el grupo escultórico que inspirado en el lienzo de Ignacio Ugarte rememora esta costumbre que ha pervivido en el muelle durante generaciones.

Pero ni rastro de Román y su “Perrita al agua, caballero”. Hasta que la hemeroteca nos da una pista: “Aún hoy el poema se puede encontrar colgado de la pared, en el bar Nestor de la Parte Vieja”.

Nos reciben con sorpresa, dándonos todas las facilidades para rescatar aquellas estrofas del olvido y aquí quedan para que no vuelvan a perderse.

Un buen día, Román decidió cambiar de aires sin dejar rastro. El paso del tiempo hizo que hasta sus amigos le diesen por muerto. Se refugió en Granada durante más de dos décadas, en La Herradura, una pedanía de Almuñécar, para protegerse de sí mismo. En 2012, otro buen día, regresó a Donosti, “hecho un desastre” –dice su amigo Mikel Abad. Ya recuperado, ingresó en una residencia de ancianos. “El otro día recité en la residencia. ¡Casi me sacan a hombros!”, recordaba emocionado, y añadía: “Ahora, con el buen tiempo, he empezado a escribir todos los días, sentado en un banco, sólo, con mi cigarro”. Román Gil de Montes Insausti falleció en Donosti el 21 de mayo de 2016. “Con Donostia en el corazón”, dice la esquela. Descanse en paz.

* Madrazo Kuntz, Federico de: Federico de Madrazo. Epistolario, t. I,… carta nº 151. San Sebastián, 3 de agosto de 1846.

Follador

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Bajábamos de Tíndaris después de visitar el santuario de la Madonna Nera y darnos un baño en la playa de Marinello, en el Tirreno siciliano, cuando el cielo comenzó a oscurecerse. Al llegar a Messina estalló una tormenta de verano y el intenso aguacero hizo necesario buscar refugio. Lo encontramos en un “birrificio”, I 5 Malti, cerca de la Piazza di Duomo. Aunque el emblema del local, colgado de la pared, proclamaba solemnemente “Dio salvi la Birra”, había en el centro del mostrador un refrescador de botellas con un nombre insólito sobre la porcelana: Follador; y, además, desde 1769. ¡Carambolas!, me dije para mis adentros.

Pero no. Nooo, nooo, no. ¡Qué va! No se trataba de un brebaje de aquellos, de recio abolengo, destinado a mejorar determinadas prestaciones y alcanzar así un rendimiento más que óptimo. No. Follador es el apellido de una familia de la región del Véneto, de una larga tradición vinícola, cuyos orígenes se remontan a la época de los Dogos venecianos. Ya en 1769, uno de sus últimos gobernantes, el Dux Alvise IV, de la casa patricia de Mocenigo, reconoció la excelencia de los vinos producidos por Giovanni Follador, algo que sus descendientes han conseguido transmitir, con pasión, hasta nuestros días, para llegar hasta el mostrador de I 5 Malti.

A veces, los idiomas sorprenden al viajero con curiosos juegos de palabras que sugieren imágenes y significados diferentes, por eso los gurús del naming aseguran que si Follador quisiera abrirse mercado en España, no le quedaría más remedio que etiquetarse con otro nombre. ¡Quién sabe!. O no.