Madre vasca

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No es lo mismo extrañar que recordar. Se trata de un sentimiento profundo, que puede llegar a doler, por alguien que dejó un vacío que el paso del tiempo no consigue llenar.

Sin duda lo podemos encontrar en el gran trovador y guitarrista Atahualpa Yupanqui, “el que viene de lejanas tierras para decir algo”, en lengua quechua, el criollo y vasco de la tierra argentina.

Nació el 31 de enero de 1908, en el paraje bonaerense de Campo de la Cruz, partido de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires, pero poca gente sabe que ese hombre, venido de lejanas tierras, se llamaba Héctor Roberto Chavero Harán y que sus orígenes vascos le “galopaban por la sangre”. “Soy hijo de criollo y vasco, llevo en mi sangre el silencio del mestizo y la tenacidad del vasco”, decía.

Su madre, por la que sentía auténtica devoción y a la que siempre mencionaba con ternura, fue una continua referencia en su vida, resaltando frecuentemente su origen vasco. Cuenta en su autobiografía, El canto del viento, que Higinia Carmen Haran “había nacido en Guipúzcoa, en el País Vasco”. Recalcaba, además, que su apellido paterno era oriundo de la tierra vasca. “Chavero también es vasco, llegó a escribirse Xabero, con x, hasta el año 1860, como Ximena, como Xavier. Provenían los Chaveros de Pamplona. Mi abuelo se llamaba Bernardino, era un vasco que hablaba quechua…”. Incluso daba explicaciones sobre el significado de su apellido materno “… Aran, en idioma vasco, significa valle…”

La idea de pisar la tierra de sus antepasados siempre había estado presente en Don Ata, como cariñosamente le llamaban. Más adelante dice: “Mi madre era vasca, siempre quise acercarme al lugar de donde vino mi abuelo Regino, él era guipuzcoano. Se fue a la pampa a criar ovejas y algunas vacas. Yo siento a veces, dentro de mí, esa tenacidad vasca, sobre todo frente a ciertas adversidades…”

Llegó el momento de cantar en Donosti, en el Victoria Eugenia, y en el Buenos Aires de Bilbao y, desde que lo hizo, le gustaba recorrer esta tierra sin darse a conocer. Atahualpa recordaba: “al atravesar el País Vasco, el paisaje me cautivaba; pino, mar y monte, ésa era la patria de mi madre y se apoderaba de mí una profunda emoción; en ese estado de ánimo compuse unos versos que titulé, Madre Vasca”. La música, como explica Don Ata, corresponde a una melodía tradicional, Oinazez (con dolor y pena), recuperada por Aita Donostia.

Qué nombre tendrán las piedras
que la vieron caminar
a mi madre cuando niña,
o pastorcilla, quizás.

El árbol a cuya sombra descansó
dónde estará;
qué bueno si lo encontrara
para rezar o llorar.

He de llegar algún día
en tierra vasca a cantar, ¡ay madre!
desde muy lejos
en mis coplas volverás.

Tu sangre dentro de mis venas
como un río crecerá
y el viento, que es generoso,
tu árbol me señalará.

Qué bueno si lo encontrara
para rezar o llorar.

Don Ata, extrañó a su madre hasta el final de sus días. En una carta escrita a su esposa desde París, le decía: “Hoy, 12 de octubre, estoy recordando el adiós de mi madre, doña Higinia, tenaz, contradictoria, desdichada y gran mujer, madre de este marido tuyo que tantas bofetadas del destino ha recibido”.

La última fue en Nimes, donde la muerte sorprendió al viejo trovador el 23 de mayo de 1992, a los 84 años, tras recibir el aplauso entusiasmado del público. Pero sus cenizas reposan al pie de un roble, allá en su entrañable paraje cordobés de Cerro Colorado, como había dispuesto.

Puro sentimiento que podéis escuchar en el video que abre esta entrada, emocionante y entrañable, que dedico a todas las madres, a las que “pasaron al silencio” y a todos los que les extrañamos.

Fin del ‘procés’: farsa o tragedia

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Casi nadie pone en duda que la historia se repite, sobre todo cuando no aprendemos sus lecciones. También que lo hace primero como tragedia y después como farsa gracias a Karl Marx.

Después de contemplar, en el informativo del mediodía, el final del juicio a la cúpula del procés en el Tribunal Supremo, lo he podido confirmar viendo en el ABC del 28 de mayo de 1935 a los consellers de la Generalitat sentados en el banquillo del Tribunal de Garantías Constitucionales en un juicio por rebelión.

