Pablo Milanés, in memoriam

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Cuantas veces dijiste que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien. Que esperabas que un día el tiempo se hiciera cargo del fin.

Pues el fin ha llegado. Se acabó ese empeño por tratar de conquistar, con vano afán, ese tiempo perdido que nos deja vencidos, sin poder conocer eso que llaman amor para vivir. Para vivir…

Sentías a raudales, pero no hablabas de uniones eternas y te entregabas como si solo hubiera un día para amar. Te gustaba la canción comprometida. La que hacía pensar.

A todo decías que sí, a nada decías que no, para poder construir la tremenda armonía que pone viejos los corazones. Pero el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos.

Y sí, el fin ha llegado. De madrugada. Has dejado de jugar a hacernos felices. Pero, aunque el llanto es amargo, seguirás abriéndonos el pecho… con siete razones; haciendo que nuestra soledad se sienta acompañada, tantas veces.

Te negaré tres veces antes de que llegue el alba, cantabas. Me fundiré en la noche donde me aguarda la nada. Me perderé en la angustia de buscarme y no encontrarme.

Y seguías cantando…

Pensamiento,
dile a Fragancia que yo la quiero,
que no la puedo olvidar,
que ella vive en mi alma.

Anda y dile así:
dile que pienso en ella,
aunque no piense en mí.


Anda, pensamiento mío,
dile que yo la venero,
dile que por ella muero.

En este momento, no te vamos a pedir que nos bajes una estrella azul; sólo te pedimos que nuestro espacio lo sigas llenando con tu luz.

Esta mañana, miro tu cara y digo en la ventana Pablo, Pablo; eternamente Pablo. Nos costará llenar el breve espacio en que no estás. Descansa en paz, aunque sea lejos de tu mar, de tu palmera; de tu eterna primavera.

Los ojos del mar

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Subíamos al faro, como quien sube a un cuento. Con el recuerdo de la lluvia reciente, el camino alfombrado de hierba, entre helechos y castaños que ya empezaban a soltar sus frutos, nos lleva hasta finales del siglo XVI, cuando alguien escribió en el dintel de la puerta de entrada a un caserío, en la parte alta de Igeldo:

Milla Bider
Supra Izurun Situm
Balaearum et Piratarum
Speculare Pondium
1593

(Mil postores/ sobre Izurun/ para observar/ la ubicación/ de los balleneros y piratas)

Era una puerta abierta al pasado, a los tiempos remotos de Donosti, “illam villam quam antiqui dicebant Izurun” (esa ciudad que los antiguos llamaban Izurun); tiempos de corsarios y balleneros, de piratas y atalayeros.

***

Una fría mañana de diciembre, de aquellos tiempos, el talaixeru de turno grita sobrecogido, ¡¡¡por allí resopla!!!, ¡¡¡ba-lle-naaa!!!, ¡¡¡ballena a la vista!!! No le oye nadie, pero tiene la hierba húmeda preparada y enseguida una estrecha columna de humo se eleva sobre la cima de Arrola. La campana suena en el muelle y los cazadores corren hacia las txalupas que esperan preparadas en la rampa, con sus remos, arpones, estachas y sangraderas. Una ley no escrita dice que la embarcación que llegue primero ante la ballena y le clave su arpón, tendrá preferencia en el reparto.

Desde Igeldo y la Peña del Ballenero en Ulía, hasta Talaikoegia, sobre la punta de Anarri, en Orio; desde San Juan Talako, en Lekeitio, hasta Talaia, sobre la punta de San Telmo, en Hondarribia; desde Talaixa, sobre la punta de Alkolea, en Mutriku, hasta Talagutxia, Talaia de Matxitxako y la isla de Izaro, en Bermeo; desde Talaia, sobre la punta del cabo de Aitzundi, en Deba, hasta la Tour de la Humade, junto al palacio de Ferragus, en Biarritz; desde la ermita de Santa Klara, en Ondarroa, hasta Talaipunta, en Zarautz, sobre la isla y los arrecifes de Mollarri; desde Talaia, sobre el cabo de Ogoño, en Ibarrangelu, hasta Talaimendi, en Zumaia, al borde del acantilado, los atalayeros eran los ojos del mar. De su rapidez y habilidad para informar del avistamiento sin que los vecinos de los puertos más inmediatos lo vieran, en aquel juego de “ver sin ser vistos”, dependían la supervivencia y el corto bienestar de los cazadores de ballenas y sus gentes.

***

El arpón silba en el aire y entra profundamente en el cogote de la ballena, que se sumerge furiosa, con un estremecedor bramido lastimero. La estacha corre tras ella y en la txalupa reman con fuerza para alejarse. La popa se levanta sobre la espalda de la ola, la cresta recorre la quilla y levanta la proa hacia el cielo. A duras penas logran mantenerse a flote. Cuando emerge de nuevo su lomo negro, desde las otras txalupas la asaetean con lanzas sangraderas. El mar se enrojece, la ballena cierra sus pequeños ojos y, dos horas después, aparece flotando entre las olas. Los remeros, el timonel y el arponero se abrazan sobre la txalupa.

Era una ballena franca septentrional (Eubalaena glacialis), también conocida como ballena de los vascos, especie que llegaba a nuestras costas entre los meses de octubre y marzo buscando aguas más cálidas para parir y cuidar a sus crías. Tenía unos 15 metros de largo y pesaba alrededor de 60 toneladas. Era la presa favorita de los balleneros vascos, porque tenía una respiración tan fuerte que la hacía visible a larga distancia, por el chorro que lanzaban sus resuellos a varios metros de altura; porque sus movimientos en superficie eran lentos; porque era confiada y permitía acercarse con facilidad a pequeñas embarcaciones; porque tenía tendencia a mantenerse cerca de la costa, en aguas poco profundas; y, sobre todo, porque su gruesa capa de grasa hacía que al morir saliera a flote, no hundiéndose como lo hacían otras especies, lo que facilitaba su captura y arrastre.

***

Cinco txalupas se afanan en remolcar la ballena hasta el puerto, que espera con el muelle lleno de gente para darles la bienvenida. Con la marea alta yace ya en la rampa, esperando la bajamar para ser troceada. La vuelta victoriosa con el preciado trofeo garantizaba unas buenas Navidades. Una ballena cazada equivalía a un gran botín, que, a la par que enriquecía, daba testimonio del valor y arrojo de sus cazadores. Philip Hoare sostiene que “La ballena representaba dinero, comida, sustento y comercio. Pero también significaba algo más oscuro, más metafísico, por virtud del hecho que los hombres se jugaban la vida para cazarla” (Leviatán o la ballena).

La ballena era un bien preciado para las comunidades costeras. La grasa se cocía en grandes calderos de cobre para obtener el saín o lumera, aceite de ballena que se empleaba principalmente en el alumbrado, o para la elaboración de jabones y emplastos; las barbas se utilizaban como varillas de corsés y de sombrillas; la carne se consumía fresca, se ahumaba y adobaba, o se conservaba en salmuera. Se aprovechaba todo, hasta el esperma y los huesos.

***

Este episodio de la historia ballenera vasca puede darnos idea de una actividad que se remonta a tiempos más remotos aún, incluso anteriores a la fundación oficial de nuestras villas costeras, como podemos ver en los sellos concejiles de Hondarribia (1297), que se conserva en el Museo del Louvre, en París; Bermeo (1297) y Biarritz (1351).

