Nunca fue fácil ser mujer en Afganistán

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No está el horno para bollos en Afganistán. Mucho menos para las mujeres, o para muchas de ellas. Hoy es la interpretación talibán de la Sharía la que les trae por la calle de la amargura, pero hasta cuando el viento llegó a soplar del lado contrario les tocó ser protagonistas.

Esta mañana he leído una breve reseña publicada en la prensa de hace más de un siglo sobre el impulso modernizador o “europeizador” del emir de Afganistán de aquel tiempo, que me ha llamado la atención, siendo éste un tema de máxima actualidad, en la que se dice lo siguiente:

El Afghanistan quiere europerizarse poco á poco, y empieza su emir por divorciarse de casi todas sus mujeres.

Sólo son cuatro las favorecidas, á quienes el emir conserva en su palacio.

A las que repudia las tiene, sin embargo, algunas consideraciones, pues les permite que se vuelvan á casar á su antojo, y aún se compromete á pasar una pensión á todas aquellas que no logren encontrar marido.

El emir quiere hacer ley de su capricho y ha publicado una proclama ordenando que todos los súbditos del Afghanistan sigan su ejemplo y conserven únicamente cuatro mujeres, divorciándose de las demás.

Los que no se avengan á esto sufrirán los más severos castigos.

El redactor de La Voz de Guipúzcoa finaliza su crónica, aquel 12 de marzo de 1903, haciendo un comentario que hoy no pasaría la censura:

Hay que estar preparados para la importación de “afghanistanesas” que se avecina; porque, en vista de esas disposiciones del Emir, deben quedar una porción de ellas en estado de merecer, y á falta de colocación en el Afganistan, se repartirán por el resto del planeta.

Por lo que parece, de una u otra mera, ya sean tiempos fundamentalistas o de modernización, las mujeres en Afganistán siempre están en el candelero.

Parábola gorda

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De vez en cuando la Historia nos muestra páginas tan vivas que parecen columnas de actualidad. Una de ellas nos la ofrece El Mentirón, semanario satírico, literario e ilustrado alavés que vio la luz en Vitoria, en la primavera de 1868. Su artífice, director, redactor y dibujante, fue el republicano Ricardo Becerro de Bengoa, que escribía bajo el seudónimo de Recadero Bay.

Recurriendo a la parábola y al tono jocoso e irónico, para hacer más accesible su mensaje político, el ejemplar del 18 de octubre de 1868 planteaba asuntos tan actuales como la diversidad territorial en España y el debate monarquía-república, abogando por una república federal.

Becerro de Bengoa, insertó en aquel dominical una Parábola gorda sobre una madre, “doña pobre España”, y sus hijos: Castilla, que era “honradote, garbancero y acostumbrado a muy pocas libertades”; Andalucero, “más alegre que unas castañuelas, fantástico, un tanto perezoso y playero”; Catalán, “listo, bravo, emprendedor y libre”; y Vasco, “libre como los pájaros, poco hablador, tan pobre como juicioso y tan amante de su buena madre como el que más”. La madre se casó con un “desgarravísperas alemán que andaba por la calle” –en alusión a la dinastía Habsburgo–, quien se propuso acabar con la diversidad de costumbres y libertad que gozaban los hijos “vistiéndolos a todos con igual traje y de igual medida”. Lo mismo hizo el segundo marido de la madre, “un gabacho” –la dinastía Borbón–, al que un buen día los hijos, que “estaban en Cádiz echando un párrafo, de un puntapié lo lanzaron gabacho hasta Pau”.

Lamentándose la madre de los enredos de sus hijos, le comentó una vecina llamada “Doña República Federativa”: “Mire V., si otra vez se casa V. con otro franchute o con otro alemán o con un portugués o con el mismo duque de Edimburgo que fuera, está V. expuesta a tener otro nuevo dolor de cabeza: más vale que viva V. en paz con sus rentas y que a estos chicos les deje V. crecer según sus naturales aspiraciones y que se desenvuelvan cada uno según su genio; porque no hay cosa peor que imponerles a todos que son tan diferentes una misma cadena; haga V. lo que le digo y de seguro que le irá bien”.

La Historia no se repite, pero rima dijo Mark Twain. Si es así, esta podría ser una estrofa más de ese poema épico que es España.

El Mentirón: hojas para un álbum vitoriano. Artículos literarios de costumbres alavesas
Semanario dominical
Redactor y dibujante: Ricardo Becerro de Bengoa (Recadero Bay)
Vitoria (junio de 1868-abril de 1869)
De su carácter popular ofrecía buen testimonio el propio título de la publicación, que tomaba el nombre de una plaza próxima a la iglesia de San Miguel donde se reunían los vitorianos para charlar, además, como se puede ver en la cabecera, proclamaba ser el periódico ilustrado más barato del mundo.

Ricardo Becerro de Bengoa (1845-1902), profesor, escritor, dibujante y periodista vitoriano, fue un hombre de gran relevancia en el mundo cultural vasquista, fundador, junto con Sotero Manteli, del Centro Literario Vascongado y colaborador de la revista Euskal-Erria. Fue cronista honorario de Vitoria desde 1884 y escribió varias obras de historia y arte alaveses. A su actividad literaria y periodística sumó la política; firmó el Pacto de Eibar en 1869, desempeñó el cargo de diputado republicano a Cortes por Álava en 1886, 1891, 1893 y 1898 y fue nombrado senador del reino en 1901, justo un año antes de su muerte.

Ya no sé si soy de aquí, o si soy de allí

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Se me quedó la oreja cuadrada cuando poco después de hacer una propuesta a la dirección de mi empresa, me respondieron diciendo que ya habían dado al personal implicado un briefing. Bueno, pues de un tiempo a estar parte, me está pasando lo mismo con el ojo y no me gusta un pelo lo que veo. La lengua de Shakespeare se va colando en nuestro día a día sin darnos cuenta, de una manera sorprendente y abusiva. Como vamos a ver, se trata de una invasión cultural en toda regla.

Los anglicismos siempre han sido acogidos con naturalidad. Palabras como líder, récord, hobby, esnob, rol, comfort, mitin, sándwich, dandi, cóctel, striptease y tantos otros, se fueron incorporando con normalidad a nuestro diccionario. Como el mismísimo fútbol (football), uno de los primeros en llegar y que tanto juego ha dado y sigue dando, incluso a quienes nunca han sido aficionados. Quién no sabe lo que es estar en órsay, casarse de penalti o meterle un gol a alguien, o desconoce su corolario inevitable de derbis, hooligans y demás. Muy pocos, como el Real Betis Balompié, fueron capaces de resistir la embestida. Ahora le toca al baloncesto, que está siendo desplazado por el basket: Valencia Basket, Gipuzkoa Basket, el Basket Zaragoza y el equipo de los men in black, los chicos del Bilbao Basket, son botones de muestra.

Pero, como digo, vasta sólo con poner el ojo y la oreja en nuestra realidad cotidiana para quedar flipados (de to flip) con lo que podemos ver y oír. Sobre todo, si tenemos en cuenta que sólo el 27,7% de nuestros conciudadanos sabe inglés, si hemos de hacer caso al Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), y ya me parece mucho.

Paseando por el centro, veo rótulos y letreros que anuncian: Professional hair & beauty, Home Decor; Love & Paradise; Low-Cost Fashion; More Ways To Shop; Welcome Back, Sketch concept, It Market. Hasta el 70%, Outlet en el interior, y un autocar de Iparbus que presume de luxury class. En la puerta del wc (water closet) del parking, alguien ha escrito Lamb of God. El mercado acoge un brunch solidario, hay Rock party en el barrio de El Antiguo y la cerveza artesana local se promociona en el Palacio de Miramar como Craft Beer. En Lo Viejo, se abre un speakeasy; el restaurante La Mafia cierra con un Sorry, we’re closed; y los veganos organizan en Ficoba la feria Be Veggie. Podemos disfrutar del Sakona Coffe Roasters a orillas del Urumea y comprar pan en The Loaf Bakery Donostia, en la Zurri, o en M&M bakery lovers, en la calle Urbieta. El coche de adelante lleva en la luna trasera una pegatina que advierte: ¡Baby on board!

Cambiamos noticias falsas por fake news, acontecimientos por eventos (de to event) o directores generales por CEOs (Chief Executive Officer). La semana de la moda es la Fashion week y hasta la pastelería Otaegui ha sustituido la tradicional tarta de queso por el cheesecake. Clasificados como millennials o baby boomers, nos hacemos selfies, buscamos productos low cost y si los encontramos con label de calidad, miel sobre hojuelas. El footing ha dejado paso al running. Hay que estar al día. Los más osados disfrutan con el puenting y algunos, solo algunos, prefieren el balconing. El doping se sube a la mountain bike. Fitness, mindfulness o mindful fitness, he ahí el dilema; y ¿para leer?, ¿mejor tablet o ebook? El PAÍS ofrece podcasts imprescindibles y El Diario Vasco newsletters personalizadas que no encontraremos en el top ten de los best sellers.