El 6 de octubre de 1934, el president de la Generalitat, Lluís Companys, había proclamado de forma unilateral «el estado catalán dentro de la República federal española», como respuesta al grave peligro en el que se encontraban Cataluña y la República desde que las fuerzas conservadoras habían accedido a la presidencia del Gobierno.

El president finalizó su discurso afirmando: «Cataluña enarbola su bandera y llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalitat, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas. En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlament, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder de Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República federal española y, al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, los invita a establecer en Cataluña el Gobierno provisional de la República, que encontrará en nuestro pueblo el más generoso impulso de fraternidad, en el común anhelo de edificar una República federal, libre y magnífica».

El general Batet, que estaba al frente de la IV División orgánica, declaró el estado de guerra y se suspendió la actividad del parlament de forma provisional. Las tropas asediaron el palacio de la Generalitat, defendido por los Mossos de Escuadra, mientras la Guardia Civil y la mayor parte de los efectivos de los cuerpos de seguridad del Estado se pusieron del lado de la legalidad.

Companys y los miembros de su gobierno fueron detenidos y trasladados a los buques Uruguay y Ciudad de Cádiz, acondicionados como prisión; únicamente escapó Josep Dencàs, consejero de Gobernación, con dirección a Francia; una ley aprobada el 2 de enero de 1935 dejó «en suspenso las facultades concedidas por el estatuto de Cataluña al parlamento de la Generalitat», y el Tribunal de Garantías Constitucionales les juzgó, acusados de un delito de rebelión.

Los letrados de la defensa pidieron su absolución, pero fueron condenados, por 14 votos a favor y 7 en contra, a 30 años de prisión y trasladados a los penales de Cartagena y el Puerto de Santa María en junio de 1935. Al comandante Pérez i Farrás, jefe de los Mossos de Escuadra, se le acusó de rebelión militar y alta traición y su condición le hizo acreedor de un trato más severo que el de los civiles, de modo que fue condenado a muerte, si bien la pena le fue conmutada por el presidente de la República por la de reclusión perpetua.

En las elecciones de febrero de 1936, la petición de amnistía para los “rebeldes” y la crispación política se materializaron en Cataluña con la formación de dos grandes bloques: por un lado el Front d’Esquerres de Catalunya, la versión catalana del Frente Popular; y, por otro, el Front Català d’Ordre, liderado por la Lliga, con cedistas, carlistas, radicales y la derecha alfonsina. La coalición de izquierdas acaparó el 59% de los sufragios en Cataluña, imponiéndose en las cinco circunscripciones catalanas; un resultado que reforzó a Esquerra Republicana de Catalunya y, con ello, a su líder Companys.

En el resto del Estado, el Frente Popular, donde el Partido Socialista Obrero Español era el grupo con más escaños, logró una victoria menos amplia que la coalición catalana, pero suficiente para regresar al poder y cumplir su promesa de liberar a los “rebeldes”. Manuel Azaña firmó un decreto ley de amnistía para los “golpistas”, dando luz verde a su regreso como héroes de la causa a Cataluña. El 29 de febrero, se ratificó a Companys como presidente y este, a su vez, confirmó a todos los consejeros en sus puestos.

No sé si aquel final puede calificarse de farsa o tragedia. Espero y deseo que el de éste no sea ni lo uno, ni lo otro.

Quién era la chica de ayer

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Estos días nos hemos asomado a la ventana de Antonio Vega para volver a ver a la chica de ayer, porque ha hecho diez años que dejó este valle de lágrimas.

Aunque la canción forma parte de la banda sonora de una época, al cabo de cuatro largas décadas todavía sigue oyéndose. Sus acordes comenzaron a brotar en la playa de la Malvarrosa una tarde de verano de 1977, cuando Antonio Vega estaba haciendo la mili en Valencia. Era su primera canción y ni en sueños hubiera podido imaginar que el paso de los años la convertiría en un himno generacional. Pero… quién era aquella joven de cabellos dorados que jugaba con las flores de su jardín. Quién era la chica de ayer.

Las calles mojadas le habían visto crecer, pero no había más pistas y Antonio falleció sin desvelar su secreto. Así parecía que se iba a quedar para siempre, pero en 2014 se estrenó Tu voz entre otras mil, un documental en el que la periodista Paloma Concejero brindaba un impactante retrato del artista madrileño. Al ver a aquella chica rubia que aparecía en las imágenes, Jaime Conde, primer batería de Nacha Pop, recordó que Antonio la conoció en una fiesta, que solía acudir a los ensayos de la banda, que los componentes del grupo siempre intuyeron que era ella quien le había inspirado para componer Chica de ayer y, sobre todo, las miradas que se cruzaban cada vez que la tocaban.