También de su relevancia económica, incluso de su dimensión épica. La riqueza proporcionada por aquellas ballenas y las imborrables imágenes que su arponeo dejaban, generación tras generación, han quedado para siempre en los escudos de Getaria, Biarritz, Zarautz, Hondarribia, Bermeo, Hendaia, Ondarroa, Guethary, Mutriku y Lekeitio, llegando a constituir un verdadero signo de identidad.

A pesar del esmero que ponían los ojos del mar en aquel juego de ver sin ser vistos, a menudo, la competencia entre balleneros de las poblaciones más inmediatas por conseguir tan codiciado trofeo hacía difícil evitar desavenencias sobre la propiedad o el aprovechamiento de la ballena, que derivaban en serios conflictos, como el que se suscitó entre las tripulaciones de Zarautz, Orio y Getaria por los derechos sobre la ballena capturada el 11 de febrero de 1878 en aguas de Zarautz. Javier Caperochipi y José Antonio Agote, patrones de las embarcaciones de Zarautz y Orio, demandaron ante los tribunales ordinarios a los de Getaria, Estanislao Aizpuru, Antonio Aramberri y Francisco Berasaluce. La disputa impidió obtener beneficios de su grasa y de su carne ya que la penúltima ballena franca cazada en nuestros puertos se pudrió antes de la finalización del pleito. Su esqueleto de 10,68 metros de longitud, es el que todavía hoy podemos ver en el Aquarium donostiarra.

Con el correr de los siglos, la “ballena de los vascos” fue desapareciendo de nuestras costas y tan ancestral ocupación quedó reducida a la mínima expresión. Sólo de cuando en cuando, alguna se aproximaba ofreciendo la oportunidad de rescatar los viejos hierros de matar y revivir los gestos y los riesgos de épocas pretéritas. Es lo que ocurrió el 14 de mayo de 1901, “a eso de las nueve”, cuando apareció una ballena de 12 metros delante de la barra de Orio. Salieron cinco traineras, con 55 hombres, patroneadas por Gregorio Manterola, Manuel Loidi, Eustaquio Atxaga, Manuel Olaizola y Cesáreo Uranga, y media hora después regresaban a puerto arrastrando la última ballena de la historia cazada en la costa vasca, mientras repicaban las campanas de la iglesia. Todo un acontecimiento narrado en veinte versos de autor anónimo, que el bardo de Orio, Benito Lertxundi, popularizó con su canción Balearen bertsoak.

De aquellas carreras por ser los primeros en clavar el arpón a la ballena, de aquellas rivalidades entre los balleneros de poblaciones cercanas por hacerse con el preciado trofeo, nos quedan las regatas de traineras. Un campo de regateo reproduce el trayecto que las antiguas txalupas seguían para cazar y remolcar las ballenas. Las traineras reman con fuerza hasta la ziaboga, lugar en el que giran para volver y lo hacen sin presa alguna, pero como parte de una historia que en tiempos remotos llevó a sus antepasados a buscar el sustento y el de decenas de familias cazando ballenas. Aquella feroz competencia por llegar el primero, no se ha relajado un ápice con el paso de los siglos, como lo han demostrado hace unas semanas Arraun y Donostiarra, Orio y Getaria, Bermeo y Hondarribia en las mismas aguas de la vieja Izurun que veían los ojos del mar. Manuel Olaizola, que había arponeado a la última ballena, fue el legendario patrón de la trainera de Orio que ganó cinco veces la bandera de la Concha disputada desde 1879.

Hoy tocaba mirar atrás, tal vez para tomar impulso. Y por qué no terminar con una reflexión de otro artista oriotarra, el genial Jorge Oteiza: “El que avanza creando algo nuevo, lo hace como un remero, avanzando hacia delante, pero remando de espaldas, mirando hacia atrás, hacia el pasado, hacia lo existente, para poder reinventar sus claves”.

Bajábamos pensando ya en subir a Ulía, para encontrar el sendero que lleva hasta la Peña del Ballenero.

El patinete de Florence

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Hoy he visto pasar a Jorge por el bidegorri, a toda pastilla, con su patinete eléctrico, los brazos tatuados, como si llevara mangas, los pantalones de marca caídos, a media nalga, enseñando los calzoncillos, y ese aire de suficiencia que le hace sentirse moderno, vanguardista y hasta transgresor; convencido a carta cabal de que el resto del mundo es demasiado mainstream. Vamos, todo un neopijo.

Probablemente, Jorge no sabe que Cantinflas ya llevaba los pantalones caídos hace un siglo, que, hasta no hace tanto, los tatuajes eran cosa de presidiarios, marinos y legionarios, y que desplazarse al trabajo en patinete eléctrico es tan viejo como la fotografía que abre esta entrada, una imagen tomada en el Londres de 1916 por el fotógrafo Paul Thompson.

La mujer que transita sobre dos ruedas, bajo la atenta mirada de un Bobby, es Florence, Florence Priscilla McLaren de nacimiento (1883-1964), conocida también como Lady Norman desde que se casó a los 24 años; una sufragista británica que va camino de su puesto de trabajo.

Florence trabajó activamente en distintas organizaciones como la Liberal Women’s Suffrage Union y la Women’s Liberal Federation. Con el inicio de la Primera Guerra Mundial, dejó sus reivindicaciones feministas y se marchó con su marido a Francia para colaborar en un hospital de guerra, por cuya labor sería condecorada con la Estrella de Mons. De vuelta a Inglaterra, apoyó la creación del Imperial War Museum donde presidió un Comité de Trabajo dedicado a recopilar documentación sobre la contribución de las mujeres durante la Gran Guerra y, tras el estallido de la Segunda, se volcó, también, en ayudar a la causa bélica, esta vez en el Women’s Voluntary Service de Londres.

De voluntad inquebrantable, Florence dejó una huella imborrable no solo por defender el derecho al voto de las mujeres, sino por su anhelo de conseguir la igualdad ante la ley. Esta sí que fue moderna.

¿Y el patinete?

El patinete motorizado, que le regaló su marido para desplazarse al trabajo, era un vehículo fabricado por la empresa estadounidense Autoped Company, y a partir de 1919 por el gigante alemán Krupp. Tatarabuelo de los monopatines eléctricos de hoy, llevaba un motor de gasolina de 155 cm3 y podía alcanzar los 25 km/h. Originalmente fue utilizado por el servicio postal estadounidense para el reparto de correspondencia.

Esto es algo que Jorge y todos los que se creen tan modernos porque llevan los pantalones caídos, lucen tatuajes y se desplazan en patinete eléctrico deberían saber. ¡Cuántas veces se nos presentan las modas con pretensiones de originalidad!

Dedicado a Francine Anne

La partera de Maradona

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La madre que parió a Maradona pudo concebir a semejante ser porque antes afrontó y cumplió al pie, al pie de la letra, los consejos que la Pierina le anotó, de puño y letra, en un cuadernito.

