Disolver el pueblo

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Por lo que estamos viendo, el paréntesis estival no ha sido suficiente para hacer la reflexión necesaria sobre lo que supuso el resultado de las elecciones generales y lo sucedido hasta la fallida sesión de investidura, porque volvemos a las andadas.

Sin lugar a dudas, los ciudadanos premiaron a quienes favorecieron la moción de censura y castigaron a los que se opusieron. ¿Cuál es el problema entonces? La gestión de aquel resultado es compleja, sin duda, sobre todo por la falta de precedentes, pero el problema más importante es la falta de cultura democrática, la ausencia de una cultura de pacto, necesaria para superar la de bloqueo.

El fraccionamiento político, que también afecta a toda Europa, ha encontrado en el acuerdo, en el pacto, la solución. 19 de los 28 países de la Unión Europea tienen hoy un Gobierno de coalición, con al menos dos partidos en cargos ministeriales, y en cinco de ellos el pacto no alcanza la mayoría parlamentaria. España, sin embargo, es, junto a Malta, el único que no ha tenido un gobierno de coalición en los últimos cuarenta años y los cuarenta anteriores son de infausto recuerdo.

Desde que Fraga, siendo ministro de Franco, acuñó aquel eslogan, sabemos que España es diferente, por eso en lugar de reflexionar sobre estos datos y adoptar una actitud más europea, los partidos se afanan en buscar otro tipo de soluciones, como la reforma del artículo 99 de la Constitución, que regula el procedimiento para la investidura del presidente del Gobierno, o de la Ley Electoral, para dar una prima de 50 diputados al partido ganador de las elecciones, como en Grecia, o instaurar una segunda vuelta, como en Francia. En definitiva, remedios para soslayar la diversidad, acabar con la proporcionalidad y resolver su incapacidad para pactar y llegar a acuerdos.

El cambio más importante, por lo tanto, debe ser el de la actitud, el de asumir que se acabó el tiempo de las mayorías absolutas, que el pueblo es plural y diverso y que lleva tiempo expresando, reiteradamente, que prefiere fórmulas de poder compartido. Sin embargo, y por lo que parece, para nuestras élites políticas, la culpa es del pueblo que no ha estado a la altura de las circunstancias y ha elegido mal, por lo que hay que darle otra oportunidad de elegir mejor. Así que, muy probablemente, podemos vernos abocados a la repetición de las elecciones. ¿Y si los resultados son similares? ¿Hasta cuándo seguiremos repitiendo?

Comportamientos como éstos socavan la confianza de la sociedad en la política, especialmente la del electorado progresista, porque con ellos parecen dar la razón a Bertolt Brecht cuando en su poema satírico La Solución indicaba que el pueblo había perdido la confianza del gobierno y se preguntaba: ¿No sería más simple en ese caso para el gobierno disolver el pueblo y elegir otro?

Érase una vez el periodismo

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Tras el incidente del golfo de Tonkín, en 1964, el presidente de Estados Unidos Lindon Johnson había obtenido el apoyo del Congreso para incrementar en grandes contingentes y armamento la intervención en Vietnam.

El periódico The New York Times, que en principio había respaldado al presidente, empezó a sospechar que detrás de la gran escalada militar había, como demostraron más tarde los papeles del Pentágono, una gran mentira. Este diario publicó un editorial con el título ‘El misterio del golfo de Tonkín’, en el que criticaba el “secretismo de la burocracia” estatal.

Johnson decidió entonces llamar a la Casa Blanca a un editorialista muy influyente, James Scotty Reston. Un mito del periodismo americano del siglo XX, dos veces premio Pulitzer. La pretensión del presidente en aquel encuentro de 1965 era atraer a sus posiciones al prestigioso Scotty Reston, ocultándole información básica. Pero Scotty no picó el anzuelo.

– Creo que está usted intentando salvar la cara –le dijo al fin.

El presidente se removió inquieto en su sillón y dio por terminada la conversación, no sin antes responderle:

– No estoy intentando salvar la cara. Estoy intentando salvar el culo.

Y Scotty Reston se fue por donde había llegado, dejando al hombre más poderoso del mundo con un palmo de narices.

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El pasado mes de abril, The New York Times publicaba en las páginas de Opinión de su edición internacional, una viñeta satírica que caricaturizaba al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, como un lazarillo, un perro guía, que conducía a un presidente Donald Trump ciego.