El frigorífico que sea no frost y el desodorante roll-on. Los auriculares, wireless y mejor con bluetooth. Un short y un jersey. Un slip y unos jeans. Si hay en stock. A los hipsters les va el estilo vintage. Es lo más in. Yo prefiero el casual. Una top model con un piercing en el ombligo hace topless, mientras el rey desata la polémica con un pin en la solapa. No hay feeling. Un fan de Sabina hace playback; hasta que ha asomado la cabeza por Abu Dabi, el rey emérito ha estado missing; el inefable alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, es víctima de un provincianismo kitsch; la ministra Calviño insiste en el pressing a Ciudadanos; y la Guardia Civil ha utilizado un off the record de Irene Montero.

Las jugadoras de sófbol del Atlético San Sebastián son las Go Blues. El bádminton guipuzcoano está de enhorabuena, nace Donosti Shuttle con el firme objetivo de subir a Primera División. Los aficionados a la marcha nórdica se han agrupado en la Asociación Nordic Walking Donostia. El colectivo de mujeres que denuncia la violencia machista en la Plaza de Gipuzkoa se hace llamar Women in black. EmakuMeeting es la asociación de mujeres emprendedoras de Euskadi. La prensa dice que cada vez hay más establecimientos Dog Friendly y que si eres de la comarca y vendes producto propio, puedes participar en la feria Made in Urola. Además, Oh My Walk! nos ofrece recorridos temáticos con el objetivo de mostrar Donostia con otros ojos y despertar la curiosidad por lugares por lo que pasamos todos los días.

En la prensa deportiva leo que en Barcelona añoran las tardes de gloria del dream team; que Cristiano Ronaldo y Florentino se han abrazado en un backstage; que el Cholo Simeone es un box to box, y se gana pronto el respeto; que el confinamiento ha servido a Borja Iglesias para resetear; que hay overbooking en la plantilla del Levante y playoffs hasta en las regatas de traineras; que el stage del Villarreal se retrasó y que Blanca Romero se ha incorporado al staff técnico de la selección. Todos sorprendidos por el hat-trick de Joaquín.

¿Te has bajado la app? El asunto sigue en standby. ¿Has hecho un backup? Tendremos que resetear (de to reset). ¿Te acuerdas del password? Mándamelo por email. Ojo con el spam. ¡No hay manera de moverse por Internet sin aceptar cookies constantemente! ¿Tenemos que loguearnos? (de log in). Con un click en el link será suficiente. ¿Merece la pena rootear el smartphone? El like es la unidad mínima de expresión y el steacker una alternativa. Un chat. Un desparrame de memes y stories. Con una buena gestión de hashtags puedes ser trending topic y millones de followers ven con preocupación cómo los hackers comprometen el rol de los influencers. ¿No les podemos banear?

Todo, o casi todo, puede hacerse online. El examen, tipo test. ¿Necesitas un coach? Muchos ya lo tienen. Los jóvenes salen en plan random y muchos disfrutan intentando salir airosos de un escape room. El coliving es la solución. ¡Qué heavy! Un barman, un pub con un agradable chillout de fondo, un buen deejay (dj) pinchando covers relajantes. Una propuesta slow, porque el stress nos mata. El acoso se reparte entre el mobbing y el bullying. ¿Y para comer?… ¿un burger? Si me das a elegir… prefiero un grill. Stop a las comidas que no sean lights. Para un rider, cada minuto cuenta. Los partidarios del batch cooking recomiendan usar túpers de cristal.

Hay quienes se empeñan en montar el show, otros en darnos el mitin poniendo cara de póker. Y nos dejan k.o. (de knock-out). Hay que cambiar el chip. Alonso es un killer, Nadal un crack y la señorita Riqui un poco friki (de freaky). Nada es capaz de detener el show de Trump, un outsider en el sprint final de su mandato. Todo un bluf. El premio consiste en un kit de depilación, un pack de experiencias válido para una noche de hotel o una master class en el Basque Culinary Center. Más de uno lo prefiere en cash. Fulanito se ha hecho un bypass para driblar a la parca (de to dribble) y menganita un lifting. ¡Hay que cambiar el look! Ante un póster del Che, algunos aseguran que hay un revival del comunismo. Otros dicen que el mundo está al borde del blackout. La democracia es un auténtico work in progress.

Master chef celebrities, Idol kids, Sábado deluxe, First dates, Vaya crack, Flash moda. El Late Motiv de Andreu Buenafuente es el late night español. En la Sexta, Al rojo vivo hace periodismo on fire. Antena 3 ha estrenado Mask Singer, con “el mejor casting”, y la 1, Typical spanish. La audiencia reclama más realities y talents. Todos preocupados por liderar el prime time y el share. Y nosotros haciendo zapping. ¿Un sketch o un spot? Un sketch. ¿Un remake?, ¿un biopic?, ¿un spin-off o una road movie? Estoy viendo el tráiler de un thriller. No queremos spoilers. El boom de las series es el gran enemigo de la siesta y, casi sin darnos cuenta, hemos pasado del download al streaming.

En la sección de ofertas de empleo encuentro demandas de Sales Assistant, Customer Service, Growth Hacker, Key Account Manager, Data Analyst Consultant, Business Developer Junior y un largo etcétera que quién sabe. El dinamismo emprendedor fluye entre startups y clústeres. En Europa reconocen nuestro know-how. Las empresas buscan partners y esperan un feedback positivo. Muchas han pasado del outsourcing al reshoring. Los expertos estiman que millones de dólares se mantienen off shore. Nos gusta el fair play, hasta el financiero. Sin un sponsor el crowdfunding puede ser una buena opción. Para muchos la solución es el trabajo como freelance en un coworking. La jornada es full time. El lunch, un servicio de catering ideal para reponer fuerzas. Han programado un break y un afterwork para hacer networking.

La Sociedad de Fomento del Ayuntamiento impulsa las becas Global Training y el programa #PUC, Pop Up Comerce, concebido para promover ideas innovadoras en el comercio donostiarra. El Donostia Buskers Festival pretende acercar la música de calle a la ciudadanía. La Diputación Foral organiza el Gipuzkoa Talent Forum y la Junta de Gobierno del Ayuntamiento una Talent House. En Semana Grande, han convertido la terraza del Kursaal en una Street Food y Ur Kirolak ha organizado en la bahía la Donostia/San Sebastián Bay Rowing. En octubre, hemos celebrado el Donostia WeekINN, la VII edición de la Semana de la Innovación, con actividades en los centros educativos, como el Donostia Innovation Challenge, un minecraft adaptado al espacio de la Isla Santa Clara, una gymkana y un escape room. Además, se ha ofrecido un espacio online para conocer startups locales. Pero este año no hemos podido disfrutar de la Holi Fest en Semana Grande; ni del Pop Up Chic en el Hotel Londres; ni de la Paella in live!! en La Concha; ni del Hondarribia Summer Market.

Que solo un 27,7% de la población sepa inglés no es un hándicap para los departamentos de marketing de muchas empresas: Just do it (Nike), Go Further (Ford), Connecting people (Nokia), What else? (Nespreso), I’m lovin’ it (McDonald’s), Imposible is nothing (Adidas), Passion for life (Renault), Pretty, comfortable & sexy (Women’secret), ¿cómo? ¿sexy?… Women are back (Mango), Goodbye celulitis (Nivea), The King is here (Budweiser), Life’s a journey/¿Por qué no? (Samsonite), son algunos de los cientos de eslóganes dirigidos a potenciales compradores que desconocen el idioma. Hyundai espera que este año sea menos black y más week! y El PAÍS lleva a portada, ¡completa!, la promoción de un producto de Oatly con el siguiente mensaje: It´s like milk but made for humans. Por favor, ¡disfrútala!

Pero me sorprende aún más la cantidad de gente que parece querer transmitir algo a sus conciudadanos y viste camisetas con mensajes en una lengua que la mayoría desconoce: I’m a dreamer, Maybe i like you, maybe not, Stop wishing Start doing, Future important woman, Girls are strong, All power to the people, Refugess welcome, Air needed, Why, why, why; la vicepresidenta del gobierno, Carmen Calvo, se ha paseado con una que decía Yes, i’m a feminist y la diputada Rafaela Romero con otra en la que se leía The future is female. Por qué, por qué, por qué. Cuando pregunto cómo es posible, la respuesta que obtengo es que queda más cool y ya entro en shock.

Nole elige sparring, Sánchez salva el primer match ball de los presupuestos y la muerte del Pelusa peta las redes con sus highlights. Desde que se han impuesto las restricciones a los bares, en el de abajo han puesto un cartelón en la cristalera que grita desesperadamente take away.

Más de uno, si ha llegado hasta aquí, dirá OK, boomer, que la Fundéu traduce como ‘lo que usted diga’ o, de manera más despectiva, ‘vale, viejo’, pero es para darle una vuelta. ¡O no!

Cuenta Alex Grijelmo que cuando en una ocasión vio a una mujer con una camiseta en la que se leía No hay pan para tanto chorizo, le entraron ganas de darle un abrazo, y no me extraña, porque seguramente le pasa como a mí, que ya no sé si soy de aquí, o si soy de allí.

But… don’t worry, be happy

Es la mediocridad, idiotes

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“Diríase que los políticos son los únicos españoles que no cumplen con su deber ni gozan de las cualidades para su menester imprescindibles… Si esto fuera verdad, ¿cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se obstine en no sustituir a esos perversos elegidos?”
José Ortega y Gasset. España invertebrada (1921)

No pretendo molestar a nadie, sólo reflexionar sobre un asunto que me llama poderosamente la atención como es el de la desafección. En la Grecia clásica, los idiotes eran aquellos ciudadanos que, pudiendo participar en los asuntos de la polis, los asuntos públicos o políticos, deliberadamente se apartaban. A Pericles no le gustaban un pelo y si hoy levantara la cabeza se moriría del susto, porque en nuestras polis cada vez hay más idiotes.