En ese vértice del almanaque que abrocha un año con otro, cuando brindamos y nos abrazamos y nos besamos y nos ponemos momentáneamente buenos, Dalma Salvadora Franco, la Tota, le dijo al oído a su esposo Diego Maradona, Chitoro:

–El próximo será varón. Te lo juro
–Eso me dijiste la primera vez…
–… y vino nena
–Y la segunda vez…
–… y vino nena
–Y la tercera vez…
–… y vino nena. Y la cuarta vez, sí, también te lo dije
–Y nena vino
–Pero el quinto, Chitoro, será varón
–Será varón, Tota… si no viene nena
–Te digo que será varón
–Si nos sale nena yo la voy a querer igual. Vos sabés
–Será varón. Y jugará a la pelota como diosmanda
–Dios, Tota, no entiende un comino de fútbol
–Bueno, si no entiende que mire para abajo y aprenda de una vez

Llovía sin consideración afuera de la casilla en la Villa Fiorito de Lanús, provincia de Buenos Aires. Pero la Pierina prometió que iba a estar a las seis de la tarde y allí estaba ese 5 de enero, empapada, con el paraguas desfondado. Era una partera de palabra. La Tota le arrimó una toalla y un batón y se fueron a la única habitación para poder hablar tranquilas. Era una conversación de grandes y las nenas… que sigan jugando.

–Quiero que sea varón, Pierina. Varón y futbolista y bueno
–¿Bueno como persona o bueno como jugador?
–Las dos cosas: varón bueno y jugador buenísimo
–Sabía que me ibas a pedir algo así. Pero hagamos de cuenta que no me dijiste nada y empecemos de cero. Respondéme Tota, a cada cosa que te voy preguntando
–Sí, Pierina, preguntéme
–Ustedes nunca fueron otra cosa que pobres… tenés cuatro críos, cuatro, ¿querés tener otro?
–Sí, quiero
–¿Y tu marido se anima?
–Sí, quiere
–¿Lo querés hombrecito u hombrecita?
–Hombrecito
–Entonces, Tota, deberás mirar el sol cada vez que tomés agua
–Miraré el sol cuando tome agua. Pero ¿y de noche?
–Mirarás la nuca del sol, que vendría a ser la luna
–Tomaré agua mirando la luna entonces
–No es todo. vos y tu Chitoro, cada día deberán comer cosas que vengan de los árboles, de la madera
–¿Para qué eso?
–Para que el venidero les nazca con palito

Parir un hijo Jesús, no fue fácil. Solo una mujer pudo. Parir un hijo Che Guevara, tampoco fue fácil. Solo una mujer pudo. Parir un Diego Armando Maradona Franco, más que superdotado futbolista y hacia 1986 el humano más famoso entre todos los seres vivos del planeta, tampoco iba a ser fácil, para nada.

La Pierina pidió un té de carqueja ¡sin azúcar! y lo tomó despacio, algo pensativa.

–Decíme Tota, ¿estás bien segura de que querés que el pendejo te salga futbolista y buenísimo?
–Sí, sí. Que sea buenísimo, el mejor de la villa
–Mirá, si nos metemos en este baile, tenemos que apostar muy fuerte. Ya que estamos, que además sea el mejor de la provincia, el mejor del país, el mejor del mundo, el mejor del siglo y de todos los tiempos
–Y bueno, Pierina… ya que estamos…
–Te aviso que no va a ser sencillo. Conseguir un pibe así te va a costar una güeva y la otra güeva también. Yo me vine bien preparada, Tota. Te anoté, mes por mes, lo que tenés que hacer sin saltearte nada. En cuanto te olvidés o no podás hacer algo, despedíte del pibe 10. Te vendrá un pibe 7 o 5, que jugará lindo, pero como tantos.
–No, no, no, yo quiero que sea el pibe 10, el mejor de todos
–Eso es, Tota, el mejor de todos así en la tierra como en el cielo como en el infierno
–Pierina, ¿no podemos evitar eso del infierno?
–No podemos: tierra y cielo incluyen infierno. Por el mismo precio, eh?
–Bueno, Pierina, digáme

La Pierina dijo, ahora sí, dame un par de mates. Cuando recibió el primero, apretó el ceño y lo tomó cabeceando, mirando al piso. Mirando al piso como quien trata de adivinar las entretelas del futuro, con gravedad. Su rostro fue como un cielo luminoso que sin aviso se oscurece. Después de los mates, corrió su silla y se ubicó frente a la Tota. Estaban rodillas contra rodillas. La Pierina abrió el cuadernito y empezó a leer con voz algo solemne:

–Para tener un hijo que, como futbolista, sea el más genial de los geniales, el más único de los únicos, tendrás que cumplir, mes a mes, lo que aquí está escrito
–Lo haré, seguro que lo cumpliré
–En el primer mes, cada día, un ajo en ayunas
–¡Un ajo!
–Un ajo. Caiga quien caiga
–Bueno, caiga quien caiga. Pero ¿para qué el ajo, Pierina?
–Para que venga sin pelos en la lengua. Un único entre los únicos tiene que decir siempre lo que le da la gana, así le moleste al faraón o al sumo padre… Sigamos, que se nos viene la noche. En el segundo mes, tendrás que dormir en el lado izquierdo de la cama y después siempre así
–¿Para qué eso?
–Para que venga zurdo, bien zurdo. En el tercer mes, tendrás que hacer tres días de ayuno: solo líquidos
–Pero voy a tener mucha hambre, Pierina
–Y él también. Así vendrá: con hambre. Con hambre de gol, con hambre de todo… en el cuarto mes, tendrás que prepararte cada tres días un caldo que tenga acelga, apio, hinojo, rabanitos, calabaza, camote, ají verde, cinco cebollas, cinco, eh?, y pastito de ese que sale a la orilla del pozo de agua. Una olla entera
–¿Y eso para qué?
–No sé. Pero vos hacélo, Tota. El día trece del quinto mes, el 13, deberás buscar una piedra bien redonda, del tamaño de un puño, y enterrarla en el medio de la canchita más cercana. Eso lo harás sola, sin ninguna mirada, a las tres de la mañana
–¿Mi marido me podrá acompañar?
–Sola dije. Y sin que nadie se entere. Ni él

Las recomendaciones para el sexto, séptimo y octavo mes no fue posible conocerlas porque la Pierina, vaya uno a saber por qué, se las dijo al oído a la Tota. Secretos de hembras. Secretos sellados, porque la hoja donde estaban escritas las recomendaciones de esos tres meses fue arrancada en el acto y prendida fuego.

–Pierina, ¿puedo preguntarle algo?
–Te la pasás preguntando
–Recién me habló al oído, ¿por qué?
–Porque no quiero que escuche
–¿Quién? Si estamos solas y encerradas
–No tan solas Tota, siento que alguien nos está escuchando… Cebáme otro mate, pero antes cambiále la yerba. No me tinca el mate con gusto a enema

Y el mate renovado vino. Y después las dos mujeres otra vez rodillas contra rodillas.

–Pierina, ¿podré cumplir con todo lo que me está pidiendo?
–Eso me pregunto yo: ¿podrás, Tota?
–Quiero poder
–Vas a poder
–¿Y en el noveno mes qué tengo que hacer?
–Desde el primer día caminarás descalza por las mañanas. Descalza, sintiendo que la tierra es la espalda del mundo entero. Esto para que tu hijo venga mundial, ecuménico y planetario…
–Eso no me costará nada, me gusta andar descalza
–Lo que te costará un poquito, en la primera semana del mes noveno, será enhebrar una aguja…
–Eso lo hago sin dificultad todos los días
–… enhebrar una aguja con los ojos cerrados. La misma aguja que usás para pegar los botones de la camisa. No vale aguja de colchonero, eh?

Y la Tota quedó preñada a las casi tres semanas de ese encuentro con la Pierina. Pronto se puso gruesa sin disimulo y con entusiasmo. Y mes a mes fue cumpliendo, una por una, las recomendaciones. Mes a mes… Hasta que llegó el crucial día de enhebrar la aguja con los ojos cerrados. Lo empezó a intentar desde temprano: se encerró en su dormitorio, tomó aguja, tomó hilo y… creer o reventar: en el primer intento no pudo. Ni en el tercero, ni en el décimo. Ahí se dio cuenta de que estaba temblando.