El autor del dibujo, que abre esta entrada y que previamente había sido publicado en el semanario de su país Expresso, es el portugués Antonio Moreira Antunes, y con él pretendía expresar su desaprobación por lo que entendía como un apoyo ciego que el magnate daba a la política del israelí.

El poderoso lobby judío ha puesto el grito en el cielo, acusando al periódico de antisemitismo y como consecuencia de su presión y de las exigencias del presidente estadounidense, The New York Times ha retirado la caricatura y se ha disculpado por su publicación: «La edición impresa internacional del pasado jueves incluye un chiste antisemita (…). La imagen es ofensiva y publicarla fue un error de criterio», ha explicado el rotativo, comprometiéndose a que “nada semejante” volverá a suceder. El responsable de las páginas editoriales, James Bennet ha anunciado, además, que el periódico dejará de publicar viñetas políticas a partir del 1 de julio y que ha rescindido su relación contractual con dos dibujantes del diario, Patrick Chappatte y Heng Kim Song.

Donald Trump se ha removido en su sillón, como en su día lo hizo también Johnson, pero en esta ocasión para sacar pecho y escribir en su cuenta oficial de Twitter: «The New York Times se ha disculpado por esta terrible caricatura antisemita, pero no se han disculpado conmigo por esto ni por todas las noticias falsas y corruptas que imprimen a diario. Han llegado al nivel más bajo del ‘periodismo’ y al nivel más bajo de la historia de The New York Times«.

Por su parte, Gérard Biard, redactor jefe de Charlie Hebdo, inquieto, como también quedó Johnson en su día, se ha preguntado: “¿A quién teme ofender The New York Times? ¿Hasta dónde será capaz de llegar para evitar problemas con ciertos colectivos o grupos de presión?»

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Dos imágenes radicalmente opuestas: La del editorialista Scotty Reston, largándose del despacho del presidente cuando éste intentaba salvar su culo, y la de James Bennet, el responsable de las páginas editoriales del periódico, arrastrándose para salvar el culo de sus jefes. La de Lindon Johnson, inquieto por el resultado de su entrevista con un periodista, y la de Donald Trump, exultante, porque los periodistas no han podido soportar la presión y han terminado hincando la rodilla.

La distancia que media entre estas dos actitudes, en un diario de prestigio como The New York Times, es la misma que separa la luz del alba y el ocaso del cuarto poder, del periodismo comprometido con la libertad y la búsqueda de la verdad.

Pedro y Pablo

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Este sábado se celebra la festividad de San Pedro y San Pablo y, cuando lo he visto en el calendario, me ha asaltado el recuerdo de nuestras andanzas, hace casi un año, por San Petersburgo, paseando por la fortaleza de San Pedro y San Pablo, la ciudadela mandada construir por Pedro I el Grande en la pequeña isla de Záyachi, a orillas del río Neva, a partir de la cual fundó una nueva ciudad a la que dio el nombre del apóstol; y por la pequeña catedral de San Pedro y San Pablo, donde están enterrados los zares, dentro del recinto amurallado.

Para un lego en la materia, sorprende la celebración conjunta de estos dos santos, Pedro y Pablo, que la tradición cristiana siempre ha considerado inseparables, al menos para católicos y ortodoxos. Dicen los que entienden que indica, con bastante claridad, la fuerza de la complementariedad de dos estilos, personalidades y carismas distintos. Jesús le dijo a Simón Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” y en comunión con Pablo de Tarso se ha considerado que levantaron la columna vertebral de su edificio espiritual. Ambos fueron martirizados en la prisión Mamertina, llamada también Tullianum, ubicada en el foro romano, crucificado uno y degollado el otro.

No es que pretenda compararles, ni mucho menos, pero hablando de Pedro y Pablo y de complementariedades, es inevitable la referencia a Pedro Picapiedra y Pablo Mármol. Dos personajes que también tenían estilos, personalidades y carismas diferentes. Dicen que Pedro era un tipo rudo, seguro de sí mismo y poco reflexivo, que siempre pasaba por un error antes de aprender de él. Pablo, por el contrario, era un personaje tranquilo, inseguro y muy reflexivo que, sin embargo, siempre se dejaba arrastrar por la impetuosa personalidad de su amigo Pedro, con el que tenía una singular complicidad. Pablo era más inteligente y sensato que Pedro, también más honrado y, en conjunto, podría decirse que ambos amigos, al ser opuestos, se “complementaban”.