El descrédito de la política se manifiesta con desdén y hasta con indignación en la conversación diaria: ¡Todos los políticos son iguales!, se repite como un mantra; ¡los mismos perros con distintos collares!; una panda de charlatanes mediocres, fanáticos, catetos y, a veces, hasta ladrones; constituidos en una élite o clase que sólo vela por sus intereses.

El penoso y lamentable espectáculo de crispación que los gestores de la vida pública, nos ofrecen a menudo en el Parlamento, enzarzados en peleas de gallinero, dedicados a aclamar o abuchear en bloque a propios y extraños, no hace sino confirmar que efectivamente no están a la altura que se espera de ellos.

Entre los muchos problemas que tiene España, dice Luis Haranburu Altuna (“La decadencia de España”. DV. 8-09-2020), “no es el menor de ellos la mediocre calidad de nuestra clase política”, y los españoles están muy de acuerdo con Haranburu. Detrás del paro, la “clase política” es el segundo problema de España, según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). En concreto, los políticos, los partidos y la política en general, figuran identificados como un problema en el 49,5% de las encuestas de este organismo. Es lo que los politólogos llaman desafección. Muchos ciudadanos no se sienten representados. Sólo ven en la política mediocridad, crispación y corrupción.

Pero, ¿los españoles merecen otra clase política? Y si nos preguntamos, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Probablemente encontraremos que la respuesta no entraña una gran dificultad. En realidad, se trata de un dilema felizmente resuelto desde que el físico Jorge Wagensberg demostró que primero fue el huevo, aunque no fuera de gallina. Lo realmente difícil es no ver la mediocridad en nuestro entorno, convertida ya en una marea gris que lo va inundando todo. Da igual si el ámbito es político, académico, jurídico, cultural o mediático: se mire por donde se mire se constata el triunfo de lo mediocre.

Hace tiempo que nuestra sociedad malinterpretó el principio aristotélico del término medio e hizo de la medianía, la excelencia. Hemos construido un orden en el que la media es el estándar, la referencia para casi todo. Como ha dicho José Luis Larrea (“La dictadura de la mediocridad y las ranas”. DV. 9-02-2020), “una sociedad que reclama la uniformidad, el café para todos, que ningunea la diferencia, que rechaza la singularidad”. Es la sociedad del sálvese quien pueda, que retrató José Ingenieros en “El hombre mediocre”, que desdeña lo ideal en nombre de lo inmediatamente provechoso, que habita ese espacio transversal en el que sus miembros parecen indistinguibles, que se refugia en ese lugar cómodo del espectro, que no exige pensar mucho. Es la sociedad del sándwich mixto, de la que hablan los sociólogos, de indudable pobreza gastronómica.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Según Eurostat, el 43% de la población española de entre 25 y 64 años tiene un nivel educativo bajo. Es decir, casi la mitad de los adultos que viven en España tiene una formación equivalente o inferior a la primera etapa de educación secundaria. Sólo países como Portugal y Malta están peor y duplicamos la media de la UE, que en este caso no nos sirve.

En la Encuesta de Hábitos Culturales, un 35% de los españoles se atreve a reconocer que no lee nunca o casi nunca y un 12% que sólo lo hace ocasionalmente. Y muchos de los que utilizan las redes sociales, no sienten la necesidad de leer más allá de los 280 caracteres que admite un tuit. Una parte importante de la población es adicta a realities o tertulias de celebrities sin fundamento. Entre los productos más degustados de la parrilla televisiva esta, por ejemplo, Supervivientes, con algo más de cuatro millones de espectadores (4.059.000 según Statista, mayo 2020), como en su momento lo estuvo Gran Hermano, o La isla de las tentaciones, el programa más visto de la historia de Cuatro, alcanzando el 30% de cuota y más de tres millones y medio de espectadores. Si en los setenta el programa de debate era La clave, de José Luis Balbín, hoy es Sálvame tomate con 2.141.000 seguidores (El Economista, 26-10-2020) o programas similares, incluidos sus variantes naranja y limón, en los que el grito y el aspaviento son las expresiones de lo que impera argumentativamente: la pasión. Y para ello no hace falta pensar o saber.

Para ser popular hay que ser mediocre le dijo a lord Henry la duquesa de Monmouth mientras servía el té, y a fe que muchos se lo han tomado al pie de la letra. Pero tantas horas dedicadas al morbo y al chafardeo, durante tanto tiempo, han hecho un daño considerable a esta sociedad, estimulando viejos vicios como la envidia y una cierta soberbia de la ignorancia. Al final, a los mediocres no les ha hecho falta saltar mucho para superar el listón, de tan bajo que lo hemos puesto. Hoy he visto que Rossy de Palma, la más fea entre las feas, triunfa en la pasarela, convertida en la última musa de Jean Paul Gaultier.

Nos abochornan los espectáculos que se ven en el Parlamento, pero hace tiempo que la crispación se hizo carne y habitó entre nosotros. La intransigencia, el insulto y el uso de argumentos falsos e inaceptables desde cualquier punto de vista, se manifiestan en las discusiones informales generando incluso un nuevo vocabulario: covidiotas, perroflautas, machirulos, feminazis, y tantos otros términos recientes que parecen encerrar un fuerte componente creativo del odio social. Una parte importante de nuestra sociedad se ha embrutecido, hasta el punto de perder los valores básicos que mantienen el tejido social en pie, la tolerancia y el respeto.

No hay como asomarse a las redes sociales para comprobar el punto de agresividad y resentimiento que rezuman. Son un campo minado, de más emociones que reflexiones, con sapos y culebras a flor de piel. Al amparo del anonimato, se dialoga mediante zascas y gana el que logra el insulto definitivo. Un poco en la línea marcada por el devenir de los medios de comunicación en este país, sobre todo a partir de la irrupción de los medios digitales que, como ha dicho Manuel Cruz (“Profesión: sus insultos”. EL PAIS, 9-08-2020), “ha convertido en encarnizada la batalla por ocupar el más alto lugar en la jerarquía de los faltones”.

¿Hay un vínculo misterioso entre discordia y mediocridad? No lo sé. Quizás. Lo que sí parece claro es que la alianza del homo videns, del que habló Sartori, y el homo digitalis, puede estar poniendo en peligro la existencia del homo sapiens.

Nos preocupa también la corrupción en la política y no es para menos, aunque esta sociedad haya hecho de la picaresca su norma de conducta. El pago sin IVA, o en efectivo, para blanquear; el cobro en negro, sin nómina, sin factura; la contabilidad “en b”, las llamadas “chapuzas”, son algo corriente, como se dice ahora, normalizado. La economía sumergida supone en España el 24,6% del PIB, es un 65% mayor que la media de los países del entorno, aunque esta media tampoco nos sirva. En euros se traduce en un total de 91.600 millones al año que no llegan a las arcas públicas, según los Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha), por no hablar del fraude y la evasión fiscal por parte de las grandes fortunas y patrimonios. España es el noveno país del mundo que más defrauda según la OCDE. Como dicen los técnicos de Hacienda en el informe que he leído, “no hay que olvidar que detrás de la existencia de un determinado nivel de economía sumergida está lo que una sociedad quiere ser”.

Visto lo visto, a quién le puede extrañar que un candidato a la presidencia del gobierno recomiende lecturas de libros que no ha leído, que una senadora pregunte en la cámara a una ministra si es una mujer sumisa a un macho alfa, que los sapos y culebras habiten entre los escaños, que los zascas lleguen a la tribuna de oradores o que los chanchullos se encarnen en la figura del jefe del Estado.

En febrero de 2012, el periodista David Jiménez publicó en su blog un artículo de recomendable lectura, titulado “El triunfo de los mediocres”, que se ha hecho viral tras ser atribuido, erróneamente, a Antonio Fraguas “Forges”, en el que decía: “Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra batería de medidas urgentes o una huelga general. Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre”.

Si volvemos a preguntarnos ahora ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?, probablemente estemos en mejores condiciones para entender que Wagensberg tenía razón, que primero fue el huevo, y a nada que perseveremos un poco más en la reflexión, llegaremos a la conclusión de que de los huevos de pato nunca salen cisnes.

Una sociedad mediocre solo puede engendrar mediocridad. Partidos y dirigentes políticos mediocres, efectivamente, pero también jueces mediocres, empresarios y financieros mediocres, sindicatos mediocres, medios de comunicación mediocres, intelectuales mediocres y creadores mediocres, que dejan su sello en una música, una literatura y un cine mediocre. Jamón y queso por doquier, en una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente.