–Ciega y encima temblando, así ni en un año podré enhebrarla –gimió.

Intentó tres, siete veces, no pudo. Desesperada, le dio una patada a un ovillo de lana y el ovillo de lana se metió justo por el ángulo de la banderola entreabierta. Alguien en la vereda vio salir el ovillo en parábola y bramó ¡¡¡gol carajo!!!

La Tota escuchó la palabra gol y salió como resucitada de su creciente congoja, ahí decidió decir gol en los próximos intentos. Pero no necesitó muchos intentos, ya en el primero el hilo había penetrado por el enormemente pequeño ojo de la aguja. Emocionada, lloró en silencio.

Y de pronto entró el marido y la encontró así. No se animó a interrumpirle el llanto, solo se hincó y le besó el vientre y él también empezó a llorar bajito.

Dos días después, la Tota, sumamente embarazada, le estaba dando una mano a su marido. Él, empinándose desde una silla, intentaba cambiar una bombita de luz.

–Chitoro, qué te costaba hacerlo con la escaler…

No terminó de decirlo que a él se le cae la lamparita. Sin pensarlo, ella interrumpe la caída con la rodilla; la bombita vuelve a subir y vuelve a caer, pero no se estrella contra el suelo porque ahí, ella, por así decir, la acampuja con el empeine y la lamparita va a dar otra vez a la mano asombrada de él.

­–¿Alumbrará esta lamparita? –dice él
–Seguro que alumbrará –dice ella

La Tota, después de cumplir al pie, al pie izquierdo de la letra, los mandatos de la Pierina, no imaginaba que su hazaña de la lamparita sellaría, como si fuera un antojo al revés, el destino mundial y único del ser que a las siete de la mañana del día siguiente iba a nacer, en domingo, naturalmente. A nacer por los siglos de los siglos.

El 30 de octubre del año 1960 después de Cristo, la Tota rompió bolsa a eso de las cinco de la madrugada. Camino del Policlínico, que naturalmente se llamaba Evita, le preguntó a la Pierina, que la acompañaba:

–Estoy segurísima de que Dieguito va a ser un pibe 10. Pero dígame, Pierina, ¿mi hijo va a ser feliz?
–Tu hijo estará condenado a dar felicidad a millones
–Pero él, ¿va a ser feliz?
–Mirá, el Policlínico. Por fin llegamos
–Pero él, él ¿va a ser feliz?
–Dame la mano y bajá con cuidado
–Pero él, él ¿va a…
–Dale Tota, afirmáte en mí. Vamos. Rápido, con cuidado

Y colorín colorado, el cuento se ha acabado.

A pesar del desdén de Chitoro, la Tota siguió, al pie de la letra, todos los consejos que la Pierina le anotó, de puño y letra, en aquel cuadernito; y llegó con palito, sin pelos en la lengua, porque siempre dijo lo que le dio la gana, y zurdo, bien zurdo. El pendejo le salió futbolista y bueno, buenísimo; un pibe 10, con hambre de gol, con hambre de todo, que jugó a la pelota como diosmanda; el mejor de la villa, de la provincia, del país; el mejor del mundo, del siglo y de todos los tiempos; el mejor de todos, así en la tierra, como en el cielo, como en el infierno; el más genial de los geniales, el más único de los únicos; mundial, ecuménico y planetario. Pero, ¿vos sabés?… no fue feliz.

Como hemos probado más de una vez, el fútbol puede ser también un gran pretexto –absolutamente válido y digno– “para meditar con hondura –y sobre todo ¡con gracia!–, sobre lo esencial de nuestra vida”. Así lo dejó dicho Héctor Tizón y yo doy fe.

en homenaje a Rodolfo Braceli

Para los despistados güeva equivale a testículo y, para los más atentos, tincar quiere decir golpear con la uña del dedo medio haciéndolo resbalar con violencia sobre la yema del pulgar.

Con vistas al mar

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Suena el teléfono y no cogen. Es mala hora. Por fin.

–Sí, ¿dígame?
–Buenos días, llamo para reservar una mesa
–¿Para cuándo?
–Para mañana, para comer
–¿Cuántos serían?
–Siete
–Muy bien. Espere un momentito que le tomo nota
–¡Ah!… A ser posible, con vistas al mar

Un silencio desconcertado llega desde el otro lado y después de unos largos segundos le digo:

–No, mujer. Que es broma

Y ella, con una risa liberada, me responde:

–Menos mal, porque aquí las vistas al mar son imposibles

–Dígame su nombre y número de teléfono
–Eduardo. 606610666
–¿Para qué hora?
–Las tres menos cuarto
–Muy bien. Lo único… que tenemos el comedor completo y les pondremos más cerca de la barra
–¿Junto a la barra?
–Bueno, es un txoko que tenemos con unos sillones y tal, muy cómodo
–Sí, pero junto a la barra, al lado de las escaleras que bajan a los baños ¿no?
–Sí
–Mira, lo de las vistas al mar lo puedo entender, pero comer en el txokooooo… se me hace más difícil de digerir

Tras otros segundos largos de silencio, vuelvo a la carga

–Además, vamos a ir con unos primos suizos y queremos que se lleven una buena impresión
–Bueno, ya veremos qué podemos hacer
–Tenemos intención de pedir unas paellas. ¿Necesitas saber para cuántos?
–No. Se suelen pedir unos entrantes y, mientras, vamos preparándolas

–Pero es importante que sean puntuales –continúa
–Bien. ¿Podrías concretar más lo del ya veremos?
–Juntaremos las mesas en el comedor y les haremos un hueco
–Muchas gracias

Nosotros llegamos puntuales y allí estaba esperándonos nuestra mesa para siete en el centro del comedor.

El humor es algo muy serio y desarrollar este sentido, ayuda a hacer nuestras vidas mucho más saludables.

El restaurante Bidebide está en la calle Legazpi, en el centro de Donosti, entre el Boulevard y la plaza de Gipuzkoa, lo que hace imposibles las vistas al mar, pero lo compensan con calidad y amabilidad.

Fotografía de Yolanda Itoiz, Donostia 2022

Hasta el rabo, todo es toro; también en el fútbol

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Cayó el telón liguero, al menos el de la Primera División. Es tiempo de hacer balance, tiempo de análisis y de publicación de estadísticas.

A lo largo de la temporada, a menudo me ha llamado la atención la cantidad de goles que se han metido en el período de descuento, un tiempo añadido por los árbitros que se va alargando por el aumento de cambios de jugadores, las interrupciones del juego por el VAR y las revisiones de las jugadas polémicas en monitor o las pausas de hidratación, en su caso. Según datos facilitados por el Comité Técnico de Árbitros (CTA), el tiempo de alargue de los partidos ha pasado de 5:49 minutos en la temporada 20/21 a 7:42 en la 21/22; y su presidente, Medina Cantalejo, ha asegurado que “nos iremos al minuto 14 o 15, si hace falta”.

No he encontrado entre las estadísticas publicadas, datos que me permitan confirmar si esa impresión que tenía al acabar muchas jornadas era o no una percepción equivocada. Así que me he puesto a ello y este es el resultado: se han metido muchos goles en el tiempo de descuento, que está siendo más decisivo que nunca.