La noche del domingo 28 de abril, como si hubiera ganado una partida de boliche, Pedro expresaba su alegría por los pasillos de Ferraz gritando yabba dabba doo, pero sus 123 diputados no eran suficientes para gobernar y en Piedradura miraban con desbordada emoción y camaradería los 42 de Pablo. Pedro quiere gobernar solo. Pablo quiere sentarse a su lado. Igual no tienen tanta sintonía como los Picapiedra, pero quizá si puedan ser complementarios.

La fragmentación del arco político español no ha traído más alternativas que las que ofrecía el viejo bipartidismo. Ahora nos ofrece dos bloques antagónicos, el de la derecha conservadora y el de la izquierda progresista y el resultado de las elecciones del 28 de abril ha dado la victoria al segundo. Así que Pedro y Pablo deberán encontrar la manera de dar continuidad a lo expresado en las urnas. Son distintos, por supuesto, pero están llamados a entenderse. Si quieren gobernar, Pablo debe aprender un poco de humildad y de sentido de Estado; y Pedro debe impulsar una renovación tan seria que resulte creíble.

Y si las cosas se complican, siempre les quedará encomendarse a los santos Pedro y Pablo que, según nos dicen, fueron capaces de conjugar unidad-en-la-diversidad para lograr una profundísima renovación que rompió las barreras del judaísmo.

Habrá quien diga, con malicia, que con Pedro y Pablo volvemos a la Edad de Piedra, pero tendremos que recordarle que Piedradura era una ciudad avanzada para su tiempo que ya disponía entonces de cuernófonos y troncomóviles.

Feliz día a todos los Pedros y Pablos.

Por el mar corren las liebres…

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y por el monte las sardinas, tralará,

Por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas… cantábamos, cuando en el colegio salíamos de excursión. Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras, tralará, empezábamos, y entre risas aprendimos que la mentira era lo opuesto a la verdad.

Desde la más tierna infancia nos enseñaron que era tan vieja como la humanidad y que ya uno de los Diez Mandamientos que Moisés recibió en el monte Sinaí prohibía dar falso testimonio, por lo que mentir era pecado, algo malo que no se debía hacer. Luego, cuando empezamos a hacernos mayores, fueron llegando los matices y así supimos que había mentiras piadosas y hasta medias verdades.

Desde que Platón, hace 2.500 años, expuso su tesis sobre la noble mentira, que podía ser útil para quienes gobiernan la ciudad, siempre ha habido filósofos que la han justificado, como un instrumento necesario y legítimo para el político y el gobernante. Su planteamiento resurge en los albores de la Edad Moderna en la influyente obra de Maquiavelo. Así, señalaba el florentino, el príncipe siempre hará evidentes en palabras y gestos públicos su conformidad con las virtudes que desprecia. Semejante doblez hacia los súbditos deriva de la ‘simpleza’ del ‘estúpido vulgo’. “Un príncipe prudente no puede ni debe mantener fidelidad a las promesas, cuando tal fidelidad redunda en perjuicio propio”. “Pero es necesario saber encubrir bien este natural, y tener gran habilidad para fingir y disimular; los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña, encontrará siempre a quien se deje engañar”.

Siguiendo la línea de pensamiento de Maquiavelo, según la cual la relación natural entre ética y política era la del divorcio, Weber incluyó entre los principios inaplicables el de veracidad y justificó el engaño a los ciudadanos como mentira responsable. Pero la conexión de la ‘noble mentira’ con el actual descaro cínico la encontramos en Leo Strauss, cuyos seguidores y su idea de la utilidad política de la mentira, ejercen hoy una influencia notoria en la política de Estados Unidos. La sociedad –dice–, no se encuentra preparada para escuchar la cruda verdad de quienes han sabido reconocerla, y por tal razón pide ser engañada. Saber la verdad desmoralizaría a los ciudadanos corrientes, y de ahí la necesidad de la ocultación y la mentira, que Strauss justifica, precisamente, apelando a Platón. La verdad es peligrosa para los ciudadanos corrientes y el gobernante debe protegerles de sus efectos.

Hannah Arendt, haciendo balance de su uso, terminó reconociendo que siempre se vio la mentira como una herramienta necesaria y justificable, no sólo para la actividad de los políticos y los demagogos, sino también para la del hombre de Estado. Así se ha llegado a aceptar la mentira como un recurso útil, mientras se mantenga entre “los límites aceptables”.