La periodista quería localizar a la chica de los cabellos dorados, pero nadie recordaba su nombre, sólo que era rubia y misteriosa. Cuando estaba a punto de desistir, sonó el teléfono. Una prima suya la había reconocido al ver el documental. Era una mujer de Bilbao, una diseñadora de moda que vivía en Madrid.

Quedamos en vernos más adelante –dice Paloma Concejero–, para hablar tranquilamente, pero no llegó a la cita porque falleció de un infarto. Tenía cincuenta y cuatro años y se llamaba Maite Echanojauregui.

Cuando se conocieron, Antonio Vega tenía veinte y ella diecisiete. Fue un romance breve pero intenso. Él nunca le quiso decir que le escribió una canción y ella lo sabía pero calló.

Por qué él nunca quiso desvelar la identidad de quien le inspiró aquella tarde en la Malvarrosa. Por qué ella puso tanto celo en ocultarlo.

Demasiado tarde para comprender.

La chaqueta de Antonio Machado

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Hace unos días hemos lamentado los ochenta años de la muerte del genial poeta. Un miércoles de ceniza, allá, en Colliure, en una humilde cama del hotel que entonces se llamaba Bougnol-Quintana, el 22 de febrero de 1939, en el que había encontrado refugio huyendo de la guerra.

El peregrinaje de tanto oportunista y chaquetero para rendirle homenaje, me ha recordado una de esas historias didácticas que se cuentan en sus estrechas y empedradas calles.

Al parecer, los clientes del hotel estaban muy intrigados porque no veían comer juntos a los hermanos Machado, y algunos atribuían esa rareza a una inquina provocada por las amarguras del exilio; hasta que un día descubrieron la verdad: los hermanos no tenían más que un traje y se lo turnaban para bajar al comedor.

Hay personas que no pierden la dignidad ni en la peor de las derrotas.

La chaqueta de Antonio Machado era la de un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”, ciudadano ejemplar, republicano hasta la médula, íntegro, fiel a sus ideales y con una dignidad a prueba de bombas, que murió sólo tres semanas después de pisar suelo francés, tal como había imaginado cuando encadenó los versos que se pueden leer en la lápida de su tumba:

Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Las dades de nuestro tiempo… y las que echamos de menos

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Hace algo más de doscientos años, unos revolucionarios, a ambos lados del Atlántico, proclamaron los principios sobre los que asentar una nueva sociedad. En las excolonias británicas, los americanos añadieron a la Libertad, la Búsqueda de la Felicidad (The Pursuit of Happiness) y, poco después, los franceses, la Igualdad y la Fraternidad (Liberté, Egalité et Fraternité), que resultaron trascendentales para transformar la historia de la humanidad. El paso del tiempo ha ido deteriorando aquellos pilares, hasta tal punto que si el triunfo de la libertad es, cuando menos, discutible, y todavía seguimos buscando la felicidad, para hablar hoy de fraternidad e igualdad hace falta un punto de ingenuidad.

Nuestra realidad se sustenta en otras dades más copiosas y mundanas. La transversalidad, por ejemplo, que está de rabiosa actualidad, un concepto que todo lo difumina, cuando no lo emborrona, que acaba con todas las categorías que ayudaban a situarnos, junto a la que aparecen otras dos, no menos relevantes, la globalidad y la identidad, una dualidad que suele presentarse como complementaria y contrapuesta, a partir de una identidad personal o colectiva; como he leído hace un rato, de la identidad como mismidad a la identidad como diversidad, de la identidad como proyecto de vida para la globalidad o de la transversalidad que se ofrece como una nueva definición de la identidad en condiciones de pluralidad sin unidad. ¡Buah, qué barbaridad!

Concretan más quienes demandan austeridad y flexibilidad, laboral claro. Más interesados en la productividad, la rentabilidad y la competitividad, en la gobernabilidad y la estabilidad, económica claro; frente a quienes denuncian la precariedad y la desigualdad, la temporalidad y la inseguridad y hasta la marginalidad. Porque en el contraste de realidades, el lenguaje nos delata.

Hay otras muchas dades que conforman nuestro tiempo: la volatilidad y la virtualidad, la ansiedad y la soledad, la celeridad, la sostenibilidad, la paridad, la visibilidad y la invisibilidad, incluso la sororidad, la movilidad, la discapacidad, la conectividad, la mediocridad, la posmodernidad y la posverdad.