Esta temporada se han marcado 92 goles en el tiempo añadido; casi el 10% del total (9,7%), 10 de ellos de penalti. 51 de los 92 goles, han sido decisivos para el resultado final de 49 partidos. Es decir, que en casi el 13% de los disputados en esta Liga (12,9%) el reparto de puntos ha cambiado más allá del minuto 90’; y con estos goles, se han ganado 86 puntos y perdido 67.

Levante, Granada y Cádiz son los equipos que han tenido períodos de prolongación más ajetreados. El Barcelona el que más goles ha marcado en el tiempo de descuento (10) y el Mallorca el que más ha encajado (9). Osasuna ha sido el equipo que mejor rendimiento ha conseguido del tiempo añadido, con 9 puntos ganados, 2 perdidos y un balance de 7 a favor. Y el Real Madrid, el único que no ha perdido puntos en el descuento.

En 18 partidos, uno de los dos equipos acariciaba la victoria con el tiempo concluido, pero el descuento permitió al rival empatar. Así le ocurrió al Elche, por ejemplo, que ganaba en el Bernabéu 1-2, hasta que Militão empató a 2 en el 92’; o al Español, que ganaba al Barça 2-1 hasta el 96’, cuando De Jong puso las tablas en el marcador; o al Cádiz, que ganaba 2-3 en La Cerámica, y el Villarreal empató a 3 en el 95’. Cádiz y Español intentaron desempatar el partido hasta el pitido final, adelantándose los gaditanos 2-1 en el 91’ y restableciendo los periquitos la igualada a 2 en el 96’.

En otros 15 partidos ocurrió lo contrario: cuando el reparto de puntos ya parecía garantizado, uno de los dos equipos se llevó el gato al agua en el tiempo añadido. Celta y Mallorca empataban a 3, hasta que Iago Aspas marcó el 4-3 para el Celta en el 97’ y de penalti. Al Sevilla, que empataba a 2 con el Granada, le dio tiempo en el descuento a meter otros dos: el 3-2 en el 93’ y el 4-2 en el 99’. Y el Atlético deshizo el empate a 1 con el Español por partida doble, tanto a la ida, como a la vuelta: en Cornellà en el 99’ y en el Wanda en el 90+10’, ¡en el minuto 100!, con un penalti transformado por Carrasco.

Otros consiguieron un resultado positivo cuando todo parecía perdido: el Valencia que caía derrotado 0-2 por el Mallorca en el tiempo reglamentario, salvó un punto con el 1-2 de Guedes en el 93’ y el 2-2 de Gayà en el 98’. Hazaña que repitieron los chés, tres jornadas después, contra el Atlético de Madrid: el Valencia perdía 1-3 en Mestalla, pero Hugo Duro marcó en el 92’ el 2-3 y en el 96’ el 3-3. A la vuelta, en el Wanda, el Valencia ganaba 1-2, pero el Atlético de Madrid consiguió la remontada tras empatar Correa a 2 en el 91’ y marcar el 3-2 Hermoso en el 93’. Y Osasuna consumó otra en tierras andaluzas, cuando el Cádiz ganaba 2-1 y, en el tiempo de descuento, Torres hizo el 2-2, de penalti, en el 91’ y David García el 2-3 en el 95’.

Juanma Lillo nos ha dicho que “las estadísticas son como los tangas: enseñan todo menos lo importante”. Y ¿qué es lo importante en este caso?: tener siempre claro que, hasta el rabo, todo es toro; también en el fútbol.

Vangelis, in memoriam

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Recién cumplidos los 79 años, Evángelos Odysseéas Papathanassíou, Vangelis para los amigos, y hasta para los enemigos, ha fallecido en París, la ciudad que le vio nacer como músico de éxito.

Fue allí donde formó, en el convulsionado 68, el grupo Aphrodite’s Child, junto a su primo Demis Roussos (bajo y voz) y el batería Lucas Sideras.

Más conocido por la composición de bandas sonoras para el cine, como Carros de fuego, ganadora del Oscar a la mejor banda sonora en 1981, Blade Runner (1982) y 1492: La conquista del paraíso (1992), hoy le recordamos con el video de su primer single que abre esta entrada: Rain And Tears, una adaptación del Canon en Re Mayor de Pachelbel que hizo con 25 años y que se convirtió en el primer éxito de Aphrodite’s Child y de su larga carrera musical.

D.E.P.

Spam

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Podría ser ésta una de aquellas “palabras aladas” de las epopeyas griegas, tan real como las aves que cruzan los aires, aunque su vuelo sea propio de un ave de rapiña. Todos conocemos su significado, pero porqué utilizamos la palabra spam y no, por ejemplo, trashmail (correo basura). Pues la respuesta tiene una curiosa historia.

Tenemos que subirnos a la maquina del tiempo, para remontarnos hasta los años treinta del siglo pasado. Un caluroso 5 de julio de 1937, en el condado estadounidense de Mower County (Minnesota), Geo. A. Hormel & Company lanza al mercado una especie de fiambre enlatado, fabricado con paleta de cerdo y jamón, al que terminarían llamando Spam. Según la versión oficial de la compañía, el nombre es un acrónimo de spiced ham (jamón especiado).

Aunque no tuvo la acogida esperada, el señor Hormel estaba convencido de que la fortuna le sonreiría, más temprano que tarde. Puso en marcha una intensa campaña publicitaria y consiguió un contrato para abastecer de carne en conserva al Ejército y la Marina. El spam se convirtió en la ración K (ración de combate) para los soldados estadounidenses y las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. La ex primera ministra británica Margaret Thatcher se refirió al spam como un “manjar de tiempos de guerra” y el ex primer ministro soviético Nikita Khrushchev declaró en sus memorias, Khrushchev Remembers, que “sin spam no habríamos podido alimentar a nuestro ejército”.

Pero bueno. ¿Qué tiene que ver la carne enlatada con el correo basura?, ¿cómo llegó el spam de las latas del señor Hormel al correo electrónico?

Otro salto en el tiempo, nos lleva al ficticio Green Midget Café de Bromley, en el sudeste de Londres, desde el que la BBC emite, en diciembre de 1970, un sketch del Flying Circus de los Monty Python llamado Spam. Una pareja, sentada en una mesa del café, junto a otra en la que hay varios vikingos, pregunta: “Buenos días, ¿qué tienen?” “Buenos, días. Tenemos huevos y spam; huevos, bacon y spam; huevos, bacon, salchichas y spam; spam, bacon, salchichas y spam; spam, huevos, spam, spam, bacon y spam; spam, spam, spam, huevos y spam; spam, spam, spam, spam, spam, spam, judías, spam, spam, spam y spam. O langosta Thermidor aux Crevettes con salsa Mornay, paté de trufa, coñac, huevo y spam”, le responde la regente del café. La mujer replica: “¿Tienen algo que no tenga spam?”. “Bueno, spam, huevos, salchichas y spam, no lleva mucho spam”. ¡No quiero nada con spam! se llega a escuchar mientras los vikingos ahogan sus quejas cantando a coro “spam, spam, spam, spam. ¡rico spam! ¡maravilloso spam! spam, spaaaaaam, spaaaaaam, spam. ¡rico spam! ¡rico spam! spam, spam, spam, spam”. Hasta 132 veces mencionan la palabra spam para disgusto de la pareja.