Me encontré con un ciruelo cargadito de manzanas,
empecé a tirarle piedras y caían avellanas, tralará,

Pero el curso del río se convirtió en cascada y con las redes sociales llegaron los bulos, las ‘fake news’ y las posverdades, como la autoría de los atentados del 15M y la posesión de armas de destrucción masiva que justificó la invasión de Irak, imputadas ambas con machacona insistencia por embusteros convencidos de que Goebbels tenía razón cuando aseguraba que si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad.

Y la avalancha ha adquirido categoría de ‘tsunami’. Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en enero de 2017, hasta el pasado 27 de abril ha hecho 10.111 afirmaciones falsas en público,. Según el metódico recuento que lleva a cabo un equipo de The Washington Post, liderado por el periodista político Glenn Kessler, en 828 días como presidente, ha faltado a la verdad en público unas 12 veces al día, 85 veces a la semana o 370 al mes, en ámbitos como discursos oficiales (999), mítines (2.217) y ‘tuits’ (1.803). Y la tendencia está al alza, porque desde noviembre de 2018 a finales del pasado abril, la media diaria ha sido de 23 mentiras. Mucho más cerca, como hemos podido comprobar en las recientes y largas campañas electorales que, en realidad, empezaron tras la moción de censura contra Mariano Rajoy, el maestro del engaño tiene destacados discípulos.

Pero la mentira era un privilegio que aquellos filósofos concedían a “los mejores” para guiar al “estúpido vulgo”, por eso cuando veo y oigo a esa panda de mediocres mentir a troche y moche, con una sonrisa de oreja a oreja, me pregunto si de verdad creerán que nos engañan.

Además, me ocurre como a Heracles cuando, en la Caverna de las Ideas, reprochaba a Diágoras de Medonte haberle mentido y le decía: no me ofende tanto tu engaño como tu necia pretensión de que podías engañarme.

Aunque cada vez se me hace más cuesta arriba soportar la mentira, lo que realmente me ofende y hasta me indigna, es el cinismo y la desfachatez con la que mienten, tratándonos como si fuéramos auténticos julais, incautos a los que se puede engañar con facilidad. Ni siquiera se molestan en fingir y disimular como recomendaba Maquiavelo.

Al final está ocurriendo lo que temía Kant cuando decía que la mentira no podía ser una ley universal porque entonces sabríamos que todos mienten y ya no tendría el efecto esperado.

La mentira, incluso la calificada de noble, es una manzana podrida que, más pronto que tarde, siempre echa a perder el cesto.

Con el ruido de las nueces, salió el amo del peral.
Chiquillo no tires piedras que no es mío el melonar.
Es de una familia pobre que vive en El Escorial, tralará.

Esto cantábamos, cuando íbamos despacio.

Fin del ‘procés’: farsa o tragedia

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Casi nadie pone en duda que la historia se repite, sobre todo cuando no aprendemos sus lecciones. También que lo hace primero como tragedia y después como farsa gracias a Karl Marx.

Después de contemplar, en el informativo del mediodía, el final del juicio a la cúpula del procés en el Tribunal Supremo, lo he podido confirmar viendo en el ABC del 28 de mayo de 1935 a los consellers de la Generalitat sentados en el banquillo del Tribunal de Garantías Constitucionales en un juicio por rebelión.

El 6 de octubre de 1934, el president de la Generalitat, Lluís Companys, había proclamado de forma unilateral «el estado catalán dentro de la República federal española», como respuesta al grave peligro en el que se encontraban Cataluña y la República desde que las fuerzas conservadoras habían accedido a la presidencia del Gobierno.

El president finalizó su discurso afirmando: «Cataluña enarbola su bandera y llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalitat, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas. En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlament, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder de Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República federal española y, al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, los invita a establecer en Cataluña el Gobierno provisional de la República, que encontrará en nuestro pueblo el más generoso impulso de fraternidad, en el común anhelo de edificar una República federal, libre y magnífica».

El general Batet, que estaba al frente de la IV División orgánica, declaró el estado de guerra y se suspendió la actividad del parlament de forma provisional. Las tropas asediaron el palacio de la Generalitat, defendido por los Mossos de Escuadra, mientras la Guardia Civil y la mayor parte de los efectivos de los cuerpos de seguridad del Estado se pusieron del lado de la legalidad.