Contemplando las estrellas desde la amura de babor, pienso en todo esto y no sólo hecho de menos aquellas dades revolucionarias, sino también otras muchas como la solidaridad y la generosidad, la dignidad, la honestidad y la integridad, la humildad, la lealtad, la fidelidad y la hospitalidad, entre otras muchas, porque un mundo mejor es posible, ¿verdad? Aunque igual hace falta también ese punto de ingenuidad para creerlo.

La moraleja del espejo mágico

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He sacado del desván un viejo espejo que guardaba junto a algunos bonitos recuerdos de mocedad y cuando me he sentado frente a él, por un momento me he sentido como la bruja malvada de Blancanieves, esperando oír del espejo mágico un comentario bondadoso… para salir del paso…

Sin embargo, con una voz antigua, de esas que te requiebran el alma, entrecortada y, casi con emoción, me ha dicho: cómo has cambiado Eduardo, pero aún te recuerdo, el paso del tiempo no ha conseguido borrar tus señas de identidad. Yo también me he emocionado. Me he levantado y he abrazado la cornucopia. Es un espejo ya mayor y quizá anticuado, pero inteligente y, sobre todo, honrado.

Si el tiempo se ha hecho carne, empiezas a ver arrugas en tu cara o canas en el pelo y te dicen, estás como siempre, qué bien te conservas, por ti no pasan los años, o incluso yendo más lejos, cómo has mejorado… desconfía.

Ah! y si necesitas buen consejo… te dejo el espejo.

Gibraltar y la invasión de los ingleses

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Al final España votó sí al acuerdo sobre el “Brexit”, al conseguir un “triple blindaje histórico” sobre Gibraltar, según ha asegurado Pedro Sánchez. Pero, como es sabido, nunca llueve a gusto de todos. Para Pablo Casado, sin embargo, “es una humillación histórica”; Albert Rivera dice que “si hay que dar la sangre por algo, que sea por Gibraltar”; y Santiago Abascal se desgañita ante la roca gritando ¡Gibraltar español! y pidiendo combatir a los “piratas ingleses”. Al otro lado, los euroescépticos británicos lo han presentado como una rendición: The Guardian ha titulado: “May cede sobre Gibraltar” y el Daily Mail: “Theresa May se rinde”. En el medio, la ministra de Gibraltar, Samantha Sacramento, ha llegado más lejos: “Gibraltar no se rendirá. No seremos avasallados, ni entonces, ni ahora”, ha proclamado.

Hace ya año y medio, lord Michael Howard, ex líder del Partido Conservador, afirmó al ser entrevistado en la cadena Sky News sobre este belicoso asunto, que Londres iría a la guerra para defender la soberanía británica de Gibraltar, asegurando que la primera ministra, Theresa May, actuaría igual que hizo Margaret Thatcher con las Malvinas, declarando la guerra: “Hace ahora 35 años, otra mujer y primera ministra, envió a cruzar el mundo a sus Fuerzas Armadas para defender la libertad de otro grupo de ciudadanos británicos contra otro país de habla hispana… Estoy absolutamente convencido de que nuestra ‘premier’ mostrará la misma resolución.”

Tanto corazón henchido de amor patrio, tanto ardor guerrero, me ha movido a rescatar una carta que guardaba en mi camarote, en la que el oficial británico Pérez-Reverte narra a su querida Daisy cómo habían ido las cosas tras un nuevo episodio de la defensa de Gibraltar. Después de relatar las emociones del momento, cuando la flota zarpaba al alba, y los pormenores de la navegación, entra en harina diciendo: “Debo confesar que mis camaradas de armas y yo, empezamos a mosquearnos cuando, al llegar a las aguas territoriales españolas, nos salió su flota al encuentro. Una fragata de segunda mano que se mantuvo a distancia, sin disparar un cañonazo, ni nada.”

“Así, llegamos a la zona de desembarco, que era una playa cercana a Gibraltar. Allá fuimos, arma en ristre, dispuestos a dar la vida por Gran Bretaña, y en vez de encontrarnos con el enemigo, nos encontramos a dos guardias civiles mirando de lejos, tomándose una cerveza en un chiringuito de la playa, y a toda la colonia inglesa en España, o sea, unos setecientos mil fresadores de Manchester jubilados, amontonados allí para recibirnos, agitando banderas británicas y borrachos hasta las patas, ofreciéndonos vasos de sangría y taquitos de jamón y queso. (…) Las playas y los hoteles cercanos estaban petados de turistas y hooligans vomitando cerveza y bailando música discotequera, haciendo calvos y tirándose por los balcones a las piscinas”.