Todo esto les vino a la cabeza a los 392 miembros de Arpanet, cuando en 1978 recibieron un correo de su compañero Gary Thuerk, de Digital Equipment Corporation (DEC), en el que intentaba venderles un ordenador profesional por medio millón de euros al cambio actual. Aquella comunicación generó muchas quejas al departamento de Defensa de Estados Unidos y fue considerada tan intrusiva como el spam de los Monty Python. A partir de entonces, los internautas, hartos de recibir mails publicitarios no deseados, recordaron a aquella pareja que no podía evitar de ninguna manera el spam en su plato y terminaron dando ese nombre al correo basura.

En la página web de la empresa charcutera estadounidense, hoy Hormel Foods Corporation, presumen de que “cada segundo se comen 12,8 latas de productos SPAM en 44 países diferentes alrededor del mundo”. Siendo muchas latas, son muchas menos que los 983.796,3 correos no deseados que se envían cada segundo. Pero del nombre del correo basura tienen más culpa los Monty Phyton que el señor Hormel.

Hay palabras, aladas o no, que esconden en su biografía curiosas historias que contar y ésta es sin duda una de ellas.

Mi bebé solo se preocupa por mí

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Escrito en castellano, este título no dice nada, o casi nada. Sin embargo, en inglés, My baby just cares for me, ya es otra cosa: la canción más emblemática de una de las grandes estrellas del firmamento musical.

Aunque empezó a tocar el piano con tres años, con gran talento, nadie podía imaginar que Eunice Kathleen Waymon llegaría tan lejos. Ni siquiera Muriel Massinovitch, su primera profesora de piano, cuando recurrió a los vecinos de Tryon (Carolina del Norte) para que el don de su virtuosa alumna no acabase en el mismo barrizal que el de otros muchos músicos por el simple hecho de ser negra y pobre.

En realidad, la cadena de solidaridad había comenzado en la casa donde la madre de Eunice servía a finales de los años treinta, cuando la niña tenía solo seis años. Según contó la propia artista en su autobiografía, Víctima de mi hechizo, la señora Miller fue a verle tocar y le dijo a su madre: “Con semejante talento, sería un pecado que no tomase lecciones de piano. Mamá le dijo que no podíamos pagarlas. La señora Miller reflexionó un par de segundos y luego dio una respuesta: me pagaría las clases durante un año”.

Al concluir ese primer año, la señorita Mazzy —como su alumna la llamaba— creó el Fondo Eunice Waymon, con el fin de recaudar el dinero necesario para que la futura estrella pudiera terminar los estudios secundarios y de música. La ciudad respondió con entusiasmo a la llamada de la profesora, pero el Curtis Institute of Music de Filadelfia, uno de los conservatorios más prestigiosos de EEUU, terminó rechazando a la virtuosa Eunice, precisamente por ser negra.

Después del soponcio, comenzó a buscar trabajos que le permitieran seguir recibiendo clases particulares. En el primero de ellos acompañaba al piano a los alumnos de una profesora de canto interpretando temas melódicos y de jazz. Fue allí donde, probablemente, puso por primera vez sus ojos en la partitura de My baby just cares for me, canción incluida en el musical Whoopee!

Por las noches tocaba en garitos nocturnos de Atlantic City, en Nueva Jersey. Cuando terminó su primera noche en el Midtown Bar and Grill, el dueño del local, acodado en la barra, le preguntó de malos modos por qué no había cantado en las siete horas de recital, y ella le respondió: “soy pianista”. “Mañana por la noche serás cantante –le dijo–, si no, te quedarás sin trabajo”.

Tenía 21 años y le atormentaba la reacción que pudiera tener su madre, ministra de la iglesia metodista, si llegara a leer en el cartel del piano bar: “Esta noche, Eunice Waymon”. La imaginaba diciendo: “¿Un bar? ¡Dios mío, tengo al diablo en mi propia familia! Decidió entonces esconderse detrás de un nombre artístico y así nació, en aquel garito, Nina Simone. Nina, porque un chico hispano con el que salía tenía la costumbre de llamarla ‘niña’, y Simone para rendir homenaje a la actriz francesa Simone Signoret, por quien sentía gran admiración

El dueño de Bethlehem Records, Sid Nathan, reparó en su talento y le ofreció su primer contrato discográfico. Sin entusiasmo alguno, Simone grabó en catorce horas algunos temas de jazz y de góspel y añadió varias canciones propias cuyos arreglos escribió casi sobre la marcha. Pero Nathan le pidió que añadiera alguna más animada para cerrar el álbum y eligió su arreglo de My baby just cares for me.

Little Girl Blue fue grabado en 1957 y publicado en 1958. Ni el disco, ni la propia canción, tuvieron una acogida particularmente entusiasta, pero aquello le colocó en el mercado discográfico, hizo despuntar una carrera de intérprete a caballo entre el pop y el jazz y le permitió hacerse un nombre. Nina Simone estaba muy implicada en la lucha contra la segregación racial en su país y llegó a pensar que podía cantar para ayudar a su gente, “y eso pasó a ser el pilar de mi vida. Ya no era el piano, ni la música clásica. Ni siquiera la música popular. Era la música por los derechos civiles”. Convertida en icono del black power abandonó EEUU tras el asesinato de Martin Luther King.

Olvidada por el gran público y al borde de la ruina, en 1987, un anuncio de Chanel Nº 5 acompañaba las imágenes con su versión de My baby just cares for me. Treinta años después de su grabación triunfaba en las listas de ventas. Sorprendida, llamó a su representante, quien comprobó, para disgusto de ambos, que la artista no tenía derecho a un solo céntimo de los enormes royalties que el tema generaba.

Nina Simone recordó cómo acabaron las catorce horas de grabación de aquel día de 1957: “Nathan me dio un papel para que lo firmara, lo que hice sin leerlo (…) Había renunciado a prácticamente todo lo que habían generado mis grabaciones allí. Y eso me había costado más dinero del que podía contar”. Entonces se dijo, tengo que aprovechar esta oportunidad para recorrer el mundo, porque es la última que tengo. Y vaya si lo hizo. Hasta 2002, un año antes de su muerte a los setenta años, no paró de actuar.

My baby just cares for me llegó a su primer disco como una canción de relleno, se convirtió en la más emblemática de su carrera musical, pero los beneficios que generó fueron para otros.

Hay que tener mucho cuidado con lo que se firma.

Bestiario interactivo

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El hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso, dice la sabiduría popular. Sea o no, más o menos cierto, quiero poner la atención en la primera parte del refrán, en esa estrecha interacción que hemos tenido siempre y tenemos, hoy más que nunca, los seres humanos con el resto de los animales; para explicarnos; para dar rienda suelta a nuestros anhelos, enigmas, misterios y miedos; para resaltar valores, cualidades e identidades, individuales y colectivas; en nuestro afán por encontrar significado a todo lo que nos rodea y a nosotros mismos. Una relación de la que a menudo no somos conscientes y que es tan vieja como el mundo.

Desde los tiempos más remotos, la presencia humana está ligada a los animales, como muestran las pinturas realizadas en las paredes de las cavernas. Para aquellos protohumanos captar plásticamente a los animales era hacerse dueños, en cierto modo, de aquello que se deseaba y no se podía realizar. bisontes, caballos, ciervos y mamuts, convertidos en tótems, fueron símbolos de atributos y cualidades.