Así que no es de extrañar que nuestros representantes sean tan mediocres como la sociedad a la que representan y que nuestro Parlamento sea el fiel reflejo de nuestra sociedad. Lo ha dicho Giselle García Hipola, doctora en Ciencias Políticas y profesora de la Universidad de Granada: “Las instituciones son el reflejo de la sociedad en la que vivimos”, a lo que añade: “también como sociedad nos tenemos que mirar en el espejo antes de echar toda la culpa a los políticos”. En efecto, la sociedad imprime carácter y por si a alguien todavía le cabe alguna duda, podemos recordar al profesor Maravall, cuando decía: “parece claro que la moderación ideológica de la sociedad española contribuyó decisivamente a la moderación política de los principales partidos que protagonizaron la transición a la democracia”. Eran otros tiempos. Hoy, no está a la altura. Por todo ello, y a pesar de todos los pesares, me cuesta tanto entender tanta desafección. Porque estamos ante un fracaso colectivo.

Y entonces, ¿qué hacemos? ¿nos resignamos? De ninguna manera. Entender no es justificar, no exime de culpa, sino que la reparte. Solo si entendemos lo que está pasando podremos encontrar soluciones sin convertirnos en idiotes, sin optar por quedarnos al margen dejando el campo abonado para los que se mueven con soltura en los espacios de mediocridad.

La clave del problema está en la educación. Y la solución. Paradójicamente, en el barómetro del CIS del 1 de julio pasado la educación aparecía en el duodécimo lugar entre los problemas de la sociedad española, con solo el 0,2% de los encuestados situándolo en primer lugar. Otros como Amin Maalouf proponen “la adopción de una escala de valores cuyo fundamento sea la salvación por la cultura”. Ambas nos sacarán de la dieta del sándwich, pero tan cierto como que no hemos llegado a esta situación de la noche a la mañana es que nos costará salir. “El registro temporal en el que actúa beneficiosamente la cultura o la educación es el de la larga duración y no el de los resultados inmediatos”, como nos ha dicho Daniel Innerarity (“La inutilidad de la cultura”. DV. 16-08-20).

El pensador Alain Deneault también se lo ha preguntado en su libro “Mediocracia: cuando los mediocres toman el poder”: “Pobre e insignificante de mí, ¿qué puedo hacer yo para cambiarlo?, y se ha respondido a sí mismo, ¡Sé radical! Radical en las convicciones claro, a pesar de todos los pesares. Sólo así podremos tener representantes de más altura. La Democracia, otro invento griego, convertida hoy en mediocracia, no es la panacea, la gallina de los huevos de oro, solo el menos malo de los sistemas para gobernarnos, como nos dijo Churchill, porque las alternativas conocidas son peores, y sin participación ciudadana no habrá democracia.

El hastío, el desánimo y la indignación están generando en mucha gente el deseo de apartarse de los asuntos de la polis, de que les dejen en paz, una actitud más peligrosa que la polarización, pero ojo porque como señaló con razón Bernard Crick en su libro “En defensa de la política”, “la persona que desea que la dejen en paz y no tener que preocuparse de la política acaba siendo el aliado inconsciente de quienes consideran que la política es un espinoso obstáculo para sus sacrosantas intenciones de no dejar nada en paz”. Es de sobra conocido el consejo que Franco le dio a Sabino Alonso Fueyo, director del diario “Arriba”, cuando éste se mostró quejoso ante su excelencia: “Usted haga como yo, no se meta en política”, le dijo.

El fomento de la apatía política y el descompromiso, como os contaré en otro momento, es una recomendación documentada desde 1975 (Comisión Trilateral, “The Crisis of Democracy. Report on the Governability of Democracies”) para combatir lo que se dio en llamar el “exceso de democracia”.

“El precio de desentenderse de la política, es ser gobernado por los peores hombres”. Lo dijo Platón, otro griego sabio, hace muchos años.

Esta mañana he pasado junto al estanque del parque Cristina Enea y he visto nuestra sociedad reflejada en el agua: mucho pato y poco cisne. Y por si alguien se ha hecho una idea equivocada, yo estaba entre los patos. Es la mediocridad, idiotes.

Historia y/o memoria

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¿Liberando al futuro del pasado? ¿Liberando al pasado del futuro? Con este tema, la revista literaria Lettre International, junto con la ciudad alemana de Weimar y la red mundial de institutos Goethe, convocó hace algunos años un Concurso Internacional de Ensayo, con la intención de conocer cómo los distintos países y culturas se enfrentan a su pasado. El premio fue para Ivetta Gerasimchuk, por su ensayo Diccionario de los vientos.

En él, la ganadora, distingue entre anemófilos y cronistas. Los primeros, concentrados en el porvenir, tienden a “liberar” el futuro del pasado, prefieren el viento a la ausencia de éste, incluso si se trata de una fuerte tormenta. En cambio, los segundos, interesados en el ayer, tienden más a “liberar” el pasado del futuro, que solo trae consigo incertidumbre; prefieren la calma chicha al viento y su relación con la historia queda expresada a la perfección por la célebre frase de Quintiliano: “La historia existe para escribirla, no para vivirla”.

Lo que no sabía Ivetta es que hay países, como el nuestro, en los que uno puede ser anemófilo y cronista a un tiempo, dependiendo sólo de qué memoria pretenda preservar o qué parte de la Historia superar. Para unos, hay que pasar página y dejar atrás los fantasmas del pasado, “la guerra del abuelo” y “las fosas de no se quién”, para, a renglón seguido, admitir que no podemos pasarla “en defensa de la dignidad, la justicia y la reparación de las víctimas” más recientes. Para otros, sin embargo, no podemos pasar página, sin antes restablecer, la dignidad, la justica y la reparación que aquellas víctimas, más lejanas en el tiempo, merecen, aunque debemos pasarla en relación con otras, más cercanas, porque “la violencia se acabó”.

El problema es que unos y otros lo fían todo a la memoria, en detrimento de la historia, y, como todos sabemos, la memoria es selectiva y subjetiva. Julio Aróstegui, uno de nuestros más autorizados pensadores e historiadores, ya advertía en 2004 que “la memoria y las memorias son hoy un lugar común… en el que se libra una batalla ideológica de notable calado”. Con el título Retos de la memoria y trabajos de la historia, nos legó una reflexión, de recomendable lectura, sobre la múltiple y compleja relación de este binomio. Siguiendo su hilo, podemos intentar despejar la confusión que el término memoria ofrece en relación con la historia, en un tiempo en el que, como añadía, padecemos un auténtico “síndrome de la memoria recuperada”, una auténtica “cultura de la memoria”.

La memoria, en su definición más sencilla posible, es la facultad de recordar, traer el pasado al presente y hacer permanente el recuerdo. Tiene, indudablemente, una estrecha relación, una confluencia necesaria, y tal vez una prelación inexcusable, con la noción de experiencia, al igual que con la de conciencia, porque, de hecho, la facultad de recordar ordenada y permanentemente es la que hace posible el registro de la experiencia.

No hay historia sin memoria. Pero la memoria y la historia no son, a pesar de su estrecha relación, entidades correlativas relacionadas en un único sentido. No son conceptos equivalentes.

Aunque la memoria actúa como un soporte fundamental de la temporalidad, de lo histórico, incluso como vehículo de su transmisión, y como un componente imprescindible en la construcción de las realidades sociales, la pretensión de que la Historia no puede ser disociada de la memoria, de que ésta es, en último extremo, la justificación y legitimación de aquélla, no puede ser aceptada sin más por la historiografía, como actividad objetivadora, “científicamente” orientada, de la temporalidad social.

Porque la Historia es eso, precisamente, una operación de objetivización de la memoria. De esta manera, la relación entre memoria, como representación permanente de la experiencia, y la Historia, como racionalización y objetivación temporalizadas de tal experiencia, hace que resulten distinguibles y, desde luego, separables.

Una determinada comunidad interpreta su historia de maneras distintas en función de los grupos que la componen, de sus intereses y de sus memorias, pero cada uno de ellos pretende que su interpretación es la universalmente válida, la que afecta a todos. El problema central de toda memoria es, pues, el de su “fiabilidad”. Sin embargo, la historia tiene una connotación definitoria inexcusable: su necesario contenido de verdad. Una historia cuya verdad puede ser negada pasa a ser necesariamente ilegítima.

Para que la memoria sea historia necesita “algo más” que el esfuerzo por la rememoración. Necesita convertirse, o ser convertida por la “operación historiográfica”, para decirlo en los términos empleados por Ricoeur, en “memoria anónima”, en memoria objetivada.

Quienes claman por la preservación de la memoria de determinados hechos del pasado, no reclaman necesariamente una mejor investigación histórica de ellos… [un mayor conocimiento]. Quienes exigen su conservación y se lanzan a la “lucha por la memoria” son, muy destacadamente, los portadores mismos de ella. Son los depositarios directamente concernidos por los hechos cuyo recuerdo permanente se reclama, sus beneficiarios o sus víctimas.

Mientras la memoria es reivindicación de un pasado que se quiere impedir que pase al olvido, la historia es, además de eso, un discurso objetivado. Memoria e Historia son categorías del conocimiento de orden diverso, sobre todo porque, frente a la pretensión de «objetividad» que toda construcción historiográfica debe tener ineluctablemente, no hay memoria neutral, ni inocente.

Toda especie de memoria colectiva, en cuanto representativa de un grupo, es la expresión de un nosotros, y está ligada a los intereses de quienes la expresan. De ahí que los olvidos cumplan muchas veces, en negativo, esa misma función de representación de intereses. La Historia, como dijese François Bédarida, ve el acontecimiento desde fuera, mientras la memoria se vincula a él y lo vive, más bien, desde dentro.