“Así que, mi amor, lamento comunicarte que fuimos a la guerra pero no encontramos contra quién. La Legión, que es lo mejor que tienen, estaba en Málaga a las órdenes de un tal Antonio Banderas, sacando a no sé qué Cristo en procesión. Y el resto estaba apagando incendios forestales o en misiones humanitarias. Así que me acerqué a los guardias civiles del chiringuito, más que nada por cubrir el expediente bélico. Y cuando les dije: “Vengo a invadir”, el más viejo, un cabo, me miró con guasa y replicó: “Pues tú mismo, compadre”, y me ofreció un botellín fresquito. Y las cosas como son, my darling. Era una cerveza cojonuda.”

Por eso seguramente, para evitar tanto alboroto y el posible encuentro con una fragata de segunda mano, la reportera de ABC News, Julia Macfarlane, ha sugerido a sus compatriotas, con ese fino toque de humor británico, que “si vamos a la guerra contra los españoles, deberíamos hacerlo por la tarde, cuando se estén echando la siesta”.

Señoras y señores… estoy hecho un lío

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Dicen que Moisés ha vuelto para dividir las aguas del río revuelto: a la derecha han quedado quienes entienden el lenguaje inclusivo como una moda superflua, estridente e inconsistente; a la izquierda, los que miran con recelo a los que se niegan a crear una realidad más igualitaria a través del lenguaje. Y uno, que hasta ahora se tenía por un “progre”, adscrito a la causa feminista de palabra y obra, ha quedado encuadrado en la derecha. Así que estoy hecho un lío. Pero mi perplejidad en este asunto, como la de muchos que hoy se han apuntado al canon de lo políticamente correcto, viene de lejos.

Mi primo suizo Lorenzo, que tiene un conocimiento rudimentario del castellano, me decía este verano, en la terraza del Lío, que no entendía por qué un nombre de mujer, como el de mi cuñada Olvido, acababa en “o”. Algo parecido les debió ocurrir a Bibiana Aído y a Irene Montero cuando se vieron impelidas a hablar de “miembras” y “portavozas”. Ya, ya, se me dirá que se trata de casos extremos, pero hay mucha gente que anda a la caza obsesiva de vocablos “sospechosos” de dominación masculina, incluso de epicenos, los que no marcan género, para meterles la “a”. Un empeño absurdo, a mi juicio. A nadie se le ocurriría convertir “lameculos” en “lameculas”, por ejemplo, que también las habrá, ni haciendo referencia a varones, utilizar el mismo criterio lógico, para hablar de “poetos”, “atletos”, “periodistos”, “artistos”, ”horteros”, “pediatros” o “logopedos”. En fin, algo tan disparatado que terminará racionalizándose.

Lo que peor llevo son esas cansinas duplicaciones con los plurales, lo que llaman dobletes o desdoblamientos léxicos: los ciudadanos y las ciudadanas, los vascos y las vascas, los trabajadores y las trabajadoras, todos y todas, y así hasta el infinito y más allá. Hace ya casi quince años, el Gobierno vasco, pionero en tantas cosas, puso negro sobre blanco un ejemplar episodio de esta lucha contra el sexismo lingüístico, cuando el Boletín Oficial del País Vasco hacía público: “Se hace saber a todos los ciudadanos y ciudadanas de Euskadi que el Parlamento Vasco ha aprobado la siguiente Ley: Ley 9/2004, de 24 de noviembre, de la Comisión Jurídica Asesora de Euskadi”. Un texto trufado de duplicaciones que de manera exhaustiva se refiere a las titulares o los titulares, las vocales o los vocales, el presidente o la presidenta, el secretario o la secretaria, los ponentes y las ponentes, las miembros y los miembros –menos mal que todavía no se había inventado lo de las miembras–, ambos o ambas, alguno o alguna, él o ella, en el que se puede leer: “La comisión tiene un secretario o secretaria que se nombra por el presidente o presidenta (…) entre funcionarios y funcionarias de carrera.” En “ausencia prolongada de uno de los vocales o una de las vocales (…) se procederá al nombramiento de un suplente o una suplente” (…). “La formalización del nombramiento y cese del suplente o la suplente se realizará conforme a lo previsto” (…). “El tiempo que dure la suplencia se imputará al período de mandato de la vocal o el vocal suplido”. “El pleno está integrado por el presidente o presidenta, el vicepresidente o vicepresidenta y los vocales o las vocales.” Probablemente, otro caso extremo también. Pero, al margen de lo que puedan decir los teóricos de la retórica, desde luego infumable. A mi juicio, un auténtico dislate. No creo que lleguemos a ver esta manera de redactar en una obra literaria.