Las primeras civilizaciones los elevaron a la categoría de dioses. Particularmente intensa y compleja fue la relación entre el hombre y los animales en Egipto, presentes como símbolos a lo largo de todo el ciclo vital, desde el nacimiento hasta la muerte. Así, el halcón, que se asocia al dios Horus, se relaciona con el cielo, la guerra y la caza; y el escarabajo, Jepri, con la divinidad del sol naciente. El toro, Hap, Apis para los griegos, con la fecundidad; el carnero representa a Amón, dios de la creación; el cocodrilo a Sobek, dios de la fertilidad y la vida, que protege el poder del faraón; la vaca señala a Hathor, diosa solar del amor y la maternidad; el león deviene signo de realeza y el chacal cierra el ciclo vital al relacionarse con Anubis, dios de las necrópolis que acompaña a los difuntos en el juicio de Osiris.

Los relatos mitológicos de los griegos dieron vida a criaturas híbridas y fantásticas. Unas de carácter benigno como Pegaso, el caballo alado de Zeus, o el unicornio. Otras de índole maligna, como el minotauro, con cuerpo de hombre y cabeza de toro, que da muerte a quienes se aventuran en el laberinto de Creta; los centauros, de cabeza humana y cuerpo de caballo; las esfinges, augurio de mala suerte y destrucción, representadas con rostro de mujer y cuerpo de león; gorgonas, despiadados monstruos con forma de mujer y serpientes en lugar de cabellos, y arpías, portadoras del mal, con cuerpo de águila y cabeza de mujer; sirenas y tritones, deidades que habitaban el mundo submarino, con forma de mujer y hombre hasta la cintura y cola de pez. Sin olvidar al ave fénix que, tras arder en una pira, resurge de sus cenizas, como símbolo de inmortalidad, y, por supuesto, al caballo de Troya, utilizado como máquina de guerra.

La loba Luperca, que amamantó a los gemelos Rómulo y Remo, está en el origen legendario de Roma y es su símbolo por excelencia. Sin embargo, pocos la representan tan poderosamente como el águila, con sus alas extendidas, que portaban en sus estandartes las legiones romanas. Heredera de la cultura griega, fue incorporando animales de territorios conquistados, nunca antes vistos en Roma. Así la damnatio ad bestias llevó a echar a los leones a los cristianos en el Coliseo; en aquel tiempo, una secta que en las catacumbas se identificaba con el pez, por su nombre en griego, Ichthys, utilizado como acróstico de Iesous Christos Theou hYios Soter, es decir, Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador.

Abundantes y diversas son las menciones a animales que aparecen en la Biblia como claves simbólicas. Desde la serpiente del Edén que, en el relato del Génesis acaba con la plácida y feliz vida de Adán y Eva en el Paraíso, a los coloridos caballos de los cuatro jinetes del Apocalipsis: la paloma, que en el episodio del diluvio universal, regresa al arca de Noé portando en su pico una ramita de olivo, en señal de paz y esperanza, al final de la catástrofe climática; el cordero de Dios, Agnus Dei; el gallo que canta tras las tres negaciones de Pedro y que en la Edad Media quedará representado en las veletas, encaramado en lo más alto de las torres de las iglesias; o la ballena de Jonás, en cuyo vientre permaneció engullido tres días y tres noches antes de ser devuelto, como símbolo de la muerte y resurrección de Jesús.

Los bestiarios medievales vuelven a recurrir a animales, tanto reales como híbridos y fantásticos, procedentes del mundo antiguo, a los que se atribuyen comportamientos, cualidades o defectos humanos, para enseñar y moralizar. El arte románico y después el gótico los llevarán de las páginas de los libros a las gárgolas, los tímpanos de las portadas y los capiteles de iglesias y claustros, convertidos en símbolos del bien y del mal. Unos eran benéficos, como la paloma, el águila, el león o el grifo. En cambio, los uróboros, anfisbenas, basiliscos y mantícoras, fueron criaturas maléficas cuya representación operaba como disuasión frente al pecado. El macho cabrío aparece asociado al diablo, portador del mal, cuya figura ocupa el centro de la ceremonia en los akelarres, en una Edad Media en la que escudos y blasones se llenan de águilas, osos, lobos y leones, para simbolizar la fuerza y el poder, y se sistematiza la antigua tradición astrológica babilonia y grecorromana del zodiaco, del griego ‘zoodiakos (kyklos’ (‘rueda de los animales’), cuyos signos los representan: Aries es el carnero; Tauro, el toro; Cáncer, el cangrejo; Leo, el león; Escorpio, el escorpión; Capricornio, el chivo; y Piscis, el pez.

La emblemática barroca vuelve a cargar de una densa simbología moralizante a los animales que se relacionan con el conocimiento hermético, los arcanos naturales, y las verdades de la religión cristiana. El animal es un signo oculto que debe ser decodificado como soporte eficaz de mensajes morales o religiosos. Así podemos verlos en pinturas como el ‘Finis Gloriae Mundi’ de Juan de Valdés Leal, en la iglesia de la Hermandad de la Caridad de Sevilla, donde los siete pecados capitales adquieren sobre la balanza del Juicio figura de animales: la soberbia es el pavo real, la envidia el murciélago, la ira el perro, la gula el cerdo, la avaricia la cabra, la lujuria el mono y la acidia el perezoso.

La fascinación del ser humano por los animales y su identificación simbólica está presente en todas las culturas del planeta, incluso en mundos tan alejados del nuestro como el lejano Oriente o el Nuevo Mundo. Desde el emperador Huang Ti doce animales marcan el calendario chino: la rata, el buey, el tigre, el conejo, el dragón, la serpiente, el caballo, la cabra, el mono, el gallo, el perro y el cerdo. Cada uno de ellos representa un conjunto de cualidades que determinan el carácter de las personas que nacen en los años que rigen. El 1 de febrero ha dado comienzo al año del tigre. Del santuario japonés de Toshogu nos llegan los tres monos sabios Mizaru, Kikazaru, Iwazaru, que en nombre de Confucio recomiendan «no ver, no oír, no decir», un código moral y de conducta que invita a la prudencia y que, en una interpretación libre y parcial, ha derivado en nuestro ver, oír y callar. No son menos simbólicos las vacas sagradas de la India, las águilas bicéfalas rusas, el camello de las zonas desérticas o el canguro en Australia.  En el otro extremo, las culturas amerindias tenían sus propios tótems y divinidades animales, desde el cóndor de los Andes al búfalo de las grandes llanuras del norte, pasando por la serpiente emplumada o Quetzalcóatl y el jaguar de las mesoamericanas.

En todas partes la paloma simboliza la paz; el león, la fuerza y el valor; el águila, la nobleza y el poder; el búho, emblema universitario, la sabiduría y el conocimiento. El avestruz está relacionado con la Justicia; el pelícano con el altruismo y el amor paternal; el pavo real con la vanidad y la soberbia de los que se pavonean. El mono ha simbolizado los principales vicios de la humanidad, la pereza y la lujuria. Reconocemos la inocencia y la mansedumbre del cordero; la astucia del zorro, la crueldad de la hiena, la cortedad del asno; la laboriosidad en la hormiga, la constancia y la prosperidad en la abeja, la cobardía en la gallina y la arrogancia en el gallo. El cuervo y la lechuza son pájaros de mal agüero; aunque el refranero dice que de él se aprovechan hasta los andares, el cerdo ha representado todo lo malo, los deseos impuros; un animal inmundo para los judíos y el islam; y la serpiente, ambivalente, es el animal maldito del Paraíso, identificado con el demonio, pero también, con la eternidad y la inmortalidad, que, enroscado en la vara de Asclepio, el dios griego que tenía el poder de sanar, figura en el escudo de la Organización Mundial de la Salud.