Conservar la memoria, en definitiva, no equivale a construir la historia. Su conservación, incluso «el deber de memoria» del que hablan sus mantenedores, no asegura necesariamente una historia más verídica, porque la memoria como facultad personal y como referencia de un grupo, de cualquier carácter, es siempre subjetiva, representa una visión parcial del pasado, no contextualizada en su temporalidad y no objetivada. Es, por consiguiente, fragmentaria. La historia, por el contrario, pertenece a todos y a ninguno, y por ello tiene vocación universal.

La memoria retiene el pasado, pero es la historia la que lo explica. Afirmar, por tanto, que la función de hacer, de escribir, la historia, equivalga inequívocamente a la “restitución de la memoria” es un error por exceso, no siempre desinteresado, [de ahí, que podamos considerar absurda la batalla del relato].

En cualquier caso, en una sociedad y en un momento histórico dado, jamás existe una sola memoria, sino varias en pugna. De ahí que la idea de memoria colectiva deje muchos cabos sueltos, sobre todo cuando la memoria no se constriñe a la capacidad de recordar, sino que, en su función selectiva, alcanza también a la de olvidar. Así, junto a la “memoria combate”, aparece muchas veces la no-memoria, es decir, el intento de expulsión de ciertos hechos fuera del bagaje completo de la memoria. En efecto, las memorias del pasado pueden enfocar su luz sobre una parte de sus contenidos y dejar a otros conscientemente en la oscuridad. Ocurre esto en especial en el fenómeno señalado por E. J. Hobsbawm, según el cual el pasado parece quedar absorbido en el presente; pero, añadamos, ello ocurre selectivamente. Podría ejemplificar este hecho el caso de una sociedad como la española, donde una transición política de la dictadura a la democracia ha sido un ejercicio colectivo de recuerdo y de olvido selectivos.

En definitiva, parece evidente que los que Pierre Nora denominó “lugares de la memoria”, no son, en modo alguno, los “lugares de la Historia”.

Otra vez tenía razón Tony Judt cuando decía que la memoria es mala acompañante en la labor de conocer e interpretar el pasado. Desconfiemos pues de anemófilos y cronistas y, sobre todo, de aquellos que lo son a un tiempo. También de los historiadores que se erigen en guardianes de la memoria, en “historiadores comprometidos” o “militantes de la memoria”, aunque sea histórica.

Quien pretenda escribir historia en este país y esté libre de pecado… iba a decir, que tire la primera piedra. Pero no, por favor, que no lo haga, que levante la mano. Que coja una azada y se ponga a escarbar la tierra, parte a parte, a dentelladas secas y calientes, si es preciso, pero sin dejarse mediatizar por ninguna de las memorias, porque, al fin y al cabo, la historia es la que es.

Estoy viendo Outlander. Voy ya por la cuarta temporada y, aunque empieza a hacerse cola ante las piedras de Craigh na Dun, la vuelta al pasado con el bagaje de la memoria heredada, no ha conseguido cambiar el curso de la historia, al menos de momento.

Podemos terminar esta reflexión recordando a Santos Juliá, recientemente fallecido, quien después de haber dedicado toda una vida a desentrañar el pasado, llegó a una conclusión que bien podría haber sido uno de sus epitafios: “El pasado es pasado, y es preciso conocerlo en la misma medida en que es necesario no quedar atrapados en sus redes. Porque, en definitiva, hoy no es ayer”.

Nuestro apocalipsis

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Hace unas semanas soñé que Juan, el evangelista, volvía a la caverna de la isla de Patmos, para actualizar su revelación y mostrar al mundo, en los albores del siglo XXI, lo que había de suceder dentro de poco.

En ella, veía un caballo rojo, de color de fuego, que galopaba los cuatro vientos con una gran espada, para quitar de la tierra la paz y que se degollaran los unos a los otros. En su despiadado galopar, impactaba contra el World Trade Center de Nueva York. Caía Babilonia la Grande, devastada y abrasada por el fuego. Inmediatamente después, veía la invasión de Afganistán; luego, la guerra de Irak, ubicado en el eje del mal por unas diabólicas armas de destrucción masiva que nunca existieron, cientos de miles de muertos y desplazados, migraciones incontenibles y nuevos muros que volvían a levantarse; la crisis de los refugiados en Europa, el auge de la ultraderecha, el nacimiento del ISIS y los atentados yihadistas. La sangre y la muerte ensanchaban el abismo entre Occidente y el Islam, y nos acercaban al choque de civilizaciones que había profetizado Samuel Huntington.

Poco después de que los mandatarios del G-7 alzaran sus siete copas, veía otro; un caballo blanco que cabalgaba desbocado. El que iba sentado sobre él tenía un arco y la codicia le había hecho perder la corona que le había sido dada. Veía un capitalismo voraz que provocaba el estallido de una burbuja inmobiliaria, la quiebra de bancos de inversión y como consecuencia de ello una Gran Recesión económica mundial. Bolsas que caían estrepitosamente, quiebras, despidos, pobreza y tasas insoportables de desempleo; precarización del trabajo, desigualdades y exclusión social; rescates, políticas de austeridad y la erosión progresiva del Estado de Bienestar. Eran las consecuencias devastadoras del pensamiento contable llevado hasta sus últimas consecuencias. También veía incertidumbre, desafección y gobiernos iliberales que refutaban la profecía de Fukuyama sobre el fin de la historia, con la democracia liberal y la economía de mercado como vencedoras.

Luego veía, un caballo negro recorriendo los siete continentes y el que iba sentado en él tenía una balanza en su mano, completamente desequilibrada por el peso de millones de toneladas de dióxido de carbono lanzadas al cielo. Veía el calentamiento global de la Tierra, el deshielo en el Ártico y en la Antártida, la elevación del nivel de los siete mares, fenómenos meteorológicos cada vez más extremos y frecuentes, lluvias torrenciales, riadas e inundaciones que evocaban el Diluvio Universal; altas temperaturas excepcionales, sequías y olas de calor que atizaban grandes incendios forestales en California, la Amazonía, Siberia y Australia, las cuatro esquinas de la Tierra, vomitando más dióxido de carbono a la atmósfera en un ciclo infernal. Entre tanto, siete trompetas anunciaban la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, conmocionando al mundo.

Veía, además, un caballo pálido, amarillento, del color de la enfermedad, a galope tendido, y el que iba sentado en él tenía por nombre Muerte, aunque sería más conocido como SARS-CoV-2, un virus que se extendía por el mundo como una plaga. Los servicios sanitarios colapsaban, sin medios humanos ni materiales para hacer frente a la pandemia, millones de personas caían infectadas y cientos de miles morían; los gobernantes se mostraban impotentes, alguno apelaba al Corazón Inmaculado de María para derrotar al virus, otro se protegía con estampitas del Sagrado Corazón de Jesús y un tercero hacía exorcismos a las puertas del palacio presidencial. Medidas de confinamiento vaciaban las calles de las ciudades ofreciendo una imagen casi distópica y paralizaban la economía que caía desplomada en todo el mundo. Veía también, otra gran recesión; otra vez quiebras, despidos, pobreza y tasas insoportables de desempleo, en otro ciclo infernal.

Pero el sueño acababa bien. Las huestes de Gog y Magog eran derrotadas en Armagedón y la gran muchedumbre gritaba alborozada, ¡Aleluya!, ¡Aleluya! Poco después, despedía a Juan, invitándole a volver a la caverna de la isla de Patmos, siempre que lo considerara conveniente. Luego…

Luego, soñé que soñaba.

Cuando el siglo XXI amanecía, el 11-S provocó un giro brusco en el horizonte de nuestras certezas; siete años después, la Gran Recesión arruinó muchas de ellas, y entre la emergencia climática y la pandemia se han encargado de agotar el resto, revelando con claridad meridiana cuan vulnerables somos. En solo veinte años, hemos padecido, sin solución de continuidad, cuatro crisis: bélica, económica, climática y sanitaria, que, como un gran terremoto, han arruinado los pilares de nuestro mundo y nos han devuelto al tiempo de la gran tribulación.

Tras ser elegido Papa durante la peste romana del año 590, en la que falleció su predecesor, Pelagio II, Gregorio Magno escribió: “El fin del mundo no es ya una mera profecía, sino que está revelándose”. Pero el mundo no acabó; los cuatro jinetes se fueron por donde habían venido y la historia siguió adelante. John Gray, que es catedrático emérito de Pensamiento Europeo en la London School of Economics, discrepa del sentido escatológico con el que Gregorio Magno interpretaba la revelación. El apocalipsis –dice–, se refiere al fin de los mundos concretos que los seres humanos hemos construido a lo largo de la historia. Es pues, una experiencia histórica recurrente, y la historia, una sucesión de apocalipsis.

Bueno, pues este es el nuestro: el fin de un mundo que ya pide cambio. Puede que, durante algún tiempo, un tiempo de oscuridad, la hierba no crezca por donde pisan los cascos de estos apocalípticos caballos, pero hay que ponerse manos a la obra.

En enero de este año, cuando la pandemia estaba aún en mantillas, las manecillas del reloj del apocalipsis, el Doomsday Clock, estaban a solo cien segundos de la medianoche, la hora fatal.