María del Carmen Horno Chéliz en Bondades, peligros y redundancias del lenguaje inclusivo, advierte del peligro de doblar constantemente el masculino y el femenino porque el doblete puede convertirse en “un arma de doble filo” teniendo como consecuencia nefasta que un uso genérico, finalmente, “no nos incluya”. Es lo que ha ocurrido en una empresa oleícola de Córdoba. Aunque pueda parecer surrealista, el 6 de junio nos desayunábamos con la noticia de que la empresa Aceites y Energía Santamaría, S.L. de Lucena, había decidido no pagar los atrasos de los últimos diecisiete meses a las tres mujeres de su plantilla, porque en el convenio colectivo el incremento salarial sólo se había establecido para “los trabajadores”, no para “las trabajadoras”. Sí, sí, otro caso extremo.

Además de engorroso, cuando se fuerza y se lleva a tal punto, el lenguaje inclusivo encierra un peligro aún mayor, el de extender una ficción, la imagen de una sociedad que todavía no existe, la apariencia de una realidad más justa y equitativa, porque invisibiliza otra que todavía menosprecia y maltrata a las mujeres. Todavía, la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 14,3% en Euskadi, si se toma como referencia el indicador europeo de ganancia por hora normal de trabajo, pero la desigualdad es mayor si se compara la ganancia media anual que es de un 24,4%, brecha que se ha agrandado 2,3 puntos desde 2009, según datos de la Encuesta de Costes Laborales del INE; y la crueldad de la violencia machista, llamada “de género”, es el pan nuestro de cada día. Este año se han añadido otras 47 mujeres a la estadística de víctimas mortales de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, que sólo cuenta las asesinadas por sus parejas o exparejas, y ya son 975 en quince años, desde que se empezaron a contar en 2003, más que las atribuidas a ETA en 43 y muchísimas más que las 62 del conflicto armado en Eslovenia, que estos días alarma a la opinión pública española.

Sin embargo, María Silvestre, constituida en ariete de los que han quedado a la izquierda, porfía en el empeño de forzar el lenguaje como instrumento para cambiar la sociedad. “Si algo construye realidad con fuerza es el lenguaje”, asegura. Yo estoy más con Rosa Montero cuando dice que “todos los idiomas buscan intuitivamente la elegancia de la concisión y la precisión, y esta repetición insufrible resulta agotadora”. “La lengua –continúa­–, es como la piel de una sociedad, de manera que, si la sociedad cambia, la lengua también cambia. Es un tejido vivo que no puedes transformar por decreto, sino que tiene que ir mutando a medida que el cuerpo social cambia”. Así ha ocurrido siempre. Y mientras nos enredamos en debates léxicos y hasta filosóficos, la vida sigue… y la muerte también.

Pues sí, señoras y señores, expresión que por cierto ha caído en desuso en tiempos de lenguaje inclusivo, estoy hecho un lío. Yo, que me creía tan progresista… ¡a la derecha del río!

Didier Drogba, el artillero de la paz

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Uno de los arietes más destacados de las dos primeras décadas del siglo XXI ha colgado las botas. Hace sólo unos días, el 22 de noviembre, el delantero marfileño que llevó al Chelsea a la gloria, anunciaba su retirada definitiva del fútbol profesional en su cuenta de Instagram.

La noticia ha corrido como un reguero de pólvora. Las estadísticas dicen que Didier Drogba metió 370 goles y dio 145 asistencias en 805 partidos, que jugó tres mundiales y ganó 16 títulos, incluido el de la Champions League en 2012 con el Chelsea. Aquel día, la estrella de Drogba brilló como nunca para alcanzar el zénit de su carrera. Su equipo perdía la final ante el Bayern Múnich, hasta que, en el minuto 88, se elevó dentro del área, girando la cabeza remató un balón que le llegaba desde el córner y lo mandó al fondo de la red, empatando el partido; y, en la tanda de penaltis, volvió a batir a Neuer en el quinto y definitivo lanzamiento, para darle el trofeo al club inglés por primera vez en su historia.