Desde los tiempos de Esopo, los animales han sido protagonistas de fábulas, donde aparecen dotados de cualidades humanas, en un sentido moralizante y didáctico, tales como La cigarra y la hormiga, La liebre y la tortuga, El cuervo y la zorra o la paradoja del asno de Buridán. También en cuentos infantiles, como Los tres cerditos, Bambi, el ciervo, El patito feo de Andersen, o los de Perrault, La ratita presumida y El gato con botas. Eran tiempos en los que la cigüeña traía a los niños de París y el ratoncito Pérez dejaba dinero debajo de la almohada cuando se nos caía un diente. Con esa función de transmitir valores, Walt Disney llevó a las pantallas sus animales antropomorfos tras el rugido del león de la Metro: el ratón Mickey y su eterna novia Minnie, a la que ahora le quieren cambiar la falda por pantalones; los perros Pluto y Goofy; el pato Donald y Dumbo, el elefante tímido e inocente. En el imaginario colectivo han quedado también Bugs Bunny, el conejo de la suerte; el gato Silvestre y el canario Piolín; el pato Lucas, Félix el gato y Porky, el cerdito tartamudo; el gato Tom y Jerry el ratón, el pájaro loco, el oso Yogui y el lagarto Juancho; la abeja Maya, la pantera rosa y Simba, el rey león. Y cómo olvidar otros más reales como Chita, la entrañable chimpancé de Tarzán; la perra Lassie, el cariñoso delfín Flipper; un caballo como Furia o la mula Francis.

Esta interacción constante la podemos ver también en sentido contrario, cuando atribuimos a las personas cualidades propias de algún animal. Así, José Luis Rodríguez es el puma; Tom Jones, el tigre de Gales; y Van Morrison, el león de Belfast. Un hábito muy extendido, sobre todo, en el ámbito deportivo: Bahamontes era el águila de Toledo y Fede Etxabe el potro de Gernika; Bernard Hinault, el caimán; Vincenzo Nibali, el tiburón; Paolo Salvodelli, el halcón; Phil Anderson, el canguro; y Tony Rominger, el dromedario. Kobe Bryant, fue la mamba negra, y Tiger Woods, tiene los atributos del tigre. El mundo del fútbol es una auténtica reserva en la que podemos encontrar al lobo Diarte, el conejo Saviola, el burrito Ortega y el ratón Ayala; al tigre Falcao, el toro Acuña, el piojo López y el mono Burgos; al lagarto Pizzi, el lobito Carrasco y el tiburón Puyol. Emilio Butragueño era el buitre; Gary Medel, el pitbull; Héctor Herrera, el zorro; y Diego Costa, la pantera; y así un largo etcétera.

El branding asociativo ha movido a muchas compañías a recurrir a arquetipos animales para transferir imaginarios corporativos a sus marcas. Puma da nombre a uno de los mayores fabricantes de material deportivo. Una vaca representa a Milka, el cisne a Swarovski, la paloma a Dove, el murciélago a Bacardí y así otro largo etcétera del que quizá sean más conocidos el cocodrilo de Lacoste o el conejo de Playboy. Yo recuerdo hasta los zapatos Gorila, los de la pelota verde de goma. En el mundo del motor, el león identifica a Peugeot, el caballo rampante a Ferrari y a Porsche. Jaguar es una de las marcas británicas de mayor prestigio mundial. La serpiente es emblema de Alfa Romeo, el toro de Lamborghini y, como no podía ser de otra manera, SsangYong encontró en el dragón su símbolo de fortaleza. Ahora tenemos hasta empresas unicornio.

Desde que Plauto llegó a la conclusión de que el hombre era un lobo para el hombre, la cultura popular ha perpetuado, a través de la tradición oral, la carga simbólica que los animales aportan a nuestra conversación diaria para ayudarnos a expresar y transmitir cualidades, pensamientos y sentimientos.

Todos sabemos lo que queremos decir cuando afirmamos que alguien es un lobo con piel de cordero; que de los huevos de pato nunca salen cisnes; que cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta. Que la cabra tira al monte; que no se hizo la miel para la boca del asno; que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Que por la boca muere el pez; que a perro flaco todo son pulgas; que, de noche, todos los gatos son pardos. Que más vale ser cabeza de ratón que cola de león; que los tordos alivian los apretones; que en boca cerrada no entran moscas. Que, hasta el rabo, todo es toro; que, muerto el perro, se acabó la rabia; que siempre hay quien pretende arrimar el ascua a su sardina. Que, a burro muerto, la cebada al rabo; y que, a toro pasado, todos somos Manolete.

Lo que es poner al lobo a cuidar de las ovejas, tener más vidas que un gato; coger el toro por los cuernos; sacar un conejo de la chistera. Matar dos pájaros de un tiro, hacer la cobra, pagar el pato, tener el mono o marear la perdiz. Sentirse como pez en el agua; aceptar pulpo como animal de compañía; tener pájaros en la cabeza o estar como una cabra. Ver las orejas al lobo; poner a alguien a caer de un burro o dejarle a los pies de los caballos. Tener memoria de elefante o llevarse como el perro y el gato; estar hecho un toro y no ver tres en un burro.

Discutimos si son galgos o podencos; si son los mismos perros con distintos collares; si fue antes el huevo o la gallina; si vale más pájaro en mano que ciento volando. Buscamos tres pies al gato; nos metemos en la boca del lobo. Ponemos ojos de cordero degollado; y, aunque procuramos estar siempre al loro, a veces nos dan gato por liebre y luego, claro, derramamos lágrimas de cocodrilo. Algunos van por la vida como pollos sin cabeza y se defienden como gato panza arriba. Otros son más pesados que una vaca en brazos y esconden la cabeza como el avestruz. Sabemos que aquí hay gato encerrado y que, al final, a todo cerdo le llega su San Martín.

Utilizamos también a los animales para insultar: ¡burro!, ¡cerdo!, ¡cabrón!, ¡gusano!, ¡buitre!, ¡cernícalo!, y para describir: el que iba delante era un lince, que parecía más aburrido que una ostra y no paraba de hacer el ganso; el otro, astuto como un zorro, era muy mono, pero un poco pato y más lento que el caballo del malo; y había un tercero, un poco gallito y más terco que una mula, que, además, se comportaba como un lobo solitario. Era, en fin, una noche de perros y aquello parecía una jaula de grillos, pero todos pasaban a su lado como borregos.

En fin. Son tiempos de vacas flacas, de cisnes negros, de chivos expiatorios y fondos buitre. Pero también de fuertes identidades. En Estados Unidos, el burro es el símbolo que identifica a los demócratas y el elefante a los republicanos. Allí mismo tenemos al toro de Wall Street embistiendo a los adoradores del becerro de oro. En algunas organizaciones, los aparatos se dividen en halcones y palomas y, por estos lares, los populares recurrieron a las gaviotas. La vaca representa la identidad gallega y poco a poco va sustituyendo a la cebra en los pasos de peatones de aquella tierra; el burro a la catalana y la oveja latxa a la vasca. En España, que empezó siendo tierra de conejos, es también apreciada la cabra de la Legión y hasta el conejo de la Loles, como no podía ser de otra manera; pero ninguno la representa como el toro de Osborne. Aunque… si yo tuviera que elegir, me quedaría con la vaquilla de Berlanga.

Ahora que hemos declarado a los animales “seres sintientes”, hemos de reconocer que la humanidad no se explica sin ellos. Va a tener razón el antropólogo Claude Lévi-Strauss cuando asegura que los animales, además, son buenos para pensar.