Companys y los miembros de su gobierno fueron detenidos y trasladados a los buques Uruguay y Ciudad de Cádiz, acondicionados como prisión; únicamente escapó Josep Dencàs, consejero de Gobernación, con dirección a Francia; una ley aprobada el 2 de enero de 1935 dejó «en suspenso las facultades concedidas por el estatuto de Cataluña al parlamento de la Generalitat», y el Tribunal de Garantías Constitucionales les juzgó, acusados de un delito de rebelión.

Los letrados de la defensa pidieron su absolución, pero fueron condenados, por 14 votos a favor y 7 en contra, a 30 años de prisión y trasladados a los penales de Cartagena y el Puerto de Santa María en junio de 1935. Al comandante Pérez i Farrás, jefe de los Mossos de Escuadra, se le acusó de rebelión militar y alta traición y su condición le hizo acreedor de un trato más severo que el de los civiles, de modo que fue condenado a muerte, si bien la pena le fue conmutada por el presidente de la República por la de reclusión perpetua.

En las elecciones de febrero de 1936, la petición de amnistía para los “rebeldes” y la crispación política se materializaron en Cataluña con la formación de dos grandes bloques: por un lado el Front d’Esquerres de Catalunya, la versión catalana del Frente Popular; y, por otro, el Front Català d’Ordre, liderado por la Lliga, con cedistas, carlistas, radicales y la derecha alfonsina. La coalición de izquierdas acaparó el 59% de los sufragios en Cataluña, imponiéndose en las cinco circunscripciones catalanas; un resultado que reforzó a Esquerra Republicana de Catalunya y, con ello, a su líder Companys.

En el resto del Estado, el Frente Popular, donde el Partido Socialista Obrero Español era el grupo con más escaños, logró una victoria menos amplia que la coalición catalana, pero suficiente para regresar al poder y cumplir su promesa de liberar a los “rebeldes”. Manuel Azaña firmó un decreto ley de amnistía para los “golpistas”, dando luz verde a su regreso como héroes de la causa a Cataluña. El 29 de febrero, se ratificó a Companys como presidente y este, a su vez, confirmó a todos los consejeros en sus puestos.

No sé si aquel final puede calificarse de farsa o tragedia. Espero y deseo que el de éste no sea ni lo uno, ni lo otro.

Quién era la chica de ayer

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Estos días nos hemos asomado a la ventana de Antonio Vega para volver a ver a la chica de ayer, porque ha hecho diez años que dejó este valle de lágrimas.

Aunque la canción forma parte de la banda sonora de una época, al cabo de cuatro largas décadas todavía sigue oyéndose. Sus acordes comenzaron a brotar en la playa de la Malvarrosa una tarde de verano de 1977, cuando Antonio Vega estaba haciendo la mili en Valencia. Era su primera canción y ni en sueños hubiera podido imaginar que el paso de los años la convertiría en un himno generacional. Pero… quién era aquella joven de cabellos dorados que jugaba con las flores de su jardín. Quién era la chica de ayer.

Las calles mojadas le habían visto crecer, pero no había más pistas y Antonio falleció sin desvelar su secreto. Así parecía que se iba a quedar para siempre, pero en 2014 se estrenó Tu voz entre otras mil, un documental en el que la periodista Paloma Concejero brindaba un impactante retrato del artista madrileño. Al ver a aquella chica rubia que aparecía en las imágenes, Jaime Conde, primer batería de Nacha Pop, recordó que Antonio la conoció en una fiesta, que solía acudir a los ensayos de la banda, que los componentes del grupo siempre intuyeron que era ella quien le había inspirado para componer Chica de ayer y, sobre todo, las miradas que se cruzaban cada vez que la tocaban.

La periodista quería localizar a la chica de los cabellos dorados, pero nadie recordaba su nombre, sólo que era rubia y misteriosa. Cuando estaba a punto de desistir, sonó el teléfono. Una prima suya la había reconocido al ver el documental. Era una mujer de Bilbao, una diseñadora de moda que vivía en Madrid.

Quedamos en vernos más adelante –dice Paloma Concejero–, para hablar tranquilamente, pero no llegó a la cita porque falleció de un infarto. Tenía cincuenta y cuatro años y se llamaba Maite Echanojauregui.