Pero la victoria más importante de su vida no la consiguió sobre el césped, sino en un vestuario. Ocurrió el 8 de octubre de 2005 en una ciudad de Sudán llamada Omdurmán, tras un partido en el que el equipo de Costa de Marfil se clasificó por primera vez para un Mundial de fútbol. Un país que se hallaba sumido en una cruenta guerra civil, partido por la mitad, desbordaba alegría tras ganar su selección a la de Sudán por tres goles a uno, en el último partido de la fase clasificatoria. Cuando el equipo celebraba la victoria y la clasificación en el vestuario, el capitán y líder indiscutido de su selección, invitó a los periodistas y, ante las cámaras de la televisión de su país, rodeado por sus compañeros, cogió el micrófono y dirigió unas palabras a sus compatriotas: “Ciudadanos de Costa de Marfil, del norte y del sur, del este y del oeste”, dijo. “Acaban de ver que toda Costa de Marfil puede cohabitar, puede trabajar unida con un mismo objetivo: clasificarse para el Mundial. Les habíamos prometido que esta fiesta iba a unir al pueblo; hoy les pedimos otra cosa”. Drogba se puso entonces de rodillas, pidió a sus compañeros que le imitaran, e imploró a sus conciudadanos: “Por favor: perdonen, perdonen, perdonen”. Luego añadió: “Un gran país como el nuestro no puede hundirse así en la guerra. Por favor, depongan las armas, organicen unas elecciones y todo irá bien”.

Tres años de guerra civil desangraban Costa de Marfil y aquél sencillo alegato fue capaz de conmover a todo el país. El impacto fue tan poderoso que una semana después, los dos bandos en guerra firmaron un alto el fuego que resultó ser el principio del fin del conflicto.

El fútbol es capaz de lo peor, pero también de lo mejor, y Didier Drogba se encargó de demostrarlo.

De coreanos y Coreas donostiarras

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El paso de Lee Chun Soo por la Real Sociedad no fue suficiente para poner a Donosti en el mapa de sus paisanos. El padrón municipal dice que sólo son catorce los coreanos que comparten su día a día con nosotros. Pero hubo un tiempo, no tan lejano, en el que llegaban por miles.

Eran los años cincuenta y sesenta, cuando esta tierra bullía en un nuevo proceso de expansión industrial y desarrollo económico, frenético e intenso, que cosechaba prosperidad y demandaba mano de obra. Atraídos por la posibilidad cierta de encontrar un puesto de trabajo y vivir una vida mejor, con una esperanza cansada de esperar, decenas de miles de castellanos y extremeños, sobre todo, decidieron “subirse a las vascongadas”: día y medio en vagones de tercera entre maletas de cartón o de madera.

Una segunda gran ola de inmigración se levantó y rompió con fuerza inusitada provocando un crecimiento demográfico espectacular que prácticamente duplicó la población vasca en sólo dos décadas, con un saldo migratorio neto de 415.800 almas, más de un tercio de la misma, y el desbordamiento de un territorio que no estaba preparado para acoger semejante aluvión. Resurgieron el chabolismo y el hacinamiento y otras formas precarias de alojamiento, como el alquiler de habitaciones con derecho a cocina y baño, los pisos compartidos por varias familias y las llamadas “casas baratas” que inundaron la geografía vasca. “No veíamos las chabolas –recuerda Idoia Estornés Zubizarreta–, pero sabíamos que estaban ahí… las “casas del paralelo” en Martutene.”

La guerra de Corea (1950-1953) había inundado los noticieros cinematográficos y estaba muy presente la imagen de las hileras de refugiados escapando de la miseria. No fue muy difícil asociarla con la de los recién llegados. Así, se les empezó a llamar “coreanos” y a sus poblados “paralelo 38”, la línea imaginaria que separaba ambas Coreas. “Coreano” venía a ser un apodo similar al “maketo” aranista de la primera ola migratoria de finales del XIX.

La marea humana también entrañó cambios profundos que alteraron la estructura social vasca. En unos, alimentó el sentimiento de amenaza de la propia identidad despertando viejos recelos.

– Danak gera anaiak, baño beoiek izan ditezela eratuko diranak.
– Todos somos hermanos, pero que sean ellos los que se adapten.

Son dos expresiones que Raúl Guerra Garrido recoge en el epígrafe de su novela Cacereño, no como meras traducciones sino como una actitud de ida y vuelta. Otros, que, como ha dicho Alfonso Pérez-Agote, habitaban en la “sociedad del silencio”, percibieron la llegada masiva de inmigrantes como una “invasión”, incluso como una “maniobra” franquista de ocupación planificada con un objetivo desnacionalizador.