Sí, sí… ya sé que Ignacio de Loiola no recomendaba hacer mudanza en tiempos de desolación, pero no hay tiempo que perder. Urge cambiar este mundo de arriba abajo o mandarlo todo al carajo, porque un mundo mejor es posible.

Por los siglos de los siglos. Amén.

Paralelismos socialistas

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Felipe González nunca se ha ido y, desde hace algún tiempo, no desaprovecha la mínima oportunidad que se le presenta para seguir encarnando ese jarrón chino que estorba en todos los sitios, como le gusta advertir cuando está de buen humor.

A Felipe González no le gusta la estrategia de alianzas, ni las tácticas de Pedro Sánchez, mucho menos su gobierno de coalición con Unidas Podemos, que recientemente ha asimilado al “camarote de los hermanos Marx”.

Fue de los primeros en apostar por un gobierno de concentración, a la alemana, entre PSOE y PP. Presionó para que el PSOE se abstuviera y facilitara la investidura de Rajoy, para que pudiera seguir gobernando. Participó en la operación que pretendía defenestrar a Pedro Sánchez y aupar a la entonces presidenta de Andalucía, Susana Díaz, a la secretaría general del PSOE. No le gustó la composición del bloque que apoyó la moción de censura y la investidura de Sánchez, formado, en su opinión, por partidos que pretenden “romper el marco constitucional”; ni el acuerdo con Podemos, esos radicales peligrosos, comunistas, de “tendencias bolivarianas”, que representan un “populismo rupturista de pseudoizquierda”. Tampoco le gustó el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos, mucho menos de los que reivindican el derecho de autodeterminación. No me extraña que se le cayeran “los palos del sombrajo” mientras seguía el debate de investidura de Sánchez, ni su sensación de “orfandad política”. Después, de lo del “camarote”, ha reaparecido para pedir de nuevo un pacto por la derecha. Ha alabado la “buena” estrategia de acuerdos que está llevando Ciudadanos con el Gobierno y el “giro” en su relación con el PSOE, emprendido por Inés Arrimadas, y ha pedido a Pedro Sánchez un acuerdo que incluya al Partido Popular.

Cuando nació a la política, al joven ‘Isidoro’, tampoco le gustaba la estrategia de alianzas, ni las tácticas, de su secretario general, sobre todo, porque Rodolfo Llopis era ferozmente anticomunista. Sostenía que con el PCE no se podía ir ni a heredar, ni siquiera hablar. Alfonso Guerra ha dejado testimonio de ello: “Hay que recordar que la dirección del Partido, con Llopis, sostenía la tesis de que no se podía siquiera hablar con los comunistas, y quien sostuviera que había que tomar contacto con ellos corría peligro de recibir inmediatamente anatema de ser un agente comunista. Felipe y yo estábamos trabajando para el Partido Comunista porque decíamos que había que hablar con ellos…” (Guerra González, Alfonso, Felipe González. De Suresnes a la Moncloa, Madrid, Novatex, 1984).

Lo que Felipe y sus afines pedían a la dirección era precisamente lo contrario, alianzas con las organizaciones de la clase obrera, incluidos los comunistas, y no con fuerzas que “representaban los intereses de la burguesía”. El problema, para Felipe González, que, al parecer, entonces tenía una “tenencia natural al pragmatismo”, según ha reconocido, era que Rodolfo Llopis padecía un “exceso de acumulación ideológica” que le impedía analizar con realismo lo que estaba sucediendo.

Con una tensión insoportable se llegó al XXV Congreso del PSOE, XII en el exilio, celebrado en Toulouse en agosto de 1972. En los acuerdos adoptados, la fórmula de rechazo al PCE fue sustituida por una nueva redacción que no proponía una alianza concreta, pero dejaba todas las puertas abiertas: “Se analizarán las coincidencias con los grupos y organizaciones de la oposición, a fin de aunar los esfuerzos para conseguir el objetivo inmediato propuesto”. A este pronunciamiento, la dirección “llopista” respondió planteando que era una ambigüedad calculada para poder aliarse con el PCE: “Con esas frases que no engañan a nadie, quedan con las manos libres para entenderse y aliarse, si la ocasión se presenta, con los comunistas. Y eso no lo quiere la inmensa mayoría del Partido”. El PSOE se rompió definitivamente. Se impusieron las tesis de los pragmáticos y el partido quedó dividido en dos organizaciones: el PSOE Renovado, con Felipe y sus afines, por un lado; y el PSOE Histórico, con Llopis y la vieja guardia, por otro.

Pero no todo acabó ahí en la compleja tarea de tejer estrategias para acumular fuerzas. Ante el pleno del congreso, Felipe González planteó, como “problema”, las aspiraciones de las nacionalidades en el País Vasco, Cataluña y, en menor medida, Galicia, y reclamó al PSOE que tomara partido y aclarara su postura. Así que los asistentes al congreso se fueron con deberes para casa.

Él hizo los suyos y el resultado fue un documento elaborado en el Hotel Jaizkibel, en Hondarribi, que fue aprobado por la dirección del partido en septiembre de 1974, un mes antes de que se celebrara el histórico congreso de Suresnes. Conocido como la Declaración de Jaizquíbel o de Septiembre, fue la base para la estrategia política del partido, en la que se reclamaba el “reconocimiento de los derechos de las nacionalidades ibéricas como base del proceso constituyente”. Como reconoce su autor, fue un documento que marcó la estrategia política del partido: “Esta estrategia política –dice Felipe– la elaboramos en base a un documento redactado con anterioridad al congreso de Suresnes, y que tiene para nosotros bastante interés. Su elaboración se llevó a cabo en Guipúzcoa por una serie de responsables del partido, entre los que estábamos Enrique Múgica, Nicolás Redondo, Pablo Castellano, Alfonso Guerra y yo. Este documento, que conocíamos con el nombre de “la declaración de septiembre”, marcó de alguna forma la política global que el partido iba a mantener a partir del congreso de Suresnes”. (Guerra, Antonio, Notas para una biografía, Barcelona, Galba Edicions, 1978).

Llegó el mes de octubre de 1974 y en la periferia de París, se celebró el trascendental XXVI Congreso de Suresnes, XIII en el exilio, que encumbró definitivamente a Felipe González como “primer secretario”. Los asistentes también habían hecho los deberes, por lo que no fue difícil aprobar la Resolución política sobre Nacionalidades y Regiones que enfocaba así la complicadísima cuestión territorial española: “Ante la configuración del Estado español, integrado por diversas nacionalidades y regiones marcadamente diferenciadas, el PSOE manifiesta que: La definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran el Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español”.

La historia dibuja curiosas simetrías y paralelismos. Son tiempos y contextos diferentes, evidentemente, pero las actitudes ante las dificultades son las mismas, aunque opuestas. Entonces, Felipe González era un líder pragmático al definir su estrategia de alianzas, que acusaba a su secretario general, Rodolfo Llopis, de estar poseído por un exceso de acumulación ideológica que le impedía analizar con realismo lo que estaba sucediendo, una actitud que hoy podríamos ver en Felipe González cuando se enfrenta al pragmatismo de Sánchez al trazar la suya.

Entonces, también hubo, en todo, un componente generacional muy importante que tampoco podemos descartar en la confrontación entre los renovadores e históricos de hoy. En 1972, Felipe se enfrentaba a un líder histórico de 77 años, cuando Pedro Sánchez venía al mundo. Hoy es Felipe González el que tiene 78 años y cada vez se parece más a Llopis.

De la belleza interior: Míster Gray en el Club de los Feos

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He bajado de la estantería El retrato de Dorian Gray. Tanto tiempo ha pasado desde que lo leí por primera vez, que le han salido pecas en el lomo… ¡como a mis manos!

Por sus páginas amarillas, corre la vida de Dorian, un joven aristócrata de extraordinaria belleza; encantador, alegre, de buen humor y elevados pensamientos, que acude todas las tardes al estudio de Basil Hallward para posar.

Dorian Gray pertenecía a esa clase de jóvenes que hacen que el mundo parezca jovial, aunque sople el infortunio, pero cuando el pintor dio por terminada su obra, al acercarse al caballete y reconocerse en el lienzo, se quedó pensativo. ¡Resulta tan triste!, murmuró Dorian, con los ojos fijos en el retrato. ¡Qué triste! Me convertiré en un viejo, horrible y espantoso. Pero ese retrato permanecerá siempre joven. No será nunca más viejo que en este día de junio… ¡Si fuese al revés!, ¡Si yo me conservase siempre joven y el retrato envejeciera! ¡Daría lo que fuera por eso! ¡Incluso el alma!

Poco tiempo después, al volver a casa, tras haber estado vagando por las calles toda la noche, sus ojos cayeron sobre el retrato. Le pareció observar una extraña expresión: un gesto de crueldad. De pronto le vino a la memoria aquel deseo que había expresado en el estudio de Basil. Acababa de resolver su primer desengaño amoroso despreciando a su amada, de una manera cruel. No podía creer que su anhelo hubiera sido atendido. Y, sin embargo, estaba ante él, con aquel rasgo de crueldad en la boca. El retrato, no solo cargaría con el inevitable envejecimiento, sino que, además, soportaría el peso de sus pasiones; se convertiría en su conciencia. Decidió esconderlo en un cuarto olvidado al que sólo él tendría acceso.