Cuando se conocieron, Antonio Vega tenía veinte y ella diecisiete. Fue un romance breve pero intenso. Él nunca le quiso decir que le escribió una canción y ella lo sabía pero calló.

Por qué él nunca quiso desvelar la identidad de quien le inspiró aquella tarde en la Malvarrosa. Por qué ella puso tanto celo en ocultarlo.

Demasiado tarde para comprender.

Derecha menguante y gente tonta

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Si hay algo que no me gusta, o que me disgusta, de la política, son los políticos corruptos y los que toman a la gente por tonta de remate.

Conocidos los resultados de las elecciones generales, casi todos los análisis que se han hecho se han realizado a partir de los escaños obtenidos por las distintas formaciones políticas, dando como resultado un descalabro considerable de la derecha al sumar 147, muy por debajo de los 186 que consiguió el PP hace sólo ocho años y de los 169 que ocuparon en el Congreso PP y Cs hace casi tres. Pero el más riguroso es el que contempla el respaldo popular real que han obtenido en las urnas.

La derecha española se ha presentado dividida en tres formaciones políticas y, efectivamente, la fragmentación penaliza. Pero si observamos el apoyo, en votos, conseguido en su conjunto, la dimensión de ese descalabro es distinta y podemos ponerla más en relación con que, en un momento de máxima excitación y polarización política, no han conseguido superar ni los resultados de las anteriores elecciones, dividida en dos, ni los de hace ocho años cuando lo hizo sin divisiones, como se puede observar en el gráfico que abre esta entrada. Si no descalabrada, sí se puede decir que está en fase menguante.

El PP, como formación global de la derecha, obtuvo un respaldo de casi el 45% de los electores en 2011; dividida en dos, alcanzó el 46% en 2016; y en tres, no ha llegado al 43%. El recurso al insulto, la hipérbole, la sobreactuación y la mentira grosera no ha colado y también penaliza.

Atentos al análisis que sobre este declive harían los protagonistas, hemos visto que Aznar, súbitamente desaparecido de la escena política, se ha asomado a la palestra para reprender a esos electores que, víctimas de “una ignorancia temeraria”, votan a cualquiera, sobre todo a quien no deben. Pero no sólo se han llevado la bronca los antiguos votantes del PP que han votado mal. Algunos analistas de su entorno han afeado la conducta de aquellos que, antes desmotivados, han acudido a la llamada de las urnas para votar al PSOE, porque Pedro Sánchez les ha metido el miedo en el cuerpo y como la gente es asustadiza y vota irreflexivamente, pasa lo que pasa.

Seguramente, habrán hecho un análisis más serio y riguroso que todo esto. No se explicaría de otro modo la súbita fiebre centrista y la drástica moderación en las formas. Pero, quizá, la lección más importante que deberían haber aprendido de este resultado es que la gente no es tonta.

Algo huele a podrido en España

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Sí, algo huele a podrido en España, remedo de la célebre sentencia hamletiana, aunque, como es sabido, Shakespeare localizaba el olor en Dinamarca.

Recientemente ha sido recuperada para hacer referencia al éxito del partido de extrema derecha Dansk Folkeparti, el nacionalista, populista, xenófobo y euroescéptico Partido Popular Danés, convertido en la segunda fuerza política y primera de la derecha del país nórdico.

Los estudiosos del ascenso de la extrema derecha en Europa y en el mundo han explicado la ausencia en España de una organización de esta tendencia política argumentando que tras cuarenta años de dictadura España estaba vacunada. Pero, como hemos visto, estaban equivocados. La ultraderecha, lo que se dio en llamar el franquismo sociológico, estaba oculto, agazapado, dentro del Partido Popular.

Por fin ha decidido emanciparse y mejor así, porque es preferible saber a qué jugamos, con quién jugamos y qué nos jugamos; porque hasta ahora ha servido para engordar artificialmente al Partido Popular y porque el olor a rancio ha sacado del sopor a unos cuantos.

Luis Garicano, candidato de Ciudadanos al Parlamento Europeo, se preguntaba si España quería ser Dinamarca o Venezuela y la respuesta se la han dado los electores. Fragmentación parlamentaria, bloques ideológicos heterogéneos, socialdemócratas como primer partido y la extrema derecha en el Parlamento. Ya nos parecemos más a Dinamarca, aunque sólo sea en eso, porque algo huele a podrido en España.