En contra de lo manifestado por Manuel de Irujo en un artículo titulado “Los coreanos”, publicado en el número 123 de Alderdi, en junio de 1957, el órgano oficial del PNV publicaba otro de Ceferino Jemein, en octubre del mismo año, en el que bajo el título “Efectos de la invasión coreana”, el viejo guardián de las esencias sabinianas se despachaba así: “Se montan (en Euskadi) todos los días nuevas industrias a beneficio de los coreanos, que vienen en masa a ofrecer su mano de obra. Luego, hay que albergar a esos coreanos, a quienes no importa vivir en barracones inmundos, pero que, por decencia pública, hay que darles viviendas decorosas. Es otra industria la de la construcción que requiere otra mano de obra, que naturalmente proviene del exterior. Así se forma una cadena que amenaza con hacer desaparecer a Euskadi, para dar paso a una gran Babilonia.”

¡Cómo no les iba a importar vivir en barracones inmundos! La vivienda era para los inmigrantes la conquista definitiva de la tierra prometida, como ha dicho Pedro José Chacón en “La identidad maketa”: “Cuando lo que se nos ofrece a cambio de nuestro trabajo no es ni siquiera ese ámbito íntimo donde podamos convivir con nuestra pareja, donde podamos criar a nuestros hijos, toda nuestra lucha se cifra en conseguirlo, todo nuestro horizonte vital está puesto en ese objetivo”.

Aunque parezca mentira, el punto de cordura iba a llegar desde las filas de ETA. En otro artículo publicado en su órgano oficial, Zutik (nº 12, 1963), titulado “Carta a un coreano”, David López Dorronsoro decía: “Nosotros le pedimos perdón por el uno y el otro (haciendo referencia al uso de los términos maketo y coreano), y le aseguramos que tenemos una gran confianza en que todos nuestros compatriotas acabarán abandonando su empleo y rectificando los hábitos mentales que se esconden detrás de esas denominaciones”. “¿Qué pueblo puede vanagloriarse de no contar con ningún pequeño Eichmann?” lamentaba. Consideraba, además, el problema migratorio como un fenómeno socioeconómico generalizado, particularmente en Europa, y no como una “maniobra política” franquista: “También Milán está lleno de “coreanos” italianos, y París de “coreanos” franceses, de “coreanos” españoles, y de “coreanos” vascos, entre los cuales se encuentra el que escribe estas líneas”. “Para situar la cuestión en sus justos términos –continuaba–, digamos que este fenómeno natural de migración interna dentro del Estado ha venido como anillo al dedo a los intereses políticos del fascismo español y a los propósitos que el general Franco mantiene de aniquilar las minorías nacionales no españolas: catalana y vasca especialmente. Pero nosotros no podemos confundir los efectos con las causas, ni atribuir a la masa de “coreanos” ninguna colaboración con una maniobra que no existe en la realidad, cuanto menos en la mente de esos trabajadores”. Finalizaba López Dorronsoro reconociendo la existencia, dentro del propio marco social vasco, de una frontera interna establecida entre la comunidad autóctona y la comunidad inmigrante que urgía eliminar: “Una empresa tal, no aportará más que honor al Pueblo Vasco y grandes ventajas en la lucha de liberación popular y nacional de Euzkadi”.

Pero, ni todos los peneuvistas eran tan radicales como Ceferino Jemein, ni todos los etarras pensaban como López Dorronsoro. En cualquier caso, lo que sí parece acreditado es el uso y la extensión del apodo “coreano” para identificar al inmigrante en aquél tiempo.

Tal es así, que cuando el Ayuntamiento de Donosti construyó dos grupos gemelos de “casas baratas”, diseñadas por el arquitecto municipal Luis Jesús Arizmendi para mitigar el problema de la vivienda en la ciudad, fueron popularmente reconocidos como nuestras dos Coreas: el grupo San Francisco Javier, en Egia, “encima de Jai Alai y junto a la fábrica de mármoles Altuna”, como Corea del Norte; y el de San Roque, en Amara Viejo, como Corea del Sur.

Hoy, felizmente, para conocer sobre aquella circunstancia hay que recurrir a los libros de historia y a la prensa de la época. Lee Chun Soo, el Beckham de aquellas lejanas tierras, pasó por Donosti con más simpatía que gloria y sólo son catorce los coreanos que comparten su día a día con nosotros.