El tímido y apocado muchacho que posaba en el estudio de Basil, descuidó su belleza interior y se entregó al frenesí de una vida disoluta: eterna juventud, pasión infinita, placeres sutiles y secretos, alegrías ardientes… Quería experimentar todas esas sensaciones, gozarlas y dominarlas. No estaba dispuesto a aceptar nada que implicase el sacrificio de cualquier modo de experiencia apasionada. Su fin, realmente, era la experiencia misma, y no sus frutos, cualesquiera que fuesen, dulces o amargos. El retrato cargaría con el peso de su vergüenza.

El tiempo no pasaba en vano. A menudo, al volver a casa de sus correrías, subía las escaleras hasta la habitación cerrada y, sentándose con su espejo frente al retrato, contemplaba, alternativamente, la perversa y envejecida cara del lienzo, y la suya tersa y juvenil, que le sonreía. Ante la agudeza del contraste, se hallaba, abominando a veces de sí mismo, sonriendo con secreto placer otras, ante aquella imagen que tenía que soportar la carga que hubiese debido ser la suya propia.

Una tarde recibió la visita de su amigo Basil, preocupado por las cosas horribles que se contaban de él en Londres, que pintaban a Dorian como un ser envilecido y degradado. No daba crédito a las habladurías porque le consideraba incapaz de semejantes barbaridades. Ante la reacción de Dorian, sin embargo, se preguntó si le conocía realmente, pero para encontrar respuesta tendría que ver su alma y eso sólo Dios podía hacerlo.

Suba usted conmigo –le dijo–, guardo un diario de mi vida día por día, y no sale nunca de la habitación donde lo escribo. Se lo enseñaré si viene conmigo. ¿De modo que cree usted que Dios únicamente puede ver el alma? Quite esa cortina y va usted a ver la mía. Una exclamación de horror brotó de los labios del pintor, cuando vio la horrible cara que parecía sonreírle sarcásticamente desde el lienzo. Dorian cogió un cuchillo y lo hundió en el cuello de su amigo.

Al ver derramarse la sangre inocente, tomó el espejo y se miró con sus ojos empañados de lágrimas. Luego odió su propia belleza y, tirándolo al suelo, aplastó los pedazos bajo su tacón. Era su belleza la que le había perdido, su belleza, y aquella juventud por la que suplicó un día. Había llegado a cometer un crimen, pero no era lo que más pesaba sobre su espíritu. Era la muerte en vida de su propia alma, de su belleza interior, la que le trastornaba.

Sintió un ardiente anhelo por la pureza inmaculada de su adolescencia. Había hecho demasiadas cosas horribles en su vida. Necesitaba darle un giro radical. Necesitaba una nueva vida. Quería ser mejor. Había empezado ya y se preguntó si el retrato habría cambiado. Quizá si su vida se purificaba sería capaz de expulsar toda señal de perversa pasión de su cara. Quizá las señales del mal habrían desaparecido ya. Iría a verlo.

Subió las escaleras hasta la habitación y cuando tiró de la cortina púrpura colgada sobre el retrato, un grito de dolor y de indignación se le escapó. No veía ningún cambio, excepto en los ojos, donde había una expresión de astucia, y en la boca, que se mostraba fruncida por la arruga de la hipocresía. Había sangre sobre los dedos arrugados y en los pies, como si el lienzo hubiese goteado. Miró a su alrededor, y vio el chuchillo con el que había apuñalado a Basil Hallward. Mataría el pasado –pensó–, y cuando estuviera muerto, sería libre. Mataría aquella monstruosa alma viva y recobraría el sosiego.

Cogió el cuchillo y apuñaló el retrato. Se oyó un grito y una caída ruidosa. El grito fue tan horrible en su agonía, que los criados, despavoridos, se despertaron y salieron de sus habitaciones. Cuando consiguieron entrar, encontraron, colgado en la pared, un espléndido retrato de su amo, en toda su exquisita juventud y belleza. Tendido sobre el suelo había un hombre muerto, en traje de etiqueta, con un cuchillo en el corazón. Estaba ajado, lleno de arrugas y su cara era repugnante. Hasta que examinaron las sortijas que llevaba no reconocieron quién era.

Dorian vivió atrapado en el laberinto de su propia belleza. Sacrificó la ética en el altar de la estética, para terminar comprobando que el mito de la eterna juventud es solo eso, un mito.

Confinado en mi camarote en el vaivén de la marea, al ritmo del crujido de las cuadernas, pienso en esa belleza interior que Dorian Gray descuidó y que todos deberíamos cuidar. Es, realmente, la única que podemos mejorar con el paso del tiempo, la única que puede hacer de nosotros bellas personas.

Tras devolver el libro a la estantería, he sabido que mientras Oscar Wilde escribía la novela, al pie de los Apeninos, los habitantes de Piobbico maduraban una manera de concebir la belleza muy distinta de la que hizo desgraciado a Dorian Gray. Orgullosos de aquella larga tradición, en los años setenta del siglo pasado, fundaron el Club de los Feos, abierto a todos aquellos que estuvieran dispuestos a compartir su filosofía: “la belleza está en lo que cada uno lleva dentro”. Dorian hubiera podido ser uno de ellos. Solo tendría que haber cuidado su belleza interior, es la única condición, asegura su presidente Gianni Aluigi.

Mujeres barbudas

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Esperando, esperando… a más de uno, o de una, le puede crecer la barba…

… es algo que ha sido connatural a la raza humana desde la noche de los tiempos.

Pero…, siempre hay un pero, una vez hallado el modo de rasurarnos, llevar o no llevar barba rara vez ha sido una decisión fortuita. Más bien, ha respondido a distintas circunstancias políticas, económicas y sociales, a lo largo de la historia. Los hombres de los pueblos mesopotámicos lucían grandes y cuidadas barbas como un signo de estatus y respetabilidad. Para los egipcios, una barba, real o postiza, era un atributo de poder, de autoridad, incluso para reinas como Hatshepsut. En la antigua Grecia, la barba era símbolo de sabiduría, madurez y virilidad, y su ausencia, por el contrario, una señal de afeminamiento. También se ha relacionado la barba con la valentía del portador: a los belicosos espartanos que mostraban cobardía en el combate se les afeitaba.

Sin embargo, para los romanos, la barba era cosa de bárbaros. Los adolescentes celebraban el primer afeitado, con una fiesta en la que se les otorgaba la toga virilis, como el comienzo de la edad adulta. Augusto lo hizo a sus veinticuatro años y Calígula a los veinte. Los bárbaros, efectivamente, probaban su virilidad haciendo juramento de no cortarla en la vida. En la Edad Media la barba adquirió, otra vez, categoría de virilidad, de honor y, sobre todo, de sabiduría, otra vez. Nada de afeitados hasta que los cruzados los trajeron de tierras orientales, donde las costumbres eran más refinadas. Sin embargo, el barbudo Enrique VIII de Inglaterra ordenaba cortar las barbas de sus enemigos para humillarlos, y el zar Pedro I el Grande, llegó a gravarlas con un impuesto para occidentalizar su país.

Dignidad, coraje, bravura y distinción, han sido otras connotaciones atribuidas a la barba. Más recientemente, cuando se levantó Fidel, y mandó a parar, los barbudos se convirtieron en símbolo revolucionario. Luego, el movimiento hippie hizo de la barba un icono contracultural. Muchos atributos ha procurado la barba, pero… siempre hay un pero, desde una perspectiva histórica, casi siempre han estado asociados a la masculinidad. Como si no hubiera mujeres sabias y valientes, como si las mujeres necesitaran dejarse barba para ser consideradas, valientes, maduras, respetables y poderosas.

De un tiempo a esta parte, a muchas feministas les ha dado por identificar pelo con liberación. Primero, luciendo axilas y piernas sin depilar, y ahora, prestas a derribar el último tabú de género, dejándose crecer la barba. Dos jóvenes catalanas, Mar Llop y Cristina Almirall, probablemente cansadas de que la gente se les subiera a las barbas, han fundado el movimiento Som Barbàrie. Ambas tienen pelos en la cara, pero ninguno en la lengua. Reivindican la barba en la mujer y pretenden dar apoyo a sus barbudas compañeras de fatigas: “Queremos que todas sean libres de escoger qué hacer con sus pelos –afirman–, y que si se los quieren dejar, que sepan que pueden hacerlo, igual que nosotras”. Están ilusionadas porque, según dicen, “esto crece como nuestras barbas”.

Cristina, una de las fundadoras, ha atribuido parte de la inspiración de este movimiento a la lectura de El salvaje interior y la mujer barbuda, un libro de la historiadora y escritora Pilar Pedraza. La pogonóloga, asegura que esta iniciativa tiene precursoras ilustres, recordando a mujeres que fueron capaces de desafiar el orden social con sus barbas. Es el caso de Antonieta Gosalvus, Bárbara Urselin, Julia Pastrana, Krao Farini, Annie Jones y, sobre todo, el de Clémentine Delait y su Café de la Femme à Barbe, y el de la antropóloga Jennifer Miller, fundadora del circo Amok, con mujeres barbudas como ella. La primera, que falleció en 1939, hizo esculpir su epitafio, en el que se lee: “Aquí yace Clémentine Delait, una mujer con barba”; y Miller diría que “el cuerpo es un territorio de opresiones. Seré, pues una mujer barbuda, sin que por eso sea diferente”.