Notre-Dame de Paris y Los miserables

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Todas las miradas se dirigían a la parte superior de la catedral y era algo extraordinario lo que estaban viendo: en la parte más elevada de la última galería, por encima del rosetón central, había una gran llama que subía entre los campanarios con turbillones de chispas, una gran llama revuelta y furiosa, de la que el viento arrancaba a veces una lengua en medio de una gran humareda. Así describía Victor Hugo cómo un incendio devoraba la catedral en Notre-Dame de Paris.

Las imágenes que hemos visto hace quince días de la catedral en llamas han sido desde luego impactantes, pero cualquier polémica relacionada con el incendio se ha visto superada por la ola de generosidad que se ha levantado para su reconstrucción. Sin embargo, la lluvia de donaciones multimillonarias de las familias y empresas más poderosas ha provocado una controversia importante sobre las prioridades de los recursos y la falta de esa generosidad con otras causas nobles.

Hace unos días, por ejemplo, leía un tweet de una mujer que, sorprendida por tal despliegue, se lamentaba de no ver una reacción semejante contra el hambre en el mundo. ¡Ay, ama!

– Pero… dónde si no iban a rezar por los hambrientos–, fue mi reacción inmediata.

Volviendo a la obra del escritor incansable que fatigaba las plumas y vaciaba los tinteros, el ensayista Ollivier Pourriol ha lanzado el siguiente mensaje en las redes sociales: “Victor Hugo da las gracias a los generosos donantes dispuestos a salvar Notre-Dame de París y les propone hacer lo mismo con Los miserables”.

El flemón de Hamel

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El partido de octavos de la Champions que han jugado el Real Madrid y el Ajax nos ha brindado la oportunidad de recordar a un carismático jugador del equipo holandés.

Su historia nos lleva a Hooghalen, una ciudad del norte de Holanda, cerca de la frontera con Alemania, donde estaba instalado el campo de tránsito de Westerbork, desde el que fueron deportadas miles de personas en trenes que partían hacia los campos de concentración de Auschwitz, Sobibor, Theresienstadt y Bergen-Belsen.

A uno de aquellos vagones tuvo que subirse, junto a su familia, Edward Hamel a finales de 1942. De nada le sirvió su ciudadanía estadounidense, ni sus ocho goles marcados en los 125 partidos que había jugado con la camiseta del Ajax.

Había aprendido a jugar a fútbol en las calles de Nueva York, donde nació, y cuando su familia emigró a Holanda, siendo todavía un adolescente, se sumó a las filas del Ajax. Jugando como extremo derecho, se convirtió en una pieza clave del equipo de Amsterdam desde 1922 hasta 1930.

Pero cuando los nazis invadieron Holanda, el popular jugador y su familia fueron detenidos y Hamel pasó los cuatro últimos meses de su vida haciendo trabajos forzados en Auschwitz-Birkenau.

Sus últimos momentos los narra su compañero de camarote Leon Greenman en el documental Auschwitz: The Forgotten Evidence:

“Nuestras condiciones nos estaban convirtiendo en diferentes personas, pero no a todos. Algunos consiguieron ser siempre, a pesar del horror que nos rodeaba, unos caballeros. Eddy Hamel era uno de ellos. Llevábamos dos o tres meses en Birkenau, cuando supimos que llegó el día de la Gran Selección. Fue un día entero de revisiones, de inspecciones de nuestros cuerpos. Nos obligaron a desnudarnos y hacer filas según el orden alfabético de nuestros apellidos. Eddy estaba justo detrás de mí, porque el suyo comenzaba con “H” y el mío con “G”. “Tengo un flemón. ¿Qué me va a pasar?”, me preguntó. Le miré y noté que tenía una zona de la cara hinchada. Entonces nos obligaron a pasar por delante de dos escritorios. En cada mesa había un oficial de las SS. Si eras apto te mandaban a la derecha, de lo contrario ibas a la fila de la izquierda. Con un gesto feroz, a mí me mandaron a la derecha. A Eddy, que venía detrás, le enviaron a la izquierda.” Era el camino de la cámara de gas. Era el 30 de abril de 1943.

De nuevo el fútbol nos da pie para hablar de lo importante. Cuando vuelven a verse las cruces gamadas en Europa, marcadas “sin complejos”, cualquier oportunidad es buena para recordar el Holocausto, para refrescar la memoria.