Pero es cierto que todas fueron contempladas como bichos raros, algunas incluso exhibidas en carpas y circos. Aunque también es cierto que algo debe estar pasando: todo un boom quizás, que ha sacado a la mujer barbuda del circo para lanzarla al estrellato. Conchita Wurst, con una poblada y cuidada barba, ganó el Festival de Eurovisión en 2014, y la modelo barbuda Harnaam Kaur, triunfa en las pasarelas y arrasa en las redes sociales.

La más venerable de todas ellas es la Santa Wilgefortis, o Santa Librada, patrona de las mujeres mal casadas, representada con una notoria y larga barba, y la más conocida, quizás sea Magdalena Ventura, la modelo pintada por Ribera, “El Españoleto”, que podemos ver en el detalle del lienzo que abre esta entrada, obra conocida precisamente como La mujer barbuda o Magdalena Ventura con su marido. En las lápidas pintadas en el cuadro, Ribera dibuja una larga inscripción escrita en latín titulada “El gran milagro de la naturaleza”. Aunque Magdalena Ventura posa junto a su marido Felici di Amici, no sé si fue tras contemplar el cuadro de Ribera o la imagen de la santa, cuando alguien exclamó “Bienaventuradas sean las barbudas, porque de ellas será la soltería eterna”.

Si bien es cierto que donde hay pelo hay alegría, a mí no me gustan las mujeres barbudas, por muy revolucionarias que sean. Están en su derecho, faltaría más. Pero seguro que hay otro modo de hacerse valer. De mostrar sabiduría y madurez, dignidad, valentía o respetabilidad. En definitiva, la barba en la mujer, es el resultado de una igualdad mal entendida, a mi modo de ver.

Dice Pilar Pedraza, autora también de La Venus barbuda y el eslabón perdido, que se ha abierto una nueva brecha en el muro. No quisiera que la estética masculina que ahora celebra, cada primer sábado de septiembre, desde hace una década, el World Beard Day (Día Mundial de la Barba) se viera mezclada con los ideales que representa el ocho de marzo.

Cómo somos los vascos

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Ya nos advirtió Julio Caro Baroja que la pretensión de hacer “psicología de los pueblos” y de fijar “caracteres nacionales” era un empeño inútil, tan viejo como inconveniente, porque las identidades no son estáticas, sino dinámicas. Al fin y al cabo, de ese propósito sólo obtendríamos unas “representaciones colectivas”, más o menos benévolas, que nos hemos hecho los naturales, a las que se han opuesto, como “contrafigura”, las de los foráneos, a menudo nada halagüeñas; todas ellas, casi siempre, poco rigurosas.

Así que no seré yo quien vaya a enmendarle la plana al sabio de Itzea. Sin embargo, Koldo Mitxelena nos ofrece otra opción, al intuir que “sería divertido y hasta instructivo recoger las opiniones que sobre los vascos han emitido, a lo largo de siglos y de milenios, autores ilustres u oscuros, entre detractores, amigos e indiferentes”. Con ese espíritu, afronto este interesante, y hasta divertido, ejercicio de escudriñar en el pasado para conocer, si no cómo somos, al menos cómo nos han visto las gentes de pluma ágil.

En las primeras páginas de su Vasconiana, Caro cita a un escritor, de cuyo nombre no quiere acordarse, aunque dice ser un conocido orientador de la opinión sobre asuntos peninsulares en Europa, como botón de muestra del poco rigor con el que algunos cogen la pluma, cuando asegura que “los vascos son estrechos de mente, como los valles de la tierra en que nacieron”, a lo que añade algunas precisiones acerca de su aldeanismo, rusticidad y primitivismo.

Y es que nuestro origen se pierde en la noche de los tiempos. Algo que todos sabemos desde que un Montmorency que se ufanaba ante un vasco de la antigüedad de su linaje, al que hacía datar del siglo VIII, éste le espetó: “¡Pues nosotros, los vascos, no datamos!” Abundando en ello, un folleto del siglo XVII, titulado Castellanos y vascongados, de autor anónimo, aporta la prueba de nuestra antigüedad, incluso de la primigeneidad de nuestra estirpe, al asegurar que “nosotros somos los primeros habitadores de España; porque viniendo Túbal, nieto de Noé, desde Oriente a Occidente, a poblar a España, aunque era fuerza dar primero en las costas de Valencia, Andalucía y Portugal, rodeó toda España y se fué a nuestra tierra. Y la razón que hay entre nosotros es que, como para coger trigo les era preciso sembrar y esperar de un año a otro, no podía esperar su necesidad, sino que les era necesario buscar tierra que tuviese frutales, aunque silvestres; y siendo de este género nuestras provincias tan abundantes, se pasaron a ellas para poder sustentarse”.

El primer nombre que nos impusieron los indoeuropeos, dicen Ignacio Barandiarán y Anastasio Arrinda, fue el de baskunes, los altos o los orgullosos, que venía a ser lo mismo. Pero de vascones escribieron los romanos, de cuyos testimonios se deduce que mantuvieron una relación de mutuo respeto. En su monumental Geografía, Estrabón los describe como “sobrios: …duermen sobre el suelo y llevan los cabellos largos al modo femenino, aunque para combatir se los ciñen a la frente con una banda. Comen sobre todo carne de macho cabrío; bellotas, que secan, aplastan y muelen para hacer un pan que puede conservarse durante mucho tiempo; beben agua y, a veces, una especie de cerveza [que bien pudiera ser sidra]… No tienen Dios, aunque parece que adoran la luna durante la noche”… “Esas costumbres rudas y salvajes no son efecto sólo de su espíritu belicoso, sino también de su aislamiento”.

Añade Estrabón que, desde los tiempos del emperador Alejandro Severo, “su reputación de augures, de adivinos, estaba muy extendida”, lo que puede explicar por qué el historiador Salustio Cayo Crispo, en su obra Ora marítima y, más tarde, el poeta Rufo Festo Avieno hacían referencia a unos “inquietos vascones”. Quizá aquella inquietud se debía a que adivinaban la llegada de los visigodos, con quienes se las tendrían tiesas durante casi trescientos años. Todos los cronicones de sus reyes finalizaban con la frase lapidaria Domuit vascones, o sea que los dominaron, lo que pone en duda que alguno lo consiguiera realmente. En ellos, aparecen los vascones caracterizados como rudos, bárbaros y rústicos, en consonancia con un territorio no civilizado y salvaje. Para Leovigildo éramos feroces y para el piadoso Wamba, fieros y montaraces.

Los francos tampoco nos miraron con benevolencia. Durante el reinado navarro de García Ramírez, un monje benedictino, Aymeric Picaud, que peregrinaba hacia Compostela a través del ‘camino francés’ y que, por lo que parece, todavía no había superado el trauma de la derrota del ejército de Carlomagno en Roncesvalles, escribió la Guía del Peregrino, incluida en el libro V del que actualmente conocemos como Codex Calixtinus, también llamado Liber Sancti Jacobi. En él, el peregrino franco, coincide con la opinión de los visigodos, refiriéndose a los vascos de esta manera: “Las gentes de esta tierra son feroces como es feroz, montaraz y bárbara la misma tierra en que habitan. Sus rostros feroces, así como la propia ferocidad de su bárbaro idioma, ponen terror en el alma de quien los contempla” y, para que no quedaran dudas, se explayó con todo lujo de detalles: “Es un pueblo bárbaro, diferente a todos los pueblos, por sus costumbres y por su raza, lleno de maldad, negro de color, innoble de semblante, lujurioso, perverso, pérfido, desleal, corrompido, voluptuoso, borracho, experto en todas las violencias, feroz y salvaje, desalmado y réprobo, deshonesto y falso, impío y rudo, cruel y pendenciero, desprovisto de cualquier virtud, incapaz de todo buen sentimiento, encaminado a todos los vicios e iniquidades…”, arremetiendo, además, contra su “bárbaro hablar”, un lenguaje de perros –dice–: “al escucharles hablar se cree oír a unos perros ladrar”. Una feroz opinión que, aunque parezca mentira, volveremos a leer de la pluma del reverendo padre Juan de Mariana cuando, cinco siglos después, habla en su Historia general de España del “lenguaje grosero y bárbaro” de “aquella gente de suyo grosera, feroz y agreste”.

Sin embargo, Navarro Villoslada, en Amaya o los vascos en el siglo VIII, sostiene que aquellos “eran afables, de costumbres sencillas y arraigadas, amantes de sus tradiciones, rudos y bravos, honrados y asaz hospitalarios”. Contradiciendo al peregrino benedictino, el vasco era un pueblo lleno de virtudes como el valor, el honor, la lealtad y la constancia. “Tienen, además –prosigue–, el hábito de trabajar incesantemente” y “nunca manchan sus labios con la mentira”; “entre ellos no hay traidores, ni desleales”; “cuando temen por su independencia son rebeldes, indómitos y montaraces –quizá esto explique por qué godos y francos veían a los vascos tan fieros o feroces, y continúa–, pero dejados en paz, en libertad y a su modo, forman un pueblo de niños que se divierte cantando y bailando en las praderas”. Recupera así Navarro Villoslada, la vieja idea de Voltaire, de un pueblo que baila al pie de las montañas.

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